domingo, 29 de mayo de 2011

Apóstoles de la pintura 3

03. Tercer Apóstol
RAFFAELLO
(Sanzio, 1483 – Roma,1520)



La superación del estado de enamoramiento. La dialéctica de Hegel. El motor de la negación. El lago de Hegel y la cascada de Schopenhauer. Conciencia, autoconciencia y ciencia. El desierto después de Giotto. 100 años de espera y la explosión del Renacimiento. Sobrevolando el siglo XV.

La aparición de Massaccio. La pólvora y los cañones. La perspectiva como ciencia del espacio. El control y la posibilidad de reproducir el espacio con exactitud. Los límites que impone la ciencia. Un inmenso arco de posibilidades expresivas. Dos extremos: la sinceridad de Piero de la Francesca y el refinamiento de Boticcelli.

Recorrido por los Cenáculos. La introducción del punto de vista. Andrea del Castagno y la tensión dramática. El observador bajo, dificultades técnicas. La soledad de Judas y los problemas compositivos. Ghirlandaio y la apariencia de tranquilidad. El clima exterior, la naturaleza sigue su curso indiferente. La maestría de Leonardo y su distribución en grupos. La pintura al fresco y su incompatibilidad con el carácter de Leonardo. Andrea del Sarto: distribución de colores y teatralidad. Botticelli: punto de vista aéreo, observador omnisciente. La conservación del centro.

Los inicios de Rafael. Perugino: la producción en serie de Madonnas. Las Madonas de Rafael, evolución de un tema. Las bases de la pintura del Renacimiento, el análisis formal de Wölfflin: lo lineal, la superficie, la forma cerrada, la unidad, la claridad. Miguel Ángel y el manierismo. La aparición del fondo que no concuerda con la figura: el Tondo Doni. Rafael, entre Leonardo y Miguel Ángel. Las distintas versiones del Renacimiento. Rafael y Perugino: Esponsales de la Virgen y Entrega de las llaves, similitudes y diferencias.

La llegada a Roma. El programa de Giulio II Della Rovere. La pintura, de ciencia a instrumento. La propaganda y el poder. Disposición de las “stanze”. Orden espacial y cronológico. El fresco y el gran formato. Autoría y ayudantes. La empresa “Rafael”.

Le segnature (firmas). La necesidad de mostrar quiénes asistían a la Iglesia en sus decisiones. Verdad, Virtud, Belleza. La Filosofía y la Teología como fuentes de la verdad. Un verdadero listado de héroes, filósofos, teólogos, poetas y legisladores al servicio de la Iglesia. La alegoría de las virtudes cardinales y teologales.

Eliodoro: tácticas defensivas. La defensa del territorio con armas sobrenaturales (León Magno y Atila), la defensa del oro del templo (historia de Eliodoro), la defensa de la libertad (San Pedro liberado por el ángel), y el milagro de Bolzena. La presencia del Papa orante y el uso libre de la historia.

Incendio, el programa de Leone X, Medici. La exaltación del nombre, los otros Leones. Un programa político, alianza con Francia (coronación de Carlomagno). Cruzada contra los Turcos (batalla de Ostia) y exaltación de Roma (el incendio y referencias troyanas). La poca participación de Rafael y el trabajo de los cartones para los tapices de la Sistina.

Constantino, el mito y las pruebas a favor de la Iglesia como estado. La batalla del Ponte Milvio, visión (“Con este signo vencerás”) y batalla propiamente dicha, la donación (falsa) de la ciudad de Roma y el bautismo. La construcción del poder terrenal. El trabajo de Giulio Romano y los otros discípulos. Diferencia de estilo y dominio del manierismo.

Última obra: La Transfiguración. El espacio dramáticamente partido en dos niveles. Diferencias de climas y tratamiento diferenciados de la luz. El inicio del Barroco. La lectura de Hegel. Muerte, reconocimiento inmediato y futuro.

domingo, 22 de mayo de 2011

Crónicas de NY VII

Día 07 (jueves): UPPER EAST (Whitney Museum)

Empiezo en la 3th Ave. y la 53rd St. con el “Lipstick” building, que ya antes había visto pero de noche. Phillip Johnson, asociado con John Burgee , parece aquí haber suavizado sus extremos experimentos posmodernos, realizados solo dos años antes en el AT&T.


El edificio de 1986, recibe su nombre gracias a la forma de elipses encastradas y a su material preponderante, un granito de color rojo intenso.



Resabios de la estética posmoderna aparecen en las columnas de la planta baja provistas de capiteles. El cielorraso del hall es de venecita también de color rojo, un recurso ya utilizado en el Seagram.


Formalmente es interesante el motivo de las elipses que se retiran de la línea municipal, y los reflejos que se generan en la fachada curva. Están resueltos con gran eficacia los encuentros de las distintas tangentes de los óvalos superpuestos.


