Día 06 (jueves) – OAK PARK
La
mañana la dedicamos al Gallery District de Chicago, que además nos quedaba de
paso hacia nuestro destino final del día, Oak Park. Caminamos unas diez cuadras
por Chicago Av. hacia el oeste y superada North La Salle, doblamos a la
izquierda por Wells St., donde empezaron a aparecer las primeras galerías.
Estas se encuentran una al lado de otra en casas más bien modestas, que nada
tienen que ver con los grandes espacios de las galerías del Soho neoyorquino.
El recorrido que hicimos fue totalmente casual y lo reconstruyo a partir de los
apuntes tomados en el lugar.
La
primera galería que entramos fue la Roy
Boyd Gallery, en el 739 de Wells St. y allí nos gustó mucho un cuadro, de
formato cuadrado, de exquisitos tonos entre el naranja y el ocre titulado Fox River. La artista es Brigitte Riesebrodt,
de origen alemán, que vive hace más de veinte años en Chicago. Sus cuadros son
una interesante mezcla de abstracción con una conexión con la realidad que
proviene de los colores y texturas, cercanos a una idea o memoria de Italia, más
precisamente la Toscana y sus tonos.
Sobre
Superior St, entramos en Zygman Voss
Gallery, donde vimos pinturas y algunas maravillosas esculturas pequeñas
del artista israelí Rosenthalis Moshe recientemente desaparecido. Sus
pinturas son muy alegres y me recuerdan al primer Kandisky, y también un poco a
Presas, aunque resulte difícil establecer un contacto entre esos dos artistas.
Sobre la misma Superior St. nos cruzamos a la Ann Nathan Gallery, que está en la planta baja de un lindo edificio
de ladrillo visto. Vemos la obra de Jim Rose, unas exquisitas mesas, y también
cajoneras, que más que muebles son esculturas que combinan distintos
materiales, con amplias zonas intensamente coloreadas.
En la Maya Polsky Gallery, también sobre
Superior St., y en otro buen edificio de ladrillo nos encontramos con las
grandes telas de la rusa Valery Koshlyakov que representan paisajes urbanos
de ciudades europeas, por ejemplo una gran Piazza Navona. En ella se destaca
una singular destreza para el dibujo que se combina con una paleta muy corta,
algo de collage y vivaces chorreaduras
que le imprimen a la obra mucho carácter. Más adelante, en la Vale Craft Gallery, descubrimos los
animales de Jody
DeLind a los que encontramos increíblemente parecidos a los de
nuestro Mariano Cornejo. En este caso, esta joven artista de Chicago, que
proviene de una familia de artistas y además es médica, trabaja en cerámica
esmaltada y las figuras de sus simpáticos animales conservan un aire indígena.
Dos
sorpresas nos tenía preparada la Judy
Saslow Gallery, una de las más grandes que visitamos, siempre sobre la
misma calle. En primer lugar, las pinturas de una artista nacida en Virginia,
que trabaja actualmente en el sur de Colorado: Krista Harris. Sin dudarlo su obra
es la que más me gustó de todas las que vimos durante la mañana. Mantenidas
dentro de la más rigurosa abstracción, las pinturas sobresalen por un, a mi
gusto, inmejorable manejo del color, que aparece repleto de transparencias y
vibraciones de timbres inesperados y de gran sonoridad. Estuvimos largo rato
viéndolas y jugando a elegir cual compraríamos para poner en casa, cosa que
nunca estuvimos ni siquiera cerca de hacer, aunque los precios eran bastante
accesibles.
El
segundo hallazgo que hicimos fue el de Marc Bourlier,
artista nacido en Saigón que pasó gran parte de su vida viajando por los cinco
continentes. Sus fantásticos Bois Flotté,
(maderas flotantes), especies de cantorías del renacimiento, pero realizadas en
pequeñas maderas de desecho que parecen recién levantadas de una orilla. La
increíble expresividad de estos personajes que aparecen revestidos de una
conmovedora humanidad, se alcanza con solamente unos pocos rasgos esbozados en
la madera. En esa economía de medios radica, a mi juicio, gran parte del valor
de esta obra que emociona y mueve a la ternura.
