lunes, 28 de febrero de 2011

El centauro

Un centauro no es un monstruo. En él se reúnen dos naturalezas distintas para dar lugar a una convivencia no exenta de problemas, pero de todos modos posible. Su origen parece ser el de una incierta tribu boreal de jinetes, de singular destreza. Cuando algunos griegos los vieron por primera vez, quizás en un atardecer de penumbra o en un matinal y furioso contraluz, pensaron que se trataba de un solo animal, tal era la simbiosis existente entre caballero y cabalgadura. Ese día nacieron a la existencia paridos por un error de los sentidos.

Saltaron a la fama cuando fueron invitados a la boda de Piritoo, rey de los lapitas, con la bellísima Hipodamia, ya que eran, a través de vericuetos de mitológica genealogía, primos lejanos del esposo. Durante la fiesta, que se extendió desmesuradamente, los centauros cedieron al desenfreno, empujados por la abundancia del vino dulce que se servía a destajo. Los lapitas, súbditos del dueño de casa y por tanto deseosos de mostrarse severos ante su rey, se encargaron de expulsar a estos invitados molestos, lo que no ocurrió sin que mediara una áspera pelea. Nada que no suceda en los casamientos de hoy en día.

Huyeron los centauros a la agreste Tesalia y fueron tenidos siempre por ejemplo de lo que sucede cuando las pasiones no encuentran freno. Sin embargo, a pesar de la pesada carga de la fama adversa, algunos miembros de la especie se libraron de ella. El caso más famoso fue el del célebre Quirón, educador de una impresionante lista de héroes y conocedor del oscuro arte de la medicina, que en aquellos tiempos prudentes nadie se animaba a llamar ciencia.


Es así como el centauro se convirtió en un símbolo de esperanza para los que quieren escapar a la fatalidad. La historia de Quirón muestra que es posible romper el estrecho círculo que la necesidad plantea. Ese destino inexorable que los condenaba a ser esclavos de sus pasiones y a ser por siempre expulsados de las fiestas. El triunfo del centauro sabio quizás sea el fruto de aceptar el destino de una existencia dual, a veces difícil, otras incomprensible, pero en todo caso posible.


El cuerpo

Fue difícil construir el cuerpo. Sus dimensiones no fueron siempre estas que conocemos, pero se pensó desde el inicio en un destino de grandeza. Y siempre estuvo allí, insistiendo, en el ángulo noroeste de la plaza, donde la ubicó Garay el 11 de junio de 1580, el mismo día que fundaba la ciudad. Tomó su lugar para siempre dentro de la arbitraria cuadrícula, trazada con decisión, siguiendo la vieja costumbre romana. Su emplazamiento fue definitivo, pero su crecimiento fue arduo y trabajoso, signado por las catástrofes y la obstinada falta de dineros.

Su origen de paja y sauce fue sacudido por el tiempo y el viento. En 1605 ya tenemos las primeras noticias de un peligro que terminará en derrumbe. El calor de enero de 1618 señala el inicio de los trabajos de reconstrucción, con la rojiza madera que una embarcación bajó desde el boscoso Paraguay. Comenzaba una atribulada existencia endeble, que debió repetidas veces recurrir a puntales y otros artificios para mantenerse en pie. Un cuerpo que nació signado por los achaques.

Con una sorpresiva celeridad, la aldea fue declarada diócesis, como una temprana señal de su futura grandeza, en 1620. Paulo V, Borghese, nombró para el cargo al vivaz sevillano Pedro Carranza, prontamente envuelto en los avatares de la política de la aldea que, como él mismo anota, apenas superaba las cien casas. Llegó sin ser siquiera sacerdote, recibió el orden sagrado en Santiago del Estero y el episcopal en Santa Fe. Sus pergaminos eran tan endebles como la sede apostólica que lo recibía. En sus misivas a España, se quejaba repetidamente del pésimo estado del edificio de la Catedral. A pesar de la poca importancia de su obispado, pequeño en almas pero inconmensurable en extensión, el nuevo pastor no se amilanaba a la hora del reclamo. El proverbial orgullo porteño ya soplaba en lo que era poco más que un caserío.

El edificio emprendió su camino de adobe superada la mitad del siglo XVII, con la llegada del tercer obispo, un dominico limeño de nombre imponente: Cristóbal de la Mancha y Velazco. Esta vez hubo un plano trazado con tres espaciosas naves, pero su ejecución aparecía plagada de dificultades. Por impericia de los constructores, o por la deficiencia de los materiales pobres, la construcción parecía retroceder más de lo que avanzaba. Se sucedían las grietas que anunciaban derrumbes que puntualmente ocurrían ante la desazón de los vecinos. Finalmente, el 23 de mayo de 1752, muy temprano en la mañana, con un estrépito acompañado de una nube de polvo, se desplomaron las tres endebles naves.

Solo tres años más tarde se retomaron las obras que finalmente llevarían a feliz término la empresa. A pesar de sus heridas, el cuerpo estaba en pie, para el asombro de los vecinos, que ya miraban su porvenir incrédulos. La perseverancia había dado sus frutos en esa montaña de ladrillos, que todavía mostraba la rispidez de una piel que aún no había recibido la suavidad del revoque. La nave era amplia y de altura generosa, siguiendo el modelo impuesto por los jesuitas. Iglesias para celebrar el culto, pero también atentas a adoctrinar fieles. Fue consagrada en 1804, pocos años antes de que la patria naciera.

Habrán recordado esos vecinos cuántas veces arreció el desaliento y la sensación de que nunca se llevaría a buen puerto aquel proyecto grandioso. Ya no deberían escuchar humillados a los viajeros llegados desde otras partes del virreinato que contaban las maravillas de otros templos, plateados con los frutos del Potosí. Cuántas veces habrán pensado ellos, cruzando los pórticos de la recova, al ver aquel cuerpo maltrecho e incompleto, que quizás su destino fuera el castigo de una ilusión desmedida. Era el momento de disfrutar de la inmensa bóveda que parecía tener el poder de albergar a toda la aldea, y que resultaba a todas luces imponente.

Un recuerdo del Barroco vibraba en sus paredes, pero era de un semblante austero. No hay aquí lugar para que el muro se pliegue ni para el brillo de dorados. Los enormes pilares macizos que sostienen la bóveda son resabios del temor de tantas ruinas. Su porte de un ancho desmedido aísla las naves laterales y condena al ostracismo a la línea de capillas. Estas viven una existencia autónoma, pero digna, que comienza de a poco a poblarse con imágenes de los santos predilectos de la aldea.

El estilo colonial se materializó justo antes de dejar de ser colonia. El cuerpo echado como el de un animal gigantesco y paciente se preparaba para mirar quedo los alborotados sucesos que ya se asomaban en el horizonte próximo. El doble desembarco de los ingleses, las gloriosas jornadas de Liniers sazonadas de aceite bien caliente, el pueblo ansioso que en la plaza bajo la lluvia se angustia por su destino, las victorias de las armas en los campos de América y la incertidumbre de un territorio que no terminaba de fraguarse en una nación. Ella vio, recostada desde el ángulo de la plaza, los sueños desmedidos de los primeros patriotas y también asistió a sus fracasos, cuando a la pirámide se ataron los bravos potros de Ramírez y sus gauchos. Sabía más que todos de marchas y contramarchas, de derrumbes y reconstrucciones. Construir un cuerpo lleva tiempo y, sobre todo, esa aliada insoslayable de la fe que es la perseverancia.

El cuerpo es la memoria, sus fundamentos se hincan en la tierra, en esta americana y también en la de la lejana España. Es ruda, pero de un corazón que se conmueve. Es sólida y es la concreción de un sueño soñado largo tiempo. Podrán criticar su rusticidad, y seguramente parecerá pesada, de una armonía densa, pero nadie puede negar su sinceridad. Sobre ese animal que emerge de la tierra, flota soberana la sutil cúpula de azulejo celeste. En ella se contrasta un sueño trascendente que vuela sobre el cuerpo grávido de sueños.


La cabeza

A pesar de las promesas pronunciadas aquella mañana de 1804 por quien fuera sin saberlo el último obispo bajo dominio español, el cuerpo permanecía sin cabeza. Así desprovisto de faz asistió a la guerra civil que culminó en una tierra desmembrada, como si su falta fuera denuncia de aquellos años de violencia y sin razón. Buenos Aires, ante la imposibilidad de la nación, intentará por algunos años transitar sola su destino. Y en ese contexto fue que se decidió darle a su catedral, nunca tan metropolitana, finalmente un semblante.

Muchas veces la Catedral, en su atribulada historia, había intentado la tarea de darse una fachada, pero los titubeos del cuerpo se transmitieron irremediablemente a la cabeza. No nos quedan imágenes de cómo habrán sido esos intentos de torres, cuyo perfil se hubiera destacado en el cielo por sobre los techos de una ciudad que, desde el río, se mantenía aplastada en el horizonte. De todos modos, las imagino de planta cuadrada y desprovistas de todo resabio de esbeltez. Las señales que el cuerpo acumulaba llamaban a extremar la prudencia.

De haber conocido mejor fortuna, aquellas torres hubieran acompañado con naturalidad al cuerpo colonial. Hubieran sido la continuación lógica de aquel impulso de años, el final esperado de una empresa ya bicentenaria. Sin embargo, pareciera que en estas lejanas orillas causas y efectos no estaban destinados a sucederse sin conflictos. El sueño de torres coloniales que llenaran de campanas las mañanas del domingo sucumbió repetidamente. El cuerpo no produciría una cabeza acorde con su anatomía. Nacía el centauro.

Su proyecto proviene de un conflicto, no fue el resultado de una tranquila armonía, sino de una relación de fuerza. Fue creado durante una contienda singularmente áspera entre dos viejos conocidos, protagonistas de disputas milenarias, la Iglesia y el Estado. Los años que siguieron a la revolución dañaron fuertemente esta relación, por razones políticas e ideológicas, pero fundamentalmente por razones prácticas. La caída del dominio español hizo perder a las autoridades eclesiásticas una referencia que estaba mucho más anclada en España que en Roma. Por otro lado, el papado veía con natural temor la pérdida de monarquías tradicionalmente aliadas a sus intereses, no solo políticos sino también pastorales. La situación de orfandad del clero, que no contaba con seguros puntos de apoyo, dio lugar a situaciones que hicieron necesaria la intervención de la autoridad civil.

El encargado de llevar adelante esta iniciativa fue el poderoso ministro del flamante gobierno de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia. Este, provisto de una inteligencia y voluntad que no tenía igual entre sus pares, puso manos a la obra con singular energía. El resultado fue la muy discutida “Reforma del clero secular y regular”, que comenzaría a aplicarse a partir de enero de 1823, luego de ásperos debates, que involucraron a toda la sociedad. Las consecuencias de dicha reforma fueron amplias y en cierta medida dieron el tono a las siguientes disputas que se dieron para definir los distintos roles que la Iglesia y el Estado tendrían en la naciente sociedad.

El frente de la Catedral es una imagen elocuente de aquellas disputas y es un signo inequívoco de lo que representaron. En su concepción está la voluntad de darle a la sede del poder episcopal un nuevo aspecto. Este de algún modo debería esconder su cuerpo colonial, resabio de la dominación española, con una nueva frente que hiciera honor de las luces francesas, bajo las cuales la revolución se había forjado. Hay quienes ven en él la imposición prepotente del Estado por sobre las autoridades eclesiales, pero todo hecho admite distintas lecturas. El nuevo frente de la Catedral, donado en su totalidad por el Gobierno de la Ciudad, es justo reconocerlo, puede también ser leído como una voluntad de convivencia.