Continúo tomando la Lexington Ave., al llegar a la 58 St. aparece la imponente Bloomberg Tower de Cesar Pelli, de 54 pisos de altura inaugurada en 2005. Su desarrollo es sobrio: está dominada por la tonalidad azulada de su superficie vidriada, interrumpida horizontalmente por bandas levemente modeladas de color blanco. El fuste del edificio tiene algunos retiros apenas esbozados en su altura y remata con una pareja superficie blanca, que de noche se ilumina por completo. Un Pelli en versión moderna que de todos modos deja entrever algunos leves toques de sutil formalismo. El estrecho hall de entrada sobre Lexington, con el enorme 731, evita estridencias y se resuelve con el mismo tono sobrio del resto del edificio. Sobre la 53 St. una plaza oval y vidriada completa el complejo. Pelli del mejor.

Continúo por Lexington hasta la altura del Whitney. La avenida me parece que tiene una escala más barrial, con negocios de servicios que nada tienen que ver con las elegantes tiendas de la Madison Ave. ni con el alto estilo residencial de la 5th Ave. Pasando la 65th St. entro a rezar en la iglesia de San Vicente Ferrer, de los dominicos, de un honesto estilo gótico de 1918, con un importante rosetón en la fachada. Después de tantas “vacías” iglesias protestantes, me alegro de ser católico. Unos pocos metros más adelante están los puentes del Hunter College que atraviesan orondos de un lado a otro la avenida. Otro enorme edificio educativo, y uno de los más prestigiosos de la ciudad, que forma parte del College University of New York (CUNY). La expansión del edificio, realizada en 1968, en estilo brutalista, puentes incluidos, es obra de Ulrich Franzen.

Al llegar a la altura pretendida tomé a la izquierda en dirección del Central Park. El barrio tiene un gran carácter residencial, sobresalen los edificios de departamentos hechos de piedra o de ladrillo, que transmiten una imagen de solidez constructiva y económica notable. Esta tipología se combina con las típicas casas con patio inglés.


El conjunto es variado y cada tanto sobresalen verdaderas “piezas” de calidad. El ambiente en general transmite serenidad, como suelen hacerlo las fortunas sólidas, los toldos que señalan el acceso a los departamentos con sus números religiosamente escritos en letras y los porteros con gorra y dicción hispana.


Nos encontramos con María, que había aprovechado la mañana para cumplir con algunos encargos, al ingreso del Whitney Museum, museo dedicado al arte americano, en la esquina de la 75th St. y Madison. Hay que hacer una pequeña fila que me permite mientras tanto observar el curioso edificio que lo alberga. Se trata de un adusto bloque con una importante serie de voladizos escalonados invertidos, todo revestido en una fantástica piedra gris con terminación rústica. El ingreso se hace a través de un puente de hormigón armado que cruza sobre un profundo patio inglés. El puente conforma un solo elemento con la marquesina del acceso, el todo tiene el aspecto de un detalle pequeño pasado a escala gigante y otorga un aire escultórico al ingreso.


El autor del proyecto es el húngaro, de origen judío, Marcel Breuer que escapó de la persecución nazi y se exilió en los Estados Unidos a partir de 1937. Este edificio, realizado a mediados de los 60, representa su etapa brutalista. Las pocas ventanas no se recortan en el plano, sino que se generan a partir de un movimiento del mismo, con la intención de que el volumen no se debilite y de conseguir una iluminación indirecta. El efecto general de la obra consigue ser contundente.

En el acceso encontramos al único famoso de todo el viaje, Pierce Brosnan. Pasa por delante nuestro sin hacer la cola, lo cual es justo si pensamos que se trata nada menos que de James Bond. Subimos en un ascensor de dimensiones generosas hasta el último piso donde se encuentra la colección permanente. Ella reúne algunas obras excepcionales y permite tener una visión completa de los artistas más significativos de la pintura americana.


En primer lugar encuentro por primera vez un Hopper, lamentablemente es el único en exhibición, pero es el excelente Early sunday morning. Una obra que contiene los tópicos de este autor, una tranquila sensación de soledad, un realismo decidido y una paleta de colores intensos y conmovedores.

Después es el momento, esperado por mí, de los artistas del expresionismo abstracto. En primer lugar un Pollock apaisado donde predominan los trazos de un rosa y un amarillo intenso, sobre una masa gris y negra. Por fin consigo ver un Pollock con tranquilidad, quedarme un tiempo mirando y descubriendo los movimientos del autor alrededor de la tela, estaqueada en el piso. El trazo conserva toda su vitalidad y transmite un vigor inusual.

Más adelante un Rothko conmovedor, Four darks in red, en donde las sombras parecen flotar en el fondo de un rojo tembloroso. Pareciera que los rectángulos no estuvieran sobre un fondo, sino más bien que liberaran una energía propia. Es como si no encontraran todavía su posición en el cuadro y me recuerdan por oposición los fijos y decididos cuadrados de Mondriaan. A diferencia de este último, el color es complejo

Después un Kline de trazo recto y decidido sobre un blanco vibrante lleno de matices que solo se pueden apreciar en vivo. Kline me recuerda no sé por qué a un espadachín furioso, que hubiera cambiado la espada por su gruesa brocha. Su trazo parece instantáneo, pero viéndolo más de cerca se puede percibir un ritmo lento en su pincelada. La presencia de un estudio previo sobre el mismo cuadro enseña qué poco de casualidad y cuánto de reflexión había en su pintura.

