sábado, 25 de julio de 2009

Actinidia deliciosa

Hasta que tuve unos, digamos, veinte años, pensé que el mundo de las frutas estaba clausurado a lo nuevo. Las fruteras no eran portadoras de sorpresas y obedecían dóciles al cambio de las estaciones. Manzanas y naranjas, y a veces alguna mandarina para pasar el invierno; uvas, duraznos y peras para refrescar el verano. La banana una constante que no conocía ocasos. Eso parecía ser todo.

Pero un día apareció la novedad e irrumpió con la insolencia propia de su naturaleza. Lo nuevo trae aparejado un ineludible efecto desestabilizador que se abate sobre la comodidad de lo conocido. Lo extraño no puede causar otra cosa que extrañeza. Como la aparición de los españoles de Cortés, con sus armaduras de chapa, que causaron un desconcierto fatal en los de confundidos súbditos de Moctezuma. La novedad enciende los temores más recónditos en los espíritus conservadores.

Su aspecto resultaba sospechoso, sobre todo por que aquello no parecía una fruta. Era más bien el torso de un pequeño pájaro descuartizado con esmero para que no quedaran rastros de extremidades pretéritas. Y de allí extrajo su nombre, kiwi, que es más un sobrenombre que imita el nombre de un ave exótica. Incluso hoy, que ya es un habitante familiar a la hora del postre, me parece percibir cuando lo agarro, un latido en la palma de mi mano incrédula, como un temblor que recuerda un ancestral pasado de pájaro.


Romper años de monotonía era un desafío complejo. Me imagino la desconfianza de las restantes habitantes de la frutera por este nuevo intruso peludo de color incierto. Créanlo o no, hay racismo entre las frutas. Sin embargo, las reticencias quedaron atrás el día que alguien lo liberó de su envoltorio velloso y para sorpresa de todos apareció ese verde que parece iluminado como si una fuente de luz estuviera en su interior. Quién sabe, el asombro pudo trocarse en la malsana envidia de una mandarina celosa. Una cosa está clara, tuvo que hacerse bien de abajo el kiwi.

Lo nuevo trae también aparejado dificultades técnicas, propias de todo aquello que no está domesticado con la cultura, que es hija del hábito. Todavía hoy el modo de comerlo no presenta una tendencia definida. Pelarlo es un problema, ya que su cáscara es sorprendentemente fina, más de lo que su aspereza podría sugerir, y la lubricación excesiva que produce su jugo dificulta la maniobra. Hay amplias posibilidades de resbalones entre los dedos, salpicaduras y el más temido bote a tierra. Yo aplico el sistema, que podríamos llamar “tipo palta”, de un violento corte ecuatorial, para luego proceder a la extracción de la pulpa a punta de cuchara. Es un método violento y poco elegante, pero efectivo. Lo aconsejo.

Su procedencia nos acerca a un país insulso que lleva la novedad en su nombre y que es conocido sobre todo por sus gigantescos y primitivos hombres de negro completo. Sin embargo, su origen real está, parece, a los pies del Himalaya, y esto fortalece su leyenda, ya que nunca es fácil crecer bajo la mirada de un gigante. Se lo llamó “yang-tao” que significa con extrema simpleza denotativa: uva china. Su nombre oficial, Actinidia deliciosa, le da la prestancia que siempre regala el latín. En él se encierra la promesa que trae lo nuevo, en cuanto somos capaces de vencer los temores que su llegada nos produce. La delicia que enuncia, pocas veces defrauda.

sábado, 18 de julio de 2009

Vicky, Cristina, Experiencia

Vi Vicky, Cristina, Barcelona. A veces la decadencia parece un proceso irreversible, y me alegré, como siempre lo hago, cuando compruebo que lo necesario es derrotado. El genio de Woody Allen parece nuevamente en grado de plantear un problema de verdadero espesor existencial, como tantas otras veces lo logró en el pasado. Enfrentar, con su estilo ágil y en apariencia liviano, un interrogante profundo. Éste se podría expresar sintéticamente así: ¿cómo es capaz de modificarnos la experiencia?

Es imposible enfrentar la experiencia sin un dato previo que la preceda. Adelanto el mío, impregnado de simpatías platónicas, que postulan su eficacia relativa como fuente de conocimiento. No es definitivo lo que esta provee y es demasiado el crédito que hoy en día se le otorga. Pareciera que una autoridad inapelable asistiera al que ya transitó por su camino. “Qué hablás si no lo viviste”: confieso que estoy cansado de esta tiranía. También de la prédica del que “estuvo ahí” y sólo en eso basa su discurso excluyente. No sólo a golpes se aprende y hasta es posible esquivar algunos usando la cabeza.

