viernes, 19 de febrero de 2010

Buenos vecinos

La percepción es una cualidad ciertamente ligada a la distancia, el contacto que establecemos con el mundo está fuertemente ligado a las relaciones temporales y también al espacio. Una tragedia nos afecta en distinta medida depende cuándo y dónde sucede. Por más que queramos, nos resultará difícil llorar por Plinio muerto durante la erupción del Vesubio y tampoco acongojarnos demasiado por un terremoto sucedido en la lejana China. Y esto creo que depende no tanto de nuestro corazón endurecido, sino de la distancia física que nos separa de los acontecimientos. Somos seres transitorios y geográficos.

Una prueba de esto es posible experimentarla en el verano de nuestra costa, donde la playa y el balneario resultan una privilegiada probeta de ensayo. Creo que en pocas situaciones de la vida se puede poner a prueba tan patente el problema de la proximidad. Los límites que nos separan de los otros adquieren una sutileza de un espesor casi imperceptible. Empezando por la ligereza de nuestras ropas y siguiendo por los frugales elementos que configuran el espacio.

A partir de esta vivencia se pueden establecer las distintas escalas de percepción. Un primer nivel es el de nuestros linderos, de las carpas vecinas. Con ellos, aunque totalmente desconocidos, se establece una relación estrecha. Conocemos sus caras y también algo de sus conflictos familiares, asperezas entre madre e hija, iras reprimidas con dificultad, los afectos y también las rispideces de toda convivencia.


De nuestros vecinos hacia el mar me impresiona la longitud de las conversaciones que sostienen. Hay gente que tiene un don maravilloso para alargarlas indefinidamente, y no por el agregado de anécdotas, sino por el elástico estirar de las palabras que se imprimen en oraciones de longitud inusitada. Del lado de tierra se hospeda una extensa familia signada por el rugby. Para ellos intuyo que la vida es una fiel prolongación de este juego. La convivencia es amable con todos y una tenue batalla por el espacio se juega entre sonrisas y disculpas. En el interior de las carpas los objetos del vecino dejan su huella en las lonas infladas y recíprocamente las nuestras invaden su propiedad endeble. Una medianera plástica nos separa.

Después están los otros habitantes del patio con los que se establecen conexiones débiles. De ellos intuimos solo lo que sus cuerpos nos dicen, ya que no podemos escuchar sus conversaciones. El cuerpo es lenguaje primero y se sabe que un gesto vale más que mil palabras. Con alguna dificultad componemos los grupos familiares y recibimos con ellos, a la distancia, la llegada de un nervioso novio adolescente, de la amiga íntima esperada con ansia, de aquel tío simpático y algo dispendioso que se juega con unas rabas a mediodía o del abuelo ansioso de regalar a sus nietos una sorpresiva fiesta de helados. ¿Pero será el padre de él o el de ella?

Pero sin duda lo más interesante proviene de los vecinos del fondo. Ellos nos acompañan con sus voces toda la temporada. El etéreo medianero de lona deja pasar gritos y voces, pero su opacidad nos impide ver las caras. Una especie de voz en off, un eterno fuera de cuadro, que acompaña mi siesta cuando la lectura entra en zonas demasiado arduas.

Quién sabe qué pensarán ellos de ese tipo que no se baña en el mar, limita al mínimo el contacto con el sol, y pasa el verano subrayando libros y sacando punta a su lápiz. La longitud de este se convierte en una señal del paso del tiempo, y cuando ven que casi no puede tenerlo entre los dedos saben todos que el verano termina y que es hora de volver a casa.

11 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Dibujaste una postal perfecta de esa pequeña comunidad que se reune cada verano y se reconoce en los gestos repetidos.
Cómo el de tu lápiz indicando el fin de las vacaciones.
Precioso!
beso.

Magda dijo...

Hola Paris,

Que bonita crónica de la comunidad que describes, que encanto se desprende de tus palabras. Siento por lo que cuentas, que el ritmo es distinto de la "otra" comunidad, la del reloj consultado y las obligaciones diarias.