Descubro también mis primeras banderas de Jaspers Johns, que resuena como un eco. Me resultan en algún sentido sonoras. Están realizadas en un empasto de materia densa de papel de diario y pintura gruesa y emulsión gomosa. Es una metáfora poderosa la de ese color que se impone con violencia sobre la realidad. Un ánimo que intenta unificar esas palabras que quedan tapadas por las bandas de pintura. El sentido de la serie de las banderas de Johns guarda una potencialidad intacta para ser interpretadas.

La visita se completa con otros grandes pintores de esta escuela. Una impresionante mujer de la serie de De Kooning y otro abstracto Door to the river,
el industrial Brooklyn bridge de Joseph Stella, las sugestivas líneas de Barnet Newman y un descubrimiento: una de las poderosas maquetas monocromáticas de Louise Nevilson. Por último, los grandes nombres del Pop: Warhol, Roy Lichtenstein, Robert Rauschenberg, James Rosenquist y Edward Ruscha.

Luego de todo esto, el museo nos reservaba una sorpresa todavía, una completa muestra en el primer piso de Georgia O´Keefe, hasta entonces totalmente desconocida para nosotros. Lo cual no habla de su valor, sino de nuestra ignorancia. Su obra es de un color trabajado y suave, que contrasta fuertemente con la vehemencia vista en la colección permanente. Los motivos son flores gigantes, pequeñas olas de color y sobre todo cielos que parecen flotar sin referencia alguna a la tierra. Es una pintura que no impacta pero que deja un huella débil pero al mismo tiempo persistente, sobre todo porque de algún modo crea un mundo propio. Solo un tiempo después me doy cuenta de que muchas cosas en la naturaleza imitan los cuadros de Georgia O’Keefe.

Salimos del museo y caminamos por la 76th St. en dirección al East River, llamados por la mancha verde en el plano, que indicaba la presencia del John Jay Park, ubicado sobre el río. Hasta llegar a él pudimos disfrutar de la calidad de un barrio residencial que va perdiendo densidad y poder adquisitivo a medida que se acerca al rio, aunque nunca pierde calidad. Los grandes edificios de departamentos van dejando su lugar a viviendas y edificios menores en lotes más chicos.


El parque resulta en algún sentido una desilusión, ya que está dominado por servicios deportivos con pocas áreas verdes. Cuenta con una importante pileta olímpica al aire libre y múltiples instalaciones deportivas.


Una zona importante está dedicada a los juegos de niños, pero curiosamente se impide el acceso a los adultos que no estén acompañados por un menor. Almorzamos nuestra vianda, mientras miramos como el parque es usado por múltiples contingentes de escolares de los colegios de la zona. Poca belleza, pero un saludable aire genuino de barrio.


Repuestas nuestras fuerzas, retomamos hasta encontrar la East End Ave., un verdadero oasis residencial de altísimo nivel. Nuevamente aparecen los grandes bloques de departamentos de piedra caliza o ladrillo, todos de un estilo impecable.


Sobre el lado izquierdo de la avenida aparece el Carl Shurz Park, un modelo de parque gestionado por los vecinos desde principios de los 70.


El parque está extremadamente cuidado y tiene una amplia rambla que se extiende sobre la avenida costanera, de intenso tráfico, y que permite gozar de excelentes vistas sobre los lejanos puentes y la cercana Roosvelt Island.


Dentro de la superficie del mismo está la Gracie Mansion, antigua casa en estilo georgiano y residencia oficial del gobernador de la ciudad.


Retomamos camino en dirección al Central Park por la 89th St. hasta encontrarnos nuevamente con el Guggenheim, al que le dedicamos un tiempo para la reflexión. Es un edificio que siempre invita a pensar, tal es la fuerza de su propuesta.


Doblamos por la 5th Ave. y vamos hacia otros de los grandes objetivos del día, la Neue Gallerie.


Lamentablemente esta visita se iba a convertir en la primera, y por suerte, única decepción del viaje. El museo, por arreglos en su colección, no está en condiciones de ser visitado, solo se permite el acceso a la sala del primer piso. La empleada del museo, al ver nuestras caras de desilusión, se deshace en disculpas y nos asegura que esta interrupción durará una semana. Claro está, ella no sabe que para esa época estaremos demasiado lejos. En compensación la visita será gratis: magro consuelo.


