Día 07 (lunes) – WICKER PARK
Luego
de un paréntesis de casi tres días en Washington DC, retomamos nuestra visita a
la ciudad, en lo que sería la última jornada antes de emprender el regreso a
casa, a la mañana siguiente.
Empezamos dirigiéndonos nuevamente hacia el oeste, esta vez en el metro, para dar un vistazo por uno de los barrios que prometían autenticidad: Wicker Park. Organizado a ambos lados de una extensa diagonal, Milwaukee Ave., el barrio fue en un primer momento el receptor de las comunidades de inmigrantes del centro y el norte de Europa. A partir de los años ’80, comenzó a consolidarse como una opción para la gente joven, y se fue conformando como una zona de importante movimiento cultural, que se sumó a la riqueza propia del lugar aportada por su diversidad étnica.
Sobre
eje de Milwaukee Ave., se suceden
edificios que no alcanzan a conformar una identidad compacta, como suele
suceder con las avenidas comerciales. Algunos más antiguos y restaurados tienen
algún encanto, pero a estos se suman otros totalmente desprovistos de interés.
A esta situación se sumaba el horario, de mañana temprano de un lunes, poco
apto para percibir el carácter que seguramente debe tener el barrio en otra
situación y que su arquitectura por sí sola no alcanza a transmitir. Dentro de
los lugares significativos señalamos el triple cruce de las avenidas North,
Damen y la ya mencionada Milawaukee, verdadero corazón del barrio. Allí hay
edificios singulares, como el horizontal Flat
Iron Building, y en diagonal con este, la Northwest Tower, único edificio en altura en varias cuadras a la
redonda, de un estilo art decó bastante rudimentario. Entre estos edificios se
celebra en verano el Coyote Festival, una importante reunión de artistas de
diversas tendencias que año a año crece en convocatoria.
Hacia
el este de Nothr Ave. y al sur de la Milwaukee Ave. se desarrolla un barrio
residencial que se caracteriza por la presencia de una gran cantidad de casas
de un singular estilo al que podríamos llamar genéricamente alemán. Hacia él
nos dirigimos y quedamos impactados por la coherencia del estilo y por la
riqueza de los detalles decorativos de las distintas casas.
Entre ellas
sobresale la Wicker Park Lutheran Church,
con aire románico confirmado por una fina piedra gris. La iglesia es el centro
de la comunidad germana y escandinava que fue la población original que hoy
resiste el avance latino.
El barrio es como un verdadero oasis, muy distinto al
aire presente en la vecina avenida y remata en el triangular Wicker Park, que también recorremos y
que luce vacío y enriquecido, una vez más, por el otoño.
Terminada
esta primera recorrida, nos separamos con María, ya que siendo el último
día, ella tenía que cumplir con
encargos, y yo quería aprovechar para ver todavía algunas cosas y revisitar
otras. El primer destino, el campus de la Universtity
of Illinois in Chicago (UIC), ubicado sobre la autopista Dwight Eisenhower
Expressway, que continuando en dirección del lago, marca el límite sur del
Loop. La estación del subte, a esta altura salido a la superficie, se encuentra
ubicada, como muchas otras acá, sobre la autopista. Desde allí se tiene una
impresionante vista del Loop, distante un kilómetro, y dominado por la
presencia siempre sobrecogedora de la Sears Tower.
Saliendo
de la estación enseguida me encuentro con un parque que precede el acceso al
campus. Este fue proyectado en su versión inicial por uno de los grandes
arquitectos del estudio SOM, Walter Netsch, que levantó la mayoría de los
edificios que lo componen en los cinco años que van entre 1963 y 1968. La
universidad tiene la particularidad de ser una institución pública, y aun
dentro de los límites que tiene esa expresión acá, se destaca por la diversidad
social y racial que se encuentra entre la población estudiantil. Este espíritu
público, que no desdeña un cierto aire austero, se traduce de modo ejemplar al
proyecto, realizado con una impecable unidad estilística y una ejemplar
coherencia.
