Sandro Botticelli, San Agustín escribiendo en su celda.
Mi primer contacto con San
Agustín se debe seguramente a un libro de tapa dura color crudo que se llamaba Cuando los grandes santos eran niños.
No me acuerdo mucho de lo que decía la historia, pero sí me acuerdo perfectamente de la ilustración que acompañaba el capítulo dedicado a San Agustín, que es uno de esos santos con niñez, es decir con niñez cierta, porque él mismo se encarga de contarla. En esa ilustración se veía a un chico de unos diez años, con flequillo negro, robando unas frutas de un puesto del mercado. Una especie de versión urbana del famoso robo de las peras a la que el mismo Agustín hará referencia en las Confesiones. La memoria es más eficaz con las imágenes que con el texto. Lo cierto es que esa imagen hizo que sintiera una espontánea simpatía por ese santo que no era ejemplar desde el nacimiento, que incluso se portaba bastante peor que yo. Esa imagen era al menos esperanzadora.
No me acuerdo mucho de lo que decía la historia, pero sí me acuerdo perfectamente de la ilustración que acompañaba el capítulo dedicado a San Agustín, que es uno de esos santos con niñez, es decir con niñez cierta, porque él mismo se encarga de contarla. En esa ilustración se veía a un chico de unos diez años, con flequillo negro, robando unas frutas de un puesto del mercado. Una especie de versión urbana del famoso robo de las peras a la que el mismo Agustín hará referencia en las Confesiones. La memoria es más eficaz con las imágenes que con el texto. Lo cierto es que esa imagen hizo que sintiera una espontánea simpatía por ese santo que no era ejemplar desde el nacimiento, que incluso se portaba bastante peor que yo. Esa imagen era al menos esperanzadora.
Después, cuando iba al colegio
primario, unos días antes del 28 de agosto, día de San Agustín, ocurría un
hecho que guardo en mi memoria como algo cercano a lo fantástico. En un momento
indeterminado de la mañana se escuchaba una música y, a continuación, un
sacerdote, obviamente agustino, relataba alguno de los pasajes de la vida de
Agustín. La música y la voz salían de un pequeño cuadrado gris que estaba sobre
el pizarrón y que tenía delante un crucifijo, lo que le daba al evento un
sentido muy especial. Un especie de Gran Hermano cristológico. Había también
algo singular, desde el punto de vista semántico, o semiótico mejor dicho, en
esta situación de los sagrado (el crucifijo) puesto delante de un elemento
puramente funcional (el parlante).
Algunos años más tarde volví a
tomar contacto con los agustinos, cuando de novios hicimos el curso de
preparación mediata en San Martín de Tours, iglesia donde finalmente nos
casamos antes de partir por cinco años a Roma. Fue al regreso cuando me empecé
a interesar por temas conectados con la filosofía, convirtiéndome en un lector
voraz y desordenado. Mi entrada a la filosofía fue por el lado de la estética,
pero rápidamente se fue ampliando a otros intereses. Durante esas lecturas me
llamó la atención las constantes referencias a San Agustín que encontraba. Este
aparecía insistentemente y, cada vez que lo encontraba, sentía un placer
similar al de reencontrar un viejo amigo. Como si, caminando en una ciudad
extraña –y la filosofía lo era (y lo es todavía) para mí–, apareciera
inesperadamente un compañero de la infancia.
Fue a partir de esos sucesivos
encuentros esporádicos, pero recurrentes, que un día me decidí a comprar esta
edición de las Confesiones, que se
instaló en mi mesa de luz, para nunca más abandonarla. Desde ese entonces, hace
unos veinte años, creo no haber pasado un año sin haber leído algo de o sobre
Agustín, hasta formarme una vaga idea de su pensamiento. Una idea muy vaga,
insisto, ya que las dimensiones de la obra son tan enormes, (40 tomos en la
edición de la BAC) que es imposible siquiera acercarse a su totalidad. De todos
modos, aunque salteado, algo me fui asomando, teniendo siempre como soporte las
Confesiones, texto inagotable, a las que vuelvo siempre.