Gracias a Dios la única sala que se puede visitar es la dedicada a unos de mis pintores favoritos de todos los tiempos: Gustav Klimt. Nos quedamos sin poder ver la totalidad de la mansión, realizada por Carrére & Hastings en 1914 para el magnate industrial William Starr Miller, y también nos quedamos sin los eminentes pintores austríacos y alemanes de principio del siglo XX que componen la colección. El museo está en su totalidad dedicado a los movimientos de vanguardia, los famosos grupos vieneses “The Brücke” y “The Blaue Raiter” y cuenta con obras de los máximos exponentes del expresionismo, como Kirchner y Kokoschka, y de los miembros de la Bauhaus.

Inútil es lamentarse por lo perdido, por lo tanto nos concentramos en lo que podíamos ver, que no era para nada despreciable. Fue una experiencia inolvidable para mí encontrarme por primera vez frente a frente con la verdadera Adele Bloch Bauer, cuya copia reducida cuelga desde hace años en el living de casa. El tamaño es lo primero que llama mi atención, y también su formato cuadrado.

Sin duda la materia de ese dorado, por su espesor, me trae reminiscencias reposteras. Predomina el oro aplicado en gran parte del cuadro, como con una esponja y que adquiere fisonomía geométrica a medida que se acerca a la figura. El predominio dorado viene mitigado sabiamente con pequeños recortes de color: azules que emergen de un turquesa intenso, naranjas purísimos y el rectángulo inferior de un verde inolvidable.

De esa lava de fina pedrería de símbolos, dispuesta a crujir al mínimo atisbo de movimiento, emerge estática la figura pálida de la mujer. Solo se dejan ver la cara de expresión lánguida y las finísimas manos de largos y quebradizos dedos que parecen de mimbre, como diría Spinetta. Las manos se encuentran entrelazadas en una posición extraña, de una rígida complacencia. A pesar de la pesada vestimenta, ella parece llevarla con la naturalidad de una ligera robe de chambre.

Recién en una segunda mirada aparece delineado el sillón, que asoma entre los finos arabescos de oro. Sobre el esponjoso fondo parejo, navegan solitarios unos cuadrados de fría plata. Klimt logra un extraño punto de encuentro entre la pintura figurativa y la abstracta. Una convivencia armoniosa que vive del tránsito por un equilibrio frágil. Es ese punto exacto entre ambas posibilidades lo que hace que sus obras permanezcan en un instante único de gracia.

En la sala, después de haber superado el embrujo de Adele, nos dedicamos a una serie de paisajes del mismo pintor. En ellos también se produce la misma tensión entre lo real y lo abstracto. En este caso no hay dorados, pero sí un lento deshacerse de la realidad que va desde la parte inferior de la tela, a medida que la misma sube. Los paisajes se deshacen como si estuvieran poseídos por una natural efervescencia. El uso del color, bastante homogéneo, y la pincelada corta y precisa dan al cuadro una cierta consistencia que lo hace aparecer más tejido que pintado.

Aprovechamos también para disfrutar de la sala, sin duda uno de los ambientes principales de la mansión, que cruje a nuestros pasos con el sonido de una madera exquisita. Antes de irnos nos asomamos al café de inmaculado estilo vienés, pero lejos del alcance de nuestra billetera.

Retomo la 5th Ave., mientras María se adelanta en bus, para hacer algunas compras. Camino recostado del lado del parque y me detengo en algunos bancos para ver pasar la gente y observo los imponentes edificios de piedra, que ya empiezan a mostrar las primeras luces. La ciudad continúa desperdigando una energía prodigiosa.


Al llegar al final del parque tuerzo a la derecha para tomar la 6th Ave., que aún no había recorrido. En el encuentro de esta con el parque, hago un pequeño homenaje íntimo a la estatua del Libertador General San Martín, que ocupa este lugar ciertamente distinguido.

Al llegar a la altura de la 50th St. sobre el lado oeste se encuentra el llamado New Rockefeller Center, construido entre los años 60 y 70 en un estilo internacional de gran sobriedad, del otro lado de la 6th Ave. Remate y basamento prácticamente no se distinguen, ya que emplean el mismo recurso formal en todo el desarrollo del edificio. El resultado puede parecer monótono y algo mecánico, pero de todas maneras a mí me resulta más que interesante.

En diagonal con el Bryant Park y todavía en obra, aunque a punto de concluirse, aparece la inconmensurable torre del Bank of América, proyecto de Cook + Fox. El edificio se presenta en la forma de un diamante facetado en forma irregular, una especie de iceberg estacionado en la esquina. No es el primero de los edificios que hemos visto que adoptan esta estética, a mi juicio no del todo feliz, pero sin duda es el mayor. Su búsqueda pasa por la exaltación de lo que parece ser el material del momento, el vidrio, y explora al máximo sus posibilidades. Sin embargo, en general no me atraen los edificios que dependen demasiado de un material.

