sábado, 21 de noviembre de 2009

108

La memoria es un artefacto extraño. De una precisión a veces exagerada para cosas inútiles, pierde en una nebulosa espesa hechos fundamentales. Me hace acordar a esos viejos televisores en escueto blanco y negro, que ofrecían una nitidez maravillosa cuando se trataba de intrascendencias, pero que se llenaba de rayas en los momentos cruciales. A esos, por lo menos, se los podía corregir con un golpe seco dado en el techo del aparato, o un radical cambio en la orientación de sus endebles antenas de metal cromado. La memoria es, en cambio, peronista, es decir, incorregible.

Dentro de esos recuerdos precisos pero inútiles que permanecen tercos insistiendo en mi memoria está un viaje en la línea 108. Creo, el único que haya realizado en mi vida, pero que tuvo la particularidad de cubrir casi la totalidad de su esquivo recorrido, uno de los más intrincados que puede ofrecer nuestra ciudad.

Antiguamente el frente del colectivo rezaba, a ambos lados de un pequeño número, cuatro puntos, los cuales, unidos en un mapa, dibujaban una perfecta medialuna: Retiro, Plaza Italia, Chacarita, Liniers. Sin embargo, en la realidad los mismos se conectaban a través de constantes contradicciones, desvíos sorprendentes y giros inesperados. Un movimiento que parecía librado a la instantánea creación de un espontáneo conductor, sorpresivamente liberado del rigor de rutas trazadas en lejanos escritorios.



Fuimos engañados esa tarde por el destino último indicado, ya que nos dirigíamos con mis hermanos hasta la cancha de Vélez, para ver un partido preparatorio para el Mundial ’78. Lo tomamos muy cerca de su fuente, a una hora en que todavía un resplandor iluminaba el aire de un otoño recién comenzado. Allí emprendimos un trajinar de años por calles de empedrado desigual. Vimos la muerte en el blanco muro del enorme cementerio, las grises maderas de Atlanta, y plazas pequeñas iluminadas con desgano. Surcamos avenidas anchas y amarillas de nombres alegres como Chorroarín y calles estrechas con bóvedas hechas de plátanos dorados. Más tarde, oteamos las alturas de la General Paz y nos creímos perdidos, pero el colectivo volvió una vez más sobre sus pasos, para internarse nuevamente en los vericuetos de un Liniers achaparrado y oscuro.

Tengo la sensación de que, cuando bajamos exhaustos, supe con certeza que mi niñez había quedado definitivamente atrás. En el horizonte brillaba, humeante como una nave recién aterrizada de un planeta amante de severas geometrías, el adusto perfil del Fortín. A mi lado el antiguo rojo del 108 se internaba definitivamente en una noche oscura y algo triste.

Hoy en día lo cruzo cada tanto, pero su aspecto ha cambiado, como si quisiera olvidar su pasado. En su piel predomina un azul eléctrico que corta en diagonal su flanco blanco con algunas diagonales coloradas. Y en su semblante el número se ha desplazado hacia un costado, enorme, dejando la otra mitad para enunciar escueto el alfa y el omega de su zigzagueante andar. Distinto que el de los hombres que esperamos encontrarnos de nuevo en el inicio, cuando lleguemos al final de nuestro recorrido, también atravesado de dudas.

El regreso, después de un empate con sabor amargo, fue en uno de esos ómnibus escolares naranjas que en su parabrisas decía, garabateado con apuro, “Plaza Italia”. Hasta allí nos llevó derecho por Juan B. Justo, el ancho río de veredas rojas. Mientras tanto yo dormía un sueño ligero apretado contra una ventanilla fría. Los caminos rectos matan la poesía.

6 comentarios:

F. dijo...

El 108..., ahora es el 21. Hay quien también lo ha lamado "El turístico". Más vueltas que una oreja. La muerte, una pequeña muerte vial. Ideológicamente vendría a ser el archirrival del 34, que va siempre recto por JB Justo. Curiosamente ambos tienen como destino Liniers.

Muy bueno el post, Opi. Saludos.

Estrella dijo...

El que te vio desde afuera, durmiendo apretujado contra una ventanilla fría, jamás pudo adivinar que ese mismísimo instante ya estaba grabado en tu memoria.

Me gustan las historias urbanas, el deambular por las ciudades, pensar que en cada vereda hay na historia.

Y me gustan la sombra de las calles con plátanos en los dos lados.

P.D.:

Hace unos días nos sentamos mi hija y yo frente a La heridda de Paris y miramos, uno a uno, cada dibujo. A ella le encantaron, yo lo sabía. Después le mostré algunas fotos de María, hasta que mi hija me dijo: pará, mamá, son más de 400... otro día!

Angie Angelina dijo...

Yo podría escribir algo sobre el "29" que tambien he recorrido de punta a punta pero no en el mismo dia, ni en las mismas circunstancias.
Uau, que recuerdos!
Cuando vuelva de mis vaca, tal vez escriba algo sobre el "29".
Saludos

Angie Angelina dijo...

ah, si me escribis, te puedo enviar algo de Castoriadis.
Saludos

La condesa sangrienta dijo...

¡Qué dirían Sor Juana Inés o San Juan de la Cruz acerca de tu última afirmación...!

La herida de Paris dijo...

Fred, siempre un gusto reencontrarte y gracias por el aporte. Espero que la rivalidad entre 108 y 34 no llegue a mayores.

Estrella, dibujar para mi es desde siempre un placer, que además otros los disfruten es una alegría enorme e impensada.

Angie: Yo también tengo mis historias de "29", ligada a un preciso período de mi vida.

Condesa: La mística nunca fue lo mio, siempre preferí asomarme a los intrincados caminos de la teología.