Terminamos
nuestro recorrido en Gallery KH, con otro muy agradable descubrimiento de una
artista, en este caso Caroline Cole, con sus prolijas abstracciones
llenas de un color intenso. Su obra parece como construida a partir de un rigor
geométrico, pero que se expresa relajadamente. En algún sentido, su obra es
como una versión contenida y organizada de la que apenas habíamos visto de
Krista Harris. Y, por último, también nos detuvimos, en la misma galería, en
los cuadros de Rick
Stevens, que conservan una cierta atmósfera figurativa, aunque sin
que se aclare bien su objeto. Es en realidad la representación de una atmósfera
natural con fuertes connotaciones espirituales de marcado aire oriental. Su
obra me hizo acordar mucho a las pinturas de Klimt, como si fueran pedazos
recortados y ampliados de una pintura del artista vienés.
Con
esta última galería terminamos el recorrido, que podría haberse prolongado
todavía un poco más. Nos llamó la atención que, en contra de la corriente del
arte contemporáneo actual, encontramos mucha pintura en formato clásico. Quizás
estas galerías no expresen las tendencias del arte contemporáneo, y
probablemente las dimensiones de los espacios de exposición no alcancen para
las grandes instalaciones propias de la actual vanguardia. De todos modos, para nosotros que nos gusta
la pintura, fue una mañana muy productiva y llena de gratas sorpresas.
Abandonamos
Superior St. a la altura donde se cruza con el tren elevado, caminamos al borde
de este hasta llegar nuevamente a Chicago Av. para tomar el colectivo que nos
llevaría hasta Oak Park, la línea 66, que avanzó derecho hacia el Oeste por una docena de kilómetros, en los que fuimos atravesando distintos barrios de diverso carácter.
Entre estos, más o
menos a mitad de camino, se destacó el Ukranian
Village, con muchos resabios de arquitectura bizantina, menciones a comidas
étnicas y hasta el brillo de algún dorado intenso. A ambos lados de la avenida,
vimos a la izquierda las cúpulas doradas de
la iglesia católica de Saint
Volodymyr and Olha, mientras que a la derecha se recortaban los perfiles
acebollados de un intenso color verde agua de la espléndida iglesia católica de
rito griego, Saint Nikolas. Llegados
a la altura buscada, nos bajamos y tomamos un breve trayecto de metro hasta la estación de Oak Park.
Compramos unos
sándwiches para almorzar y nos internamos en la zona residencial por Oak Park
Av., pero no los pudimos disfrutar en el Scoville Park, porque estaba cerrado
por refacciones. Ya con un hambre considerable, optamos por almorzar en una
prolija vereda sentados en el pasto.
Detrás
nuestro se levantaba la muy clásica estructura del Hemingway Museum, que recoge el legado del escritor, nacido aquí y
por lo tanto una de las dos grandes glorias de la ciudad.
Hemingway no solo
nació aquí, como recuerda su casa natal ubicada unos 200 metros más adelante,
sino que además estudió en la que es todavía hoy la principal institución
educativa del lugar, el Oak Park and
River Forest High School, cuyas instalaciones dejamos atrás al bajar del
colectivo. Frente al museo, sirve de escenario a nuestro almuerzo la bella
estructura gótica en ladrillo y piedra blanca de la First Baptist Church, realizada según el proyecto de un importante
arquitecto ecléctico activo en la zona de Oak Park, E.E. Roberts en 1921.
Terminado
el frugal almuerzo, nos empezamos a introducir en el barrio de Oak Park,
caminado hacia el norte por la homónima avenida. A ambos lados hay algunos
interesantes conjuntos de viviendas de muy baja densidad.
El ambiente está
dominado por una larga presencia de espacios verdes que el otoño vuelve notables.
Oak Park conserva una atmósfera especial que se conecta con sus orígenes. La
urbanización fue consecuencia, como tantas otras cosas en la ciudad, del voraz
incendio de 1871 que impulsó a muchos de sus habitantes a buscar una nueva
forma de vida en las praderas de los suburbios.
El
resultado de este movimiento fue la creación de una comunidad bastante cerrada
y tradicional, marcada también por una profunda religiosidad que se manifiesta
en la presencia de una gran cantidad de iglesias. De este rigorismo moral es
testigo la prohibición de la venta de alcohol hasta 1973, año en que fue
permitido hacerlo solo en hoteles y restoranes, para ser permitida en locales
solamente en 2002. En este ambiente puritano, tendiente a crear una especie de
isla paradisíaca fuera de las tendencias propias de la modernidad, se formó una
de los arquitectos más revolucionarios de la historia: Frank Lloyd Wright. A él vinimos a
ver.
