23 de Abril: Día de San Jorge
1) San Jorge
Soldado de la lejana Capadocia, en el lejano siglo III. Asesino de criaturas inverosímiles. Mártir de la intolerancia religiosa, muerto por profesar la Fe en único Señor, le era intolerable al tolerante Diocleciano; el mismo que abandonó el trono del Imperio para cuidar de su huerta palaciega. Su caballeresca historia fue llevada por los subterráneos de la historia para aflorar imprevista en Inglaterra, tierra que confunde a caballeros y piratas. Su figura acompaña, en la fiera empresa de Jerusalén, a Ricardo Corazón de León. Pero su pasado sangriento, de batallas y cruzadas, no le impide ser, al mismo tiempo, patrono de inofensivos boy scouts. Su imagen es para mí la que retratara, con precisión de maniático, Carpaccio. Vestido de negra armadura, que parece de hule, como el traje de Gatúbela, empuña firme la temible jabalina, y con "Randazzea" cabellera, mira fijo al dragón, mirada que ni siquiera el caballo se anima a sostener. Embestida única y brutal, ataque directo a las amígdalas de la bestia, desde donde algunos segundos antes se proferían ígneas amenazas. Un golpe seco. Un sonido que viaja límpido hasta acá, desde alguna remota playa de Libia, desde lo profundo del tiempo, desde los albores de la cristiandad.
2) El Dragón
Golpe maestro en donde se confunden Fe y mitología. Había que competir en aquellos primeros años con los dioses del Olimpo, de los que se contaban los más increíbles sucesos. Ese Hércules, que en su primer trabajo se cargó al temible León de Nemea. O Teseo y Perseo, que tienen en su haber un par terrible: Gorgona y Minotauro. O el mismísimo Jasón, que navegó con tesón hasta la improbable Cólquide, en busca del vellocino dorado. Frente a esto, qué es un humilde dragón, por más fuego que exhale por su boca. San Jorge debía enfrentar una bestia y vencerla. Este es el hecho. Un ejemplo, una enseñanza atemporal: los dragones se enfrentan. Una bestia que puede plásticamente transformarse en tantas cosas. Que puede adquirir sentidos distintos. Acaso no esta, nuestra realidad de nuestros argentinos días, poblada de dragones. El dragón de la desesperanza, de la queja, del miedo, de la muerte. Bestias que acechan a la vuelta de la esquina, en el vecino canal de cable y de las que todo el mundo huye, aterrorizado con sus aboyadas cacerolas en las manos. Quizás también el dragón sea el que habite dentro nuestro. En las oscuras cavernas de nuestra conciencia, allí donde tenemos miedo de entrar desprevenidos. Allí en las grutas olvidadas, donde se anidan nuestras más certeras dudas. En la inquietud de existir.
¿De dónde vendrá nuestro San Jorge? A veces me parece ya sentir el golpeteo de sus calientes cascos. Espero cada noche con ansia su visita para pelear juntos el combate, que anhelo nos conduzca a la Gloria. Chau.
(Buenos Aires, abril de 2002)
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