Un último encuentro que no
quiero dejar de mencionar, antes de llegar hasta hoy, fue el encuentro con el
padre Fernando, un sacerdote agustino al que muchos conocieron y que guió
nuestra vida espiritual por algo más de diez años. El encuentro con él, uno de
los más cruciales de mi vida, fue también decisivo en cuanto a mi aproximación a
la figura de Agustín. No es que él hablara mucho de San Agustín, si no más bien
que lo ponía en práctica. Su espiritualidad era toda agustina, en el sentido
más profundo del término. Y eso es algo que yo fui descubriendo sobre todo una
vez que el murió hace un par de años.
No les cuento esta larga
historia de mi relación con San Agustín porque considere mi vida de especial
interés, sino por un motivo diferente. Este es intentar dar un tono a estos encuentros
que los alejen lo más posible de todo lo que tenga que ver con lo erudito o con
lo “difícil”. Este temor, expresado por alguno de ustedes, en realidad se
deshace solo, ya que declaro desde el primer momento mi incapacidad de realizar
una lectura de este tipo. Sería un terrible error pretenderlo porque está clara
y absolutamente fuera de mi alcance. Mi aspiración con respecto a estos
encuentros que empezamos hoy es mucho más modesta, pero al mismo tiempo y en
otro sentido más ambiciosa. Mi intención es solamente tratar de aproximarlos,
con la mayor sencillez posible, a la figura de este gigante de la cristiandad.
Pero también es más ambicioso ya que pretendo que ese acercamiento ayude,
aunque sea mínimamente, a la conversión de todos, empezando por la mía. Estoy
convencido de que si nos acercamos a San Agustín él nos llevará a Dios, y eso
inexorablemente nos hará mejores, cumpliendo lo que el padre Fernando llamaba
la “ley de mejoría”.
Resumiendo y para terminar
esta introducción de la introducción, podría remitirme a la imagen del escudo
del colegio. En él se representaba un libro y detrás un corazón con una llama
de fuego. Esta sería un poco la idea: leer
con la cabeza, pero sobre todo con el corazón, y ojalá con el corazón
encendido. Hacerlo con la simpleza del lema que rezaba debajo del libro
abierto: “Toma y lee”, abiertos a lo que ese texto nos quiera decir.
00-2. ¿Por qué
San Agustín?
Dicho esto, en el tiempo que
me queda trataré de responder del mejor modo que pueda a una sencilla pregunta:
¿por qué San Agustín?, visto que son muchos los caminos para intentar
acercarnos a Dios. Trataré de convencerlos en estos minutos de por qué tiene
sentido esforzarnos para acercarnos a esta figura. Por qué hacerlo, y por qué
“aquí y ahora” como reza el título que quise ponerle a estos encuentros.
Trataré de desarrollar cuatro argumentos:
00-2.1. La
importancia
Empiezo por lo más fácil, que
es responder desde la importancia. Fácil porque probar la importancia de San
Agustín es de las cosas más sencillas, la prueba cae por su propio peso, su
inmenso peso. No es necesario demostrarlo, sino simplemente mostrarlo. Empezando
porque la influencia del pensamiento de Agustín durante toda la Edad Media es
absoluta, es decir podemos hablar prácticamente de un pensamiento único. San
Agustín construye la estructura gracias a la cual el pensamiento occidental
atraviesa los siglos oscuros. Y esto es así por más o menos ocho siglos hasta
la escolástica. Mucho se ha dicho sobre las diferencias entre Agustín y Santo
Tomás, pero estas diferencias que existen son sólo posibles a partir de un
acuerdo profundo. Como ocurre muchas veces las diferencias sólo pueden ser
notadas en lo que se parece. San Agustín y Santo Tomás son dos maneras, dos
formas de abordar la misma verdad. Como por ejemplo ocurre entre uruguayos y
argentinos, entre ellos hay diferencias, incluso rivalidades, pero a ambos los
baña el mismo río. Agustín y Tomás están regados por idéntica Fe.
De todos modos el pensamiento
de Agustín no se apaga en la escolástica, sino que será fuente de una vía
alternativa a esta. Esta estará conformada por el pensamiento de aquellos
franciscanos que no acaso constituyeron la corriente que se conoce como “agustinismo”,
una especie de “underground” del pensamiento oficial. Unos franciscanos medio
locos, como por ejemplo, Guillermo de Occam, que abrieron líneas osadas de
pensamiento que se opusieron, enriqueciendo el panorama de las ideas de la Edad
Media. Es interesante tenerlos en cuenta por que de algún modo esa corriente
tiene hoy en día mayor vigencia que la propia escolástica.