El proyecto, fuertemente inspirado por Rivadavia, fue realizado por el arquitecto francés Próspero Catelin en 1822, cuando arreciaba con su mayor virulencia el conflicto. Formaba parte de una serie de obras emprendidas en la ciudad que tendían a dejar atrás el pasado español para reemplazarlo por el moderno estilo francés, que diera cuenta de un verdadero cambio cultural, que existía en la mente de los gobernantes más que en el cotidiano sentir de la ciudad y sus habitantes. Esta intención abarcaba un verdadero plan integral de reformas, no solo edilicias, que apuntaba a instaurar el imperio de las luces. Entre ellas se destacan la creación de la Universidad de Buenos Aires y las múltiples iniciativas en el plano educativo y de salud.

Esta fuerza renovadora que inspiró, salvo en el extenso paréntesis rosista, el espíritu de la naciente nación hasta bien entrado el siglo XX, vio en la Iglesia un estamento que se oponía a sus metas. De todos modos, esta competencia, muchas veces áspera, nunca llegó a la persecución ni a la hostilidad declarada. La Catedral no fue demolida, su impuesto frontis neoclásico puede ser una señal fuerte, pero de ningún modo impide la manifestación del cuerpo que detrás de sus columnas palpita.

La elección del modelo en la arquitectura clásica tiene una explicación evidente. La cultura clásica siempre fue leída como expresión de una razón que precede a la fe. El luminoso templo griego es de algún modo la tipología edilicia que la fe cristiana vino a reemplazar por un oscurantismo gótico. Se podrá protestar contra la falsedad de esta lectura, pero ciertamente se reconoce su vigencia a través de los años. Ella fue la que inspiró paradójicamente el frente de nuestro templo mayor.

Se discute cuál fue el modelo concreto de la obra, siendo común la creencia de que se trata del templo de la Madeleine de Paris, que también nació repleta de vicisitudes. Este, además de la historia intrincada, comparte con esta nuestra Catedral la connivencia de estilos, entre el interior barroco y el exterior neoclásico, que en el caso de la iglesia francesa envuelve de columnas la construcción barroca en su totalidad. También notorias son las diferencias, más allá del problema de las fechas, ya que la Madeleine es un templo de ocho columnas, con lo cual se ciñe al referente clásico por excelencia: el Partenón.

Al parecer, el pórtico de Buenos Aires podría estar inspirado en el Palais Bourbon, ubicado frente a la Madeleine cerrando el espacio de la Place de la Concorde, del otro lado del Sena. El edificio, hoy sede del Parlamento francés, fue terminado en 1804 y tiene un pórtico de doce columnas como el de nuestra catedral. En ambos casos se puede decir que, desde el punto de vista de las proporciones clásicas, el pórtico resulta de resolución poco feliz y su ancho excesivo resulta difícil de controlar.

Con asombrosa rapidez, se alzaron las columnas que ya estaban en pie en 1823. Sin embargo, permanecieron desnudas sin revocar y sin recibir los capiteles por el lapso de los siguientes treinta años. Con el advenimiento de la definitiva integración de la ciudad al armado nacional, se coronaron de hojas de acanto las columnas y se realizaron los bajo relieves del frontispicio. La alegoría de la reconciliación de José con sus hermanos resultó evidente en aquel momento, luego de la extraña victoria de Pavón. Su mensaje de perdón, tantas veces evocado a lo largo de nuestra historia, continúa vigente también hoy en nuestros días.

El resultado final, que concluyó con cuarenta años de retraso el sueño de Rivadavia, se encuentra en desventaja con respecto a su modelo francés. El orden corintio, el más distinguido de los órdenes griegos, padece aquí una notoria falta de esbeltez, con la que colaboran los fustes lisos de las columnas revocadas. Tampoco ayuda la poca altura de la escalinata, que impide que la proporción achatada se vea al menos realzada. Todo esto sumado a la imposibilidad práctica de hacer convivir ambos estilos, el colonial y el neoclásico, con gracia.

La cabeza racional estaba definitivamente terminada justo cuando la patria otra vez renacía, al parecer con una definitiva vocación de constituirse en estado. Ella, que fue la primera en sucumbir a los encantos del estilo francés, verá en breve como este se impregna a su alrededor. El vecino Cabildo, compañero de tantas luchas, sufrirá la cruel mutilación de sus pórticos para dar lugar a una engreída avenida. Nada quedaría del adusto Fuerte, reemplazado por la unión de dos edificios anónimos que, sin motivo aparente, un día cualquiera se teñirían de rosa. Años después, de soslayo el pórtico verá encaminarse amenazante una diagonal y a lo lejos surgir como una espada el geométrico perfil de un obelisco.


El alma

La naturaleza del centauro pone en crisis la idea de perfección. La armonía se hace difícil en los híbridos. De todos modos, la ausencia de perfección no es siempre ausencia de belleza. Sobre todo si a lo material le asiste un alma. El cuerpo y la cabeza de nuestra Catedral son una realidad, el producto de una historia propia que es reflejo de otra que la incluye. Su ser material es acto, metáfora de lo que somos, y su alma es posibilidad de lo que esperamos algún día ser.

Muchas veces asaltado por una sed iconoclasta me embiste el deseo de acabar con la cabeza. Someter su francesa soberbia al duro rigor de la picota. Inventar una fachada barroca de torres que armonizaran con el cuerpo y que latieran al unísono con la azulada cúpula. Qué importa que no fueran extraídas sus formas de algún plano amarillento por el tiempo. Acaso sea posible inventar el pasado, imaginarlo congruente. Pero después me resigno y me calmo. Me doy cuenta de que es un error, como lo es toda mentira. Lo bueno será aprender el mensaje que el edificio desde el costado de la plaza calladamente nos dice desde hace casi cuatro siglos.

Él nos llama primero a ser perseverantes en la fe, como lo fueron aquellos que construyeron con tesón su cuerpo de ladrillos. Y también nos convoca a usar de nuestra inteligencia para encontrar los equilibrios que enuncia su pórtico de clásicas columnas. Es necesario partir de nuestro complejo ser, asumir las contradicciones y emprender con la dialéctica ardua de comprender nuestro destino, que nace de una identidad doble. Reconocer nuestro pesado cuerpo colonial del que indefectiblemente provenimos y volar con nuestra mente impulsados por la utopía de la razón hacia ese país que otros soñaron. El cuerpo y la cabeza tienen un alma cuya construcción siempre inacabada reclama nuestros esfuerzos. Como la Catedral, la Argentina, se compone de cuerpo, de cabeza y de alma. Hacerla, hace doscientos años como ahora, impone reunir los tres elementos, sin excluir ninguno, en una síntesis difícil y seguramente imperfecta, pero siempre posible.

Quizás debamos empezar por abrazar nuestro destino de centauros.


(en La Argentina: doscientos años, revista "Communio", año 17, nº 3, primavera de 2010)

domingo, 20 de febrero de 2011

500 días

Con el tiempo he llegado a algunas conclusiones sólidas. El mejor día para comer afuera es el viernes a la noche. Y el sábado a la mañana lo es para ver películas en TV, que a su vez, es la mejor manera de ver películas. Al cine en el cine lo abandoné hace ya un par de años, y los DVD nunca producen el regocijo que produce la TV. Por algo está comprobado que el DVD produce un sueño irreversible. Mi mujer lo sabe como nadie.

Sin duda, la dicha del cine en TV está ligada a la que produce todo acontecimiento cuando no es programado, que es cuando es verdaderamente tal. El saber que lo que vemos es el fruto de una improbable coincidencia surgida de un frenético zapping produce la vitalidad de lo sorpresivo. Las películas en televisión no se ven, sino que se “pescan” y esta es una actividad ancestral que cuando alcanza su propósito no puede ocultar el júbilo. Toda pesca, en cuanto eventual, es milagrosa.

Sobre la preferencia matinal del sábado el motivo tiene su raíz en el desconcierto que seguramente produce este horario en los programadores. Supongo que debe haber un acuerdo tácito, producto de algún prolijo estudio de mercado, que sanciona que el viernes a la noche uno quiere ver películas de terror. Yo nunca quiero verlas. En cambio, el público del sábado a las nueve de la mañana es aparentemente muy difícil de determinar y así el programador se independiza del yugo del encuestador. La libertad es siempre una ganancia.


Este fue el caso de este sábado en que vi la exquisita 500 días con ella, cuyo título original 500 days of Summer es más efectivo pero resulta intraducible, ya que nadie se llama Verano. La historia en tono de comedia plantea un tema profundo: el de la libertad frente al destino. La romántica creencia de Tom, en cuanto a que el amor es fruto ineludible de un destino, choca con la visión pragmática de Summer, reacia al compromiso, incluso al mínimo que impone el nominalismo. La relación que entablan nunca puede superar este inicial escollo, que ni el cariño ni la voluntad pueden disolver. El desarrollo, en definitiva, consiste en un viaje que es el de un enroque perfecto, en el cual cada uno convencerá al otro de su posición inicial, pero sin que esto implique al otro en el futuro.

Muchas veces abandonamos nuestras creencias cuando la realidad no coincide con el efecto que esperamos que las primeras iban a producir sobre la segunda. La voluntad que ponemos en creer nos hace olvidar que el andar del mundo muchas veces se encarga de negar lo que creemos. El no soportar el abismo entre lo ideal creído y lo real realizado es lo que nos empuja al abandono. Sin embargo, allí donde fracasan los ideales es misteriosamente donde estos se revelan más verdaderos. Tom, Summer y nosotros debemos aprender que destino y libertad son realidades complejas, a veces complementarias, pero nunca excluyentes. De ambas se teje misteriosamente la existencia.

Decir cosas profundas con liviandad es un mérito de difícil alcance. El relato apela a todos los recursos posibles e imaginables que el cine como mecanismo lingüístico pone a su alcance. Quizás esto a algunos pueda molestar, pero esta verborragia de recursos es una sobreabundancia que se asimila en cuanto no es tomada nunca en serio. Puede también que otros no puedan soportar la aparente liviandad de una comedia romántica. A esos se les aplica la sentencia de Zarathustra: “Ninguno de vosotros ha aprendido a bailar como se debe bailar… a bailar por encima de vuestras cabezas”.

Bailar sobre las cosas graves es posible sobre todo un sábado a la mañana, cuando el lunes está aún demasiado lejos.

domingo, 13 de febrero de 2011

VENECIA EN TRES DÍAS

0. INTRODUCCIÓN BREVE

Lo primero que me parece destacar en Venecia es su geografía, su esencia, preponderantemente hecha del agua en que incierta se apoya, constituye su nota principal. Esto define su génesis lenta, que tiene una estricta dinámica aluvional, desde cuando en los albores de la Edad Media (siglo VIII) comienza lentamente a afirmarse en la laguna. Un proceso que no se refiere solamente a lo estrictamente material, si no que desde esa realidad configura una verdadera idiosincrasia. Esta se manifiesta en la arquitectura, que adquiere siempre un perfil propio y un estilo que difícilmente coincide con los canónicos. Una diversidad y una cierta forma de extrañeza que en ningún momento, sin embargo, llega a perder la unidad y el carácter.

Otro aspecto, de una importancia no menor al antes señalado, es el que determina su economía en el comercio de ultramar, convirtiéndola en puerta de ingreso del Oriente hacia Europa. Una apertura que no se limita a lo comercial, sino que es sobre todo cultural. El Oriente se filtra sutil en todas sus manifestaciones, pero siempre en una relación dialéctica con Occidente. No hay aquí imitación, sino una compleja elaboración de esa lejana realidad, que se traduce en verdadero enriquecimiento. Riqueza cultural, pero también material, es el fruto de este intercambio. Venecia es también la opulencia notable que aún se observa detrás de sus fachadas hoy algo derruidas por el persistente moho.

