domingo, 28 de junio de 2009

Venecia en tres días/ 1. PRIMER DÍA

PIAZZA SAN MARCO


Gran Canal

Dónde: Se llega a Venecia generalmente en tren y se toma desde la estación el vaporetto que, recorriendo el Gran Canal, termina en la Piazza San Marcos.

Autor: Sobre ambas márgenes del Canal, se suceden las fachadas de importantes edificios, que en general van desde el siglo XIV al XVIII, construidos por los arquitectos más importantes de la ciudad.

Qué ver: Se hace difícil señalar elementos específicos, ya que la visión de conjunto es lo que predomina. De todos modos, intentaremos citar algunos edificios salientes. Sobre la margen derecha del Canal (lado de San Polo), Palazzo Belloni Battaglia, de Baldassare Longhena (1600); Cá Pesaro, también de Longhena (1628); ya llegando al Rialto, la extensa fachada de las Fabriche nuove de J. Sansovino (1554) y por último, también la Cá Rezzonico del Longhena. Sobre la margen opuesta (lado de San Marco) tenemos la tardogótica cá D’Oro (1422); Palazzo Grimani del Sanmichele (1556), Palazzo Corner del Sansovino (1553). Finalmente se llega al final del Canal con la Piazza San Marco, mientras que la margen de enfrente culmina con el perfil de la cúpula de la iglesia de La Salute y el edificio de la Dogana .


Nota: Sobre el Canal se despliega de alguna manera un resumen de la mejor arquitectura de la ciudad. En esas fachadas se puede leer con claridad la singular interpretación que ha hecho Venecia de los distintos estilos a lo largo de los siglos. En primer lugar, el estilo gótico, llamado” veneciano” que se reconoce en los edificios del siglo XV, en donde lo gótico tarda en ceder frente al Renacimiento y aún preñado de influencia oriental. En segundo lugar está la madura interpretación del Renacimiento que se da de la mano de las grandes figuras de la arquitectura de la ciudad: Sansovino, Sanmichele, Palladio, Scamozzi. Por último, el Barroco del que vemos el inicio, pero que no llega a desarrollarse del todo, inspirado por las obras de Baldassare Longhena.



Piazza San Marcos

Dónde: Es el centro neurálgico de la ciudad y se compone de tres partes unidas pero bien diferenciadas. En primer lugar, la Plaza San Marcos propiamente dicha, de forma trapezoidal, que se extiende por unos 180 metros frente a la Basílica. Este espacio se comunica lateralmente con la Piazzeta que, con forma rectangular, se abre sobre la laguna, extendiendo virtualmente el espacio hacia el mar. Entre ambos y a modo de bisagra, el Campanile. Por último, la pequeña Piazzetta dei Leoni, sobre el otro costado de la Basílica.

Autor: La plaza original correspondía a la actual Plaza San Marcos, pero estaba interrumpida en la mitad por un canal que se enterró recién en la mitad del siglo XII. Posteriormente se crea el espacio de la Piazzeta, que hasta ese momento era una dársena entrante de la laguna. La forma final de la plaza se obtendrá recién con la discutida intervención napoleónica.

Qué ver: El espacio de la plaza está delimitado por edificios en donde se destacan la Basílica, el Palacio Ducale y la Libreria Marciana, de los que nos ocuparemos por separado.
Teniendo a espaldas la Basílica, a la derecha de la misma aparecen las Procuratie Vecchie, iniciadas en 1514 y llevadas a término con la intervención del Sansovino en 1538. Poco antes de esto, en 1496, y del mismo lado, se levantó la Torre dell’Orologio. Ella servía de referencia a los barcos de la laguna y al mismo tiempo era el ingreso del camino que conducía las mercaderías desde el puerto al Rialto, centro comercial de la ciudad. Es decir, la conexión simbólica entre poder económico y poder cívico-religioso. También debajo de los pórticos se encuentra el local de Olivetti, realizada por el genial arquitecto veneciano Carlo Scarpa, en 1957.
Enfrente a ambas construcciones, en el lado sur de la plaza se encuentran las llamadas Procuratie Nuove. Se comenzaron en estilo del renacimiento maduro por Vincenzo Sacmozzi y, luego de la muerte de este (1616), las llevó a término Baldassare Longhena. En la planta baja del edificio está el mítico Caffé Florian, centro de reunión de intelectuales y viajeros ilustres que allí se reunían entre fines del siglo XIX y principios del XX.
Del mismo lado de las Procuratie Nuove aparece la mole de ladrillos del Campanile, que por su altura y presencia aislada (operada con la demolición de edificios existentes) transmite su presencia a todo el conjunto, actuando además como referencia del mismo a distancia. Se originó como torre de vigía en el siglo IX, reconstruido en el XII, destruido por un rayo en 1489, nuevamente se rehízo en 1511. Cayó definitivamente en 1902 para ser finalmente construido con nuevas técnicas e idéntico aspecto al original. Al Campanile se adosa en 1537, sin demasiada gracia, la clásica Loggetta del Sansovino, completada en el ‘700 con la terraza que la precede.