Pero el pensamiento de Agustín
no se agota aquí si no que es punto de referencia ineludible de todo el
pensamiento moderno, mas allá de que el destino de este pensamiento poco tenga
que ver con las ideas de Agustín. El valor de la consciencia de Descartes, la idea de participación en
Spinoza, y el idealismo kantiano y la dialéctica hegeliana toman impulso
explícito de las elaboraciones del pensamiento de Agustín. Más clara aun es
esta presencia en las vertientes del pensamiento existencial, desde sus inicios
con Kierkegaard hasta Heidegger. Este último, para muchos el pensador más
importante del siglo xx, basa la
obra que lo hizo famoso, Ser y tiempo,
en el libro X de las Confesiones. Antes de su publicación dio un curso sobre
este libro, una lectura realizada bajo una noción que él denominó “vida
fáctica”. En estos cursos, reunidos en el libro “Estudios sobre mística
medieval”, Heidegger anticipa el contenido que desarrollaría más tarde en Ser y tiempo.
Más allá de estos pergaminos
impresionantes a la hora de determinar la importancia de un pensador, es más
importante aun la consideración de la obra de Agustín en cuanto a lo que
constituye su fundamental y excluyente objetivo, que es el de la santidad. San
Agustín nunca es solamente un filósofo o un pensador extraordinario, que lo es.
Agustín es sobre todo hombre de Dios, capaz de dar testimonio de la Verdad y en
tanto tal es santo. “El más docto entre los santos y el más santo entre los
doctos” cómo nos enseñaban, en clave algo triunfalista, en el colegio.
00-2.2 La
estructura
Sin embargo, hay algo que me
parece aun más interesante que la importancia, que es referirme a la estructura
del pensamiento de Agustín. Un tipo de estructura que lo hace, a mi juicio,
singularmente actual. Queramos o no, nuestra forma de pensar está determinada, más
de lo que estamos dispuestos a admitir, por el entorno, por las circunstancias,
por el “tono” –como diría Ortega– de nuestra época. Y la nuestra, y por ende
nosotros, tenemos un primordial rechazo a lo dogmático. Independientemente de
que esto sea positivo o no, es un rasgo ineludible de nuestro tiempo. Los
argumentos cerrados, que no admiten discusión, los resistimos.
Es por esta cuestión, digamos
táctica, que me parece que el pensamiento de San Agustín se presenta especialmente
eficaz para ayudar a pensar en nuestros días. Porque el pensamiento de Agustín
es un pensamiento que siempre se formula abierto, que parece no cerrarse sobre
las cosas que piensa, sino más bien rodearlas, envolverlas, pero dejándolas
vivas en su interior, sin ahogarlas.
Es como la caza. Si yo me
propongo, por ejemplo, saber lo que es una liebre, tengo dos caminos. El
primero es cazarla, matarla y después, puesta sobre una mesa, analizarla. El
segundo camino sería el de la observación: perseguir la liebre, acorralarla,
tomar notas pero dejarla viva. El pensamiento que se mueve por conceptos corresponde
a la caza. Los conceptos “cazan” a las cosas que definen, se apropian de ellas,
pero ya muertas. El método de San Agustín, en cambio, corresponde al segundo
procedimiento. Como esos pescadores que devuelven el pescado al río.
En eso radica el excepcional
valor de su pensamiento y también, es justo reconocerlo, su dificultad. Él no
se expresa en definiciones, sino comúnmente en analogías y en particularísimas
construcciones idiomáticas que dejan siempre a salvo la potencialidad del
sentido. El pensamiento en San Agustín se desarrolla en una búsqueda
permanente, que no se detiene aun sabiendo que jamás alcanzará su objeto en
forma definitiva. Este valor es el que lo hace permanecer siempre vivo a través
del tiempo y también el que lo ha hecho posible de interpretación, aun con los
riesgos que esto comporta.
Este esquema, y esto es lo
interesante, es el que lo hace especialmente apto para una realidad como la
nuestra, esencialmente dinámica, difícil de convertir en presa, de “apresar”. En
esta estructura se fundamenta su actualidad. Esta “modernidad líquida” como la
define Bauman, tiene una consistencia que se resiste, como el agua, a ser
aferrada, pero puede ser contemplada y San Agustín nos provee herramientas
eficaces para este ejercicio.
