jueves, 7 de febrero de 2008

Urbanismo playero

Dos son las dimensiones en las que somos. Tiempo y espacio. Si bien ambas son fundamentales hay momentos en donde una predomina sobre otra, al menos en nuestra atención. En este sentido no hay duda que el verano, en su faz vacacional, es un tiempo del tiempo. Condición que aumenta cuando el lugar elegido es la playa. En ese lugar, donde hay tan poco que hacer, el tiempo ejerce su señorío. La tensión que produce un vacío en una conversación se salva con una regla que se cumple tanto en el ascensor como en la orilla del mar. El tiempo transcurrido en silencio se llena discurriendo sobre el tiempo.


El tiempo se presenta aquí en sus dos vertientes, visto que no contamos con la distinción que poseen los sajones para hablar de ambos. Está el cronológico que pregunta por la permanencia del veraneante, su duración, su llegada y su fatídica vuelta. Un tiempo que se expresa mayormente en quincenas, unidad de medida típicamente estival. Y también está el otro, meteorológico, que define de modo inapelable el balance de las vacaciones. El oteo atento a los mínimos cambios de viento, la nubes que inquietan, las tormentas que sorprenden y obligan a éxodos de proporciones mosaicas. El tiempo nos gobierna y quizás en ese estar a la intemperie radique una de las claves del descanso. Sometidos a los caprichos de la atmósfera nos sentimos paradójicamente más libres.

Pero también, el relegado espacio, merece una reflexión. Sobre todo en su carácter local, ya que el espacio en la costa argentina es un fenómeno característico, que da por resultado una playa frágilmente urbanizada. El balneario, el patio, la carpa y la orilla son las coordenadas de esta organización que propone su leve geometría de palos de madera a una naturaleza sin accidentes. Aquí entre nosotros la playa es una línea que se enfrenta al mar sin intermediarios, ni telones de fondo. La pampa se hace agua sin mayores sobresaltos.

Quizás esté en el origen una primaria protección contra el viento que azota recio nuestros litorales. Pero lo funcional es siempre una explicación pobre, yo prefiero ensayar una motivación existencial. Es el hombre que no se soporta sin límites y construye prolijamente sus cuadrados para sentirse humano ante esta naturaleza sin accidentes. Es la eterna operación de la cultura que teje su respuesta sutil. Hay algo fundacional en el acto de clavar una sombrilla.

Todo comienza en la carpa, minúsculo refugio para insolados, depósito de sándwiches que piden sombra a gritos, protección de huracanes de arena. A partir de allí se generan las laterales vecindades protegidas con etéreas medianeras de lona. El patio es ágora de convivencia y modelo de tolerancia. Al frente de la carpa, que algunos ancianos llaman aún “toldo”, se prolonga virtualmente el espacio con una línea, que rígida en las proximidades de los postes, se va diluyendo a medida que se acerca al eje que divide el patio. En el medio del espacio una autopista de tablas protege del calor a nuestras plantas, interrumpido cada tanto con la presencia del amable tacho que recoge los inevitables residuos que toda actividad humana produce. Estamos en el sector residencial de nuestra endeble urbe de arena.

Toda cuidad genera su suburbio, que en este caso se llama orilla. Concepto recíproco ya que todo suburbio es una forma de orilla. Aquí se da una forma de ocupación más informal, en donde cada uno define su espacio con su mera presencia, sin referencias fijas. Una reposera aún vacía es un mojón suficiente. Los límites son variables según el cíclico andar de las mareas. Algunas tardes se agolpa la gente en una estrecha franja y otras hay un ancho que permite estadios de fútbol improvisados e innumerables canchas de versiones devaluadas del tenis. El espectro social se amplía en la orilla: hay residentes fijos curtidos por el viento, otros muchos de paso y algunos visitantes esporádicos que salen del cuadrado hacia la orilla solo cuando el tiempo lo permite. El barrio orillero tiene su riqueza humana, pero su forma genera la inquietud de lo precario. De todas formas no falta quien ha encontrado la poética del suburbio.

Por último todo conglomerado tiene su sector de servicios, donde está lo necesario. Es un zócalo alto que reúne lo estrictamente funcional para el desarrollo de la vida de la polis. Sanitarios, bar, quiosco, espacio para estacionar, depósitos de material playero, y un escritorio desde donde se ejerce el poder ejecutivo del balneario. Aquí reporta el personal de seguridad compuesto de empleados y carperos y esa figura siempre mítica que es el bañero. Toda ciudad necesita de sus héroes.

Cada verano llegan visitantes de otras playas que miran con desconfianza nuestra férrea organización de pequeña Esparta. Hablan de mares azules, arenas blancas, aguas templadas y vegetaciones de una exuberancia que suena obscena ante nuestra recatada geografía. Yo siempre desconfié de los paraísos terrenales. No hay duda de que el hombre allí siempre se comportó como un perfecto idiota y termina siempre por echarlo todo a perder. Cuentan los alucinados visitantes que entre ellos la playa no es un rito repetido, sino que obedece a un nomadismo anárquico. Cada tanto pronuncian palabras cuya comprensión se nos escapa, por ejemplo “morro”. Pareciera que para ellos el descanso es volver a un estado de libertad de primate. Yo en tanto considero que costó demasiado tiempo y trabajo dejar los árboles como para desear volver a ellos.

Somos hombres y no renegamos de serlo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente el comentario sobre las delicias de la vida playera.
Reflexiones muy agudas, expuestas con cierto vuelo poético, que consiguen recrear un clima, y dan ganas de volver a pasar, como tantas veces, y hace tanto tiempo, bajo el Arco de San Martín, patada inicial de las vacaciones miramarenses.- Gabo

Carlos G. dijo...

Acepté el convite y he disfrutado la lectura.
El tema es verdaderamente tan amplio que intentar tratarlos a todos presagiaría un post interminable.
Pero aún así podría elaborarse un listado de temas o curiosidades que, quizás, podrían ser tratados en el futuro:

+ Las féminas y el guardavidas
+ El voley playero
+ El juego de las paletas (también podría ser el tejo) y sus previsibles consecuencias para con los distraídos caminates.
+ Curso práctico del enclavamiento de la sombrilla sometida a esfuerzos laterales de viento.
+ Los perros vagabundos y la playa
+ etc.
Bueno, hay tantos, dejo los demás para tu imaginación y la de tus lectores.

Saludos

La herida de Paris dijo...

Gracias por aceptar la invitación.
Yo también lo releí y me dieron una violentas ganas de llamar para alquilar casa. Me aguanto para tener la ilusión de si llamo mas adelante el precio será mas bajo. Al menos ya tengo la tarea para este verano, me llevo la lista de temas a observar.
Abrazo