Nota: La plaza San Marcos surge producto de una lenta evolución urbanística que abarca muchos siglos, en un largo proceso durante el cual se suceden las intervenciones. Los edificios que componen sus límites sufren demoliciones y reconstrucciones, pero, sin embargo, pese a su variedad, la plaza mantiene un carácter sorprendentemente homogéneo y sólido. Resulta muy interesante, por ejemplo, la comparación entre ambos edificios de las Procuratorie, ya que en ellos se puede observar la evolución de estilos que se da en el siglo que duró su desarrollo, que van desde un primer renacimiento hasta casi el barroco.
Al mismo tiempo se destaca la última intervención, debida aparentemente a un capricho de Josefina Beauharnais mujer de Napoleón. Realizada con un estilo austero, que imitan la Procuratie Nuove, completa y cierra el espacio por el oeste dándole una configuración definitiva. Se lamenta, sin embargo, que, para realizarlo, se procedió a la demolición de la iglesia de San Geminiano, obra del Sansovino.
Entre la Piazzetta y el Molo (rambla sobre la laguna) se alzan dos columnas monolíticas de procedencia oriental, que culminan, una con el león de San Marcos símbolo de la ciudad y la otra con la estatua de San Teodoro, antiguo patrono de la misma. Este fue reemplazado por el Evangelista a partir del siglo IX, cuando dos mercaderes venecianos robaron su cuerpo de Alejandría y lo donaron a la ciudad que lo consagró como nuevo patrono.




Iglesia de San Marcos

Dónde: Ocupa el lado este de la plaza, a continuación del Palacio Ducale.

Autor: La Basílica fue, hasta 1807, capella dogale, es decir directamente dependiente de la autoridad civil, que fue quien decidió las múltiples intervenciones que le fueron realizadas. Al igual que la plaza, el edificio es el producto de una sumatoria de trabajos, que se agregaron a la estructura primitiva sin que exista un estricto plan. Fue consagrada en el 832 y tuvo al inicio una configuración incierta. Se rehizo en el siglo XI, respetando el trazado original y ya en esta versión se trata de una iglesia a cruz latina con una importante cúpula central siguiendo el modelo de la de los Santos Apóstoles de Constantinopla. Todo este proceso se acompaña con un permanente trabajo de enriquecimiento en el interior, que se podría decir culmina recién en el siglo XVII cuando la Basílica adquiere su forma definitiva.

Qué ver: Es difícil describir una tan enorme profusión de objetos de altísima calidad artística sobrepuestos sin un orden estricto. Domina la fachada, dividida en dos pisos separados por una terraza, un fuerte gusto por lo excesivo, en donde resuena claramente la lengua del oriente. Como ejemplo basta citar la decoración de los pilones que dividen verticalmente el orden inferior de la fachada, tapizados de una sucesión de innumerables columnas de distintos mármoles y capiteles extravagantes. De todas formas, el efecto no deja de tener una cohesión que se mantiene, no sin esfuerzo, por sobre una variedad de estilos, en donde prevalece una atmósfera bizantina. La fachada de San Marcos contiene una muestra exacerbada de todo lo que la ciudad propone y es en este sentido una buena clave para intentar comprenderla.


Nota: El interior, en cambio, muestra un espacio grandioso, en este caso decididamente bizantino, tanto por la concepción centralizada como por el tratamiento de sus muros. La iglesia bizantina parte en general de la cúpula, como elemento autónomo a partir del cual se procede a la agregación de otras unidades similares. Al mismo tiempo es intención del estilo la desmaterialización de sus muros como límites reales, que pierden su espesor y su peso para transformare en una delgada lámina dorada. El espacio, así, adquiere un aspecto celestial, en donde se relata a través del mosaico la historia de la iglesia. Hay mosaicos de distinta época y de valor dispar, entre los cuales se destacan los más antiguos, que pertenecen al siglo XII (especial atención a las escenas de la Pasión en el arco que precede a la cúpula central). De todos modos, es el aspecto del conjunto, más que sus detalles, lo que debería acaparar nuestra atención. La misma recomendación vale para las capillas laterales, entre la que destaca por su riqueza tanto material como espiritual la Cappella Nicopeia, ubicada en el transepto a la izquierda del altar mayor. En ella se encuentra la imagen de la Virgen de origen bizantino, del siglo XII, que marchaba a la cabeza de las armas imperiales de Constantinopla. Fue traída a Venecia luego de la cuarta cruzada, en 1204.




Palazzo Ducale

Dónde: Mirando de frente a la Basílica, el Palacio se encuentra a la derecha de esta, con dos de sus fachadas idénticas que se vuelcan sobre la Piazzeta y el Molo.