00-2.3 La
geografía
Un segundo argumento que me
parece significativo a la hora de acercarnos a Agustín es el de la geografía o,
como diría Ortega, el de su razón geográfica. Agustín es un africano, que vive
casi toda su vida, salvo algunos pocos años, en África. Dentro de una cultura
centralizada (una cultura, un idioma) y muy globalizada como la de aquel
entonces, un hecho que la acerca a nuestro tiempo significativamente. Dentro de
ese esquema Agustín es un periférico. Además, dentro de la provincia romana de África,
Agustín era de un pequeño pueblo, Tagaste. Es decir, que era doblemente
periférico.
Me parece interesante
detenerme en este dato, en el valor de la periferia y de su relación con el
centro. Pienso en esta condición revolucionaria que muchas veces adquiere un
pensar desde la periferia. Este es singularmente capaz de modificar el centro, siendo
a veces el único capaz de modificarlo. La fuerza revolucionaria de la
periferia. Pienso en figuras de la historia, en Napoleón nacido en Córcega, en
Kant de Königsberg, en nuestro Sarmiento de San Juan. Y sobre todo pienso, en
Jesús de la Galilea, “Galilea de los gentiles” y en esa pregunta lapidaria que
Bartolomé le dirige a Andrés cuando este le anuncia que han encontrado al Mesías,
Jesús de Nazaret: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” La vida de San
Agustín es un rodeo desde la periferia, por la periferia, un periplo
periférico. Desde la periférica África, desde la periférica Iglesia de Cristo,
construye un pensamiento capaz de garantizar el paso de la Antigüedad a la Edad
Media, del mundo clásico pagano al mundo cristiano. Porque esa es su tarea y
desde allí es realizada.
También nosotros, acá, hoy, en
Buenos Aires, somos habitantes de la
periferia de este mundo globalizado. ¿Cuando seremos capaces de hacer valer
nuestra condición periférica en vez de suspirar por el “centro”? Hay en San
Agustín una actitud muy rica y muy ejemplificadora también en este sentido, que
podríamos llamar “geopolítico”. Cómo desde su lugar piensa el mundo y piensa la
Iglesia, y la Iglesia de Roma, sobre todo. Agustín reúne una vocación
universalista sin renunciar a “su” lugar en el mundo. Sin lamentos, y sin
resentimientos.
00-2.4. La historia
Otro aspecto que me parece
interesante remarcar para acercarnos a la figura de Agustín es el que se
refiere a su época. Y esto no sólo por una cuestión biográfica, sino sobre todo
por el parecido que encuentro, una vez más, entre su época y la nuestra.
Primeramente me gustaría hacer una precisión, ya que generalmente se lo ubica a
Agustín en la Edad Media. Un error comprensible, dada la influencia del
pensamiento agustino durante todo el Medioevo. Es fundamental precisar entonces
que Agustín fue un hombre de la Antigüedad clásica, que vivió siempre bajo la
ley del Imperio Romano, imperio en franca decadencia, es verdad, pero imperio
al fin. Fue educado en las letras clásicas, y su cultura y sus costumbres
pertenecen en todo a la edad clásica. Es fundamental tener presente esto al
acercarnos a su obra, tanto en su contenido como en su forma: el armado de su
pensamiento y sobre todo el estilo son los de una persona de la Antigüedad.
Dicho esto, vayamos a la
coincidencia con nuestro tiempo. El tiempo que vive Agustín es el que precede
inmediatamente al fin de la Antigüedad, a la caída del Imperio. Es un mundo en
el que las certezas parecen haberse evaporado, en donde las seguridades más
primarias están puestas en duda, en donde los pilares donde la cultura se había
asentado por siglos parecen a punto de ceder. Y vaya si cedieron. En ese
sentido, en el de la incertidumbre, es que me parece que, aun con sus
diferencias, ese tiempo se relaciona con el nuestro. Se relaciona por un
sentimiento de perplejidad.
Esta comparación se hace
todavía más evidente si pensamos en la posición que ocupa la Iglesia, una
posición también ella periférica. Ser cristiano era en aquellos años una
rareza, como lo es cada vez más ahora. Veamos un poco la situación de Agustín,
porque la nuestra ya la conocemos bien. Agustín nace sólo unos 40 años después
del Edicto de Milán, es decir cuando a los cristianos se les permite salir de
las catacumbas. Pensemos que este hecho fundamental en la historia de la
Iglesia no cambió de la noche a la mañana. La situación de la Iglesia siguió
siendo muy precaria y totalmente marginal. Cuando Agustín tenía unos seis años
subió al trono Juliano el Apóstata que, como su nombre lo indica, intentó hacer
renacer el paganismo. Solamente tres años después de su conversión, Teodosio
promulgó el Edicto de Tesalónica, que convertía al cristianismo en religión
oficial del Imperio.
