Fue Aristóteles quien preguntó en su Metafísica
por qué había algo en vez de nada. Esa pregunta lanzada a correr en la historia
resuena aún en la metafísica, y en la física, ya que se le puede adjudicar a
cualquier objeto del universo.
Y
resonó ayer cuando me encontré frente a la Basílica de Luján: por qué existe
esto, este prodigio gótico, antes que la pampa indiferenciada que lo precedió. Porque
el gótico es verticalidad que, como nunca, destaca en medio de este paisaje que
es horizontal en sentido esencial, es decir compuesto fundamentalmente de
horizonte.
El
gótico es un estilo nacido en la urbanidad, en las entrañas de aquello que fue
la gloria del Medioevo: la ciudad. Sus arbotantes y pináculos se alzaban en las
plazas y eran el orgullo de los ciudadanos. También aquellas torres eran una
declaración de principios frente a las otras torres del príncipe. Servían para
recordarle a este la presencia de otro Señor al cual él también debía
someterse. La catedral gótica era una empresa común y su construcción era una alabanza
a Dios y también una advertencia a los poderes terrenos.
Pero
qué hay de todo esto en esta gigantesca mole erguida en medio de la nada. Luján
nada sabe de las discusiones y tensiones que en el Medioevo precedieron a las
grandes catedrales. Ignora las intrigas de obispos y señores, y las pujas
ciudadanas que acompañaban sus construcciones a lo largo de los siglos.
Luján
surge por el decreto expresado en la terca voluntad de una pequeña imagen de
terracota, que allí quiso quedarse, en la ausencia total de accidentes.
Solo un camino, y a lo lejos un pequeño río que corría entre sauces y matorrales.
Solo un camino, y a lo lejos un pequeño río que corría entre sauces y matorrales.
Aquí, en este lugar indiferenciado, sin otra razón que Su querer.
Hoy poco se ha perdido de esa original extrañeza, ya que la Basílica
parece flotar en el horizonte sin tener en cuenta a sus achaparrados vecinos.
Permanece incólume al final de una perspectiva barroca lograda esforzadamente con
el recurso de unos pobres arcos y delante una plaza tan seca como anónima. El
entorno está condenado a sucumbir inexorablemente ante este prodigio, al punto
que se añora la pampa del origen.
Hasta el Cabildo colonial, de un estilo por
lo menos auténtico, se anula ante la majestuosa presencia de este improbable
gótico pampeano. La delicada mole consigue parecerse más a una aparición que a
la esforzada construcción que es y que se prolongó por más de cuarenta años.
No
cabe duda de la inteligencia de quienes la proyectaron, sobre todo una vez que
se decidió por el gótico. Atentos a la realidad y al bolsillo, fue sabia la
elección de un estilo arcaico, más cercano al de la parisina Notre Dame que a
otras fantasías tardías más floridas y
costosas. Este camino, distinto al elegido por el otro gran portento gótico de
nuestra tierra, la catedral de La Plata, mantuvo siempre el edificio en una
férrea unidad.
Su aspecto severo y la cohesión del estilo en todas sus partes,
desde la arquitectura a la decoración, es su mayor mérito. Una severidad que se
ve felizmente suavizada por el magnífico color rosado de la piedra entrerriana,
que la luz del atardecer vuelve mágica.
El
interior mantiene las premisas de su aspecto externo, con sencillas bóvedas de
crucería sin caer nunca en excesos. Los pilares adoptan una solución
intermedia, interrumpiendo su continuidad, pero sin llegar a ser una columna
como en su modelo francés y los límpidos vitrales traídos de Bourdeaux
completan el paisaje gótico.
Los peregrinos se suceden y completan la escena
con un fervor que quizás otras catedrales de estilo más puro seguramente
envidian. Ellos nada saben de anacronismos, esta es la casa de su Madre.
Lamento
solamente que la imagen de la Virgen se encuentre al costado del altar y no en
su camarín. Seguramente habrá razones pastorales que no discuto, pero su
desplazamiento le quita toda fuerza simbólica al edificio. La Basílica existe solo
por la voluntad de esa imagen, y su posición en el centro del espacio le da
sentido a eso que, sin ella, sería un absurdo. Aunque un absurdo es en verdad,
este edificio, que solo en la fe sustenta su razón.
Esta
vez la pregunta de Aristóteles tiene una respuesta sencilla: ¿por qué existe
esto y no en vez la ilimitada pampa? Solo por Ella.
3 comentarios:
Bello post, Paris.
Gracias, estupendo post
GRacias Abel, un lujo tener el comentario, elogioso además, de un teólogo.
Saludos.
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