Me logro introducir en el hall de planta baja, en donde sobresale el riquísimo trabajo de la pared del fondo, realizado con lo que parece ser un travertino noche, pero sin veta, colocado en forma irregular, en piezas horizontales de espesor variable. El efecto es logradísimo, pero se pierde un poco en el resto del hall que me parece no consigue una buena síntesis.

sábado, 14 de mayo de 2011

Apóstoles de la pintura 2

02. Segundo Apóstol
GIOTTO
(Colle de Vespignano, 1267 – Firenze, 1337)



La imposibilidad de la escuela de Siena de superar el ícono. La acusación de Dante a los seneses: “gente vana” (Purg. XIII). Historia de la iconografía y la condena del judaísmo, Salmo 113 y el Sinaí. Fito Paéz. Iconoclastas del siglo VIII y IX. La polémica del Abad Suger y San Bernardo. La Reforma protestante y los problemas actuales. El riesgo de la idolatría. La lejanía del ícono.

El impulso del humanismo y la superación del ícono. Los nuevos riesgos que comporta humanizar lo sagrado. Descartes, Yo pienso. Kant, el sujeto como garantía de lo real. Hegel, lo real es racional. Nietzsche, Superhombre y muerte de Dios. El ejemplo de la tradición oriental. El espacio como problema puramente occidental.

Firenze como la nueva escuela capaza de superar los límites. Dante y la Commedia como irrupción de lo humano en la realidad divina. Paralelismo entre la pintura y la literatura. El naturalismo de Dante y las comparaciones de la Commedia. Cimabue y el primer naturalismo. El descubrimiento de Giotto y la “pecorella”. Dante y su profecía:

Credette Cimabue nella pittura
tener lo campo, e ora ha Giotto il grido,
sì che la fama di colui oscura
"
(Purg. XI)

La figura de Giotto y la proximidad a la escuela de Siena en sus inicios. Evolución vertiginosa, Firenze, Asis, Nápoles. El encargo de la Cappella Scrovegni en Padova. La familia Scrovegni y la condena de Dante a los usureros / financistas. La idea de la capilla votiva. La cercanía de Venecia y la posibilidad del azul.

Giotto cineasta. La disposición de los frescos. El mecanismo cinematográfico. Plano y montaje. Primeros actores y actores de reparto. Vestuario. Montaje y plano, las herramientas del cine. Continuidad del relato. Locaciones. La profundidad psicológica de los personajes. La fotografía y el color. Profundidades teológicas.

Las tres historias continuadas, san Joaquín, María y Jesús. Recursos. El papel de los extras como testigos. El problema del movimiento y su resolución en una sola escena. La utilización del fuera de campo. Los cambios de clima, ternura y violencia. Multiplicidad de géneros. Policial, romántico, comedia y drama. El poder de la mirada como materia expresiva. La mirada a cámara como interpelación al público.

Reflexión última. Giotto como representante de un momento mágico en la historia de la pintura. Comparación con Brunelleschi. El enamoramiento. El recuerdo sin nostalgia. San Agustín: “el amor es el peso del alma”. El peso que no es un “pesar”.

domingo, 8 de mayo de 2011

Crónicas de NY VI

Día 06 (miércoles): METROPOLITAN (Lower East)

Arrancamos el día caminando por la 5th Ave. con rumbo al Central Park. Entramos en algunos locales y también nos detuvimos en el Rockefeller Center, edificio emblema de la ciudad y provisto de connotaciones heroicas que se refieren a la salida de la Gran Depresión. La entrada de ese magnate del petróleo en el mundo de los bienes raíces tuvo efecto multiplicador en la decaída economía de la ciudad, construyendo un capítulo del “sueño americano”. Me recuerda la frase de Andy Warhol: “no sé lo que es el sueño americano, pero pienso que podemos hacer un montón de dinero con eso”.


El complejo que comprende una serie de diecinueve edificios se destaca por la marcada intención de crear un espacio urbano, “una ciudad dentro de la ciudad”, según el lema de su mentor. Más allá de las declamaciones, la intención del desarrollo fue la de crear un nuevo centro de negocios en el Midtown que rivalizara de algún modo con la zona más antigua de Wall Street.


Hay un inteligente y rico uso de las diferencias de niveles que permite aprovechar mediante patios los usos de los espacios ubicados bajo la cota de la vereda. Los locales comerciales interactúan con los edificios de oficina dando al conjunto una particular energía. El lenguaje elegido es un rígido y muy austero art decó, sobre el cual se adhieren una profusa cantidad de elementos simbólicos.


Entre los elementos figurativos sobresale la gran cantidad de bajorrelieves en distintos materiales, realizados en un estilo arcaizante y geométrico, muy efectivo. La multiplicidad de los temas escogidos va desde la Biblia, pasando por la mitología y también por la exaltación de las nacionalidades. Todos conforman una especie de sinfonía coral que canta las bondades del espíritu de empresa y reflejan un vibrante humanismo sincrético, muy americano.


Se destaca en el ingreso la potente estatua de bronce de Atlas sobre la 5th Ave. El dorado Prometheus, que vuela como un moderno arquero de futbol llevando en su mano el fuego robado a los dioses, resume el espíritu de todo el emprendimiento.