Autor: Al igual que en los casos anteriores, la forma final se debe a sucesivas y constantes intervenciones que arrancan con la creación, en el siglo IX, de una especie de fortaleza sobre la laguna. Luego de varios incendios y destrucciones parciales, comienza a adquirir su forma definitiva, con la construcción de la fachada sobre el Molo iniciada en el siglo XIV y más tarde, en el siglo siguiente, se continuará con la parte que da sobre la Piazzeta. El siglo XVI comienza con la construcción del ala ubicada en lado opuesto al que da sobre la Piazzeta. Por ultimo, ya en el XVII, se concluye el cierre del edificio sobre el lado que queda frente a la Basílica.

Qué ver: Lo más característico de este complejo son sus fachadas principales, en un particular estilo gótico con aire oriental, típico de la ciudad. Sorprende el ritmo cerrado del pórtico de arcos ligeramente apuntados, que duplica su intensidad en la loggia ubicada en el plano inmediatamente superior. Sobre esta se extiende el calmo paramento en piedra rosa, que está perforado por las enormes ventanas que se abren desde los vastísimos salones desde donde se gobernaba la República. En cada fachada está realzada la ventana central, con una decoración en piedra que queda suspendida sin llegar a influir en nada en los inferiores órdenes de la loggia y el pórtico. Ingresando en el patio, se observa el severo reverso de ambas fachadas anteriormente descriptas. Frente al ala que da sobre la Piazzetta, se encuentra la intervención realizada durante el Renacimiento, de aspecto imponente, aunque en un estilo cargado, que evidencia alguna ausencia de síntesis. El edificio que cierra el patio, sobre el lado de San Marcos, conocido como Facciata dell’Orologgio, mezcla elementos góticos con otros clásicos, y estatuas de edad romana, lo cual produce un efecto de cierta extrañeza y un aire premonitoriamente barroco. Entre ambos edificios apenas nombrados aparece un pequeño espacio que oficia de fuelle, conocido como cortile dei Senatori, en donde aparece la generosa Scala dei Giganti, llamada así por las imponentes figuras que dominan su llegada al primer piso. Estas son obra de Jacopo Sansovino, que las realizó en el 1554 y representan la gloria de Venecia en mar (Neptuno) y en tierra (Marte).


Nota: Nuevamente aparece la dificultad de intentar una síntesis ante un complejo tan vasto de habitaciones, todas ricamente decoradas y de impecable concepción arquitectónica. Para su realización intervinieron los mayores artistas de la ciudad entre el 1400 y el 1600. En ellas se realizaban todas las tareas concernientes al gobierno de la Serenísima. Las hay pequeñas y privadas, como los apartamentos de los “Dogi”; otras medianas, donde comisiones ejecutivas tomaban las decisiones de gobierno, y también están los inmensos salones, donde deliberaban todos los representantes de la ciudad. Todas las salas se encuentran cubiertas de pinturas de gran calidad, en su mayoría realizadas en la segunda mitad del 1500, correspondiente al período manierista. Se señala en modo particular la tarea de dos pintores que rivalizaban en calidad y destreza, como son los contemporáneos Jacopo Tintoretto y Paolo Veronese, ambos herederos del Tiziano, el creador del llamado “stile veneziano”. El Veronese representa la tendencia mas clásica de la escuela, famoso por las precisas arquitecturas de sus telas de colores suaves, contrasta con la vertiente más dramática y de tonos más vivos que encarna el Tintoretto, cuya obra se acerca al barroco. Los dos prefieren para expresarse las composiciones de grandes dimensiones, muchas de las cuales se encuentran en estos salones.
La visita al Palacio se puede continuar con la de las Prigione vecchie, donde se cumplían las penas de los tribunales de la República, a las que se accede atravesando el célebre Puente de los Suspiros.




Librería Sansoviniana

Dónde: Ubicada frente el Palazzo Ducale, del otro lado de la Piazzetta.

Autor: Jacopo Sansovino (1537)

Qué ver: La fachada del edificio es uno de los mejores ejemplos del renacimiento maduro. Construido en dos pisos, la obra manifiesta el acabado dominio de su autor de todos los aspectos del lenguaje clásico. El edificio va creciendo en intensidad a medida que sube, siguiendo el canon clásico. La planta baja con un severo orden dórico, escoltado de pilastras rectas donde apoyan los arcos de medio punto. El primer piso presenta un ligero jónico, que encierra arcos de ancho menor que apoyan en columnas exentas del mismo orden, pero en este caso acanaladas. El final contiene un rico friso decorado que remata en una balaustrada con estatuas que señalan el ritmo de las columnas inferiores. Se resalta la perfecta resolución de los ángulos reforzados de pilastras y señalado con la sorprendente presencia de obeliscos. La decoración, si bien es cargada, rehuye el exceso, y se incorpora de un modo ordenado que nunca desborda al planteo general.