Me ha gustado mucho, un saludo.

S. U dijo...

adhiero a Magda, muy buen comentario el del lapiz.
¿Y vos ibas cargado de libros a la carpa, que decian tus vecinos?
A mi tb me puede pasar, no soy fan del sol.
saludos

Estrella dijo...

Un clásico de las vacaciones en la playa. Más de una vez, los vecinos, por buenos o por malos, pasan a la historia. Con los míos todavía nos reímos de una madre que a los gritos llamaba a sus hijos para decirles que había ¡croquetas! en la heladerita. Claro que los chicos eran unos grandulones de casi dos metros...

Cierto que la playa es pura proximidad. Vemos las partes bellas de los cuerpos, pero también las no tan bellas. Escuchamos diálogos amables o espantosos. Y jugamos a adivinar quién es quién, ¡siempre!

El dibujo está bueno!

Mari Pops dijo...

http://desconciertos3.blogspot.com/2010/02/acertijo-arquitectonico.html
te dejo eso por si te interesa

la ligereza de las lonas hace que aquellos se metan un poco en nosotros y compongamos historias minimas si, somos observadores

quien sabe lo que recomponen de nosotros , cualkes son las notas que son tomadas y el porque.

Seria interesante saberlo. O no.

La herida de Paris dijo...

Condesa, es cierto que es una extraña pequeña sociedad semidesnuda la que se forma. Creo una creación muy propia de nuestra costa.

Magda que suerte que volviste, se te extrañaba. Aclaro que no olvido que la "otra" comunidad es la que permite mis vacaciones, asi que agradecido.

Angie, te sumo antonces al club de adoradores de la sombra (no de "las sombras", que es algo bien distinto).

Estrella, justamente lo que me gusta de la playa argentina es esa especie de urbanidad que se da. No soy hombre de playa desierta por que la naturaleza sola, me agobia.

Mary, muy bueno el link, gracias. Lo que recomponen los demás sobre nosotros será, me imagino, similar a lo que nosotros hacemos con ellos. La percepción es un juego de espejos.

Saludos.

Cristal dijo...

Y la comparación automática de la infraestructura que cada grupo —incluido el propio— consideró imprescindible para ocupar esos espacios:"¡Trajeron silla plegable y yo no!", "Cómo no se me ocurrió traer una heladerita así!", "¿Para qué semejante ajetreo? Al final se vienen a la playa con la casa a cuestas", etc.

La regla general (instituida en mi mente en mis tiempos de mochilero): "no hay mochila perfecta: cada uno trae lo que está dispuesto a acarrear". Supongo que en la playa pasa algo parecido...
¡Saludos!

PD. Hay un libro de Alan Pauls sobre el asunto: La vida descalzo.

La herida de Paris dijo...

Martín: Unas de las claves de la institucuión "balneario" es la posibilidad de dejar las cosas (sillas plegables, jueguetes niños, tablas de barrenar etc), en la playa. Por lo tanto el acarreo se reduce a los víveres y al abrigo. La familia numerosa por otro lado sirve para distribuir las cargas.
Saludos

Miroslav Panciutti dijo...

Te devuelvo agradecido tu visita y aprovecho para leer un poco al azar algunos de tus posts, que me han gustado. Volveré por aquí (lo de cambiar de hemisferio y pasar al verano, aunque sólo sea virtual, es agradable en estas fechas). Por cierto, ni recuerdo ya la última vez que fui a la playa; el sol y yo no somos nada compatibles. Un saludo.

La herida de Paris dijo...

Miroslav, bienvenido al blog y también al hemisferio. Tu incompatibilidad con la playa me sorprende viniendo de alguien que vive en una isla.
Saludos.

S. U dijo...

Hace mucho que no veraneo en la playa, pero a veces me vienen recuerdos de mis 5 años de los sancuches de jamon y queso de mi mama, en pan lactal y... con gusto a arena!!!