Los cristianos, en la época de
Agustín, si bien crecían en número de modo vertiginoso, no dejaban de tener una
posición muy precaria. Veinte años antes de su muerte, en el 410, se produjo el
saqueo de Roma por las fuerza de Alarico. Los cristianos fueron culpados de ese
hecho y para defenderlos de esa acusación es que San Agustín escribió “La
ciudad de Dios”. Agustín muere con su diócesis sitiada por los Vándalos. Eso
por si alguna vez nos sentimos sitiados, acorralados por la incomprensión. Somos
personas que hablamos una lengua que el mundo que nos rodea parece ya no
comprender. Es duro pero es así, y acercarnos a
Agustín puede ser una buena terapia. Ver cómo él afrontó esa situación
creo que es útil y esperanzador, además.
00-3. Contra San
Agustín
San Agustín va a enfrentar
unas determinadas formas culturales de su tiempo, que una vez más se parecen
mucho a las nuestras. Es importante aprender de él el modo como las enfrenta,
recurriendo siempre al pensamiento y a un pensamiento que se expresa con fuerza
y a veces con dureza, pero que siempre es positivo. Agustín nunca se queja del
tiempo que le tocó y creo que esta es también una buena lección para nosotros.
00-3.1. Académicos
El pensamiento escéptico coincide
con la cultura de nuestros días. Es una especie de pensamiento liberal,
respetuoso de la alteridad, donde todas las opiniones tienen un mismo valor. Hijo
del escepticismo es siempre el relativismo moral. Este era el ambiente
intelectual de aquellos tiempos, muy similar al nuestro. Todos lo podemos leer
en las columnas del diario de los domingos.
A esta forma de cultura se refiere Benedicto XVI apenas nombrado papa.
Es Benedicto un gran admirador de Agustín, a quien cita con frecuencia. En ese
discurso inicial habla de la “dictadura del relativismo” que, según sus
palabras, “parece ampliar el concepto de libertad aunque en realidad puede
llegar a destruirla”. Sorprende la conexión de ambos planteos y cómo los
problemas y las respuestas coinciden. Agustín le dedicará a esta actitud de la
intelectualidad de su tiempo, y del nuestro, uno de sus primeros libros: el
Contra-académicos. En él sostiene que la Verdad es una aventura posible, pero
al precio de hacer algunas elecciones o, mejor, “una” elección: la de Cristo.
00-3.2. Maniqueos
El maniqueísmo, secta a la que
Agustín perteneció por nueve años, es un poco complementario de lo anterior. Es
la expresión religiosa de la anterior cultura laica. Ya hablaremos con más
detenimiento de los maniqueos, pero por ahora diremos que se trata de lo que se
llama técnicamente un “sincretismo”, es decir una religión hecha con pedazos de
otras, una especie de guiso de religiones. Esta modalidad tiene también hoy una
larga presencia en nuestra cultura, un amplio espectro que va desde las sectas evangélicas
hasta Claudio María Domínguez. Salvando la distancias, porque los maniqueos de
antes parecen más serios que los de hoy. Ellos hoy como ayer representan esa
religiosidad que habla de la energía, del amor de la naturaleza y de otros
conceptos que permanecen en un estado de indefinición.
Alguien me decía el otro día
que el problema del cristianismo es Jesús, y tiene mucha razón. Mientras hablás
de Dios Creador, pasa; si hacés mención al Espíritu, también pasa; si hablás de
Jesús, Dios hecho hombre, empiezan los problemas. Y esto es un problema, porque
nuestra fe es fe en el Resucitado y no otra cosa. Cualquiera prende la radio y
puede ver cuánta presencia tiene esta religión vaga y cómo ocupa un lugar destacado,
seguramente, es justo decirlo, porque otros, es decir nosotros, no hemos sido
capaces de ocuparlo. También Agustín, luego de su conversión, escribe Contra-maniqueos,
que es un poco escribir contra sí mismo, pero Agustín no teme desmentirse,
reconocer sus errores. Es impiadoso sólo consigo mismo.