Wright
vivió en el barrio dos décadas, entre los años 1889 y 1909, cuando se
estableció, luego de comprar un lote en el extremo norte, en la esquina de
Chicago Ave. y Forest Ave., que en ese entonces lindaba con la abierta pradera.
El terreno fue pagado gracias a un
préstamo de Sullivan, arquitecto para el cual trabajaba desde hacía un año con
un contrato de seis, que no llegó a cumplir. Sullivan se distanció de su
discípulo en forma bastante dramática, al parecer ofendido por que tenía, a sus
espaldas, sus propios clientes. En 1893 Wright se independizó y comenzó el
prolífico período de las casas de la pradera, la mayoría de las cuales, algo
menos de 30, se encuentran en el vecindario.
El
estilo de la pradera, invención totalmente original, tenía algunos parámetros
que fueron revolucionarios y que rompieron en forma definitiva con los
criterios de diseño clásico. El principal de esos criterios es el que se
refiere a la concepción del espacio como elemento principal de la arquitectura.
Si en la arquitectura clásica el espacio se conformaba por sumatoria, en las
casas de Wright la tendencia era hacia un espacio único y continuo que se
articulaba mediante sutiles variaciones. En esta diferencia conceptual, que
hacía del espacio interior el eje a partir del cual se desarrolla toda la
arquitectura, radica fundamentalmente el
aporte de Wright a la historia de esta disciplina.
El
resto del llamado “estilo de la pradera” se compone de una serie de elementos
de importancia menor, pero que lo hacen reconocible. Empezando por los techos
inclinados de bajo perfil, los importantes voladizos, las ventanas corridas,
las poderosas chimeneas ubicadas en el centro de la planta, la definición
particularizada de cada ambiente y tantos otros.
Otro punto importante, muy
distintivo de la arquitectura de Wright, es su posición a favor de la inclusión
de elementos decorativos, lo que lo ubica lejos de la otra vertiente de la
modernidad, tendiente a las estéticas minimalistas. Estas últimas intentaban
acercar la arquitectura a los procesos industriales, mientras que el arquitecto
americano buscó siempre salvaguardar el artesanado. En última instancia Wright,
al menos en este su primer período, buscó siempre la elaboración de un estilo
propio de fuertes raíces americanas, y en esto se demostró contrario a la
vertiente que pugnaba por un lenguaje internacional.
Caminamos
por la muy arbolada Oak Park Ave., teniendo a ambos lados algunos conjuntos de
vivienda de baja densidad, iglesias y casas particulares, entre ellas, como ya
mencioné, la casa donde nació Hemingway. Esta tiene un sencillo estilo
victoriano, con una romántica torre redonda en el ángulo y un generoso porche
en planta baja.
Cien metros adelante doblamos a la izquierda en Chicago Ave, la
misma avenida, donde comenzamos el recorrido esta mañana catorce kilómetros
hacia el este en perfecta línea recta. Unas cuadras más adelante encontramos
sobre la izquierda uno de los objetivos de la visita, la Frank Lloyd Wright Home and Studio.
Para
visitar la casa era necesario inscribirse a un tour, que se iniciaba cada media
hora. Esperé pacientemente mi turno, y cuando se convocó para el horario que yo
había reservado, dio la casualidad que era el único anotado. Entonces le ofrecí
a la amable guía que podía plegarme al siguiente recorrido para que no tuviera
que hacerlo por una sola persona. Para mi sorpresa, la mujer, casi ofendida, me
contestó que no importaba, que ella dirigiría el tour para mí solo y así lo
hizo con extremada profesionalidad.
La
casa es una buena muestra del pensamiento wrightiano puesto en acto en su
propia vivienda. El arquitecto le fue haciendo sucesivas reformas a medida que
pasaba el tiempo y la familia aumentaba, cosa que ocurría vertiginosamente.
La
destreza y sobre todo la preocupación por dotar a cada espacio de una solución
particular y novedosa son de verdad sorprendentes. Sobresalen el comedor con su
mesa y sillas diseñadas especialmente para darle carácter y también el luminoso
playroom, lo último a ser ejecutado, con su espléndida bóveda de cañón y su
piano de cola, que para liberar espacio de juego, fue incrustado en el vacío de
una pequeña escalera.
