Nena te traigo esta canción
que
descubrí en el deslinde
y esta
pena ya pasó.
La
lluvia desnuda marabunta
sin lugar para quedarse
sin lugar para quedarse
qué otra cosa queda ahora
más que
aquella larga espera.
Entonces
es como dar amor
y la
distancia no me llegará.
Ahora cansado de esperarte
en un
andén en Acassuso
son las
once ya no hay sol
por
favor.
Entonces
es como dar amor
y la
distancia no me llegará.
Hace unos días descubrí en el deslinde de la mañana, Marabunta, una de las películas preferidas
de aquellas tardes de “Superacción” de mi infancia, gastadas tirado en el sofá.
Ahora, en colores, conserva su fuerza intacta, y me hizo tomar conciencia de que
esas tardes pretéritas están mucho más allá de los cuarenta años cronológicos
que me separan de ellas. Más cercana me resulta, en cambio, la única otra cosa
con la que asocio “marabunta”. Esta magnífica imagen que alude a la lluvia, que
corre veloz hacia alguna alcantarilla porteña. Me asiste la alegre convicción
de que, aferrados al amor, tanto las devastadoras marabuntas de Hollywood como
las pequeñas y pluviales de Acasusso, no nos llegarán.
La antigüedad de esta película, de 1956, cuya visión
catapultó mi infancia siglos atrás, no se establece en cuestiones técnicas,
sino en su historia. Esta es la de un hombre que se enfrenta tenazmente a la
Naturaleza, con el fin de someterla a sus humanos designios. Y en forma
parecida procede con los sumisos aldeanos, a quienes por todos los medios
convoca a abandonar sus prácticas ancestrales, en favor de la Civilización, que
él mismo encarna. Pero lo que más
maravilla no es el planteo, sino el modo en que este héroe, encarnado por el
mítico Charlton Heston, otrora Moisés y Ben Hur, avanza sobre su entorno con
una convicción que jamás pone en duda la validez de sus acciones.
Poco más de medio siglo después de su estreno, el presupuesto
de esta aventura, es decir que la Civilización no solo puede sino que sobre
todo debe domesticar a la Barbarie, la vuelve sorprendentemente anacrónica. El
orgullo con que Heston muestra a su novel esposa la extensión de sus tierras
arrancadas al furor de la selva, sin ninguna sombra de remordimiento ecológico,
resulta conmovedor. Como así también la conciencia de su misión civilizadora, a
la cual el personaje se entrega con el celo ejemplar propio de los héroes de
todos los tiempos.
El relato, de tintes épicos, no aclara demasiado ni lugar ni tiempo.
Hay aspectos que harían pensar en el Amazonas, pero que se contradicen con
referencias a los mayas. No importa, confundir la geografía sirve a imprimirle
una saludable cuota de universalidad. Tampoco hay demasiados datos con respecto
al tiempo, para este hacendado todo tiene que ser nuevo, casa, muebles, mujer,
en una clara manifestación de una acción civilizatoria volcada unívocamente al
porvenir. Es así que la confesión de viudez de su mujer, obviamente pone en
temprana crisis la pareja. Por otra parte, nada sabemos de la proveniencia del
héroe, cuyo origen es ocultado con un empeño similar al de Lohengrin.
En este sentido, sobresale su también conmovedora, por lo
velada, confesión de virginidad que le hace a su esposa, llegada allí por
correspondencia, solo con el noble fin
de asegurar una descendencia que continúe con la obra emprendida. La misión
tiene todos los trazos del fervor religioso, aunque no haya atisbo de
trascendencia en toda la película. La religión de nuestro héroe es la de la
Civilización, y su destino será cumplido sin distracciones, ni siquiera
aquellas que detuvieron a Eneas en las playas de Cartago. Con ese valor
enfrentará a su cruel enemigo, gigantesco y minúsculo al mismo tiempo. Y en esa
batalla final podremos, después de una larga espera, saborear algo que también
parece que hemos olvidado: la Naturaleza puede ser mala.
No es mi intención volver a los prístinos principios de la
filosofía de esta era dorada del celuloide, sino en primer lugar percatarme
cuán lejos quedó toda aquella manera de enfrentar el mundo. Y quizás también
advertir que nuestra cultura, que crea remordimientos atroces en quien tira un
poco de insecticida, ha caído en una simplificación que no es menor que la de
nuestro héroe. La del héroe es una tarea compleja y sus acciones son siempre
discutibles, porque en definitiva es humano. Otra cosa que parece haber
olvidado el cine de nuestros días, donde abundan los super-héroes, que en su
simpleza engañosa son, al decir de Deleuze, meros simulacros del héroe.
Frente a la marabunta que avanza a lo lejos, la pareja ya
probada y consolidada, espera el desenlace final. Pienso que, tomados de la
mano, ellos esperan, como todos los enamorados, que el amor los salve de la
marabunta que acecha la vida. Entregarse al amor con la ilusión de que,
protegidos por la distancia y por el tiempo, su fiel aliado, esta no nos llegará.
2 comentarios:
saludoss!
Busque un posteo que me permita escribirte.
¿Como te llamas opi? ¿Como se te contacta?
Increíble lo que escribis.
Siempre comparto tus escritos, con tu nombre al pie "opi". Estaría bueno saber tu nombre real!
Abrazo maestro
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