Más adelante nos corrimos hasta Park Ave. para ingresar a otro hito de la arquitectura americana, el Waldorf Astoria. Inaugurado en 1931, el imponente hall totalmente realizado en art decó es una enciclopedia de este estilo. Hay gran manejo de la escala y los ambientes, que se suceden sin interrupción, nunca resultan impersonales, condición que se logra a partir de los excelentes detalles.

El estilo difiere un poco del visto en el Rockefeller Center, tiene en este caso un aire más clásico, que no recurre a la tendencia icónica del anterior. Aquí hay una sensación de un lujo contenido que está a tono con el capitalismo de la época post depresión. Una riqueza sólida que no necesita ser ostentosa, cosa que el lenguaje clásico, siempre severo, ayuda a reforzar.

Señalo, si bien lamentablemente lo pasamos por alto, el local del Emporio Armani en el 717 de la 5th Ave. y 56 St., diseñado por el arquitecto italiano Massimiliano Fuksas, en donde sobresale la compleja escalera de acero blanco que une los distintos niveles del local. El edificio que lo contiene fue el primero en ser construido en International Style en la 5th Ave. Conocido como el Corning Glass Building, fue proyectado por Harrison, Abramovitz & Abbe a mediados de la década del ’50.


Al llegar a la 57 St. tomamos el bus para llegar a tiempo a la apertura del Metropolitan, objetivo excluyente del día. Aclaro de entrada que resultará imposible el intento de resumir la visita a un museo de la vastedad de este, uno de los más grandes del mundo, sino el mayor. Aun habiendo recorrido un mínimo porcentaje de su colección, resulta siempre y en todos sentido demasiado.


De todos modos, sin querer escapar al compromiso, intentaré una especie de resumen para lo cual dividiré lo visto en esta primera visita en cinco grandes grupos, a saber: arte clásico, Vermeer, inicio del siglo XX, Francia siglo XIX y por último el arte americano de este siglo.

En el primer grupo quizás lo más interesante sea poder observar la evolución del período clásico que abarca unos diez siglos, y que fue la fuente y origen de todo el arte occidental. Empezando con las cerámicas de dibujo geométrico anteriores al siglo VI a. C., que se continúan con los vasos decorados con las clásicas figuras de estilo arcaico que relatan mitos. Es curiosos ese lento evolucionar del arte desde lo abstracto a lo figurativo, recorriendo un camino inverso al de la modernidad.

Las salas se suceden repletas de vasos, esculturas de gran tamaño y pequeños objetos de la vida cotidiana. Algunos parecen actuales, como por ejemplo los que se refieren a los adornos para las mujeres, aros pulseras y otros, que hacen pensar que en algunos aspectos el hombre, o la mujer en este caso, poco han cambiado. Misteriosamente uno se siente cerca de aquellos antepasados.

La calidad y el realismo de la figura humana en la escultura avanzan vertiginosamente con el correr de los siglos. La perfección parece al alcance de la mano, aunque siempre domina una rigidez clásica que es como un sello. De todos modos se puede concluir que el camino hacia el realismo, en cuanto a la escultura se refiere, estaba prácticamente concluido hacia el siglo IV a. C. Conclusión a la que por otro lado ya había llegado Miguel Ángel y que motivó un giro decisivo en su obra.

También hay lagunas pinturas antiguas en una reconstrucción de una villa romana que sorprende por su naturalidad. Basta tener presente a los primitivos para darse cuenta del esfuerzo que le costó a la humanidad recomenzar desde este punto de partida. Los frescos del “dormitorio de los esposos” son conmovedores y de una paleta muy intensa, sobre todo en los rojos terrosos que dominan las imágenes.

Una columna cortada del período helenístico (300 a. C.) permite observar de cerca el capitel jónico y el grado de perfección alcanzado en un elemento de arquitectura. La prolija factura hace pensar en una búsqueda que va más allá de lo funcional, a pesar de ser un elemento simbólico, sobre todo en algo que solamente podía ser visto a una distancia considerable.

El final es para la edad imperial y la impresionante serie de bustos de emperadores que mantienen intacta su expresividad. El busto de por sí otorga una importancia que tiene que ver con lo estrictamente cultural. Sobre el final los alegres sarcófagos repletos de procesiones fúnebres cargadas de dones tienen un aspecto que poco tiene de lúgubre, son más bien festivos. Sin duda los antiguos romanos habían encontrado un modo particular de relacionarse con la muerte, a pesar de pensar que poco había después de ella.

El segundo grupo se centra en una casualidad. Tuvimos la enorme suerte de encontrar en nuestra visita una muestra temporaria cuyo único fin era presentar la famosísima obra de Vermeer, La lechera. Ésta llegaba en préstamo desde su casa, el Rijksmuseum de Amsterdam, para celebrar el 400 aniversario del descubrimiento de la ciudad por los holandeses. Una obra fantástica que muy difícilmente hubiera visto de no mediar esta prodigiosa casualidad.