Nota: Venecia, gracias a esta obra realizada por un florentino, tal era la patria del Sansovino, tuvo un seguro referente clásico, fuente de inspiración para la obra del mayor arquitecto véneto de todos los tiempos, Andrea Palladio. La biblioteca fue el reconocido modelo a partir del cual el genial artista de Vicenza desplegará luego toda la riqueza de su propuesta. La muerte de Sansovino en 1570 hizo que el final de la obra quedara en manos de otro buen exponente de la arquitectura de la ciudad, Vincenzo Scamozzi, que llevó a término el ala sobre el molo a partir de 1583. A continuación de esta, se encuentra, del mismo Sansovino, el Palazzo della Zecca resuelto en tres pisos con un lenguaje de pesadas buñas. El edificio muestra una evolución que abandona el puro estilo clásico de la vecina Biblioteca, en pos de un forma manierista. También esta manifiesta solidez se debe a una búsqueda simbólica que corresponda con la función del edificio, donde se acuñaba la moneda de la República. Una especial mención merece el primer piso con sus ventanas de fuerte arquitrabe recto, enérgicamente calzadas entre las columnas. A la izquierda de la Zecca se encuentra el Giardinetto Reale, realizado en período napoleónico, cuando se decidió la demolición de los inmensos silos de ladrillo, llamados Granai di Terranova.



Fondazione Querini Stampalia

Dónde: Saliendo de la plaza San Marcos, por la izquierda de la Basílica nos dirigimos hacia el Campo de Santa María Formosa. Allí se encuentra el edificio de la Fundación.

Autor: Sede de esta antigua familia veneciana, la fundación se desarrolla en un grupo de edificios que fueron fuertemente remodelados en el 1500, y sucesivamente a lo largo de los siglos. Finalmente, en 1950 se encargó la remodelación a Carlo Scarpa para albergar las nuevas necesidades de la fundación, siempre más volcada a nuevas manifestaciones culturales.

Qué ver: Merece una visita la planta baja donde se concentra la intervención. Especial atención debería ponerse en los detalles, en donde Scarpa fue maestro absoluto, cultor de un modo particular de ejercer la profesión como un artesanado. En el jardín hace gala de una verdadera variedad de soluciones formales típicas del maestro, lo mismo que en el delicado puente de hierro y madera sobre el canal que precede el ingreso.


Nota: Dejado el palacio de la fundación conviene asomarse en el vasto espacio del vecino campo de Santa María Formosa, en donde domina la iglesia del mismo nombre. Realizada en lenguaje del renacimiento a inicios del 1500, se completa con un alto campanile de formas cercanas al barroco.



Bartolomeo Colleoni

Dónde: Continuando en la dirección que veníamos, nos dirigimos al campo San Giovani e Paolo, uno de los más importantes de la ciudad, propiedad de la orden de los dominicos. Está enmarcado por la presencia de la iglesia y por el extraño edificio de la Scuola Grande di San Marco.

Autor: El Verrochio fue llamado a Venecia para realizar la estatua en 1479. Contradiciendo la voluntad del Colleoni, que legó en su testamento parte de su fortuna a la República, a cambio de que se le alzara un monumento a su memoria en la Plaza de San Marcos. La República, con astucia, cambió la ubicación aduciendo que el documento bien podría referirse a la homónima Scuola Grande. El autor llegó a Venecia para asistir a la fundición, pero murió antes de ver terminada su obra.

Qué ver: La estatua del condottiere Bartolomeo Colleoni es una de las obras maestras de la escultura ecuestre de todos los tiempos. En ella se representa la figura de este fantástico hombre de armas, pero también sagaz político, quien en distintas oportunidades, a partir de 1431, defendiera las armas de la República.


Nota: Se la compara por la calidad de su factura con el contemporáneo Gattamelata de Donatello en Padova, y ambas son vertientes del modelo por excelencia de esta tipología, el Marco Aurelio del Campidoglio de Roma. La propuesta del Verrocchio se distingue como superadora del tranquilo Gattamelata, que pertenece al renacimiento en su primera etapa. Aquí ya nos encontramos con una madurez que imprime más energía y dinamismo al conjunto. Todo apunta a poner de manifiesto el vigor y la fiereza del personaje. Este se alza con vehemencia de los estribos empuñando su bastón con una mirada recia que impone respeto. Se destaca también el movimiento del caballo, con la cabeza ligeramente girada en contrapeso con la figura del jinete. Esta obra también remite a otro eximio modelo de escultura ecuestre, del que gozamos en Buenos Aires: el Alvear de Bourdelle.



San Giovanni e Paolo

Dónde: La presencia de la inmensa masa de ladrillos de la iglesia es preponderante en el espacio de la plaza, donde se asoma su fachada principal y todo el lateral derecho. Se trata de un edificio de formas simples, donde predomina la presencia del muro liso de ladrillo visto, en donde se incrustan algunos pocos detalles en piedra. A su izquierda, la citada Scuola Grande de San Marco completa el conjunto, con una imagen que contrasta con la simpleza del anterior. En su fachada intervinieron distintos artistas, que compusieron más un prodigio de orfebrería que de arquitectura. Una gran riqueza de detalles que conforman un conjunto que si bien no tiene una fuerte unidad, no pierde la armonía.

Autor: La construcción de la basílica se prolongó durante todo el 1300 y la basílica fue consagrada recién hacia el 1430, aunque sin contar aún con el ábside. La orden de los dominicos fue la encargada de definir la estructura general, a la que se fueron adosando distintos elementos. El portal de ingreso, que muestra claramente una transición difícil entre le gótico y el renacimiento es de Bartolomeo Bon, y fue realizado en 1460.