Un tercer elemento, también conectado con los anteriores, es el que se refiere a su particular constitución política. La Serenísima es ante todo una república, de características plutocráticas, pero república al fin. Un sistema que mantiene empecinada a lo largo de su historia y que de algún modo la mantiene por grandes períodos al margen de los vaivenes dramáticos de la Italia del medioevo. El agua no aísla, pero interpone con la tierra firme una distancia prudente que preserva.


Por último, Venecia es cuna de artistas grandiosos, a quienes ha impreso con maternal celo su impronta. Todos ellos han desarrollado su estilo propio, pero al mismo tiempo todos han sido venecianos. Una influencia que se deja ver en una cierta incorrección, producto, quien sabe, de la mirada que no está bien afirmada, sino que es precaria como el agua que la sostiene y la refleja temblorosa.

El que visita esta ciudad tiene asegurada la maravilla, y quizás este sea uno de los principales peligros que lo asalten. Quedar cegado por su brillo. Tampoco es muy aconsejable ceñirse demasiado a una guía. Esta, por su propia naturaleza, señala los puntos más altos y aquí lo más interesante está precisamente en el resto. Perderse es en Venecia siempre una ventaja. Por lo tanto, queda librado a la intuición del visitante el destino de su viaje, del que esta guía pretende ser solamente un apoyo ocasional y espero útil. Aconsejo también tener un buen mapa, ya que prescindo de las indicaciones de recorridos por tratarse de una tarea imposible.

Un dato importante y además útil en cuanto a la disposición de la ciudad es su división en barrios, que guardan cada uno un determinado carácter que va mas allá de una simple partición administrativa. Son en total seis, número del que deriva su nombre, sestiere, con el que se los conoce. Bajando desde la estación hacia San Marcos hay tres de cada lado del Canal. De la mano izquierda se encuentran por orden de aparición Canareggio, San Marcos, al que también pertenece la isla de San Giorgio, y Castello con la isla de San Michele, antiguo cementerio de la ciudad. En la margen izquierda están Santa Croce, San Polo y Dorsoduro que comprende este último la isla de la Giudecca que se extiende más allá del canal del mismo nombre. Cada uno de estos barrios tiene su propio sabor, sus iglesias y sus “Scuole”, además de sus propios espacios públicos a escala barrial. Conocerlos e identificarlos es también una buena manera de entrar en contacto con la ciudad.






1. PRIMER DÍA: Piazza San Marcos

• Gran Canal

Dónde: Se llega a Venecia generalmente en tren y se toma desde la estación el vaporetto que, recorriendo el Gran Canal, termina en la Piazza San Marcos.

Autor: Sobre ambas márgenes del Canal, se suceden las fachadas de importantes edificios, que en general van desde el siglo XIV al XVIII, construidos por los arquitectos más importantes de la ciudad.

Qué ver: Se hace difícil señalar elementos específicos, ya que la visión de conjunto es lo que predomina. De todos modos, intentaremos citar algunos edificios destacados. Sobre la margen derecha del Canal (lado de San Polo), Palazzo Belloni Battaglia, de Baldassare Longhena (1600); Cá Pesaro, también de Longhena (1628); ya llegando al Rialto, la extensa fachada de las Fabriche nuove de J. Sansovino (1554) y, por último, también la Cá Rezzonico del Longhena. Sobre la margen opuesta (lado de San Marco) tenemos la tardogótica Cá D’Oro (1422); Palazzo Grimani del Sanmichele (1556), Palazzo Corner del Sansovino (1553). Finalmente se llega al final del Canal con la Piazza San Marco, mientras que la margen de enfrente culmina con el perfil de la cúpula de la iglesia de La Salute y el edificio de la Dogana.

Nota: Sobre el Canal se despliega de alguna manera un resumen de la mejor arquitectura de la ciudad. En esas fachadas se puede leer con claridad la singular interpretación que ha hecho Venecia de los distintos estilos a lo largo de los siglos. En primer lugar, el estilo gótico, llamado “veneciano” que se reconoce en los edificios del siglo XV, en donde lo gótico tarda en ceder frente al Renacimiento y permanece aún preñado de influencia oriental. En segundo lugar está la madura interpretación del Renacimiento que se da de la mano de las grandes figuras de la arquitectura de la ciudad: Sansovino, Sanmichele, Palladio, Scamozzi. Por último, el Barroco que conserva la lección clásica del Palladio, y que tiene en Baldassare Longhena su más inspirado intérprete.


• Piazza San Marco

Dónde: Es el centro neurálgico de la ciudad y se compone de tres partes unidas pero bien diferenciadas. En primer lugar, la Plaza San Marcos propiamente dicha, de forma trapezoidal, que se extiende por unos 180 metros frente a la Basílica. Este espacio se comunica lateralmente con la Piazzeta que, con forma rectangular, se abre sobre la laguna, extendiendo virtualmente el espacio hacia el mar. Entre ambos y a modo de bisagra, el Campanile. Por último, la pequeña Piazzetta dei Leoni, sobre el costado derecho de la Basílica.

Autor: El trazado de la plaza original corresponde a la actual Plaza San Marcos, pero con la diferencia que la primera estaba interrumpida en la mitad por un canal que se enterró recién en la mitad del siglo XII. Posteriormente se crea el espacio de la Piazzeta, que hasta ese momento era una dársena entrante de la laguna. La forma final de la plaza se obtendrá recién con la discutida intervención napoleónica.

Qué ver: El espacio de la plaza está delimitado por edificios en donde se destacan la Basílica, el Palazzo Ducale y la Libreria Marciana, de los que nos ocuparemos por separado.

Teniendo a espaldas la Basílica, a la derecha de la misma aparecen las Procuratie Vecchie, iniciadas en 1514 y llevadas a término con la intervención del Sansovino en 1538. Poco antes de esto, en 1496, y del mismo lado, se levantó la Torre dell’Orologio. Ella servía de referencia a los barcos de la laguna y al mismo tiempo era el ingreso del camino que conducía las mercaderías desde el puerto hacia el Rialto, centro comercial de la ciudad. Es decir, la torre era la conexión simbólica entre poder económico y poder cívico-religioso. También debajo de los pórticos se encuentra el local de Olivetti, realizada por el gran arquitecto veneciano Carlo Scarpa, en 1957.

Enfrente a ambas construcciones, en el lado sur de la plaza, se encuentran las llamadas Procuratie Nuove. Se comenzaron en estilo del Renacimiento maduro por Vincenzo Scamozzi y, luego de la muerte de este (1616), las llevó a término Baldassare Longhena. En la planta baja del edificio está el mítico Caffé Florian, centro de reunión de intelectuales y viajeros ilustres que allí se reunían entre fines del siglo XIX y principios del XX.

Del mismo lado de las Procuratie Nuove aparece la mole de ladrillos del Campanile, que por su altura y posición aislada (operada con la demolición de edificios adyacentes) transmite su presencia a todo el conjunto, del que sirve como referencia a distancia. Se originó como torre de vigía en el siglo IX, reconstruido en el XII, destruido por un rayo en 1489, nuevamente se rehízo en 1511. Cayó definitivamente en 1902 para ser finalmente construido con nuevas técnicas e idéntico aspecto al original (“dove era e come era”). Al Campanile se adosa en 1537, sin demasiada gracia, la clásica Loggetta del Sansovino, completada en el ‘700 con la terraza que la precede.

Nota: La plaza San Marcos surge producto de una lenta evolución urbanística que abarca muchos siglos, en un largo proceso durante el cual se suceden las intervenciones. Los edificios que componen sus límites sufren demoliciones y reconstrucciones, pero, sin embargo, pese a su variedad, la plaza mantiene un carácter sorprendentemente homogéneo y sólido. Resulta muy interesante, por ejemplo, la comparación entre ambos edificios de las Procuratie, ya que en ellos se puede observar la evolución de estilos que se da en el siglo que duró su desarrollo, que van desde un primer Renacimiento hasta casi el Barroco.

Al mismo tiempo se destaca la última intervención, debida aparentemente a un capricho de Josefina Beauharnais mujer de Napoleón. Realizada con un estilo austero, que imitan las Procuratie Nuove, para completar y cerrar el espacio por el oeste, dándole una configuración definitiva. Se lamenta, sin embargo, que para realizarlo se procedió a la demolición de la iglesia de San Geminiano, obra del Sansovino.

Entre la Piazzetta y el Molo (rambla sobre la laguna) se alzan dos columnas monolíticas de procedencia oriental, que culminan una con el león de San Marcos, símbolo de la ciudad, y la otra con la estatua de San Teodoro, su antiguo patrono. Este fue reemplazado por el Evangelista a partir del siglo IX, cuando dos mercaderes venecianos robaron su cuerpo de Alejandría y lo donaron a la ciudad que lo consagró como nuevo patrono.



• Iglesia de San Marcos

Dónde: Ocupa el lado este de la plaza, a continuación del Palazzo Ducale.

Autor: La Basílica fue, hasta 1807, capella dogale, es decir directamente dependiente de la autoridad civil, que fue quien decidió las múltiples intervenciones que le fueron realizadas. Al igual que la plaza, el edificio es el producto de una sumatoria de trabajos, que se agregaron a la estructura primitiva sin que exista un estricto plan. Fue consagrada en el 832 y tuvo al inicio una configuración incierta. Se rehizo en el siglo XI, respetando el trazado original y ya en esta versión se trata de una iglesia a cruz latina con una importante cúpula central, siguiendo el modelo de la de los Santos Apóstoles de Constantinopla. Todo este proceso se acompaña con un permanente trabajo de enriquecimiento en el interior, que se podría decir culmina recién en el siglo XVII cuando la Basílica adquiere su forma definitiva.

Qué ver: Es difícil describir una tan enorme profusión de objetos de altísima calidad artística sobrepuestos sin un orden estricto. Domina la fachada, dividida en dos pisos separados por una terraza, un fuerte gusto por lo excesivo, en donde resuena claramente la lengua del Oriente. Como ejemplo basta citar la decoración de los pilones que dividen verticalmente el orden inferior de la fachada, tapizados de una sucesión de innumerables columnas de distintos mármoles y capiteles extravagantes. De todas formas, el efecto no deja de tener una cohesión que se mantiene, no sin esfuerzo, por sobre una variedad de estilos, en donde prevalece una atmósfera bizantina. La fachada de San Marcos contiene una muestra exacerbada de todo lo que la ciudad propone y es en este sentido una buena clave para intentar comprenderla.

Nota: El interior, en cambio, muestra un espacio grandioso, en este caso decididamente bizantino, tanto por la concepción centralizada como por el tratamiento de sus muros. La iglesia bizantina parte en general de la cúpula, como elemento autónomo a partir del cual se procede a la agregación de otras unidades similares. Al mismo tiempo es intención del estilo la desmaterialización de sus muros como límites reales, que pierden su espesor y su peso para transformarse en una delgada lámina dorada. El espacio, así, adquiere un aspecto celestial, en donde se relata a través del mosaico la historia de la Iglesia. Hay mosaicos de distintas épocas y de valor dispar, entre los cuales se destacan los más antiguos, que pertenecen al siglo XII (especial atención a las escenas de la Pasión en el arco que precede a la cúpula central). De todos modos, es el aspecto del conjunto, más que sus detalles, lo que debería acaparar nuestra atención. La misma recomendación vale para las capillas laterales, entre la que se destaca por su riqueza tanto material como espiritual la Cappella Nicopeia, ubicada en el transepto a la izquierda del altar mayor. En ella se encuentra la imagen de la Virgen de origen bizantino, del siglo XII, que marchaba a la cabeza de las armas imperiales de Constantinopla. Fue traída a Venecia luego de la cuarta cruzada, en 1204.