Wright
se mudó a la casa apenas casado con su primera mujer Kitty Tobin, y el
matrimonio fue bendecido con la llegada de seis hijos que pusieron a prueba el
ingenio del genial arquitecto. Sin embargo, ese espíritu idílico que parece
transmitir la misma arquitectura de la casa poco parece tener que ver la
realidad, ya que Wright abandonó a su familia después de una escandalosa
relación con una vecina de Oak Park, esposa de uno de sus clientes. Con ella
finalmente escapó a Europa en 1909, donde dio a conocer su obra para perfilarse
en la cultura europea, dando por terminada su relación con el vecindario que lo
condenó con ejemplar severidad puritana.
Adosado
a la casa, surge el Studio, realizado por necesidad cuando su habitual lugar de
trabajo en la casa tuvo que finalmente
dejar espacio para los hijos. El nuevo estudio es la muestra de un arquitecto
que era ya consagrado en su comunidad, y era muy consciente de ello. Tiene un
estilo más solemne que la casa y también más recargado de detalles y esculturas
decorativas, alusivas al nuevo estilo que proponía su propietario. Consta de
pocos ambientes en donde una vez más se pone en juego la voluntad de hacer de
cada uno de ellos algo especial. Sobresale la sala de dibujo, de forma
octogonal con un balconeo corrido que remite a una experiencia religiosa y al
mismo tiempo propone un preciso modo de
entender la profesión. Un modo que posteriormente se llevará a cabo en la
singular y dramática experiencia de Taliesin.
Terminada
la visita nos dedicamos a desandar el camino, pero esta vez recorriendo la
Forest Ave. donde se encuentran algunas de las muchas casas de Wright. Como se
trata de viviendas particulares, nos tuvimos que conformar con mirarlas desde
afuera. Hay, en líneas generales, dos tipos diferentes de casas, que
corresponden a distintas etapas. Las primeras, anteriores a 1900, corresponden
a la época en que Wright trabajaba todavía para Sullivan, y realizaba estos
proyectos a escondidas de su jefe. En ellas se le concede al cliente el uso de
algún estilo según la tendencia del momento, es decir Queen Ann. Son ejemplo de
este período las mellizas Robert Parker
House (1892) y Walter Gale House
(1893), y también sobre Forest Ave la Nathan
Moore House (1895) en estilo Tudor. Es interesante ver en estas casas cómo
las ideas de Wright pugnan por superar a los condicionamientos que impone el
estilo
A partir
de 1900, aparecen ya maduros los lineamientos de lo que serían las Prarie
Houses. Una gran cantidad de casas de este período se encuentran a lo largo de
Forest Ave, y al recorrerlas podemos experimentar la riqueza de un lenguaje que
parece inagotable. Nombro por orden de aparición sobre la Forest Ave: Arthur Heurtley House (1902), Edward Hills House (1902), Peter Beachy House (1906), una de las
mas bellas con un riquísimo tratamiento del ladrillo y, por último, la serena y
gris Frank Thomas House (1901).
Por
supuesto que en los alrededores hay otras, ya que son más de veinte casas las
que Wright diseñó en esos años y se encuentran en un radio de unas pocas
manzanas, pero para muestra alcanza con señalar estas cuatro. Para todas ellas
basta lo dicho en ocasión de la Robbie House, ya que en todos los casos se
trata de variantes del mismo esquema de principios.
Es
impresionante el cambio y el corte abrupto que se produce entre las casas del
primer grupo y las del segundo. Es la oportunidad de ver el nacimiento de un
estilo totalmente nuevo que se va afirmando con una convicción notable. El
estilo de las casas de la pradera, que se funda en pocos postulados, es
aplicado con gran libertad en la elección de los materiales y en los detalles.
Representa una modernidad de tono muy particular, ya que no implica una total
ruptura con la tendencia decorativa del pasado, sino más bien una continuidad,
aunque renovada. Las casas de la pradera nada tienen que ver con la estética de
la máquina, sino que apuntan a conformar un estilo nuevo y de matriz americana.
No hay negación de la decoración, sino un modo distinto de afrontarla, con un
lenguaje personal que no abreva en lo clásico, sino en otras fuentes como la
naturaleza, la Secesión vienesa (fuente siempre negada por Wright) y otras más exóticas, como el Japón.
