Mi mujer me encargó buscar a nuestra hija Vero en un cumpleaños en Puerto Madero. Salí del trabajo con tiempo, dando crédito al siempre pesimista reporte de tránsito radial, recargado de viernes. También me esperaba una segura espera al díscolo 130, línea que llega siempre cansada desde un lugar incierto, situado demasiado lejos.
Sin embargo, contra todo pronóstico, a los poco minutos diviso, anegado en mi miopía, el frontispicio encendido con los esperados números. El colectivo viene rebalsado de gente y además la máquina de los boletos es de aquellas de estómago débil. Rechaza la mayor parte de las monedas ingeridas al primer intento. De todos modos la unidad avanza decidida por el tráfico y llego a destino bastante antes de lo calculado.
Camino por ese territorio desdibujado que separa el viejo borde ciudadano de su flamante apéndice. Veredas aleatorias serpentean inseguras entre un rugir de camiones con destino de rutas argentinas. Después atravieso la etérea conexión del puente que sortea los diques y llego a la otra orilla de una ciudad que es otra. Ubico rápidamente mi objetivo y pesco a mi hija del fragor del cumpleaños, mientras manoteo con culpa un furtivo sándwich. Misión cumplida.
De regreso pasamos frente al Museo Fortabat, y visto que el error de mis cálculos me entregó un insospechado margen de tiempo, invito a mi hija, esperanza artística de la familia, a dar un vistazo. Lo inesperado guarda a veces la forma del regalo, y esta vez fue sin duda una de esas ocasiones.
Primero, el edificio, modelo de austeridad conceptual. No hay en él sombra de contradicción, ni espacio para el gesto que promueva el lucimiento exagerado de su consagrado autor. Todo en él parece someterse con docilidad a una idea contundente, que está al servicio de las dos realidades que lo circundan: la colección que alberga y el entorno que lo rodea. Ambientes netos, circulaciones claras, detalles simples y bien realizados, simetría insistente y la tecnología aplicada a sus fines que transmite una sobria calidad, sin fanfarronerías. No es un edificio espectacular, pero es contundente y sano. Los pisos altos ofrecen una vista que deja claro por qué Buenos Aires es una de las grandes capitales del mundo.
Después está la colección que, sobre todo en lo que se refiere a pintura argentina, es sólida. Están presentes la mayoría de los grandes actores de la pintura vernácula, y lo están con una buena cantidad de obras cada uno. Hay algunos cuadros que obligan a detenerse largamente y artistas que alegran el corazón. Trato de señalarle algunas cosas a mi joven compañera, pero es ella la que con su mirada fresca repara en detalles imperceptibles para un adulto. Terminamos el recorrido y también me gana la certeza de que un país que produce estos artistas no puede perecer en la mediocridad.
Durante más de una hora recorrimos los cuatro pisos del museo en una absoluta soledad, solo matizada por la presencia ausente de los guardias. Volvemos entre las luces que se reflejan vibrantes en el temblor de los diques, y con el corazón agradecido esperamos, esta vez, el 132. No muchos lugares en el mundo son capaces de ofrecer una hora perfecta. Ella y yo de algún modo ya sabemos que hemos vivido algo que recordaremos para siempre.
15 comentarios:
Realmente, opi, me has contagiado las ganas de visitar el Museo.
Vuelvo más tarde, me apuran, tenemos que salir.
Saludos!
Como de costumbre, tus textos no se agotan en una sola lectura y tienen tantas puntas que a veces resulta difícil dejar un comentario que los abarque en su totalidad.
Pero hoy me quedo con 'Trato de señalarle algunas cosas a mi joven compañera, pero es ella la que con su mirada fresca repara en detalles imperceptibles para un adulto. '
Es que por estos días estoy dándole vueltas a la idea de otros planos y otras significaciones.
Será que no debemos perder nuestra mirada de niños.
Beso y buen domingo!
Estrella, recominedo la visita, por contenido y continente. Espero que el apuro haya sido recompesado.
Condesa, parece que "si no os haceis como niños...", tampoco entraremos en el reino del arte. Como esto es difícil, conviene hacerse acompañar por uno.
Saludos
Por supuesto tomo nota. Y de sus pensamientos elijo, con no poca esperanza:
"(...) me gana la certeza de que un país que produce estos artistas no puede perecer en la mediocridad."
Que así sea.
Si, en realidad quizás se trate mas de esperanza que de certeza. Me traicionó la emoción, pero las cosas lindas nos hacen esas jugadas.
No quiero parecerme al que dijo que estábamos "condenados la éxito".
Saludos.
manana leo el post
Llegue ayer
Saludos
Bentornata!.
Aterrizá con calma y no te preocupes que el post no se va a ningún lado.
Saludos.
Voy a ver si mañana puedo darme una vuelta. Voy con tu machete, para no perderme ningún detalle.
Estoy aprendiendo a mirar los edificios de otra manera.
Creo que entiendo: no es un edificio espectacular, pero es contundente y sano!
Mas que el "machete" te la debería prestar a Vero.
Que lo disfrutes.
Saludos.
Ser "la esperanza artistica de la familia" debe ser dificil para la niña Vero.
Mejor dejala que crezca y tenga sus berrinches adolescentes y que despues vea qué hace.
Me gustó el sandwich furtivo y la máquina del colectivo, cómo la relataste.
Saludos
Angie, no te preocupés por Vero, que es una esperanza secreta, clásica de padre anciano con su hija menor.
Saludos.
Yo, me quedo con este día que ninguno de los dos olvidara.
Algo sobre la idea de ir a buscar a la ninia en ese díscolo 130 me enterneció.
Ya sabés que los colectivos me pueden. Son un envase de nostalgia.
Saludos
Me da curiosidad saber en qué se fijó cada uno ya que dices que ella se fijó en cosas que a un adulto le pasarían por alto.
Qué fue...?
Un saludo!
Y sobre todo detalles, por que me da la sensación que los chicos miran el cuadro non como una "obra", sino que lo hacen con una mirada mas parcial. Sin buscar una unidad en la misma, y sin ver relaciones con otras pinturas, que es lo que un adulto hace casi en forma mecánica.
Saludos
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