00-3.3.
Arrianos
Una vez dentro del seno de la
iglesia, Agustín deberá también enfrentar numerosas desviaciones y problemas,
ya que pronto se constituyó en un referente ineludible. Por el momento, y por
la relación que guardan con nuestra actualidad me gustaría referirme a dos,
para completar esta primera enunciación del personaje.
Primero los arrianos que representaron
una de las primeras herejías en la Iglesia primitiva y fue una de las más
difíciles de extirpar (casi tres siglos). El arrianismo técnicamente niega la
divinidad de Cristo, pero en esta negación radica toda una actitud frente a la
fe, que sigue presente a través de los siglos hasta ahora. Con la negación
de la divinidad de Cristo, lo que se
busca, de un modo consciente o inconsciente, no importa, es la de humanizar la fe.
Hacerla más comprensible, más accesible, más “lógica”, apartando al hombre del
misterio. Hoy, cuando muchas posiciones cristianas son muy poco “lógicas”, es
bueno recordarlo y sobre todo asumirlo.
En el arrianismo, además, está
comprendida una cuestión social que tiene su importancia. Es el momento
marxista del día. La herejía prendió
sobre todo en las clases medias ilustradas y el ejército. Hillarie Belloc
realiza una excelente descripción de este fenómeno en un texto clásico: “Las
grande Herejías”. Esa clase media fue (y es también hoy) la que pugna por
“racionalizar” la fe. Recordemos que el cristianismo fue mayormente, en los
primeros siglos, una religión de esclavos, y pertenecer a la Iglesia era una
deshonra social. Siempre pienso que los cristianos iban al circo por defender
su fe, pero también por esclavos. Estoy convencido de que si el cristianismo
hubiera anidado en las clases poderosas, no hubieran sido arrojados a las
fieras.
Cuando el cristianismo llegó a
la clase media, esta intentó de algún modo suavizar aspectos de la doctrina
para hacerla más asequible. Eso fue el arrianismo, vivo también hoy en nuestros
días. Muchas veces existe este riesgo de intelectualizar lo religioso, y que
incluso puede llevar a un desprecio de la religiosidad popular. San Agustín es
un buen ejemplo ya que nunca intentó rebajar el Misterio para hacerlo asequible
a su mente, por más que esta fuera una de las mentes más poderosas de todos los
tiempos.
00-3.4.
Donatistas
La última de estas posiciones
que enfrenta Agustín tiene un carácter más local y al mismo tiempo es la que más
excede el campo meramente teórico. El enfrentamiento con los donatistas tiene
características de violencia real, ya que estos eran fanáticos y acudían a
métodos, llamémoslos así, de acción directa. La disputa fundamentalmente se
refería a la cuestión de los ministros, de quienes los donatistas hacían
depender la eficacia sacramental. Es decir, la acción de Dios estaba limitada
por la santidad del sacerdote que la ponía en acto. En esta actitud, además, se
escondía un cierto “campanilismo” ya que el donatismo era un movimiento
africano que quería prevalecer sobre la Iglesia de Roma. Su acción tocaba
directamente a Agustín, que era africano, un obispo africano.
Atrás de esto se escondía,
como en los otros casos, algo más profundo. Un deseo, tantas veces presente en
la historia de la Iglesia, de concretar una Iglesia santa “aquí y ahora”,
perfecta, al precio de reducir la potestad divina. El sueño de una iglesia
dentro de la Iglesia, que sea “ya” la Iglesia triunfante. Un problema muy actual
en nuestra Iglesia, Iglesia de movimientos y de grupos que pueden caer en esta tentación
donatista. Y también existe el peligro contrario, la depresión donatista, que
puede sucedernos cuando, como en estos días, hay evidentes problemas de
ministerio. Sin minimizar estos gravísimos problemas, conviene siempre recordar
que la Iglesia es siempre más que sus ministros, “es” a pesar de sus ministros.
Y esta posición de Agustín puede ser puntualmente consoladora.
00-4
San Agustín en las Confesiones
Una vez presentado el
personaje y sus circunstancias, podemos, para terminar, trazar de algún modo un
itinerario metodológico. La idea es muy sencilla, como ya dije: leer las Confesiones. “Tolle et lege”. Esta, la obra más conocida de Agustín, es un
libro que presenta algunas particularidades y también algunas dificultades.
