La primera operación radica en la ruptura de lo que es propio de la aritmética y del tiempo, es decir la sucesión. Contando los puntos de a uno, este juego se convertiría en un desierto de monotonía. La posibilidad, en cambio, de ir reuniendo en grupos de unidades mayores los puntos conseguidos, lo salva de la sutil telaraña del tedio. Con este simple retoque, que en nada trastoca su estructura, se incorpora al desarrollo de la contienda insospechadas aristas psicológicas. Sumado a la arbitrariedad inglesa que, por una razón fonética, hace que quince más treinta sea igual a cuarenta. Las letras, por una vez, someten a los soberbios números.

La segunda maniobra se refiera al ámbito de la geometría, el espacio. Creo que es uno de los pocos deportes que admite una tal diferenciación de superficies donde practicarlo. Una disparidad que genera variaciones siempre interesantes y especializaciones ajustadas, que consagra campeones en polvo de ladrillo, para luego condenarlos al cruel anonimato del cemento y terminar borrados en una carpeta de goma.
De todos modos este esfuerzo sagaz de la inteligencia no alcanza del todo a vencer. Se hace difícil soportar un entero partido, cuya duración es imprecisa, al punto que puede incluir como posibilidad la eternidad. Además, está la tentación de saltearse partes enormes del encuentro, sin perderse en definitiva nada. No hay saltos de cualidad que ameriten una atención constante. Todo en él se resuelve por mera acumulación.
Otro enemigo tenaz de este deporte lo constituye el poco tiempo efectivo del mismo. Entre jugadores mediocres se consume la mayor parte en buscar las pelotas que, impulsadas con defecto, ruedan sin sentido hasta rincones imposibles. Y en el fatal momento del saque, verdadera esclavitud del jugador de fin de semana. Iniciar es aquí un verdadero drama.
Entre profesionales, en cambio, el tiempo se escurre entre prolijos secados del sudor, testeo de la presión de las bolas, innumerables botes inútiles, arreglo de cabelleras indóciles o en algunos ajustes en la indumentaria. Si además el público participa activamente es una catástrofe. El silencio será requerido hasta el hartazgo. Siempre me pareció excesivo que en un estadio se exija el comportamiento de un templo.
La difícil mezcla de precisión y velocidad es la fuente de su indudable belleza. Pero la tendencia al individualismo de quien lo practica encierra un peligro cierto: convertirse en egoísta. La vertiente del doble aumenta sus defectos, pero es más saludable para el alma. Compartir con otro el derrotero de la vida puede complicarla, pero definitivamente nos hace más humanos.