• Palazzo Ducale

Dónde: Mirando de frente a la Basílica, el Palacio se encuentra a la derecha de esta, con dos de sus fachadas idénticas que se vuelcan sobre la Piazzeta y el Molo.

Autor: Al igual que en los casos anteriores, la forma final se debe a sucesivas y constantes intervenciones que se inician con la creación, en el siglo IX, de una especie de fortaleza sobre la laguna. Luego de varios incendios y destrucciones parciales, comienza a adquirir su forma definitiva con la construcción de la fachada sobre el Molo, iniciada en el siglo XIV y más tarde, en el siglo siguiente, se continuará con la parte que da sobre la Piazzeta. El siglo XVI comienza con la construcción del ala ubicada en el lado opuesto al que da sobre la Piazzeta. Por último, ya en el siglo XVII, se concluye el cierre del edificio sobre el lado que queda frente a la Basílica.

Qué ver: Lo más característico de este complejo son sus fachadas principales, en un particular estilo gótico con aire oriental, típico de la ciudad. Sorprende el ritmo cerrado del pórtico de arcos ligeramente apuntados, que duplica su intensidad en la loggia ubicada en el plano inmediatamente superior. Sobre esta se extiende el calmo paramento en piedra rosa, que está perforado por las enormes ventanas que se abren desde los vastísimos salones desde donde se gobernaba la República. En cada fachada está realzada la ventana central, con una decoración en piedra que queda suspendida sin llegar a influir en nada en los inferiores órdenes de la loggia y el pórtico. Ingresando en el patio, se observa el severo reverso de ambas fachadas anteriormente descriptas. Frente al ala que da sobre la Piazzetta, se encuentra la intervención realizada durante el Renacimiento, de aspecto imponente, aunque en un estilo cargado, que evidencia alguna ausencia de síntesis. El edificio que cierra el patio, sobre el lado de San Marcos, conocido como Facciata dell’Orologgio, mezcla elementos góticos con otros clásicos, y estatuas de edad romana, lo cual produce un efecto de cierta extrañeza y un aire premonitoriamente barroco. Entre ambos edificios apenas nombrados aparece un pequeño espacio que oficia de fuelle, conocido como Cortile dei Senatori, en donde aparece la generosa Scala dei Giganti, llamada así por las imponentes figuras que dominan su llegada al primer piso. Estas son obra de Jacopo Sansovino, que las realizó en el 1554 y representan la gloria de Venecia en mar (Neptuno) y en tierra (Marte).

Nota: Nuevamente aparece la dificultad de intentar una síntesis ante un complejo tan vasto de habitaciones, todas ricamente decoradas y de impecable concepción arquitectónica. Para su realización intervinieron los mayores artistas de la ciudad entre el 1400 y el 1600. En ellas se realizaban todas las tareas concernientes al gobierno de la Serenísima. Las hay pequeñas y privadas, como los apartamentos de los “Dogi”; otras medianas, donde comisiones ejecutivas tomaban las decisiones de gobierno, y también están los inmensos salones, donde deliberaban todos los representantes de la ciudad.

Todas las salas se encuentran cubiertas de pinturas de gran calidad, en su mayoría realizadas en la segunda mitad del 1500, correspondiente al período manierista. Se señala en modo particular la tarea de dos pintores que rivalizaban en calidad y destreza, como son los contemporáneos Jacopo Tintoretto y Paolo Veronese, ambos herederos del Tiziano, el creador del llamado “stile veneziano”. El Veronese representa la tendencia mas clásica de la escuela, famoso por las precisas arquitecturas de sus telas de colores suaves, contrasta con la vertiente más romántica y de tonos más vivos que encarna el Tintoretto, cuya obra se acerca al Barroco. Los dos prefieren para expresarse las composiciones de grandes dimensiones, muchas de las cuales se encuentran en estos salones.

La visita al Palacio se puede continuar con la de las Prigione Vecchie, donde se cumplían las penas de los tribunales de la República, a las que se accede atravesando el célebre Puente de los Suspiros.



• Librería Sansoviniana

Dónde: Ubicada frente el Palazzo Ducale, del otro lado de la Piazzetta.

Autor: Jacopo Sansovino (1537).

Qué ver: La fachada del edificio es uno de los mejores ejemplos del Renacimiento maduro. Construida en dos pisos, la obra manifiesta el acabado dominio por parte del autor de todos los aspectos del lenguaje clásico. El edificio va creciendo en intensidad a medida que sube, siguiendo el canon clásico. La planta baja despliega un severo orden dórico, escoltado de pilastras rectas donde apoyan los arcos de medio punto. El primer piso presenta un ligero jónico, que encierra arcos de ancho menor que apoyan en columnas exentas del mismo orden, pero en este caso acanaladas. El final contiene un rico friso decorado que remata en una balaustrada con estatuas que señalan el ritmo de las columnas inferiores. Se resalta la perfecta resolución de los ángulos reforzados de pilastras y señalado con la sorprendente presencia de obeliscos. La decoración, si bien es cargada, rehúye el exceso, y se incorpora de un modo ordenado que nunca desborda el planteo general.

Nota: Venecia, gracias a esta obra realizada por un florentino, tal era la patria del Sansovino, tuvo un seguro referente clásico, fuente de inspiración para la obra del mayor arquitecto véneto de todos los tiempos, Andrea Palladio. La biblioteca fue el reconocido modelo a partir del cual el genial artista de Vicenza desplegará luego toda la riqueza de su propuesta. La muerte de Sansovino en 1570 hizo que el final de la obra quedara en manos de otro buen exponente de la arquitectura de la ciudad, Vincenzo Scamozzi, que llevó a término el ala sobre el Molo a partir de 1583. A continuación de esta, se encuentra, del mismo Sansovino, el Palazzo della Zecca, resuelto en tres pisos con un lenguaje de pesadas buñas. El edificio muestra una evolución que abandona el puro estilo clásico de la vecina Biblioteca, en pos de un forma manierista. También esta manifiesta solidez se debe a una búsqueda simbólica que corresponda con la función del edificio, donde se acuñaba la moneda de la República. Una especial mención merece el primer piso con sus ventanas de fuerte arquitrabe recto, enérgicamente calzadas entre las columnas. A la izquierda de la Zecca se encuentra el Giardinetto Reale, realizado en período napoleónico, cuando se decidió la demolición de los inmensos silos de ladrillo, llamados Granai di Terranova.


• Fondazione Querini Stampalia

Dónde: Saliendo de la plaza San Marcos, por la izquierda de la Basílica nos dirigimos hacia el Campo de Santa María Formosa. Allí se encuentra el edificio de la Fundación.

Autor: Sede de esta antigua familia veneciana, la fundación se desarrolla en un grupo de edificios que fueron fuertemente remodelados en el 1500 y sucesivamente a lo largo de los siglos. Finalmente, en 1950 se encargó la remodelación a Carlo Scarpa para albergar las nuevas necesidades de la fundación, cada vez más volcada a nuevas manifestaciones culturales.

Qué ver: Merece una visita la planta baja donde se concentra la intervención. Especial atención debería ponerse en los detalles, en donde Scarpa fue maestro absoluto, cultor de un modo particular de ejercer la profesión como un artesanado. En el jardín hace gala de una verdadera variedad de soluciones formales típicas del maestro, lo mismo que en el delicado puente de hierro y madera sobre el canal que precede el ingreso.

Nota: Dejado el palacio de la fundación conviene asomarse en el vasto espacio del vecino campo de Santa María Formosa, en donde domina la iglesia del mismo nombre. Realizada en lenguaje del Renacimiento a inicios del 1500, se completa con un alto campanile de formas cercanas al Barroco.


• Bartolomeo Colleoni

Dónde: Continuando en la dirección que veníamos, nos dirigimos al campo San Giovanni e Paolo, uno de los más importantes de la ciudad, propiedad de la orden de los dominicos. Está enmarcado por la presencia de la iglesia y por el extraño edificio de la Scuola Grande di San Marco.

Autor: El Verrochio fue llamado a Venecia para realizar la estatua en 1479. Contradiciendo la voluntad del Colleoni, que legó en su testamento parte de su fortuna a la República, a cambio de que se le alzara un monumento a su memoria en la Plaza de San Marcos. La República, con astucia, cambió la ubicación aduciendo que el documento bien podría referirse a la homónima Scuola Grande. El autor llegó a Venecia para asistir a la fundición, pero murió antes de ver terminada su obra.

Qué ver: La estatua del condottiere Bartolomeo Colleoni es una de las obras maestras de la escultura ecuestre de todos los tiempos. En ella se representa la figura de este fantástico hombre de armas, pero también sagaz político, quien en distintas oportunidades, a partir de 1431, defendiera las armas de la República.

Nota: Se la compara por la calidad de su factura con el contemporáneo Gattamelata de Donatello en Padova, y ambas son vertientes del modelo por excelencia de esta tipología, el Marco Aurelio del Campidoglio de Roma. La propuesta del Verrocchio se distingue como superadora del tranquilo Gattamelata, que pertenece al Renacimiento en su primera etapa. Aquí ya nos encontramos con una madurez que imprime más energía y dinamismo al conjunto. Todo apunta a poner de manifiesto el vigor y la fiereza del personaje. Este se alza con vehemencia en los estribos empuñando su bastón con una mirada recia que impone respeto. Se destaca también el movimiento del caballo, con la cabeza ligeramente girada en contrapeso con la figura del jinete. Esta obra también remite a otro eximio modelo de escultura ecuestre, del que gozamos en Buenos Aires: el Alvear de Bourdelle.


• San Giovanni e Paolo

Dónde: La presencia de la inmensa masa de ladrillos de la iglesia es preponderante en el espacio de la plaza, donde se asoma su fachada principal y todo el lateral derecho. Se trata de un edificio de formas simples, donde predomina la presencia del muro liso de ladrillo visto, en donde se incrustan algunos pocos detalles en piedra. A su izquierda, la citada Scuola Grande de San Marco completa el conjunto, con una imagen que contrasta con la simpleza del anterior. En su fachada intervinieron distintos artistas, que compusieron un prodigio más de orfebrería que de arquitectura. Una gran riqueza de detalles que conforman un conjunto que si bien no tiene una fuerte unidad, no pierde la armonía. El límite de la plaza se forma por el Rio dei Mendicanti y mas allá de este se extiende el sestiere di Cannaregio.

Autor: La construcción de la basílica se prolongó durante todo el 1300 y la basílica fue consagrada recién hacia el 1430, aunque sin contar aún con el ábside. La orden de los dominicos fue la encargada de definir la estructura general, a la que se fueron adosando distintos elementos. El portal de ingreso, que muestra claramente una transición difícil entre el gótico y el renacimiento, es de Bartolomeo Bon, y fue realizado en 1460.

Qué ver: La iglesia tiene una gran importancia histórica, y fue el lugar elegido como última morada por grandes personajes de la ciudad (más de 20 dogi fueron enterrados aquí), que la adornaron con una importante cantidad de obras de arte. El estilo, sin embargo, es una singular elaboración del gótico, del que toma en cierto sentido sus formas, pero que carece de su espíritu. El interior produce impacto por la dimensión grandiosa del espacio, pero carece de carácter. El natural impulso ascensional del gótico encuentra un fuerte competidor en las extrañas vigas de madera que van “cociendo” la estructura a nivel de los capiteles de las columnas. La presencia de la cúpula de fines del ‘400 tampoco ayuda a la pureza de estilo. Solo en el ábside principal se encuentra un acercamiento a la luminosidad y a la liviandad propia del gótico, en su particular versión veneciana.