Es de un tamaño muy reducido y parece haber sido recientemente restaurada porque brilla con una luz muy particular. La muestra reúne también los otros Vermeer que posee el museo, además de las reproducciones y las historias de todas las obras del pintor que son solamente unas treinta y seis. Es muy elogiable el sentido didáctico que encuentro en los museos de esta ciudad, donde se ve un verdadero interés no solo por mostrar, sino también por enseñar al público.

El cuadro es realmente notable por muchos motivos, empezando por la clásica iluminación lateral de Vermeer que se difunde por toda la tela, siguiendo por la acertada paleta de tonos fríos que contrastan con el amarillo en el centro de la tela y concluyendo por la historia que cuenta de forma tan elocuente. El mundo contado desde el interior de estos personajes femeninos, que conforman un “detrás de escena” que permite imaginar lo que ocurre fuera, más allá de esas altas ventana desde donde llega la luz. Así Vermeer elige el modo de retratar la pujante Holanda del siglo XVII, la contracara de ese fugaz y de algún modo frágil imperio.

Una mujer pobre, una sirvienta quizás, que vierte le leche con delicadeza transformando ese sencillo acto cotidiano en algo casi sagrado. Todos los detalles del cuadro hablan de simpleza, las paredes desnudas y rajadas (no hay mapas colgando de ellas) que guardan las huellas de antiguos clavos, la vestimenta sencilla y arremangada con cuidado, los cacharros cerámicos y el cesto colgado con descuido y por último, en primer plano, el pan, que todo lo ennoblece.

El tercer grupo, uno de los más extensos y variados, se refiere a la pintura de los inicios del siglo XX. Esa época en la cual la pintura empezó a representarse a sí misma. Una lenta despedida del mundo exterior, que se empezó a convertir en un modelo cada vez más circunstancial. El largo recorrido que tuviera su partida signada en Las meninas de Velázquez.

Se hace imposible en este caso intentar siquiera un resumen, solamente me conformaré con señalar algunas obras que por algún motivo quedaron más impresas en mi memoria. Vimos una importantísima cantidad de Picasso, en su etapa cubista y en especial de su posterior adhesión al surrealismo alrededor de los años ‘30. De esta última hay una impresionante serie de mujeres soñadas y prácticamente irreconocibles que apenas se distinguen del fondo de donde surgen sin lograr despegarse del todo. Mujeres inquietantes que se parecen a monstruos, pero que tienen una vitalidad innegable.

Pudimos ver con emoción varios Modigliani inolvidables, pintor para mí especialmente querido por muchas razones que van desde su origen hasta los recuerdos de las reproducciones que había en casa. El Desnudo reclinado me resultó realmente impactante por su tamaño y por la técnica tan particular que se traslada a todo el cuerpo de la mujer, transformándolo en una figura plana, pero que de algún modo no pierde su volumen. También el retrato de Jeanne Hebuterne con su misteriosa y humilde camisa blanca que se contrapone al sillón dorado, formando una especie de figura abstracta de donde surge la melancólica mirada de la mujer.

También tuve mi primer encuentro con los pequeños Klee, lo que fue una gran emoción. Vimos mucho cubismo además del de Picasso, Braque y Juan Gris, y también más surrealismo con sin duda su exponentes más famoso, Dalí. También de esta escuela, aunque no en este caso, un potente autorretrato de De Chirico de perfil severo sobre un fondo verde. Además de Chagall y de un Miró azul difícil de olvidar, los insólitos personajes de Dubuffet y los frágiles caminantes de Giacometti.

Agotados después de esta cantidad de información recibida y disfrutada, decidimos hacer un alto para almorzar. Para ello nos dirigimos a la terraza para restaurar fuerzas y comer los sándwiches de salame que habíamos traído. La terraza merece ser visitada también por la vista al Central Park y a la ciudad que desde allí se tiene, aunque el día estaba un poco nublado y ventoso.


En la misma encontramos otra sorpresa ocasional, la escultura gigantesca de Roxy Paine denominada Maelstrom. Un árbol metálico arrojado sobre el deck de la terraza, de unos 40 metros de largo que en algunos puntos alcanza los 10 de altura. Está construido con caños industriales de distinta sección, con las soldaduras a la vista y totalmente pintados de un plateado brillante. La obra pertenece a la serie “Dendroids”. Su forma plantea una singular relación entre lo natural de la forma y la materia en la que está realizada. En este caso obliga además a una particular interacción con la obra, ya que se encuentra en medio de la terraza y es necesario sortear sus partes para caminar por ella. Su posición plantea un primer plano interesante para el disfrute de las magníficas vistas sobre la ciudad.


Afrontamos por la tarde el cuarto grupo, que plantea por su extensión aun mayores dificultades que el anterior. Se trata de la pintura europea del siglo XIX en un recorrido muy completo. Empezamos por los naturalistas y por los fantásticos bosques de Corot, pintor al que me liga afectivamente el recuerdo de sus cuadros en el museo de Buenos Aires. También encontramos a Courbet y sus potentes mujeres llenas de sensualidad y kilos de más. De la otra margen del canal hay unos brumosos Turner y buenos paisajes de John Constable.

