viernes, 26 de octubre de 2007

Nómbrala

("Los ojos", Luis Alberto Spinetta)

Lejos del amanecer,
ví tu rostro,
luna en mi cristal,
y toda mi vida apareció,
en su lugar,
es tarde y llueve aquí,
me digo:
nómbrala, nómbrala…
y tal vez aparecerá,
miro a mi alrededor,
y no paro nunca de contar,
todas esas cosas,
donde siempre estás…
es tarde y llueve aquí,
solo nómbrala, nómbrala…
esta vez busca sus ojos así
en la oscuridad…
esta vez busca sus ojos así…
en la inmensidad ordinaria…
De nuevo en la cerrazón,
mis pupilas vagan sin cesar,
es hora de dormir me digo:
olvídala, olvídala…
nómbrala, nómbrala, nómbrala…
y tal vez vendrá a ti.
Esta vez busca sus ojos así,
en la inmensidad,
en la oscuridad,
esta vez busca sus ojos así…
en la eternidad…
esta vez busca sus ojos…
así en la oscuridad…
esta vez busca sus ojos…
así busca sus ojos…
busca sus ojos así…
bajo el mar…



Nombres: El nominalismo es una teoría que arreció en el medioevo, dando origen a disputas teológicas que tenían la forma de torneos agonísticos. En góticos claustros se enfrentaban encarnizadamente los discípulos de Domingo y de Francisco. La puesta en juego era alta y se centraba en la antigua cuestión de los universales. Hasta entonces, la discusión era si universales, tales como la vaca, el 4, o la bondad, eran “antes” de la cosa o “en” la cosa. Si existían en la mente de Dios como arquetipo o si eran deducidos por la humana inteligencia. Los nominalistas sorprendieron a todos. Los universales no son nada, sostuvieron, un sonido que a nada refiere, un viento vacío, nombres que nada nombran. Solo existe “esta” vaca, con cuatro patas, que da, por gracia de Dios, buena leche.

Quién, en definitiva, obtuvo la victoria en este campeonato del género no lo sé. Probablemente, luego de tanta disputa, ambos continuaron su camino, indiferentes. El nominalismo, de todas formas, tuvo derivaciones insospechadas, que sus defensores de entonces, difícilmente pudieron imaginar. Los nombres, liberados de la esclavitud de las cosas, obtuvieron una entidad nueva y distinta. Eran solo nombres y esto, al parecer, no es poco. Nuestra realidad, que es como una suma de mundos paralelos, repleto de virtualidades que replican la realidad, es en definitiva hija directísima de aquellos frailes franciscanos que concibieron la audaz autarquía del lenguaje. Si nombrar es más que señalar, puede, entonces, ser crear. La realidad digital, que nace de renombrar la realidad real, creando un mundo paralelo cuya virtualidad es cada vez más real. Un puente sutil que une a Guillermo de Ockham con Bill Gates.


Nómbrala: Un hombre ciego es el argumento del álbum que, curiosamente, responde al nombre de "Los ojos". La ceguera que padece su autor no es física, ni espiritual, más bien se trata de una ceguera del corazón. Las sucesivas canciones son una búsqueda incesante por vencer la oscuridad en la que yace abandonado. La persona amada es entendida aquí como una Beatriz que guía al amado al reencuentro de la luz. Desaparecida esta, desaparece también el mundo que su presencia iluminaba, “todas esas cosas en donde siempre estás”. La amada ha partido y sin embargo algo de su luminosa presencia todavía permanece como un pálido reflejo lunar en la ventana. Una tenue presencia sobrevive en la memoria y alcanza a duras penas para reconocer la vida “en su lugar”. En un ambiente repleto de tristeza, subrayado por el caer de la lluvia y de la tarde, el hombre se enfrenta a su dolor. “De nuevo en la cerrazón mis pupilas vagan sin cesar” y la lucha con las tinieblas presagia la victoria de la noche.

El camino elegido para vencer la oscuridad aparece como un mandato que llega desde lo más profundo de la conciencia. “Me digo nómbrala, nómbrala”. Nombrarla es la posibilidad de reconstruir la realidad, renombrarla, para que aparezca nuevamente. Del otro lado surge la tentación del abandono de sí mismo, sumirse en el sueño que pospone la tarea de rehacer una vida. “Me digo olvídala, olvídala”. Solo es posible sobreponerse a la ceguera re-encontrando “los ojos”, que vagan por regiones del espíritu que se definen con exactitud poética. Es arduo buscar en la oscuridad del alma.
Sin embargo, recobrar la mirada con que la realidad se miraba es una tarea impostergable. Contrariamente a lo que sostiene el saber popular, el amor no es ciego, sino exactamente lo contrario: es lo que hace posible la vista. El nombre de la amada es, en realidad, el nombre de todas las cosas. Si nombrar es más que señalar, es crear, “entonces nómbrala, nómbrala”.

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