Nota: Entre la gran cantidad de obras que contiene en su interior, destacamos en primer lugar, al inicio de la nave derecha, el políptico di San Vincenzo, de Giovanni Bellini (1465). Más adelante, sobre el mismo lado y luego de superar la barroca Capella dell’ Addolorata, se encuentra la pequeña Cappella della Madonna Della Pace, que contiene una venerada imagen de origen bizantino del siglo XIII. En la pared del fondo del transepto derecho, encontramos de Lorenzo Lotto la célebre pintura que representa la limosna de santo Domingo, del 1542. Al llegar a mitad del recorrido nos encontramos, aislado en el presbiterio, el altar mayor, obra de Baldassare Longhena, iniciado en 1619. Por último, se recomienda la visita de la Capella del Rosario, sobre el extremo del transepto izquierdo, muy venerada ya que el día de esa advocación coincide con la fecha de la batalla de Lepanto, que concluyó con el triunfo de las armas cristianas, que contaban con una fundamental presencia de Venecia. Fue reconstruida después de un incendio ocurrido en el siglo XIX y cuenta hoy con tres obras de Paolo Veronese, ubicadas en el cielorraso, dedicados a la Anunciación, la Asunción y la Adoración de los pastores.


• San Francesco della Vigna

Dónde: La iglesia surge en una zona que pertenecía a la orden de San Francisco que se articula a partir de dos vastos espacios, el Campo della Confraternitá sobre el lateral de la iglesia y el Campo di San Francesco della Vigna que descubre su fachada. El conjunto se compone, además, de una serie de edificios pertenecientes a la orden. Se ingresa al complejo por un puente que cruza el Rio San Francesco.

Autor: Toda la zona recibió importantes intervenciones urbanísticas durante todo el 1500. La construcción de la iglesia, realizada sobre una original gótica, convocó a los dos más grandes arquitectos de la ciudad: Jacopo Sansovino, que se ocupó del proyecto general en 1525, y Andrea Palladio, al que se le encomendó la fachada en 1570.

Qué ver: Fundamentalmente la fachada que continúa el experimento de Palladio, iniciado en San Giorgio Maggiore (1565) para resolver el problema de conjugar el corte basilical con el lenguaje clásico. En este caso la menor altura y también la ausencia de una perspectiva más amplia hacen que las soluciones adoptadas no tengan la complejidad formal de San Giorgio. Aquí los distintos órdenes que componen la fachada parten de un basamento unificado y son en todos los casos compuestos por semicolumnas. El frontispicio inferior se interrumpe en el orden gigante, con lo cual ambos sistemas quedan más separados evitando una convivencia siempre problemática. Sin tener la riqueza formal de su predecesora, la fachada consigue imponer su estilo y mantener el sello de la arquitectura palladiana.

Nota: El interior de la iglesia está compuesto en un gusto despojado muy propio de la arquitectura toscana que recuerda al Brunelleschi, de acuerdo con los orígenes del Sansovino y también con el sentir de los franciscanos. Destaca en él la capella Giustiniani, en el transepto a la izquierda del altar, que diseñara el mismo Sansovino para albergar las preexistentes esculturas de Pietro Lombardo realizadas al inicio del 1500. También registran interés los apacibles claustros del convento de los Observantes Menores, en el edificio que se encuentra a la izquierda de la iglesia, realizado durante el promediar del ‘400.


• San Giorgio degli Schiavoni

Dónde: Seguimos en dirección este y ayudados por un mapa se busca la Fondamenta dei Furlani y sobre esta pequeña plaza, apenas atravesado el canal, aparece la iglesia sobre la izquierda.

Autor: La iglesia y posterior Scuola fue fundada por la confraternidad de los Dálmatas, también llamados Schiavoni. La iglesia tiene una fachada bastante plana en un estilo incierto próximo al renacimiento. En su interior se encuentran las famosas pinturas de Vittore Carpaccio, realizadas a lo largo del primer decenio del 1500.

Qué ver: La obra de Carpaccio comprenden tres temas dedicados a los tres patronos de la comunidad de Dalmacia que la encargó. El primero y más famoso se refiere a San Jorge y comprende tres pinturas donde sobresale el estremecedor “San Jorge y el Dragón”, junto a “El triunfo de San Jorge” y “El bautismo de los Selenitas”. En el segundo grupo, que se ocupa de San Jerónimo, se compone también de tres telas. En él sobresale “San Agustín en su estudio” (mientras recibe la premonición de la muerte de San Jeónimo), acompañado de “San Jerónimo y el león” y “Funerales de San Jerónimo”. Por último, una sola obra recuerda “El milagro de San Trifone” que a la edad de doce años expulsa los demonios de la hija del emperador Gordiano III (238-244).

Nota: Vittore Carpaccio fue uno de los grandes pintores del Renacimiento, en la edad en que este movimiento no había encontrado la total madurez. En él se destaca una cierta inocencia que aparece mezclada con una técnica realística que se vuelca sobre todo en detalles sorprendentes, que lo acercan a los pintores flamencos con van Eyck. Las composiciones, verdaderas narraciones pictóricas a la manera de los primitivos, son dramáticas y al mismo tiempo guardan un sutil contacto con la fantasía. Para observar con atención, el cuadro que narra el violento encuentro de San Jorge con el Dragón, retratado en el mismo momento del furioso impacto. En la misma tela se contraponen la presencia de los restos de las presas devorados por la bestia, con el fondo de una ciudad y un paisaje de ensueño. También para detenerse, el Estudio de San Agustín, repleto de detalles propios de la época del pintor. Allí la figura del santo, absorto en un costado de la tela, se completa misteriosamente con la imagen del pequeño perro, único testigo de la escena, que parece en grado de comprender la gravedad del momento.


• L’Arsenale

Dónde: Se retoma la dirección hacia el este hasta llegar a la pequeña iglesia de San Martino, fundada en el siglo VII, fue reconstruida según el diseño de Jacopo Sansovino. Muy cerca de allí se encuentra el ingreso al Arsenal.

Autor: El Arsenal es un complejo de edificios que se fue ampliando a lo largo de los siglos y de acuerdo con las necesidades de la industria naval. Un núcleo original aparentemente pertenece a los inicios del siglo XIII (Arsenale Vecchio); en el siglo siguiente se produce una gran ampliación hacia el este con la apertura de una nueva dársena (Arsenale Nuovo) y más tarde, en el siglo XV, se formó hacia el norte una nueva dársena unida a la anterior (Arsenale Nuovissimo)

Qué ver: Significativo es el doble ingreso a la inmensa estructura. Por un lado, a la izquierda, tenemos el llamado ingreso de tierra, que se presenta como una de las primeras obras del renacimiento en la ciudad. Fue realizado en 1460, pero sucesivamente fue ampliado. Se le fueron sumando decoraciones celebrativas, entre las que sobresale, en el ático, el León marciano, atribuido a Bartolomeo Bon. A la derecha de este ingreso, se encuentra el de agua, con las características torres de ladrillo con ángulos en piedra, realizadas en 1686, que reemplazaron las anteriores, tras una ampliación realizada en el canal de ingreso.

Nota: El interior del complejo, ahora en alguna de sus partes dedicado a exposiciones, reúne una serie importante de edificios que en su momento fueron el verdadero corazón del poderío de la República. Allí se realizaba el armado de todos los buques que hicieron de Venecia la primera potencia marítima de Occidente. El trabajo se realizaba siguiendo criterios de división del trabajo y de productividad, que antecedieron en varios siglos a la impuestos durante la Revolución Industrial.


• San Pietro di Castello

Dónde: Siguiendo un poco más hacia el este, podemos llegar a uno de los límites de la ciudad insular, la pequeñísima isla de San Pietro, donde se encuentra el campo con la iglesia del mismo nombre.

Autor: La iglesia fue realizada siguiendo un diseño de Andra Palladio del 1559, lo que se demuestra en la fachada que sigue el típico planteo palladiano del doble frontispicio.

Qué ver: La iglesia, totalmente realizada en piedra, cuenta también con un singular y recio campanile, también en piedra blanca, de formas austeras del primer renacimiento, obra de Mauro Codussi, del 1482. El amplio interior a cruz latina fue llevado a término en el ´600, siguiendo el “estilo” de Palladio. El altar mayor, obra de Baldassare Longhena, y también de este es la barroca capella Vendramin, en el transepto que data de 1663.

Nota: Curiosamente esta pequeña iglesia fue la sede del obispo desde su fundación en el siglo VIII hasta el siglo XIX. Recordemos que San Marcos hasta esa fecha fue capilla personal de los Dogi y de alguna manera la Iglesia buscó, manteniendo esta pequeña y alejada sede, reafirmar su libertad ante la política de la República. Una manera de manifestar la necesaria independencia de la Iglesia y del Estado, sobre todo cuando este último es tan poderoso.





2. SEGUNDO DÍA: Rialto

• Ponte del Rialto

Dónde: Partiendo de Piazza San Marco, pasando debajo al centro de las Procuratie Vecchie se toma la ancha y recta calle dei Fabbri hasta el Gran Canal, donde se gira a la derecha. El puente se encuentra aproximadamente en la mitad del Gran Canal en uno de los puntos en donde es más angosto. Es el más antiguo de la ciudad y fue el único existente hasta el siglo XIX.

Autor: Ya existía en el siglo XII en este mismo lugar un puente flotante, que fue reemplazado por construcciones de madera que colapsaron sucesivamente. A mediados del 1500 se comenzaron a presentar proyectos para una solución en piedra. Hicieron propuestas los más importantes arquitectos del momento, Miguel Ángel, Palladio, Sansovino, Vignola, Scamozzi, pero el encargo sorpresivamente recayó en Antonio da Ponte. Fue construido entre 1588 y 1591.

Qué ver: La estructura del puente a un solo arco fue una solución simple y eficaz desde el punto de vista estructural. Desde el punto de vista arquitectónico, el puente se resuelve sobreponiendo al arco la línea triangular y continua de la balaustrada y por sobre esta, la sucesión de arcos de medio punto, que encierran los negocios. En el medio del trayecto se produce una interrupción que comunica los tres recorridos, señalada con un arco de mayor altura coronada con un frontispicio roto. El diseño en general es de un clasicismo sobrio.

Nota: El puente opta por estar dividido en tres recorridos separados por locales comerciales, lo que le da una singular vida. La idea de convertir el puente no solo en un lugar de paso, sino en un elemento que tuviera una vida comercial, recuerda la ya ensayada en el Ponte Vecchio de Firenze. Un fino olfato comercial que comprende el valor que tiene un flujo circulatorio obligado. Del lado del sestiere de San Marco el puente esta precedido por el campo de San Bartolomeo, donde se encuentra la estatua del dramaturgo Carlo Goldoni. En uno de los ángulos del campo aparece la mole del llamado Fondaco dei Tedeschi, edificio que reunía los intereses de los alemanes en la ciudad. La conexión con el puente se realiza por la salizada San Pio X (Papa de origen veneciano), en el que se encuentra la pequeña iglesia de San Bartolomeo.


• Mercato del Rialto

Dónde: Apenas atravesado el puente, ingresamos al barrio de San Polo. A los pies del Rialto se desarrollan una serie de espacios que funcionaban desde antiguo como el verdadero centro comercial de la ciudad. Aquí funcionaba, y aún lo hace, el mercado, que se despliega durante la mañana.

Autor: Muchos fueron los que intervinieron a lo largo de los siglos para dar forma a este sistema de plazas y edificios. Sobresale fundamentalmente la labor del Scarpagnino en la remodelación de toda la zona y especialmente en las llamadas Fabriche Vecchie de 1520. También se señala la posterior intervención del Sansovino que en 1554 construyó las llamadas Fabriche Nuove sobre el Gran Canal.

