Ah !... basta de pensar
alguien llora allí
se cayó del alerce
ah !... este sueño surcará
las ventanas y el baúl
de tu espejo interno
hablan de piel
hablan de qué sabrán
nadie de vos
nadie lo sabe ya
que todo sea como vos quieras...
ah !... los asnos y el perdón
qué omnipotencia cruel
me hiere como al sol
ah !... qué razón de ser
me habrá puesto piel
en la inmensidad
hablan de piel
hablan de qué sabrán
nadie de vos
nadie lo sabe ya
que todo sea como vos quieras...
La frase de Descartes “pienso luego existo” adoleció siempre de una traducción ambigua que nubla su sentido. Creo que si se hiciera una encuesta que preguntase por el sentido de este famoso enunciado que engendró la modernidad, ganaría la que interpreta el existir como algo que viene después del pensar. Sin embargo, el sentido cartesiano es bien otro y se refiere al nexo probatorio del hecho pensar con respecto al existir. Más propio del sentido,hubiera sido traducir: “pienso, por lo tanto, existo”.
Quizás el error provenga de un uso antiguo de “luego”, cuyo significado hoy se interpreta como adverbio de tiempo más que como conjunción ilativa, que es el modo en que está presente en la sentencia que volvió popular a Descartes. También es verdad que este último uso añejo conserva una impronta matemática que recuerda en lenguaje de los teoremas, que era el modo por el cual René quería explicarnos el Universo. Claro y distinto.
Lo cierto es que la interpretación errónea introduce un tema que es ajeno a Descartes. Un costado existencialista que pregunta sobre la relación entre el pensamiento y la vida. Una compleja cuestión de precedencias. Pienso y después vivo, o primero vivo y luego pienso. Este dilema es el que enfrenta el poeta y lo hace con una condena. Basta de pensar es su grito.

Pensar es una moneda de dos caras. Su denuncia es a una de ellas, la del pensamiento como mecanismo encubridor de la realidad. Cuando el pensar se convierte en un artilugio, una red que termina tejiendo una coraza que nos aleja de la vida, que nos impide ver lo que ocurre a nuestro alrededor. Alguien llora aquí, pero nadie parece darse cuenta. La razón puede volvernos sordos al dolor de los otros. Del nuestro se encargan los sentidos.
El hablar que menciona con insistencia es ese magma de palabras que cubre los hechos. Un hablar de asno que nos adormece y termina por atontarnos. Y también ese rumor de justificaciones que nuestra mente incesante genera sin descanso. Dice Heidegger: “Lo hablado ‘por’ el habla traza círculos cada vez más anchos y toma un carácter de autoridad. La cosa es así por que así se dice”.
Resuena aquí la omnipotencia cruel, que hiere como el sol. Un sol que ilumina, pero es también capaz de cegar. Basta de pensar es además basta de hablar, un grito de rebelión contra la tiranía a la que está sometido el movilero. Personaje estrella de nuestros días que está, siempre y en cualquier circunstancia, condenado a hablar.
Hay sobre el final una velada mención a alguien de quien nadie habla, un olvidado. Quizás sea necesario parar de pensar para escuchar a quien nos pensó. Una voz que, aun silenciada, no se resigna a callar del todo y vive como un susurro en nuestro interior. Un sueño que no se percibe mirando por la ventana, ni está guardado en el baúl de la memoria, sino que se mira con el espejo interior. Aquél que puso piel a la inmensidad.
El final puede que sea una oración. Que todo sea como vos quieras.