Hay dos escuelas de la antigüedad que intentaron, y aún lo hacen, responder a este interrogante. Nacieron cuando la filosofía se parecía más a una religión, y se dispuso a enfrentar los problemas del existir humano. Por un lado los epicúreos (Cristina), confiados sólo en los sentidos como arma infalible para enfrentar lo que se les ofrece, y por el otro los estoicos (Vicky), que se mantienen al margen, encerrados en las murallas de una férrea indiferencia. Frente a las protagonistas, modernas representantes de las antiguas escuelas, está el mundo en una versión por demás exuberante, es decir Barcelona. La españolidad es en este caso paradigmática, y tiene además la rara virtud de no recurrir a los toros para mostrar su esencia.



Ambas se volcarán a esta realidad, cada una pertrechada con sus armas. Vicky, con las de una moral tan rígida como endeble, y la rubia Cristina, con la avidez propia de quien necesita beber el cáliz de la experiencia hasta la última gota. La película, circular en su forma, comienza y termina en el aeropuerto. La experiencia es también un viaje. Allí ambos personajes terminarán exactamente igual que como empezaron. Lo vivido, aunque de intensidad notable, no parece haber producido en ellas ningún cambio.

Epicúreos y estoicos enseñan dos caminos distintos de enfrentar el mundo, con el fin de producir un sujeto superior: el sabio. Ambos elaboran una moral inmanente de signo opuesto, pero que terminan por parecerse y son, en el fondo, algo improcedentes. La inmanencia siempre termina por encerrarnos en su círculo. El perro se muerde la cola.

Existe sin embargo otra posibilidad, que es la de medir toda experiencia en función de una dirección. Una moral trascendente que establece un destino ubicado fuera de nosotros, pero que misteriosamente también desde dentro nos mueve. El mundo, entonces, se transforma en una experiencia conducente. “¿Quieren saber qué clase de amor es? Mira a dónde lleva”, es la frase de San Agustín que expresa esta forma de moral. El círculo sólo es posible romperlo desde fuera.

Quizás sólo así el viaje de Vicky y de Cristina hubiera sido para ellas enriquecedor. Pero entre los méritos de Woddy Allen siempre estuvo aquel que le impide, por suerte para su obra, erigirse en juez de sus personajes. En ese sentido su grandeza consiste en no sucumbir a la tentación de querer ser dios de sus creaturas.

sábado, 11 de julio de 2009

Memoria descriptiva Quartier Boulevard

Publicado en la revista “Summa +”, nº 101, junio de 2009


La posibilidad de proyectar un edificio en el espacio de una manzana, libre prácticamente en su totalidad, es una rara ocasión de llevar la tipología de torre, tan vilipendiada en estos días, a su máxima expresión formal.No tiene la “contraindicación” que implica descubrir las medianeras.
Además de ubicarse en este caso en la constitución de un nuevo borde urbano que hace frente a una avenida que produce un corte significativo en la ciudad, como es el caso de Juan B. Justo, enfrentada en este tramo a las vías del ferrocarril. Allí se esperan las prometidas zonas de esparcimiento y culturales que seguramente jerarquizarán el barrio. En definitiva, no existen a nuestro criterio “buenas” y malas” tipologías, tomadas aisladamente, sino más bien las hay adecuadas o no a la morfología de la ciudad, que no es homogénea.
Dentro de este panorama, el edificio proyectado se sitúa en el eje del predio y, a falta de referencias vinculantes, opta por la seguridad de una simetría, y apuesta a la contundencia de una solución volumétrica de máxima simplicidad. El acceso, que naturalmente se da desde Juan B. Justo, define con toda claridad un eje de simetría explícito, que atraviesa la triple altura del hall y se continúa en las piletas, para rematar sobre la calle opuesta en el volumen del quincho y del local comercial que da frente a Humboldt. A ambos lados del eje se ubican las zonas de esparcimiento que, con una disposición rígida, apoyan la señalada estructura simétrica del planteo.