Pero sobre todo lo que rige esta concepción es una idea revolucionaria sobre el
espacio, que no es más generado a partir de una sumatoria sucesiva, sino que se
desarrolla más bien en un movimiento continuo.
Recorrimos
toda la Forest Ave, para llegar nuevamente a la principal Lake St.. donde
fuimos en busca de otra de las obras míticas de Wright, la única en Oak Park no
destinada a vivienda, el Unity Temple.
Desgraciadamente ya estaba cerrado y no pudimos entrar, con lo cual tuvimos que
conformarnos con la visión exterior, que de todas maneras no es poco. El
edificio, realizado a partir de 1905, se presenta enérgico en su volumetría de
recios cubos grises, conformados utilizando un único material, el hormigón. Se
compone de dos bloques: el templo propiamente dicho sobre Lake St. y la
posterior casa parroquial, que están claramente divididos por el acceso, que se
realiza entre ambos por intermedio de una terraza a media altura. La voluntaria
cerrazón del proyecto, que no ofrece ventanas al nivel de la calle y que recibe
su luz fundamentalmente de una claraboya, nos impidió espiar el soberbio
interior de la sala, famoso por la insistencia en la forma cuadrada y por sus
detalles. Lamentablemente tendré que conformarme todavía con las fotos.
Un
poco decepcionados emprendimos el regreso, bajo una leve llovizna, hacia la
estación del tren que nos llevaría de regreso. Antes dejamos atrás, a la altura
del Scoville Park y frente al Unity Temple, un curioso edificio que es uno de
los orgullos de la ciudad, la Oak Park Public
Library, realizada en 2004 por Nagle Hartray, estudio especialista en programas
educativos y culturales. Sobre la plaza, el edificio presenta un curioso perfil
quebrado que parece una cadena montañosa, detrás del cual se despliegan las
salas de lectura. La fachada sobre el parque combina amplias zonas vidriadas
con un revestimiento que parece ser de cobre, color naranja, lo que le da al
edificio un aspecto natural, lo cual se condice con su voluntad ecológica que
se reafirma también con su cubierta verde, que no alcanzamos a ver.
Para
terminar un día de muchos traslados, incluimos la visita al Museum of Contemporary Art (MCA),
ubicado a escasos metros de nuestro departamento.
Durante nuestra estadía
pasamos una gran cantidad de veces por
la puerta del museo que está retirado de la línea municipal, generando una
plaza seca. En esta se encontraba temporariamente una importante obra del
artista inglés Martin
Creed, titulada Work Nº1357,
Mothers. Se trata de una gran escultura cinética que consiste en un enorme
cartel de neón con la inscripción “Mothers”, que gira lentamente trescientos
sesenta grados. La obra, que me remite a las inscripciones de neón de Bruce Neuman
o Joseph Kosuth, pero de escala monumental, tiene un efecto tranquilizador y
remite al juego entre la palabra escrita y su significado. Un homenaje a las
madres, “que siempre son más grandes que uno mismo” según las palabras del
propio artista.
Esta
obra del exterior resultó ser la más interesante de todo el museo, ya que poco
de lo que encontramos en sus salas, bastante despojadas, consiguió interesarnos
demasiado. Si bien el museo cuenta con obras de artistas consagrados, no
tuvimos la suerte de encontrarlas en exposición.
En compensación a eso, el
edificio del recientemente desaparecido Joseph Kleiheus, es de excelente factura, al punto
de que justifica la visita. Realizado en 1994, el edificio es una prolija caja
que toma en cuenta su particular emplazamiento entre dos pequeños parques, y
que formalmente insiste en el cuadrado, una marca registrada del estudio
alemán.
En el acceso enfrenta el pequeño Seneca Playlot Park, cruzando la Mies
Van der Rohe Way y en él se destaca la alta escalera que le da un aire
monumental al edificio. En el interior se disponen las distintas salas con
sencillez y se destacan las áreas comunes, y sobre todo la brillante resolución
de la escalera oval.
El día
lo terminamos en la parte de atrás del edificio, donde se encuentra la confitería
que se asoma generosamente sobre el pequeño jardín de esculturas que se
continúa en el Lake Shore Park. El edificio elevado aprovecha las vistas hacia
el lago, donde se apagaban las últimas luces de la tarde.
1 comentario:
Viste que ahora en el MCA hay una muestra de una artista argentina: MCAChicago: exhibition Amalia Pica
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