Qué ver: El descenso del puente esta flanqueado por dos edificios importantes, el Palazzo dei Dieci Savi a la izquierda, reconstruido por el Scarpagnino en 1510, y el Palazzo dei Camerlenghi a la derecha. Superados estos y pasando debajo de los pórticos ingresamos en el relativamente amplio campo de San Giacomo, desde el inicio verdadero centro neurálgico de las operaciones comerciales de la ciudad. A la izquierda, yendo hacia el Canal, encontramos los otros espacios dedicados al mercado, la Erbaria, el Campo della Cordaria, y más adelante el Campo della Pescaria, cada uno dedicado a la actividad que sus nombres señalan. Estos tres espacios rodean el cuerpo de las estupendas Fabriche Nuove, nacidas como edificio para sede de la justicia comercial. La proximidad de estas áreas con el Canal facilitaban el aprovisionamiento.

Nota: En le Campo de San Giacomo se destaca la fachada de la Iglesia de San Giacometto, que la tradición indica como la más antigua de la ciudad (siglos V-VI). Fue sucesivamente restaurada y se conserva el pórtico de la fachada original. Sobre el mismo se destaca el inmenso reloj de la primera mitad del siglo XV.


• San Polo

Dónde: Una vez terminada la visita de la zona de los mercados, se puede iniciar la caminata por el barrio de San Polo, centro geométrico de la ciudad. Una de las maneras de hacerlo es tomar por el camino principal que nace tomando a la izquierda, al final de la Ruga degli Orefici, por la Ruga vecchia di San Giovanni y sus continuaciones. El recorrido algo sinuoso nos llevará directamente al Campo de San Polo.

Autor: El campo de San Polo, después de la Piazza de San Marcos, es el espacio urbano más grande de la ciudad, constituye el verdadero centro de esta parte de la isla. Desde muy antiguo fue utilizado para todo tipo de eventos, como ceremonias religiosas, corridas de toros y espectáculos teatrales.

Qué ver: El espacio en forma de hemiciclo presenta por sí mismo un vivo interés. La fachada del lado este, ligeramente cóncava, es la que presenta mayor atractivo desde el punto de vista arquitectónico, dominada por la extensa fachada del Palazzo Soranzo. Este fue construido al inicio del siglo XV conservando aún las formas góticas propias del siglo anterior. Del lado de enfrente de la plaza, aparece sobre la izquierda el ábside de la iglesia de San Polo, y en el otro extremo derecho asoma la punta del importante palazzo Corner, obra del Sanmicheli de fines del siglo XVI. Su fachada principal, de poderoso buñado, da sobre el posterior rio di san Polo.

Nota: El barrio de San Polo ofrece también otras atracciones y se puede intentar su recorrido siguiendo otros itinerarios. Como toda la ciudad, posee una estructura muy densa que proviene de la particularmente intensa actividad comercial de esta zona. A riesgo de alargar el paseo se puede intentar alcanzar otro de los importantes espacios urbanos, el campo de San Giacomo dell’ Orio, ubicado al norte, espacio público principal del sestiere de Santa Croce, el barrio más pequeño de los seis que tiene la ciudad. En el trayecto, también vale la pena detenerse en Santa Maria Mater Domini, con fachada atribuida al siempre admirable Sansovino. Desde aquí otra posibilidad es girar a la derecha hacia el Gran Canal hasta encontrar la Ca’Pesaro, hoy sede del Museo de Arte Moderno y obra de Baldassare Longhena, que inició su trabajo en 1628.


• Santa Maria dei Frari

Dónde: Desde el Campo San Polo conviene bordear el Palazzo Corner, atravesamos el rio San Polo, y seguimos derecho hasta encontrarnos frente al Campo dei Frari.

Autor: Los hermanos franciscanos recibieron en donación esta parte de la ciudad en 1220, que era en práctica un pantano, enseguida sometido a exitosas tareas de saneamiento. La construcción de la iglesia comenzó en 1340 y continuó por más de un siglo.

Qué ver: La iglesia presenta una fachada lisa y anodina de ladrillo, en las que se abren tres grandes ventanas circulares. La parte posterior del edificio, realizada casi un siglo después, muestra en cambio la evolución del estilo. El complejo resulta amalgamado por el predominio del ladrillo visto, que cubre la totalidad del edificio, al que se agregan algunos detalles en piedra blanca. El interior resulta extraño, tal como sucedía en San Giovanni e Paolo, por la presencia de las vigas de madera que contrarrestan el impulso naturalmente ascensional del gótico. La nave central apoya sobre poderosas columnas circulares y su andar se ve interrumpido por la presencia del coro, a la manera de las catedrales españolas. A pesar de ser una obra de líneas poco claras, la amplitud del interior tiene sin duda su prestancia.

Nota: Lo mejor de la iglesia se encuentra de todos modos en el interior, ya que contiene una impresionante cantidad de obras de arte de calidad. Empezando por las dos enormes telas del Tiziano, la Assenzione (1518), ubicada en el altar mayor como remate de todo el edificio, y la Madonna de Ca’ Pesaro (1526), en la última capilla de la nave lateral izquierda. La comparación de ambas obras permite apreciar la evolución del artista, desde la composición central de la ascensión en sus múltiples niveles al osado escorzo de la Madonna di Cá Pesaro. Imperdible también resulta el tríptico de Giovanni Bellini en la sacristía de 1488, obra de un estilo impecable y de concepción renacentista. En cuanto a la escultura, señalamos la única obra de Donatello en la ciudad, un San Juan Bautista de madera en la capilla a la derecha del altar mayor. Por último, merecen atención dos importantes monumentos funerarios, el del Doge Niccoló Tron de Antonio Rizzo de 1476 (pared lateral del altar mayor) y la espléndida tumba de otro Doge, Giovanni Pesaro del Longhena en 1660 (nave lateral izquierda). Otra buena ocasión para comparar diferencias de estilo y de época.


• San Rocco

Dónde: Bordeando el lateral izquierdo de la iglesia dei Frari se llega al pequeño espacio triangular del Campo di San Rocco. Cierra el mismo por el fondo la iglesia de San Rocco, a la izquierda se alza la fachada de la Scuola Grande dedicada al mismo santo, mientras que por la derecha se puede apreciar la mole de ladrillos del ábside dei Frari.

Autor: El complejo de San Rocco nace a partir de la peste del año 1477, siendo el santo patrono de los apestados y célebre por sus curaciones. La devoción aumenta a partir del traslado de los restos del santo a la ciudad. Para albergarlos lo primero que se construye es la iglesia a partir del proyecto de Bartolomeo Bon en 1489. La iglesia fue totalmente renovada en el siglo XVIII, siendo prácticamente irreconocible su forma original. Su fachada también se reestructuró para que sus formas coincidieran con las de la vecina Scuola Grande. Esta última fue también en origen proyectada por Bartolomeo Bon en 1520, del que queda la parte inferior de la fachada. Finalmente, en 1527 la obra cae en manos del Scarpagnino que la lleva a término en 1550. En su proyecto sobresalen el tratamiento de la fachada superior, con el agregado de las ocho columnas exentas (aparentemente una sugerencia del Sansovino) y la soberbia escalera imperial que une las dos plantas.

Qué ver: Tanto en la iglesia como en la Scuola Grande, lo que aquí más interesa es la imponente obra que realizó Tintoretto entre los años 1564 y 1588. Se dividen en cuatro grandes grupos que trataremos de individualizar. Primero, las obras en la iglesia que hacen referencia a la vida del santo, realizadas durante la segunda mitad del ‘500. Las hay ubicadas en el altar mayor, en la fachada interior y en algunas de las capillas laterales de la izquierda .Después, ya en la Scuola Grande, en tres salas distintas, la Sala Terrena, la Sala Superiore y la Sala del Albergo. En la primera, la última en ser ejecutada, se representan escenas de la vida de la Virgen María y de la infancia del Señor. Ya en el piso superior en la inmensa Sala Superiore, se combinan escenas del Nuevo Testamento (en las paredes) y del Antiguo Testamento (21 escenas en el techo, las tres mayores referidas a Moisés). Están articuladas a partir de tres temas fundamentales: el agua (Moisés y el agua de la roca, Bautismo del Señor y curación en la pileta probática), la enfermedad (Moisés y la serpiente de bronce, Resurrección del Señor y de Lázaro, y la Ascención) y el tema del pan (Maná, multiplicación de los panes, última cena, tentación en el desierto). Por último, en la Sala del Albergo, las escenas corresponden a la pasión de Cristo, empezando por la enorme crucifixión en la pared del fondo, el Ecce homo, Jesús ante Pilato y la subida al Calvario.

Nota: Con razón la sumatoria de pinturas realizadas por Tintoretto son conocidas como “la Sistina de Venecia”. El inmenso trabajo realizado por el artista es una proeza comparable a la del Buonarotti. Pero también el notable dispositivo desplegado desde el punto de vista pedagógico acerca esta obra también a las stanze del Rafaello. Todas las obras conforman una unidad de sentido tendiente a conformar un relato que sirva a la reflexión para los miembros de la poderosa Scuola, dedicados al cuidado de los más débiles. Desde el punto de vista estrictamente pictórico la obra del Tintoretto famosa por el tratamiento dramático de la luz, por los colores algo oscurecidos, por la pincelada veloz y por las arriesgadas perspectivas siempre atestadas de gente, sorprende sobre todo si se piensa que cronológicamente es anterior al Barroco.


• Il Carmine

Dónde: Bordeando por la izquierda la Scuola Grande, nos dirigimos al Campo di San Pantalon dominada por la iglesia de fachada desnuda en ladrillo que cuenta con un alegre campanile del ‘700. Atravesando el rio de Ca’ Foscari ingresamos en el sestiere de Dorsoduro, cuyo centro es el Campo di Santa Margherita que encontraremos a continuación. El espacio del campo es uno de los centros más extensos y activos de la ciudad, fuertemente remodelado en el siglo XIX. Al final del mismo donde el espacio se estrecha, está el complejo compuesto por la iglesia y la Scuola Grande del Carmine.

Autor: El edificio de la Scuola Grande del Carmine es generalmente atribuida a Baldassare Longhena (1638). La fachada de la iglesia, enteramente en ladrillo, decorada con esculturas, es de Sebastiano da Lugano (1551).

Qué ver: En el imponente interior de la Scuola Grande del Carmine se encuentra una buena muestra de la pintura veneciana del siglo XVIII. Se destacan fundamentalmente las obras de Giovanni Battista Tiepolo ubicadas en el cielorraso de la Sala Capitolare y realizadas a partir de 1739. En el centro sobresale la Madonna del Carmelon que da inicio a la etapa madura de la obra del artista. Junto con estas hay otras interesantes pinturas de artistas de menor renombre.

Nota: Tiepolo representa el fin y el ápice de la pintura véneta. El último heredero del camino comenzado en la bottega de los Bellini y que alcanzaría con Tiziano su mayor fama. En su obra se llevan al extremo lo que fueron las principales características de esa escuela: la luminosidad, la osadía en la invención y el uso brillante del color. Siguiendo la línea clásica instaurada en la ciudad por Paolo Veronese, la única que en realidad podía continuarse, su trabajo se coloca al final del barroco, donde el estilo alcanza el éxtasis rococó.


• San Sebastiano

Dónde: Rodeando por la izquierda la iglesia del Carmine seguimos hasta la ancha Calle Lunga di San Barnaba, donde doblamos a la derecha y caminamos derecho hasta que aparece la iglesia de San Sebastiano del otro lado del río del mismo nombre. A la izquierda de la iglesia se encuentra el edificio de la Facultad de Letras y Filosofía cuyo portal de acceso fue una de las últimas obras que diseñara Carlo Scarpa en 1976. Siguiendo un poco, y pasando en este caso por la derecha de San Sebastiano, llegamos al campo del Angelo Rafaello donde vemos el lateral de la homónima iglesia, cuya fachada se vuelca sobre el canal, también del mismo nombre.