En cuanto a la torre en sí misma, se trata de un volumen enteramente en hormigón, con un solo retiro en el tercio superior, desde donde se continúa sin ulteriores pliegues el prisma del edificio, que tiene las aristas suavizadas para contrarrestar algo su dureza. Es oportuno decir que esta forma finalmente resultante fue posible gracias a la normativa de compensación volumétrica, que permitió realizar este volumen sin retiros. Un ejemplo de las bondades de una legislación atenta también a los aspectos formales.
Sobre este cuerpo se aplica un lenguaje de elementos que tienden a la verticalidad, tal como son las barandas de planchuela vertical y el remate, que se trata de una repetición de este motivo que se sobrepone al volumen que termina recto. Se trata de una decoración simple en cuanto a la forma, pero conceptualmente “decorativa” en cuanto que es aplicada superpuesta al edificio. Estas líneas verticales sirven también como base a la definición de otros motivos accesorios, pero siempre importantes, como ser los cercos, marquesinas y otros elementos que intentan conjugar un lenguaje común.

domingo, 5 de julio de 2009

Post Marx

Una sorpresa depende de un preconcepto. Encontrar algo en un lugar donde esperábamos sencillamente otra cosa. Solo la calma nos da la dimensión de la tormenta. Así podría ser resumida mi experiencia luego de haber emprendido la ardua travesía. Estaba convencido de ir al encuentro del áspero paisaje del materialismo y sin embargo me sorprendí en un territorio regado de un humanismo duro, pero no desprovisto de algún sincero verdor.

Había comprado una edición barata hace tiempo, incompleta y con algunas hojas arrugadas, como sábanas que no se cambian hace mucho. Me pareció en aquel momento que El Capital debía ser abordado en un ejemplar que tuviera algo de proletario. Creo que exageré con aquello de la identidad de medio y mensaje, pero mi elección no tuvo consecuencias graves. Este es un libro hecho por pedazos: manuscritos que se interrumpen abruptos y retornos obsesivos son afines a su estructura. Lo incompleto y desarrapado forma parte de su esencia.

La primera dificultad se me presentó con la economía, ciencia desconocida para mí, ya que El Capital es básicamente la descripción de un sistema económico. Está fríamente poblado de cálculos, para peor hechos en unidades inverosímiles como chelines, peniques, quarters y otras medidas anglosajonas incomprensibles. No logré durante toda su extensión que me cerrara una sola cuenta. De todos modos se presiente que detrás de esos números palpita una maquinaria que busca someter el mundo entero y sobre la cual se nos alerta. Marx es un Terminator barbado.


Pronto se descubre que bajo esta fina capa de hielo descriptivo late un corazón arrebatado. Solo se puede esconder la pasión detrás de una mirada que aparenta indiferencia. Marx propone una afirmación sobre la cual se funda la economía de su tiempo (y del nuestro) y que reza así: el trabajo es la única fuente fidedigna del valor. El capitalismo es un sistema que tiene como objetivo silenciar esta verdad, con el fin de arrebatar, de las manos de quien produce el valor, sus frutos. Un simple esquema que reúne a un estafador llamado Capitalista y a un estafado cuyo nombre es Proletario.

Las páginas más vivas son aquellas donde hace su aparición la denuncia. Esta, sutil pero insistente, reclama el despertar de quien lee. Despertar de un mundo poblado de esos fantasmas que son las mercancías. Ellas nos hipnotizan con su brumosa apariencia y nos duermen con un opio que nos hace olvidar lo que detrás de ellas se esconde: la mano del hombre que las produce. Hay en Marx algo de Platón, pero obligado a gritar para que el rumor de las máquinas no tapen su voz. La caverna tenebrosa que él describe tiene la forma de la nave de una fábrica.

Finalmente también está la polémica. El Capital es también un instrumento de discusión con sus pares teóricos de la economía. Hay verdaderas invectivas, no desprovistas de violencia dirigidas hacia aquellos mal intencionados que trabajan a favor de mantener la niebla. Acusaciones duras hacia quienes, enmascarados en una objetividad falsa, pretenden dar sustento teórico a lo que a los ojos de Marx no es más que flagrante latrocinio. En su afán de desmontar una opinión que se alza como verdad indiscutible, su cruzada me recuerda a La ciudad de Dios. Las visiones contrapuestas no siempre impiden una comunión en el estilo.

La endémica maldad del capitalismo queda así expuesta y consiste en un cruento olvido del hombre. En eso la denuncia de Marx tiene un valor inestimable, que es aumentado porque su mirada se posa en el hombre débil y explotado. Sin embargo, su pensamiento queda prisionero de su propio rigor y comete un pecado aún más grave: el olvido de Dios y con él, la clausura de todo horizonte trascendente. Soy de los que piensan que el hombre es siempre más que sus condiciones materiales objetivas.