Qué ver: La iglesia tiene una gran importancia histórica, y fue el lugar elegido como última morada por grandes personajes de la ciudad (más de 20 dogi fueron enterrados aquí), que la adornaron con una importante cantidad de obras de arte. El estilo, sin embargo, es una singular elaboración del gótico, del que toma en cierto sentido sus formas, pero que carece de su espíritu. El interior produce impacto por la dimensión grandiosa del espacio, pero carece de carácter. El natural impulso ascensional del gótico encuentra un fuerte competidor en las extrañas vigas de madera que van “cociendo” la estructura a nivel de los capiteles de las columnas. La presencia de la cúpula de fines del ‘400 tampoco ayuda a la pureza de estilo. Sólo en el ábside principal se encuentra un acercamiento a la luminosidad y a la liviandad propia del gótico, en su particular versión veneciana.


Nota: Entre la gran cantidad de obras que contiene en su interior, destacamos en primer lugar, al inicio de la nave derecha, el políttico di San Vincenzo, de Giovanni Bellini (1465). Más adelante, sobre el mismo lado y luego de superar la barroca capella dell’ Addolorata, se encuentra la pequeña cappella della Madonna Della Pace, que contiene una venerada imagen de origen bizantino del siglo XIII. En la pared del fondo del Transepto derecho, encontramos de Lorenzo Lotto la célebre pintura que representa la limosna de santo Domingo, del 1542. Al llegar a mitad del recorrido nos encontramos, aislado en el presbiterio, el altar mayor, obra de Baldassare Longhena, iniciado en 1619. Por último, se recomienda la visita de la capella del Rosario, sobre el extremo del transepto izquierdo, muy venerada ya que el día de esa advocación coincide con la fecha de la batalla de Lepanto, que concluyó con el triunfo de las armas cristianas, que contaban con una fundamental presencia de Venencia. Fue reconstruida después de un incendio ocurrido en el siglo XIX y cuenta hoy con tres obras de Paolo Veronese, ubicadas en el cielorraso, dedicados a la Anunciación, la Asunción y la Adoración de los pastores.



SaFrancesco della Vigna

Dónde: La iglesia surge en una zona que pertenecía a la orden de San Francisco que se articula a partir de dos vastos espacios, el Campo della Confraternitá sobre el lateral de la iglesia y el Campo di San Francesco della Vigna que descubre su fachada. El conjunto se compone además de una serie de edificios pertenecientes a la Orden. Se ingresa al complejo por un puente que cruza el Rio San Francesco.

Autor: Toda la zona recibió importantes intervenciones urbanísticas durante todo el 1500. La construcción de la iglesia, realizada sobre una original gótica, convocó a los dos más grandes arquitectos de la ciudad: Jacopo Sansovino, que se ocupó del proyecto general en 1525, y Andrea Palladio, al que se le encomendó la fachada en 1570.

Qué ver: Fundamentalmente la fachada que fue el primer experimento de Palladio para resolver el problema de conjugar el corte basilical con el lenguaje clásico. Este primer intento tiene el valor testimonial de ser el inicio de una búsqueda intensa que como primer paso muestra las falencias de todo comenzar. Estas se hacen evidentes en la unificación de un mismo basamento para la elevación de ambos órdenes de proporciones tan disímiles. De todas maneras, a pesar de estos problemas puntuales, el resultado general expresa una madurez en el manejo del lenguaje clásico.


Nota: El interior de la iglesia está compuesto en un gusto despojado muy propio de la arquitectura toscana que recuerda al Brunelleschi, de acuerdo con los orígenes del Sansovino y también con el sentir de los franciscanos. Destaca en él la capella Giustiniani, en el transepto a la izquierda del altar, que diseñara el mismo Sansovino para albergar las preexistentes esculturas de Pietro Lombardo realizadas al inicio del 1500. También registran interés los apacibles claustros del convento de los Observantes Menores, en el edificio que se encuentra a la izquierda de la iglesia, realizados durante el promediar del '400.



San Giorgio degli Schiavoni

Dónde: Seguimos en dirección este y ayudados por un mapa se busca la Fondamenta dei Furlani y sobre esta pequeña plaza, apenas atravesado el canal, aparece la iglesia sobre la izquierda.

Autor: La iglesia y posterior Scuola fue fundada por la confraternidad de los Dálmatas, también llamados Schiavoni. La iglesia tiene una fachada bastante plana en un estilo incierto próximo al renacimiento. En su interior se encuentran las famosas pinturas de Vittore Carpaccio, realizadas a lo largo del primer decenio del 1500.