Autor: La iglesia de San Sebastiano fue construida por la orden de San Jerónimo a lo largo de la primera mitad del ‘500 según proyecto del Scarpagnino. Las pinturas en su interior son en su mayoría de Paolo Veronese, que está sepultado en la iglesia. Por su parte, la escenográfica fachada de la iglesia del Angelo Rafaello fue proyectada por Francesco Contino entre 1618 y 1639.

Qué ver: La fachada y el interior mantienen formas severas, en estilo del renacimiento en su versión más clásica. El interior presenta un extenso ciclo de pinturas, el único de estas dimensiones ejecutados por el Veronese en la década que va desde 1555 a 1565. La serie de pinturas se puede dividir en tres grupos. Primero nos referimos al ciclo de la historia de Esther ejecutado en el cielorraso de la nave principal, en segundo lugar en el altar se encuentran las obras dedicadas a San Sebastián y por último en la sacristía, la coronación de la Virgen. En el piso superior de la sacristía hay dos pinturas más en el llamado “coro de las monjas” referidas a la historia de San Sebastiano (martirio y encuentro del santo con Diocleziano).

Nota: Paolo Veronese representa, entre los seguidores del Tiziano, la línea clásica. Famoso por el increíble diseño de los marcos arquitectónicos en los que se despliega su pintura. Su maestría se manifiesta en el uso del color y en el sutil manejo de las tonalidades. Su obra sobresale también por el rico tratamiento de los detalles y por una sobriedad que nunca abandona, a pesar de ser sus composiciones vivísimas. Las pinturas de la sacristía son las primeras por él realizadas en la ciudad, pero su estilo es conocido por no presentar cambios a lo largo de toda su extensa vida artística. Todos los elementos que su pintura desarrolla permanecen prácticamente inalterados desde estos primeros trabajos. Veronese es un clásico aun con respecto a si mismo.


• Cá Rezzonico

Dónde: Volviendo sobre nuestros pasos conviene tomar desde San Sebastiano la Calle Lunga di San Barnaba, hasta la iglesia homónima. Desde allí atravesamos el Rio di San Barnaba y desde la otra orilla vamos derecho hacia el Gran Canal donde encontramos la Ca’ Rezzonico

Autor: La iglesia de San Barnaba fue reconstruida a mediados del 1700 por Lorenzo Boschetti. El Palazzo es obra iniciada por Baldassare Longhena (1649) y, ante la muerte de este, concluida por Giorgio Massari (1750).

Qué ver: La iglesia de San Barnaba se destaca por su fachada en estilo clásico algo frío, pero ciertamente no desprovisto de majestuosidad. Menor interés tiene el interior resuelto en una sola nave. El Palazzo en cambio es una obra que muestra en su fachada el particular estilo barroco del Longhena y el más fluido de su continuador Massari, que respetó en las líneas generales el proyecto de su predecesor, pero dio rienda suelta a su imaginación en el interior, con la creación de la gran escalera de honor y el sorprendente salón de baile. El resultado resulta perfectamente amalgamado y su recorrido permite ver un palacio ambientado en su forma original y adentrarnos así en la última época de esplendor de la ciudad.

Nota: El Palacio es hoy el Museo del Settecento Veneciano, contiene una importante colección de pinturas y objetos de la época. En el piano nobile, en las dos salas que dan sobre el Gran Canal hay importantes obras del G. B. Tiepolo. En el techo de la sala de la izquierda, llamada del Trono, la “Allegoria del Merito tra Nobilta e Virtu” (1758) y en la sala de la derecha, una gran tela que representa “La Fortezza della Sapienza”. Del mismo autor también sobresale en una de las salas llamada Dell’ allegoria nuziale el luminoso fresco que pintara en honor del matrimonio de Ludovico Rezzonico. En esta misma sala también es de notar el retrato de Clemente XIII, Rezzonico, obra del neoclásico Mengs. En el piso superior también se encuentra una sala dedicada al Guardi y otras importantes obras del gran artista del ´700 veneciano.





3. TERCER DÍA: San Giorgio


• San Giorgio

Dónde: El complejo de la isla, que se observa desde la Piazza San Marco cerrando la perspectiva del Gran Canal, constituye una de las vistas más famosas de la ciudad. Para llegar a ella es necesario tomar el vaporetto que parte de la Riva degli Schiavoni frente a la iglesia de la Pietá.

Autor: La iglesia della Pietá, con su blanca fachada de un único orden, es obra de Giorgio Massari de 1724. En cambio la iglesia de San Giorgio, del otro lado de la laguna, es obra de Andrea Palladio que trabajó en ella desde 1566 hasta su muerte en 1589. El convento vecino a la iglesia tiene de Palladio el cortile llamado “dei cipressi” de 1579. Dentro del edificio del convento intervino también Baldassare Longhena a mediados del ‘600.

Qué ver: La fachada representa el inicio de la búsqueda del Palladio en pos de resolver los problemas que presentaba el corte basilical con respecto a los órdenes clásicos. Aquí la superposición y el entrecruzamiento de ambos órdenes se da con gran naturalidad y el resultado es sencillamente soberbio. Se señalan como detalle por su finísima calidad los dos pequeños monumentos fúnebres de la fachada ubicados en los espacios correspondientes a las naves laterales. El interior es también otro prodigio de madurez intelectual que en este caso enfrenta otro de los problemas claves del Renacimiento, la síntesis entre la utilidad de la planta longitudinal y la significación que proviene de la centralidad del espacio. Todo el interior es la muestra de un equilibrio perfecto rematado con una sobriedad que permite el lucimiento de los purísimos elementos arquitectónicos. Una mención especial merece el pasaje entre el presbiterio y el coro señalado por las cuatro columnas estriadas grises que actúan como un telón virtual entre ambos espacios. La calidad de este pasaje de alta vibración, en consonancia con la parquedad de la iglesia, constituye una muestra de lo que representa este edificio, a mi juicio una de las obras culmines del Renacimiento y, por qué no, de toda la historia de la arquitectura.

Nota: La iglesia posee también importantes obras del Tintoretto, que cuentan además con la particularidad de ser de las últimas que realizara en su vida. En el presbiterio, la Última Cena de vertiginosa perspectiva oblicua y frente a ella la Raccolta del manna, ambas realizadas en 1596. También en la llamada Cappella dei Morti está La deposizione, de la misma época. En el altar de la capilla a la derecha del presbiterio se puede ver la Madonna in trono e santi de Sebastiano Ricci realizada a inicios del ‘700. El campanile realizado a fines del siglo XVIII ofrece un contrapunto perfecto con el de San Marcos. Saliendo de la iglesia vale la pena intentar asomarse al magnífico Cortile palladiano, dentro de la Fondazione Giorgio Cini, que a partir de 1950 tomó el control de la isla iniciando la restauración de la totalidad del complejo edilicio.


• Le Zitelle

Dónde: Se toma el vaporetto que esta vez nos llevará a la extensa isla della Giudecca. La primer parada corresponde a le Zitelle.

Autor: Históricamente atribuida a Andrea Palladio (1580), no existen documentos que avalen tal atribución, ni tampoco el estilo de la misma parece estar en la línea de sus trabajos.

Qué ver: Es muy singular la fachada, en primer lugar por encontrarse encajada entre las dos alas simétricas del edificio del hospicio. En la misma sobresale la gracia de los dos pequeños campaniles que enmarcan la poderosa cúpula y también la enorme ventana termal cuya presencia deja en segundo plano los tímidos órdenes de pilastras. De todos modos cabe agregar que si bien no parece una obra del todo canónica, el modo equilibrado en que juegan los distintos elementos que la componen hace pensar en la habilidad del arquitecto y desde este punto de vista la atribución a Palladio parece tener sentido. El interior corresponde a una planta cuadrada totalmente dominada por la presencia de la cúpula.

Nota: El hospicio delle Zitelle (solteronas) fue querido por los jesuitas para recibir a las mujeres jóvenes que desprovistas de una dote estaban con toda seguridad destinadas a la prostitución. El instituto les enseñaba a las jóvenes distintos oficios que las colocaban en situación de llevar adelante una vida digna, constituyendo de este modo una importante obra de promoción social, además de religiosa.


• Il Redentore

Dónde: Se puede alcanzar esta iglesia caminado por el Fondamento della Croce, bordeando el canal de la Guidecca, hasta alcanzar el estrecho Campo del Redentore.

Autor: Para librar a la ciudad de la peste se le encarga a Andrea Palladio la construcción de la iglesia en 1576.

Qué ver: Tenemos aquí la finalización del camino iniciado por Palladio en cuanto a la arquitectura religiosa. La obra resume la intensa búsqueda de toda su vida profesional y da una respuesta acabada a todos sus planteos. La fachada encuentra en primer lugar una mayor prestancia por la presencia de la ancha escalera que define el nivel inferior donde se impostan los órdenes. Sin renunciar al sistema de doble frontis utilizado en los casos anteriores, aquí todos los elementos parecen haber limado las asperezas para convivir en una perfecta armonía. Prácticamente despojada de elementos decorativos, la fachada se juega en la combinación de los elementos arquitectónicos únicamente. El pórtico central, compuesto en este caso de columnas interiores y pilastras de borde, asegura un natural pasaje a las naves laterales de suaves pilastras apenas esbozadas. El acceso propiamente dicho, con su pequeño frontis encastrado perfectamente bajo el orden mayor, es otra muestra de precisión y de la madurez alcanzada por el arquitecto al final de su vida.

Nota: El interior en este caso es a una sola nave con capillas laterales, lo que permite un desarrollo más unificado de los elementos arquitectónicos que lo componen. Nuevamente el proyecto apunta y logra con mayor eficacia aun la convivencia de los esquemas longitudinales y centrales. Los órdenes se simplifican sin perder su contundencia y la decoración se juega toda en el brillante pasaje entre coro y presbiterio resuelto con las cuatro columnas estriadas dispuestas en forma de semicírculo, en donde se reflejan los ábsides en los que finaliza el breve transepto. Todo aquí es nuevamente un modelo de equilibrio, en este caso acentuado por la solidez que una excepcional vida profesional suele adquirir en sus postrimerías. Il Redentore, siendo la culminación del modelo clásico, es ya un certero anticipo del barroco.


• Chiesa dei Gesuati

Dónde: Se debe cruzar nuevamente el Canal de la Guidecca. La fachada de la iglesia se ve claramente si miramos a la izquierda desde la explanada de Il Redentore.

Autor: La iglesia fue encargada por los dominicos a Giorgio Massari en 1724 y su construcción se extendió hasta 1736.

Qué ver: La fachada retoma los motivos palladianos, simplificados en este caso porque no se toma en cuenta la presencia del corte basilical, cosa que parece evidente si miramos la fachada desde atrás. El interior en cambio es barroco, dentro de la particular comprensión del estilo que es propia de Venecia que no abandona del todo sus raíces clásicas. Massari, el principal arquitecto veneciano del ‘700, realiza una eficaz síntesis entre el clasicismo palladiano y el barroco de Baldassare Longhena. La planta es a nave única con capillas, en donde se destaca el remate de los ángulos al final de la nave principal y que le da al espacio una continuidad impensada en el Renacimiento.

Nota: La iglesia cuenta en su interior con notables obras de arte, a comenzar por el techo fantásticamente afrescado por Gianbattista Tiepolo en honor de la virgen del Rosario, a quien está dedicada la iglesia. Esta además ofrece en las capillas laterales obras del mismo Tiepolo y una crucifixión de Tintoretto, además de un Sebastiano Ricci en la capilla a la derecha del altar.