El
estilo elegido es el de un sobrio brutalismo, que se combina con una gran fantasía
formal, que lo vuelve muy personal. La totalidad de los edificios creados por
Netcsh están realizados utilizando hormigón visto de fuerte textura, que se
combina con un ladrillo visto de color marrón muy oscuro, que les da un aspecto
severo. Sobre la derecha del complejo destaca la magnífica torre de la
administración, la University Hall.
Alta unos 30 pisos, la torre cambia la grilla de hormigón que constituye su
único recurso formal, con la particularidad que el volumen crece hacia arriba.
Con gran sentido de las proporciones, Netsch utilizó las derivadas de la
sección aurea, el primer tercio está formado por rectángulos verticales, la
zona media la cuadrícula se estabiliza, mientras que el último tercio adopta
una marcada horizontalidad. Este juego invertido, que de algún modo atenta
contra la esbeltez del edificio, le brinda sin embargo un gran equilibrio como
si la torre se avergonzara de ser tan alta, en un conjunto donde sobresale el
bajo perfil.
A la
izquierda del acceso, en cambio, encontramos las enmarañadas formas compuestas
por sucesivos cuadrados, rotados incansablemente, de la Architecture and Arts Building. Este edificio pertenece a la
segunda generación de los realizados por Netsch para la UIC y responde a una
nueva teoría de proyecto, basada en geometrías complejas. El volumen, casi en
su totalidad revestido del oscuro ladrillo, posee unos sorprendentes apariciones
de vidrio, como si la piel del ladrillo, cortada con un afilado bisturí
permitiera surgir una estructura todavía mas compleja, que habita en su
interior. Notables en uno de sus ángulos las dos pirámides de vidrio invertidas
que se tocan en el vértice, que recuerdan los Broken Obelisk de Barnett Newman,
realizados justo en esos años. El elaborado acceso al edificio combina rampas,
escaleras y una pasarela que en forma de puente atraviesa la calle principal del
campus. El interior del edificio, que recorro con asombro, conserva el aire
severo y tiene un desarrollo laberíntico, donde los espacios siempre ricos
parecen esforzarse por no caer en el caos.
Más
adelante se llega al espacio central del campus, que en el proyecto original
estaba compuesto por un anfiteatro al aire libe, el Circle Forum, hoy cubierto con una plaza seca. La amplia
remodelación encarada en los ’90 eligió perder este espacio emblemático ideado
por Netsch, en pos de mejorar la circulación entre los distintos bloques y de
ganar superficie verde. En el perdido anfiteatro se celebraron múltiples
actividades culturales y sobre todo las tumultuosas asambleas de protesta
estudiantil de fines de los años ’60. Hoy en día la tranquila plaza, en donde
me siento a ver pasar las oleadas variopintas de estudiantes, parece ser un
espacio ciertamente más funcional, pero también más anónimo. Con la demolición
del anfiteatro, también se fueron las pasarelas que comunicaban los edificios,
verdaderas autopistas peatonales, que eran una parte significativa del proyecto
original, muy a tono con la ríspida época en que fueron realizadas. Hoy estas,
que –es justo decirlo– tenían severos problemas de mantenimiento, fueron
reemplazadas por unos más tranquilizadores jardines, más a tono con la cultura
“light” de nuestros días.
El
espacio central se encuentra, hoy como ayer, rodeado de edificios de pequeña
escala, todos de magnífica factura, que contienen los distintos espacios
académicos y mantienen el impecable estilo que les imprimiera su autor. Uno de
ellos, el Lincoln Hall, ha sido
recientemente remodelado y ha sido muy premiado por sus características
ecológicas, lo cual sin duda es apreciable. De todos modos, su aspecto resulta
algo anodino y su valor arquitectónico no dudo de que es muy inferior al de su
predecesor.
Termino
el recorrido yendo hasta el final de esta parte del campus, que se cierra con
otra pieza magnífica de Netsch, esta vez de escala monumental, el edificio del Sience and Engeneering Laboratories. La
desaparición de la pasarela elevada le otorga un aspecto aun más grandioso al
pasaje por el cual se lo atraviesa, flanqueado de una magnífica serie de columnas
de múltiples altura y compleja geometría. Superado este edificio-pórtico, y
cruzando la ancha Taylor St., está el último de los edificios proyectados por
Netsch, el Sience and Engeneering South.