Qué ver: Las obra de Carpaccio comprende tres temas dedicados a los tres patronos de la comunidad de Dalmacia que encargó la obra. El primero y más famoso se refiere a San Jorge y comprende tres pinturas donde sobresale el estremecedor “San Jorge y el Dragón”, junto a “El triunfo de San Jorge” y “El bautismo de los Selenitas”. En el segundo grupo, que se ocupa de San Jerónimo, se compone también de tres telas. En él sobresale “San Agustín en su estudio” (mientras recibe la premonición de la muerte de San Jeónimo), acompañado de “San Jerónimo y el león” y “Funerales de San Jerónimo”. Por último, una sola obra recuerda “El milagro de San Trifone” que a la edad de 12 años expulsa los demonios de la hija del emperador Gordiano III (238-244).


Nota: Vittore Carpaccio fue uno de los grandes pintores del Renacimiento, en la edad en que este movimiento no había encontrado la total madurez. En él se destaca una cierta inocencia que aparece mezclada con una técnica realística que se vuelca sobre todo en detalles sorprendentes. Las composiciones, verdaderas narraciones pictóricas a la manera de los primitivos, son dramáticas y al mismo tiempo guardan un sutil contacto con la fantasía. Para observar con atención, el cuadro que narra el violento encuentro de San Jorge con el Dragón, retratado en el mismo momento del furioso impacto. En la misma tela se contraponen la presencia de los restos de las presas devorados por la bestia, con el fondo de una ciudad y un paisaje de ensueño. También para detenerse, el Estudio de San Agustín, repleto de detalles propios de la época del pintor. Allí la figura del santo, absorto en un costado de la tela, se completa misteriosamente con la imagen del pequeño perro, único testigo de la escena, que parece en grado de comprender la gravedad del momento.



L’Arsenale

Dónde: Se retoma la dirección hacia el este hasta llegar a la pequeña iglesia de San Martino, fundada en el siglo VII, fue reconstruida según el diseño de Jacopo Sansovino. Muy cerca de allí se encuentra el ingreso al Arsenal.

Autor: El Arsenal es un complejo de edificios que se fue ampliando a lo largo de los siglos y de acuerdo con las necesidades de la industria naval. Un núcleo original aparentemente pertenece a los inicios del siglo XIII (Arsenale Vecchio); en el siglo siguiente se produce una gran ampliación hacia el este con la apertura de una nueva dársena (Arsenale Nuovo) y más tarde en el siglo XV se formó hacia el norte una nueva dársena unida a la anterior (Arsenale Nuovissimo)

Qué ver: Significativo es el doble ingreso a la inmensa estructura. Por un lado, a la izquierda, tenemos el llamado ingreso de tierra, que se presenta como una de las primeras obras del renacimiento en la ciudad. Fue realizado en 1460, pero sucesivamente fue ampliado. Se le fueron sumando decoraciones celebrativas, entre las que sobresale, en el ático, el León marciano, atribuido a Bartolomeo Bon. A la derecha de este ingreso, se encuentra el de agua, con las características torres de ladrillo con ángulos en piedra, realizadas en 1686, que reemplazaron las anteriores, tras una ampliación realizada en el canal de ingreso.


Nota: El interior del complejo, ahora en alguna de sus partes dedicado a exposiciones, reúne una serie importante de edificios que en su momento fueron el verdadero corazón del poderío de la república. Allí se realizaba el armado de todos los buques que hicieron de Venecia la primera potencia marítima de occidente. El trabajo se realizaba siguiendo criterios de división del trabajo y de productividad, que antecedieron en varios siglos a la impuestos durante la revolución industrial.



San Pietro di Castello

Dónde: Siguiendo un poco más hacia el este, podemos llegar a uno de los límites de la ciudad insular, la pequeñísima isla de San Pietro, donde se encuentra el campo con la iglesia del mismo nombre.

Autor: La iglesia fue realizada siguiendo un diseño de Andra Palladio del 1559, lo que se demuestra en la fachada que sigue el típico planteo palladiano del doble frontispicio.

Qué ver: La iglesia, totalmente realizada en piedra, cuenta también con un singular y recio campanile, también en piedra blanca, de formas austeras del primer renacimiento, obra de Mauro Codussi, del 1482. El amplio interior a cruz latina fue llevado a término en el ´600, siguiendo el “estilo” de Palladio. El altar mayor, obra de Baldassare Longhena, y también de este es la barroca capella Vendramin, en el transepto que data de 1663.


Nota: Curiosamente esta pequeña iglesia fue la sede del obispo desde su fundación en el siglo VIII hasta el siglo XIX. Recordemos que San Marcos, hasta esa fecha fue capilla personal de los Dogi y de alguna manera la Iglesia buscó, manteniendo esta pequeña y alejada sede, reafirmar su libertad ante la política de la república. Una manera de manifestar la necesaria independencia de la iglesia y del Estado, sobre todo cuando este último es tan poderoso.



* Leer la guía completa publicada en el blog el 13/02/11: Venecia en tres días

domingo, 21 de junio de 2009

Tutto Dante

Mi primer profesor de italiano fue la ópera. Una infancia teñida por los gorjeos de la Tebaldi, la potencia de Mario del Mónaco y el terciopelo de Gobbi. Pronto quise saber lo que sus magníficas voces decían y me dediqué a los libretos. Por fin pude entonar por el pasillo algunas áreas, con mi voz todavía aflautada, pero con una dicción aceptable. El italiano aprendido fue algo arcaico, pero jamás tuve un maestro mejor.