• Galleria della Accademia

Dónde: Pasando por la derecha de la Chiesa dei Gesuati se toma el ancho y rectilíneo Río Terrá A. Foscarini, cuyo extremo opuesto sobre el Gran Canal termina en el Campo della Caritá a donde llega el Ponte della Accademia y donde se encuentra su ingreso.

Autor: El complejo de Santa María della Caritá, sede que comprendía la iglesia, el monasterio y la “Scuola”, tiene su origen en la mitad del 300. En 1440 Bartolomeo Bon inicia los trabajos de la iglesia y del adyacente monasterio. En 1555 a Andrea Palladio se le encarga la construcción del cortile mayor, pero su proyecto no es llevado totalmente a término. Con la decadencia del monasterio, el edificio es abandonado, pero con la llegada de Napoleón vuelve a tomarse en cuenta como sede de la Galleria de la Accademia, para lo cual se retoman los trabajos de adaptación a mediados del siglo XIX. Una última intervención fue realizada por Carlo Scarpa, que diseñó pequeñas piezas y reubicó la colección a partir de 1945.

Qué ver: La Galleria della Academia es una posibilidad única de ver reunido más de seis siglos de producción de la pintura véneta. Los distintos períodos se suceden y están en general dispuestos de modo cronológico con lo cual es posible ver la evolución y los cambios aportados por cada uno de los artistas. Se reúnen aquí todos los grandes maestros de la pintura de la ciudad, empezando por los grandes nombres de primera línea, los Bellini, Carpaccio, Giorgione, Tiziano, Veronese, Tintoretto, para terminar con Tiépolo y los grandes “veditistas” del ‘700, Canaletto y Guardi. A estos se suman otros artistas que se pueden considerar de segunda línea, solamente con respecto a los anteriores. La suma da como resultado un completo universo.

Nota: Sería imposible hacer un recuento de las magníficas obras aquí expuestas, solamente elegiré de todos los artistas una obra emblemática para fijar de alguna manera un recorrido que empieza con algunos primitivos venecianos de finales del ‘300. El Renacimiento comienza con las innumerables Madonnas de Giovanni Bellini, entre las que sobresale “La sacra conversazione”. De Carpaccio resaltamos el maravilloso ciclo de Santa Ursula, mientras que para el Giorgione se hace imperdible su pintura más famosa: La Tempesta. Una mención hacemos del “Ritratto di Gentiluomo” de Lorenzo Lotto, significativo sobre todo para los lectores del Bomarzo de Mujica Laínez. El Renacimiento alcanza su plenitud con Tiziano del que señalamos la “Presentazione della Vergine” y se despliega en la versión clásica de Veronese que ensaya en su “Convito in casa di Leví” (1573) unas de sus mayores creaciones, siempre enmarcada en la más fina arquitectura. La vertiente romántica está en manos del prolífico Tintoretto del que destacamos su sobrecogedor “Trafugamento del corpo di San Marco”. Por último, bien entrados en el Barroco, tenemos algo de Tiepolo y las recreaciones de la Venecia ya decadente del siglo XVIII contada por las vistas de Cenaletto y Guardi.


• Peggy Guggenheim Collection

Dónde: Saliendo de la Accademia se toma a la derecha en dirección de la desembocadura del Canal. Continuamos después de dejar atrás el Campo San Vito y poco más adelante desde la calle lateral de San Cristóforo se encuentra el acceso al museo. El ingreso está señalado por un notable portón en hierro de la artista americana Claire Falkenstein.

Autor: El museo se encuentra en el “non finito” Palazzo Venier dei Leoni, que fue adquirido por Peggy Guggenheim en la década del cincuenta para alojar su impresionante colección de arte moderno. El palacio fue iniciado a mediados del ´700 por Lorenzo Boschetti, pero nunca llevado a término por razones desconocidas. De todos modos lo poco realizado permite imaginar las importantes dimensiones que hubiera tenido y su aspecto resulta muy singular lo que se puede apreciar desde la terraza sobre el Gran Canal. El espacio fue reacondicionado para museo entre los años 1980 y 1983.

Qué ver: Se comienza por la visita del jardín que cuenta con esculturas de Giacometti, Max Ernst, Jean Arp y Marino Marini, entre otras. El resto del museo se organiza a partir de salas temáticas dedicadas al cubismo, de Stijl, expresionismo abstracto, surrealiamo entre otras etapas con obras de los más importantes artistas de cada período: Picasso, Bracque, Duchamp, Kandinsky, Klee, Brancusi, Mondriaan, Giacometti, Ernst, Magritte, Dalí, Pollock, Calder y Marini, por señalar algunos de los más notables. También es notable dentro de la colección permanente la sección dedicada al futurismo italiano.

Nota: La historia de la creación de esta colección tiene el sello de su inquieta creadora, sobrina de Solomon, el creador del Guggenheim de New York. Ella fue una de las principales animadoras del ambiente artístico neoyorkino en la década del cuarenta y se podría decir que bajo su impulso se creó el Expresionismo Abstracto, el primer movimiento de arte americano que tuvo alcance internacional. Sobre el final de su vida decidió recalar en Venecia, donde pasó sus últimos treinta años, dedicada a consolidar su colección, que comenzó a ser exhibida al público en los años ’70.


• Santa Maria della Salute


Dónde: Siguiendo en la dirección que veníamos se atraviesa el rectilíneo Rio della Fornace y derecho por la Calle di San Gregorio se llega sobre al lateral de la inmensa mole de la Salute.

Autor: luego de una nueva peste que diezmó la población en 1630 le fue encargado el proyecto de una iglesia votiva a Baldassare Longhena, cuya construcción empezó enseguida, continuó por el arco de 50 años, y fue terminada unos pocos años antes de la muerte del arquitecto.

Qué ver: El proyecto, el más importante del barroco veneciano, opta decididamente por la iglesia de planta central, un amplio octógono cubierto por una poderosa cúpula semiesférica.
Notables sobre todo las inmensas volutas que sirven de conexión entre los dos elementos, de una osadía compositiva que resulta asombrosa. Dichas volutas rematan cada una en estatuas de santos que aparecen así como unos surfistas prontos a lanzarse sobre el gran canal. La fachada expresa en el exterior con complejas arquitecturas las capillas coronadas con ventanas termales y frontispicios de elaborado orden. Sobre el acceso los motivos se hacen más complejos, pero sin perder jamás el rigor clásico, herencia insoslayable del Palladio.

Nota: El interior se presenta lleno de luz que ingresa por las señaladas ventanas termales de las capillas y por las múltiples aberturas del tambor de la cúpula. En el lado opuesto al ingreso, el altar mayor toma el lugar de una de las capillas para rematar en la compleja máquina arquitectónica diseñada por el propio Longhena. En la Sacristía, a la que se accede a la izquierda del altar mayor, se encuentran tres imponentes telas del Tiziano con temas dramáticos: el sacrificio de Caín, David y Goliat y el sacrificio de Abraham. También en esta sala se encuentra una notable Bodas de Caná del Tintoretto del 1561 con un planteo sorprendente desde el punto de vista de la perspectiva.


• Dogana da Mar

Dónde: Saliendo de la iglesia y sobre la derecha de la misma se encuentra el Seminario Patriarcale realizado también por Baldassare Longhena en 1571 en donde sobresale el sobrio cortile. Mas adelante se bordea el edificio de la Dogana da Mar hasta llegar al extremo de la isla.

Autor: El edificio de forma triangular fue realizado a fines del ´600 por Giuseppe Benoni al que se le adjudicó por medio de un concurso.

Qué ver: El edificio, destinado a recibir las mercaderías que provenían desde los lejanos puertos de ultramar, culmina con una torre. En la cima de esta se encuentra la enorme “palla d’oro” sostenida por una pareja de Atlantes por sobre la que se alza la efigie de la Fortuna.

Nota: Desde la punta de la Dogana se obtiene una de las mejores vistas de la ciudad, con San Giorgio al frente, la Piazza San Marco a la izquierda y la punta de la Guidecca a la derecha. Un excelente lugar para poner punto final a la visita.

domingo, 6 de febrero de 2011

A-Dios Fernando

Conocí a Fernando un Viernes Santo, de hará unos quince años. Él venía de estar un largo tiempo, dos décadas, en los valles calchaquíes, en la diócesis de Cafayate. Predicó sobre la necesidad de hacer silencio, lo cual constituía de por sí una fina contradicción, que sorteó con la maestría que después todos reconoceríamos como habitual. La salud le impidió quedarse en Molinos y, cuando sus superiores agustinos le ofrecieron que eligiera adónde quería ir, pidió que fuera un lugar donde pudiera dedicarse especialmente a confesar. “Y me han mandado aquí”, remató con su humor característico.

Al poco tiempo lo fui a ver para pedirle que fuera mi director espiritual. Desde allí empezamos a recorrer un camino, bajo el estricto programa de no tener ninguno. La vida espiritual, según su criterio, no debía ser domesticada. Sus muchas enseñanzas las podría resumir en una sola frase: “Dios va siempre adelante”, y con ella mi modo de vivir la fe cambió para siempre. La vida del cristiano, me hizo comprender, se reduce a no impedir la acción de la gracia, que ya está ganada, aun a pesar nuestro, por los méritos de Cristo. Pero este no-hacer constituye quizás la tarea más ardua que se pueda imponer al espíritu humano, siempre deseoso de tomar la delantera. La serpiente aún silba incesante en nuestros oídos ofreciéndonos el lugar de Dios.


A pesar de esta impronta general, cada encuentro tenía el sello de lo nuevo. La repetición era algo que temía particularmente, porque le parecía la cosa más distinta de la acción de Dios que uno pudiera imaginar. Siempre tenía un nueva perspectiva para mirar mi vida, de por sí rutinaria, y transformarla en algo novedoso ante mis propios ojos. Los encuentros o “entrevistas”, como a él le gustaba llamarlos, duraban cerca de una hora y los últimos minutos los dedicábamos a la filosofía. Iluminaba mis erráticas lecturas aumentando mis dudas, pero para conducirme siempre a aguas más profundas. Sabía muchísima filosofía y sobre todo sabía lo más importante: que la filosofía no tiene las respuestas últimas.

Después, estaba la misa de diez del domingo. Se había formado con el tiempo una pequeña comunidad que tenía la riqueza de lo dispar. No había entre nosotros otra actividad más que la de celebrar la Eucaristía en esas mañanas donde el padre Fernando nos explicaba las escrituras y partía para nosotros el pan. Era tal lo que allí se vivía que muchas veces he llegado a pensar en el cielo como en algo similar, una eterna mañana de domingo.

Cuando la larga enfermedad le impidió dar misa y posteriormente recibirnos no he dejado de sentir un vacío intenso. Cuando me he cruzado ocasionalmente con aquellos que compartíamos aquellas mañanas, encontré el mismo desconcierto. “Míralos, van como ovejas sin pastor”, pensaba. A pesar de que nos enseñó con ahínco que solo uno es el Pastor, la mirada nos traicionaba, el otro día, cuando nos encontramos despidiéndolo definitivamente. No llorábamos por él, finalmente liberado de su cruz, sino por nosotros que tendríamos que aprender a seguir este camino sin su guía.

Una vez me dijo que no le preocupaba la muerte y que esperaba encontrarse después de ese trance con tantas personas que quería y con su padre (san) Agustín. Su seguridad no provenía de examinar su vida, sino de una inclaudicable confianza en la misericordia de Dios. Si cuando llegue mi hora también a mí me beneficia, veré de participar en silencio en esa conversación, que imagino durará por toda la eternidad.