La surgente parece consumirse lenta pero irremediablemente, ya que la industria del DVD padece de una agonía definitiva. Tengo la sospecha de que se acabarán las películas para alquilar antes de que logre consumir mi abono que se extiende hacia un futuro demasiado lejano. Por eso no es solo la pereza lo que dosifica mi consumo de Oriente, sino también una sabia administración de recursos.
De las escuálidas bateas me traje una película elegida por descarte, sobre la que tenía pocas expectativas. Quizás hayan sido ellas las causantes de la impresión que me causó verla, hundido en la oscuridad de mi cama, mientras mi mujer estudiaba en el otro rincón del dormitorio. A pesar de haber visto tantas películas coreanas nuestro conocimiento de la lengua no ha avanzado como para distraerla y permiten una saludable simultaneidad.
El cine coreano posee una característica que a mi juicio lo hace distintivo y extremadamente atractivo, que es la utilización de un lenguaje seco y directísimo, desprovisto de todo atisbo de retórica. Aquí nadie explica lo que le pasa, simplemente las cosas le pasan a los personajes sin intermediaciones. Ocurre lo mismo que con las bebidas destiladas, una vez que uno encuentra el gusto por los aguardientes, estará de por vida destinado a desconfiar de los licores.

Una mujer se dirige con su hijo a vivir a Miryang una pequeña ciudad ubicada en el sur de Corea del Sur. Al poco tiempo de llegar y aclimatarse al nuevo domicilio, ocurre un hecho dramático: su hijo es secuestrado y muerto por sus captores. La mujer encuentra, gracias a una vecina, el consuelo necesario para superar su pena en la fe, en donde vuelca con vigor todas sus energías. Movida por este nuevo ímpetu decide concurrir a la cárcel para tener una entrevista con el asesino de su hijo y decirle que lo perdona. Sin embargo, y aquí está lo esencial de la historia, se encuentra con que el asesino también ha sido alcanzado por la fe, y se encuentra arrepentido y en paz con Dios gracias a Su perdón. Esta situación, inesperada e inaceptable para la mujer, la rebela primero contra su fe y por último la empuja a la locura. Secret Sunshine es el nombre de la película, que no es otro que la traducción al inglés de Miryang.
Uno de los temas más inquietantes para el creyente es el de la aceptación de la misericordia divina cuando entra en colisión con nuestro humano criterio de justicia. Paradójicamente, estamos dispuestos a aceptar de Dios las pruebas que la vida nos propone, pero no podemos tolerar que Él con libertad ejerza su misericordia. No somos capaces de aceptar, en definitiva, que Dios sea Dios. La fe muchas veces no llega a ser luz, sino tan solo un “resplandor secreto”.
“Pero él respondió a uno de ellos. “Amigo, no soy injusto contigo. ¿Acaso no habíamos acordado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?” (Mt. 20, 13-15).