Más adelante volvemos a encontrar al Picasso del período azul, con cuadros que tienen un notable valor y que pintan un universo lúgubre de personajes agobiados por el peso de sus vidas. Después de ver esta serie uno no puede dejar de preguntarse por la increíble versatilidad de este artista monumental. Y después Renoir, Gaugin, Manet, Monet y todos los impresionistas mayores y menores.

Una mención aparte para los muchos Van Gogh que hay, entre los que sobresalen por razones afectivas el par de zapatos que me hace acordar al ensayo de Heidegger, aunque en una versión más urbana. También hay una seguidilla de tres que me llamaron especialmente la atención por tener una paleta no típica de Van Gogh: Roses, con un fondo verde agua, Women picking olives, con su cielo rosa pálido, y el más clásico, de pincelada tortuosa y cielo bien celeste Olive trees.

También se destacan los muchos Cezanne, el pintor con más reconocimiento dentro de los seguidores, verdadera bisagra de ese tiempo entre el impresionismo y los movimientos posteriores que tendieron más a lo abstracto. Están sus famosas frutas particularmente iluminadas y los infatigables estudios del Mont Saint Victoire.

Descubro a Degas, artista al que siempre le tuve poca paciencia, sobre todo por su insistencia en el motivo recurrente de sus bailarinas hechas en pastel. En primer lugar lo descubro como escultor, no solamente por su célebre y famosa bailarina de bronce y pollera tutú, sino además por sus pequeños y exquisitos caballos de bronce. En segundo lugar su pintura vista en vivo tiene otro valor, porque el pastel es una técnica que se aprecia mucho viendo el trazo y en combinación con los rápidos esfumados. Sin duda más allá del exceso de bailarinas, no cabe duda de que es un artista y un dibujante excepcional, que hasta ahora no había apreciado en su real dimensión.

Cuando nos anuncian que el museo cerrará en diez minutos corremos para llegar al último grupo, es decir los pintores del expresionismo americano, uno de los motivos principales para mí de todo el viaje. Solo nos queda una mirada rapidísima, mientras el guardia nos va instigando a la retirada. El encuentro con mi primer Pollock es fugaz pero intenso, una experiencia que yo esperaba hace ya muchos años. De todos modos es suficiente para quedar subyugado y para saber que volveré en los próximos días.

Somos echados casi a empujones del museo y a la salida encontramos que todavía queda algo de luz. Nos dirigimos entonces al subte para ir a dar un paseo por el East Village en el otrora mal afamado Lower EaSt.

Bajamos nuevamente en Astor Place, frente a la Cooper Union, pero esta vez nos dirigimos a la izquierda, hacia el este, alejándonos del distinguido Greenwich Village. Sin duda la adición de la palabra Village al nombre East tiene su origen en una movida inmobiliaria que trata de elevar con el nombre el nivel (y los precios) de un barrio. Algo similar a lo que ocurre con los infinitos “Palermos” de Buenos Aires.


Antes de empezar la caminata descubrimos la ampliación de Cooper Union, recientemente inaugurada, ubicada en el 41 Cooper Sq, detrás del viejo edificio. Está totalmente dedicado a la educación universitaria y tiene dentro distintas facultades. Se trata de una estructura de forma realmente extraña totalmente envuelta en una especie de piel de chapa perforada a la que se le han practicado extravagantes cortes.


Ingresamos al hall de acceso de múltiple altura y planos inclinados, pero no nos permiten ir más allá. Desde allí arranca una escalera de forma zigzagueante que recorre toda la altura del edificio. Después me entero que se trata nada menos que de un diseño de Thom Mayne para Morphosis. El resultado del edificio es sin duda impactante, aunque no es el tipo de arquitectura que a mí personalmente me gusta, entre otras cosas porque su materialidad siempre luce desprolija.


Empezamos nuestro recorrido derecho por la East 7th St. hasta el Tompkins Square Park en el corazón de la antiguamente temida Alphabet City. El barrio que encontramos a nuestro paso nos resulta especialmente atractivo, ya que tiene un aspecto más pobre, pero ciertamente más genuino que la bohemia rica de su vecino del lado oeste. Acá hay una gran variedad de negocios de ropa y objetos usados y restoranes exóticos. La gente es prácticamente en su totalidad inmigrante, donde predominan los asiáticos y los latinos.


El parque se entrevé en la penumbra, mientras que los pequeños bares que lo rodean se preparan para ofrecer la comida de la noche. La media luz del atardecer le da al ambiente un clima especial.

Al llegar al parque ya es casi de noche y giramos a la derecha por Ave. B hasta atravesar Houston Ave. A partir de allí comienza la zona estrictamente del Lower East Side, que también tiene mucho movimiento. Los Yankees juegan un partido decisivo de la Serie Mundial de Béisbol y la gente llena los bares para verlo.