Bastante más tarde, fui a vivir a Italia y fue como si un guerrero de estos días quisiera enfrentarse a las balas empuñando una espada. Sin embargo, la ópera había moldeado mi lengua, de manera que me fue fácil hablar con naturalidad. La otra parte la hizo la necesidad que, como todo el mundo sabe, tiene con la herejía un parentesco cercano. Nunca logré la corrección gramática, pero mi italiano sonaba auténtico. La música distrae y disimula los errores.

Cuando volvimos a casa, la necesidad dejó su lugar al placer. Saber italiano es hoy bastante inútil, sobre todo si se lo compara con otras lenguas más difundidas, como el omnipresente inglés. Qué decir de los que auguran un futuro hablado en chino. Sin embargo, es una fuente de gozo inconmensurable, ese gozo que solo es capaz de proporcionar lo que está desprovisto de una utilidad fehaciente.


La literatura fue el lugar donde pude disfrutar entonces de mi inservible posesión: Manzoni, Calvino, Eco, Dino Buzzati, Giuseppe Tomasso di Lampedusa, Boccaccio y, finalmente, Dante. Soy de los que piensan que son los libros los que nos eligen a nosotros, y así fue que un día fui convocado para emprender la senda que conduce al Paraíso. Entonces comprobé que haber aprendido italiano tenía, oculto en realidad, un solo fin: leer la Commedia.

Esto pensaba esta semana, mientras disfrutaba del magnífico espectáculo de Roberto Benigni: Tutto Dante. En él, luego de una desopilante introducción centrada en la política italiana de nuestros días, se desciende hasta el primer círculo del Infierno, para ir al encuentro del más famoso de los cantos de la Commedia, el quinto. La profundidad del comentario es asombrosa y el balance con el humor, siempre presente, es ejecutado con maestría. Finalmente, el actor recita completo el canto previamente analizado y cuando llega a la célebre confesión de Francesca, “la bocca me bacció tutto tremante “, yo ya lloraba con tanta convicción como antes había reído.

A mi lado se sentaba un dantista consumado, que asistía balbuceando lentamente a la par de Benigni las “terzinas” sabidas de memoria. Yo tuve la suerte de caminar con él por la patria del Dante, y también la de asistir a algunas de sus clases de “lectura dantis” que durante años llevó adelante, en lengua original, sobre cada uno de los 100 cantos. Claro que estuve cuando presentó su libro de Aproximación a la Divina Comedia, y tantas veces, en su escritorio, bajo el pequeño busto de bronce del Alighieri, que parece custodiar las diversas ediciones de su obra que dominan un amplio sector de la biblioteca. De él no aprendí a hablar el italiano, pero si a amarlo. Estoy hablando de mi viejo.


Cuando salimos “a riveder le stelle” ambos nos extrañamos al encontrar el Obelisco, “esa espada de plata refulgente”, me recuerda él el poema de Fernández Moreno. Llevados por el entusiasmo dantesco no nos hubiera sorprendido encontrar en su lugar el campanile del Giotto y a sus pies, el perfil del “mio bel San Giovanni”. El taxi negro y amarillo se encargaría de romper el hechizo.

miércoles, 17 de junio de 2009

Que los cumplas feliz ♪♫

Para O.,

de M.,E.,C.,M.,M. y V.

sábado, 13 de junio de 2009

Vida de planchar

El planchado podría parecer a un observador impresionable un acto de una violencia inusitada. Una búsqueda embebida de una insistencia celosa, tendiente a imponer el criterio de una igualdad sin pliegues. El totalitarismo padece siempre de una sed de perfección asesina, que busca eliminar las diferencias propias de la naturaleza, humana en particular. Quién sabe habite en el que plancha una escondida vocación de dictador. Nada hay más distinto a planchar, que hacer la plancha

La plancha anula la diferencia y doblega, con su calor parejo, toda la rebeldía que late secreta en una arruga. En un acto de inesperada misericordia, la prenda recibe primero el frescor de unas gotas esparcidas de agua, como aquellas que el sediento Epulón reclamaba a Lázaro. Esa será la única clemencia que se le otorgue. Después vendrán las enérgicas pasadas hasta que toda meseta se convierta en la pampa más austera. Si las camisas gritaran, oiríamos sus quejidos, por este rigor raso al que son sometidas. De todos modos no pueden esconder un cierto orgullo cuando desde lo alto de la pila observan con desdén el espectáculo de revoltijo que surge desde el vecino canasto.