Está dividido claramente en dos partes: la primera de contenido biográfico y la
segunda más filosófica. Nos vamos a dedicar a leer solamente los primero nueve
libros (equivalentes a capítulos), que comprenden desde el nacimiento hasta la
muerte de Santa Mónica, haciendo uno por cada reunión. Este es el programa.
Hay muchas maneras de abordar
las Confesiones, la más sencilla es
la de hacerlo como una historia. La trama del libro guarda un perfecto orden
cronológico continuo, en ese sentido es muy sencillo. Las Confesiones son la historia de una conversión, ni más mi menos. La
dificultad resulta del hecho de que este relato tiene varios planos que están
presentados todos juntos, sin una clara diferenciación. Así, el relato simple y
llano se mezcla con digresiones de tipo filosófico a lo que se suma las
invocaciones, generalmente salmos. Esta forma de multiestratos puede hacer
dificultosa la lectura, pero lo curioso es que si uno intenta separar los
distintos planos (cosa que yo hice), el texto pierde su fuerza. Como si uno
comiera el queso, el tomate y la masa de una pizza por separado.
Otra dificultad la proporciona
el idioma, o mejor dicho la forma de la escritura de Agustín. No hay que
olvidarse de que estamos leyendo a un retórico de finales del siglo iv. San Agustín utiliza un fraseo largo
y de estructura a veces espiralada, que puede hacer que uno se pierda en la
mitad de la oración. Para entrar en sintonía con el texto, es necesario entrar
en su ritmo, como si uno tuviera que adecuar la respiración. Es algo que cuesta
un poco de trabajo y que necesita algo de entrenamiento, una gimnasia.
Por otro lado, el texto tiene
una buena cantidad de referencias, dichas a veces como al pasar, pero que
resultan muy sustanciosas. Son referencias históricas y de costumbres que nos
van a permitir acercarnos a un mundo que Agustín describe con descuido, porque
considera que son cosas sabidas y porque el fin del libro no es histórico sino
establecer una forma de catequesis para la conversión. Además, está poblado de
maravillosos personajes, que trataremos de ir descubriendo. Estos no sólo
aportan color a la historia, sino que resultan fundamentales, ya que le
conversión de Agustín no es un camino asilado, sino que tiene un sentido
comunitario, me animaría a decir eclesial.
En definitiva, y como ya fue
dicho, no es mi intención hacer una lectura erudita, sino intentar hacer una
lectura viva y sencilla, tratando de conservar como un buen cocinero los
sabores lo más intactos posible. Confío en no arruinar este plato tan exquisito.
8 comentarios:
Llevo unos cuantos días intentando seguirte públicamente por blogger, pero por alguna extraña razón no encuentro el botón (Quizás es que te escondes demasiado bien).
Ya que te he guardado en favoritos, creo que te mereces un comentario: Tu blog es impresionante, de verdad. Sigue escribiendo posts tan interesantes!
H. prometo que no me escondo para nada, y la verdad es que no entiendo demasiado de "botones" y otras cuestiones. Me alegro que te guste mi blog, al que tengo un poco descuidado, pero ya volveremos a ocuparnos cuando mi "editora" se libere un poco.
Saludos.
GRANDE ALICIA CON LA DESGRABACION DE LAS CHARLAS. VALE LA PENA EL ESFUERZO. BESO ESTEBAN
La verdad es que el esfuerzo de Alicia es fantástico. De todos modos esto que está publicado acá no es la desgrabación,(que si fue lo que le mandamos a los asistentes) sino que es el apunte que preparé antes de la charla, corregido por la editora.
Abrazo y gracias de nuevo a Alicia.
Felicidades en su cumpleaños (y en el día del padre).
Saludos, Opi.
Rob, gracias, este año además son 50, cifras que asustan pero también sirven para dar gracias a Dios por lo mucho recibido.
Abrazo.
Feliz día Opi (de cumple atrasado y del amigo); hoy tuve la alegría de encontrarme con el saludo de María en el barrio de los pajaritos azules ¡no sabía que era ella!
Te mando un beso grandote con el placer de pasar por aquí, siempre.
Condesa ya me contó María, también con alegría, el encuentro en tweeter. Ella anda un poco por todos lados, pero gracias a Dios, nunca abandona el nido.
Saludos y gracias por los saludos.
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