“Yo quiero a mi bandera
Planchadita, planchadita, planchadita”
Sumo
Una de las claves de la pintura es la elección del motivo. Al menos lo fue durante siglos en los cuales la pintura fue la encargada de reproducir la realidad. Lo hizo con fines celebratorios, conmemorativos y en muchos casos pedagógicos. Los objetos fueron primero religiosos, luego civiles, por último naturales. La Madonna primero, luego el señor del lugar, mas tarde el paisaje. Cimabue, Tiziano, Cezanne, por hacer nombres.
Cuando apareció un instrumento capaz de cumplir con esta función con mayor exactitud, la pintura lentamente se fue corriendo hacia la abstracción. Con la desaparición del objeto a representar,se replegó sobre sí misma. La pintura fue así solamente pintura. Forma, color, Kandinsky, Mondriaan.
La representación y la abstracción se configuran en dos polos, pero entre ellos se libera un territorio fértil de posiciones intermedias. La representación objetiva de algo que tuviera más contenido simbólico que real fue uno de ellos.
Una bandera es una bandera, pero es siempre más que una bandera: es lo que ella representa. Su función no es tanto ser ella misma, sino más bien significar otra cosa. Su origen tiene, como tantas realidades, una raíz militar: la distinción en el campo de batalla. Perder las banderas era perder la batalla, en su faz simbólica y en su faz práctica. Sin la bandera la confusión reina.

También la bandera significó una descendencia, una casa, una sangre, en definitiva. Y próximo a esta idea y por extensión de la misma, un feudo, una comunidad y también una ciudad, un territorio. La bandera es una marca, una señal que indica una última instancia, una pasión de pertenencia. Los hombres sin banderas seríamos seres errantes y distantes sumidos en una tétrica apatía.
Las banderas de Jaspers Johns no flamean orgullosas al viento, sino que permanecen rígidas sin que un pliegue evidencie que las habita el aire, que es huella del espíritu. Su secreto está en la densidad de su materia, fundida en la cera del incausto, con un esfuerzo que se muestra arduo. De cerca no ocultan la violencia de sus grumos y su color permite ver en transparencia su corazón compuesto de vestigios de diarios hechos jirones.
La bandera es entonces una voz que se impone a otras voces. Las unifica en un discurso que las somete hasta reducirlo todo a susurros. Las banderas de Jaspers Johns están lejos de ser una tenue alegoría de la patria, son una maquinaria que se impone a la realidad inspirando incluso temor. Ellas enseñan a desconfiar de las otras que pasean su orgullo ondulante desde un mástil. Desenmascaran a las que habitan “alta en el cielo” en el país de elevadas águilas, y nos invitan a ensayar un vuelo rastrero para gustar la imperfecta belleza que la realidad tiene vista de cerca.
Son las otras banderas terrenales.