jueves, 11 de octubre de 2007

Fe sin ídolos

Respondo a un toque, como la brujita Verón. ¿Sigo siendo religioso?, preguntás. Sí, te respondo. Pero con una religiosidad todavía más vieja que el Viejo Testamento. Toda la Biblia se puede leer como una lucha por superar al ídolo. Arrancar la religiosidad de los objetos y dirigirla hacia un Dios que es Persona y Espíritu. Dios se presenta a Moisés, como recordarás de algún catecismo, diciendo: "Yo Soy el que Soy". Es decir, entre otras cosas: soy Otro. Los objetos son en el fondo proyecciones de nuestra propia persona, son inertes en los cuales nos proyectamos nosotros mismos. Una trampa de la cual nunca salimos. Con los objetos se entabla una relación de dominio. Con las personas se entablan relaciones de amor. Los cristianos en realidad damos solo un paso más allá, en cuanto al objeto de nuestra fe, un gigantesco paso, que es el hecho de que esa persona se encarna. Creemos en un Dios persona, además, encarnado en Jesús. Hecho maravilloso y misterioso que solo se sustenta en la fe. Milagro de Amor. La religión, para nosotros, no es entonces "estar ligado a algo" sino a "alguien". No creemos en la cruz, sino en Él que cuelga de ella. Tu religiosidad está inquieta y en camino de ser superada. Espero. Amar a las personas, lo sabés muy bien, implica exponerse, dolerse, comprometerse, exigirse, inquietarse... en definitiva, superarse, salirse de uno mismo. Trascenderse. Ser más que nuestros mismos límites. Una aventura. Vivir. El camino de los ídolos es el camino de la muerte. Morir. "Pongo delante de tí la Vida y la Muerte. Elige la Vida y vivirás", una frase que podría ser perfectamente de Nietzsche, el filósofo de la vida, pero es del Deuteronomio. Es un largo camino, pero "el tiempo es la paciencia de Dios". Saludos. Opi


(Buenos Aires, junio de 2002)

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