domingo, 7 de septiembre de 2008

Post Nietzsche

El interés por la filosofía fue para mí un despertar lento. Llegué por necesidad, guiado por preguntas que me fueron conduciendo, como sonámbulo, hasta sus dominios. Cuando desperté ya estaba dentro de una nueva ciudad, en la que todo me resultaba novedoso y algo extraño. Sin embargo, la curiosidad no es aún la pasión. Ella me surgió, irresistible y desordenada, solamente después de vérmelas con Nietzsche.

A ningún filósofo le dediqué tantas horas de lectura. A sus obras clásicas se sumaron luego los cuatro tomos de la pormenorizada biografía de Paul Janz y también el hermético desandar de su pensamiento que ensayara Heiddegger. Y luego, además, una constelación de otros que de él hablaban, para alabarlo como a un profeta, o para inculparlo de los peores atrocidades de la Historia. Se sabe que Nietzsche es alguien que hace de la indiferencia un sentimiento imposible.

Yo, en tanto, más que empuñar su emblemática masa, me dejé golpear con ella durante largos períodos. Fui percutido por el incesante sucederse de aquellos pequeños párrafos demoledores. Terminé ese viaje lleno de magullones y con algunas marcas, pero entero. Mi fe, endeble como lo es toda creencia profunda, se fortaleció con los embates de la enérgica picota.


El sustento moral que persiste una vez que es decretada la muerte de Dios es, a mi juicio, una duda que puede ser formulada desde la más pura ortodoxia. En ese sentido, es más una pregunta dirigida a las éticas laicas que a las que se sustentan en la trascendencia. Lo que mueve a Zaratustra, más que la condena, es la sorpresa ante un hecho consumado que no ha producido consecuencias. Sorpresa que no acompaña al hombre de fe, visto que, para él, Dios vive.

El mundo sin Dios y, en consecuencia, sin moral, es una visión que inquieta, sobre todo porque se parece bastante al que nos toca. Para él, Nietzsche propone una nueva genealogía de valores, que se basa en lo vital como parámetro y que tiene a la voluntad de poder como motor de lo existente. Una vitalidad capaz de repetirse en un retorno eterno que es también una profecía que hace temblar.

Saber si somos capaces de repetirnos eternamente es sin duda algo que al menos da a nuestras acciones un peso que las hace llegar al punto de lo insoportable. No por nada el hombre que surge de esta encrucijada se llama superhombre. Este se parece un poco a eso atletas preparados a base de esteroides y anabólicos, demasiado inflado para enfrentar un desafío que excede su ineludible condición de criatura. Dios también es un descanso.

Más allá de la valoración de su sistema, y de las consecuencias (algunas atroces) que este produjo, su descubrimiento fue para mí una herramienta indispensable para intentar desentrañar el presente. Entre otras cosas porque proporciona la ventaja que siempre supone alcanzar un límite. Luego del encuentro con Nietzsche, nada pudo escandalizarme en el ámbito del pensamiento. Y esto es útil, sobre todo en una época donde pululan los profesionales del exceso.

Y queda por último la mayor de las sorpresas, que es, como siempre, la persona que encarna un pensamiento. No es posible imaginar algo más lejano a estas ideas incendiarias que este huidizo profesor de Basilea. Su vida fue un continuo trajinar de pasiones ardientes, consumidas en una soledad que muchas veces fue causa de una rancia amargura. Junto a estas convivieron amables charlas con que animaba el té de huéspedes inglesas, en un hotel de algún perfecto lago suizo.

Desarrolló sus intuiciones entre agudas migrañas y reflujos de un estómago débil. Su camino fue el de un ascetismo duro, que lo condujo en definitiva hasta el umbral de la locura. Una vida ejemplar para el filósofo que quiso derribar toda moral, a golpes de martillo.

2 comentarios:

Estrella dijo...

Realmente un placer fue para mí leer estte post. Me han dado ganas de leer a Nietzsche en profundidad, porque nunca me animé a calar muy hondo en sus libros. Algo léi, sí, hace mucho tiempo, y luego, cosas sueltas por ahí.
También me gustó mucho el dibujo.
Texto e ilustración dan cuenta de un mundo interior rico y corajudo.

El Cochinillo exquisito. dijo...

AH, el querido Federico, (así le decimos por mis latitudes, tambien, el señor del martillo) el bigotudo aleman que mas quiero.
Me sorprendio que este entre sus lecturas "Herida", no se explicar porque... Yo tengo dos canciones inspiradas en sus lecturas. Un día me animo y se las envio.
Una en el Zarathustra y la otra en La Gaya ciencia.
En el medio, siempre una mujer. No una Ariadna, porque seria un exceso.

Pero ese es otro tema...

Me alegra que lea a Federico, y lo comparta.

Un exquisito saludo.