Este repite en escala mucho más grande, aunque con menor sutileza, la propuesta
del edificio de arquitectura y es un ulterior desarrollo de sus teorías
compositivas. A lo lejos, el edificio adquiere un aspecto de ciudadela amurallada
medieval, que resulta sugestivo y disminuye el impacto de su masa a nivel
peatonal.
Atravesado
el edificio, que como los restantes pasa como un puente sobre la calle, continué,
bordeando el algo desolado campo deportivo. Llegado a la próxima calle,
Roosevelt St., doblé a la izquierda en dirección a la ciudad atraído por la
forma del techo curvo del UIC Forum.
Antes de cruzar se distingue la torre central de la iglesia católica de St. Francis, preferentemente dedicada a
la feligresía latina, que introduce el tema del ladrillo que va ha ser
explorado en los edificios del vecino University Village. A la derecha de Forum,
que toma, retirándose, la esquina de Roosevelt St. y Halsted St., aparecen los
bloques de habitaciones para estudiantes James
Stukel Towers. Estos, junto con el vecino Forum, conforman un conjunto
felizmente amalgamado, obra de 2007 del estudio global, originario del Saint
Louis Missouri, Hok,
que expone con solidez su destreza formal. Sobre todo resulta logrado el uso
del ladrillo en las viviendas, que de alguna manera remite, aunque con otro
énfasis, a las propuestas de Walter Netsch.
Terminada
la recorrida por el UIC, volví a meterme en el subte para luego de algunas
combinaciones llegar, para una segunda visita, al IIT. Esta vez llegué desde la
estación del tren que, como en el caso anterior, se encuentra sobre la
autopista. Luego de una breve recorrida que me sirvió para revisitar y
verificar algunas cosas, seguí en colectivo para repetir otro destino en el
cual no habíamos tenido suerte: la Robbie House. Tampoco en este caso me
acompañó la fortuna, ya que la vistas que quedaban por realizar ese día estaban
ya con el cupo completo. Después de mis ruegos en pésimo inglés, alegando ser
arquitecto, wrightiano de corazón y venir del otro extremo del planeta, la
mujer me dijo que iba a hacer una llamada para pedir una excepción. Luego de un
breve diálogo, y cuando yo ya estaba seguro de haber ganado la batalla, colgó y
con cara imperturbable me dijo: “sorry, no”.
Algo
desilusionado, caminé nuevamente mascullando mi derrota, por el bellísimo
barrio de casas que rodea la Chicago University y volví a tomar el subte en la
dirección contraria a la que había venido. Esta vez mi destino estaba en el
otro extremo de la ciudad. De sur a norte recorrí un trayecto de alrededor de
25 kilómetros, que comenzó bordeando la autopista, luego se hizo subterráneo
bajo el Loop y más tarde salió a la superficie para atravesar los suburbios del
norte. Esta última parte se hizo muy agradable porque el recorrido se hace más
cerca del lago que se deja entrever entre los edificios que se elevan sobre las
construcciones que van perdiendo altura con el pasar de las estaciones.
Bajé
en Loyola, mi destino final, donde quería ver algo de esta prestigiosa
universidad jesuítica. El campus de la Loyola
University tiene la particularidad, por demás atractiva, de ubicarse
directamente sobre la playa del siempre aparentemente tranquilo lago Michigan. Ingresé
al espacio central, el East Quad, por el norte, rodeando la pista de atletismo
y la Joseph Gentile Arena, estadio
multipropósito recientemente renovado por Solomon, Cordwell & Buenz. El espacio, que por
la hora lucía prácticamente desierto, está rodeado de edificios de un estilo indefinido
de referencias tan múltiples como inciertas. Los de la derecha, los primeros en
ser construidos a principios del siglo pasado, son de ladrillo, con algunos
detalles en piedra. En cambio los que dan al lago, revestidos en piedra blanca,
tienen mucho mayor interés. Estos últimos fueron proyectados por Andrew N. Rebori,
uno de los tantos discípulos de Sullivan, durante los años ’30, y con sus
techos de teja le dan al conjunto un cierto aire español, que alude a los
orígenes de la Compañía.