Hasta la misma plancha es un elemento que no ofrece resquicios. En su forma asoma la miniatura de un buque, con su proa filosa dispuesta a navegar insolente hasta los pliegues que se ocultan en el reverso de un cuello. Su superficie perfecta es como un espejo que refleja impiadoso las imperfecciones de quien tiene, como Narciso, la osadía de mirarse en su plateada faz. A veces se me ocurre que en la plancha hay un deseo oculto de dedicar su voracidad lisa a otras superficies. Quizás nuestra propia cara ajada por los años sea un destino posible. O, como quería el arrebatado profeta, hasta la geografía misma para eliminar de la superficie terrestre la irregularidad de todo accidente. Plancharlo todo es el sueño ilimitado de este artefacto afiebrado.

Pero, sin embargo, y esto es de verdad inquietante, descubro una oculta felicidad en el que plancha. Como si una ebriedad sutil lo poseyera, en el ejercicio de ese poder pequeño, pero ciertamente majestuoso. Imponer el rigor de su peso caliente que, serpenteando, iguala la ropa estrujada y le impone un nuevo orden en el caos de su existencia. Planchar también es dar a las cosas un nuevo principio, para iniciar desde el placard una vida nueva.


Quién sabe la alegría del que plancha provenga también de la pericia necesaria para hacerlo. Mientras otras tareas domésticas se han mecanizado, el planchado sigue requiriendo de una habilidad irremplazable. Por ello, ella es el terror de la recién casada, que tendrá, temblorosa bajo la poderosa plancha, la promesa de prestigio que encierra la camisa blanca de su cónyuge. Sin embargo la que domina ese arte lo despliega con una solvencia que siempre me sorprende y lo practica con una atención despreocupada, como el domador que conversa distraído con las fieras. Y no obstante el peligro acecha en la forma de un calor excesivo que quizás deje su sello gótico, sobre la más inmaculada de las blusas.

Hay en mí una esperanza secreta de que la plancha se convierta en caricia. Y el deseo ferviente de que sea empuñada por un corazón bondadoso, que no sea demasiado severo con mis imperfecciones y que su calor perdone los pliegues oscuros de mi alma.

sábado, 6 de junio de 2009

Dame un limón

“Al cielo se va por la puerta de servicio”, me dijo una vez un sacerdote. Desde ese día, cada vez que en un plano tuve que dibujar una “puerta de servicio”, me vi sorprendido por una especie de sacro respeto. Como si fuera el único poseedor del secreto de la inmortalidad. No los batientes lujosos que introducen en un marmóreo hall, sino esas escuetas puertas por las que se embocan pasillos tapizados de azulejos. Ese es el camino seguro al paraíso.

El servicio es el destino de los que están llamados a brillar a la sombra de otros. La soledad los perjudica. Es en función de los demás que adquieren sentido. Poniendo en relieve las virtudes de quienes lo acompañan. El destino del limón esta prendado de salvación.


Sea para regar las espesa aridez de las frituras, el jugo es la bendición de una argentina milanesa o de una fiesta de rabas. Exprimido con fuerza después de ser asegurado con los dientes apretados de un tenedor. O bien en la rodaja elegante que muerde el fino cristal que encierra un gin-tonic. En la cáscara derrapada que reemplaza la aceituna de un Martini, o “clarito”, como se lo conoce en nuestros amables copetines porteños. También en la lubricación que hace más digerible la proverbial sequedad de la pechuga. O en el gajo que, metáfora de una luna menguante, apaga el fuego de un tequila asesino. Lo imagino sereno, decorando el té puntual de una señora inglesa, que en pequeños sorbos añora su patria desde una lejana colonia. O aristocrático “lemon-pie” que se destaca en el borde de una mesa, ante tanta repostería bañada con patriótico dulce de leche. El limón es ingrediente por naturaleza.

Hay quienes no se pueden abordar solos. Un carácter demasiado fuerte los domina y se vuelven irascibles. El encuentro desnudo con un limón arrancará seguro lágrimas. Solo se acepta su presencia suavizados, diluidos en un mar de agua que los convierta en limonada. Antiguo aliado contra las más fervientes sedes, en meriendas anteriores a la invasión de las gaseosas burbujeantes de marketing. Limonadas prístinas que apagaban la portuguesa ansia que sostenía al atribulado Pereira.



Nacido en la lejana Asia, fue conocido tarde en Europa. A ella lo trajeron como estandarte los árabes y llenaron España con su perfume de flores de azahares blancos. Gladiador contra violentos resfríos, es benéfico componente de remedios saludables y portador de vitaminas invencibles. Fue cicatrizante en la Edad Media de las heridas del cuerpo, rasgado por filosas espadas de Toledo. Su agria consistencia es fatal a las toxinas.

Yo le tengo especial bronca a la versión enana que viene de Brasil, que se da aires de una vida exótica, húmeda de “caipirinhas”. Me gustan los que son bien amarillos de forma ovalada con las puntas turgentes. Cortarlo en melancólicos gajos o en circulares rodajas, e invitarlo luego a mejorar el mundo. Quisiera tener su espíritu servicial, ser ladero de las cosas, para que estas se presenten más sabrosas. También poder recurrir a sus servicios cuando me aqueja el tedio. Y pedirle a la vida que me de un limón, para rociar sobre la realidad, si esta se volviera insípida a mis ojos.