El espectador de cine, de este modo, realiza de alguna manera una operación exponencial, ya que piensa sobre una materia que fue estructurada como su propio pensamiento. Este procedimiento, ya de por sí enmarañado, recibe una ulterior complejidad cuando al cine lo vemos en el cable. Esta forma, que bien se podría calificar de aberrante y esquizoide, no deja de tener un interés particular. El origen de esta modalidad se suscita a partir de la programación repetida de una película en una señal, lo que hace que la veamos reiteradamente, pero fragmentada en partes dispuestas aleatoriamente.
Así emprendí la visión de The reader hace ya algunas semanas, empezando por ver algo más de la mitad hasta el final, con las lógicas dificultades de comprensión. Situación agravada por la traducción del título que, en vez de optar por el obvio “El lector”, prefirió, vaya uno a saber por qué, el anodino “Una pasión secreta”. Por lo tanto la vi por primera vez sin sospechar hasta el final que se trataba del film del que mucho había oído hablar el año pasado y que había premiado a la siempre maravillosa (after Titanic) Kate Winslet.
A los pocos días la enganché un poco más adelante y volví a verla, ya conociendo la historia, y ayer agregué bastante de la primera parte que me faltaba, aunque aún no pude ver el principio. Si tengo un poco de suerte espero en breve completarla, aunque el proceso azaroso por naturaleza puede demorar meses, ya que la frecuencia de las repeticiones disminuye a lo largo del tiempo siguiendo una precisa ley de mercado. También cabe la posibilidad que nunca vea el principio, pero de todos modos fui educado en una conciencia donde el final es lo que realmente importa.

Seguramente, es un muy mal modo de ver cine, pero sucede, y creo que en compensación ofrece algunas ventajas. En primer lugar, la necesidad de recomponer los fragmentos desordenados constituye un aliciente nada despreciable para la profundización, ya que es sabido que muchas veces el esfuerzo colabora a mejorar la comprensión. En ese sentido también la repetición de fragmentos que se ven cada vez con distintos niveles de comprensión constituye un aporte al perspectivismo, siempre dotado de interés. Por último el proceso que se dilata a lo largo del tiempo también ayuda a moderar y a hacer del juicio una herramienta más precisa. Se me dirá que todo esto sucede gobernado por la más general imprevisión, pero quién podrá negar el atractivo y la riqueza que el azar aporta a nuestro entendimiento, a veces demasiado formal.
El sistema, además, se potencia cuando se implementa sobre un material como The reader, cuyo tema es la relación con el mal. La hondura del mismo rechaza los juicios precipitados invitando a una reflexión extendida sobre la moral y sobre la justicia en general y sobre cómo estas se encarnan en un historia personal que de algún modo obstruye el juicio particular. El mal se encarna y se actualiza con total normalidad y en esto radica su aspecto más temible. De esa cercanía inquietante habla también la película. De los nazis de ayer y de los de hoy.
Justamente “el lector” termina siendo un sutilísimo juego sobre las lecturas y sus posibilidades. Las que también tienen las lecturas fragmentadas y aun las inconclusas.