Entre
ellos, destaca en primer lugar la iglesia de la Madonna della Strada, por su implantación frente al lago y también
por su estilo ecléctico que combina con acierto una modernidad de impronta decó
con reminiscencias españolas. Sobresale sobre todo en ella la alta torre de
diseño austero, compuesta de nervaduras verticales que aumentan su esbeltez. El
amplio interior, en cambio, está dominado por un blanco deslumbrante,
interrumpido por mosaicos, y resulta bastante poco acogedor. El proyecto
original fue ampliamente reestructurado en 1985 y finalmente reacondicionado en
2000, con algunas intervenciones no del todo felices.
Tanto
la iglesia como el edificio, el Klarcheck
Information Commons, se construyeron durante la gran depresión y mantienen
una coherencia formal, dentro de su particular estilo. El centro de información,
especie de biblioteca digital de última generación, fue también rediseñado por SCB,
quienes además tuvieron a su cargo un replanteo global de todo el campus, que
se está llevando a cabo en estos años. El Klarchek presenta una enorme fachada
de vidrio, de alto vuelo tecnológico, que une los bloques originales ubicados
en los extremos. El interior repite el esquema ofreciendo un espacio vidriado
en múltiple altura, que se asoma directamente, sin intermediaciones, sobre el
lago. El efecto es sencillamente impresionante y el paisaje transmite una calma
que parece insuperable a la hora de pensar en un espacio apto para la reflexión
y el estudio. A la izquierda de este, también del siempre sólido Andrew N. Rebori,
la Elizabeth M. Cudahy Memorial Library
cierra el grupo de edificios que dividen el East Quad del lago.
Después
de caminar un poco bordeando el lago, emprendí el regreso en dirección de la
ciudad, recorriendo la Sheridan Ave.
Esta avenida conserva el aire de una calle de ciudad balnearia, con edificios
en torre a través de los cuales se deja ver el lago. Aprovecho un espacio entre
ellos para continuar caminado un trayecto por la arena de la Hollywood Beach. Cuando termina la
playa, retomo Sheridan Ave., a la altura de la simpática Saint Andrews Greek Orthodox Church, hasta
llegar a otro de los edificios gemelos de Lake Point Tower, inspirados en los estudios
de Mies. Se trata, como ya lo mencionamos en el primer día de visita, de Park Tower Condominium, cuyos autores
son nuevamente SCB.
Antes de llegar a este, dejé atrás el glamoroso Edgewater Beach Hotel, construido en 1916, en un estilo cercano al
francés, que demuestra el pasado balneario de lo que hoy es un suburbio
residencial.
El
final del día, que sería el de todo el viaje, lo dediqué a recorrer el
delicioso barrio residencial Lakewood-Balmoral.
Conservado dentro de su trazado original estas pocas manzanas, no más de
veinte, reúne una variedad de casas que responden a un patrón bien definido.
Los terrenos a ambos lados de la Sheridan Ave., originariamente fueron
destinados a grandes mansiones, mientras que
esta zona, del otro lado de las vías del tren, se volcaron a las
pequeñas casas para la clase media. El desarollador de esta zona encargó a
distintos arquitectos la construcción de grupos de viviendas para la venta, y
estas a su vez, con el pasar de los años y las sucesivas remodelaciones, fueron
cambiando su aspecto, manteniendo su tipología original. Mientras las
anteriores mansiones fueron demolidas para dar lugar a las nuevas torres y
complejos hoteleros, este pequeño oasis quedó preservado con todo su encanto
hasta hoy, protegido como distrito histórico.
Ya
casi sin luz recorro las tranquilas calles donde se asoman las casas que alguna
vez fueron modestas y que ahora lucen espléndidas sin perder su sencillez.
Todas, casi sin excepción, están precedidas de un pequeño jardín y de una escalera
que introduce en un amplio porche que prepara el acceso. Con las luces del
interior prendidas se pueden atisbar los sobrios interiores decorados sin
estridencias, y a través de ellos uno puede intentar imaginar a sus habitantes
con vidas tan tranquilas como sus muebles. Pienso que no sería un mal lugar
para vivir, pero la noche ya cerrada me despierta del sueño. Mañana bien
temprano emprenderemos el regreso a Buenos Aires, mi ciudad, que después de
todo, no cambiaría por ninguna otra.
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