Una vez conocí a un tipo que me confesó una cosa que nunca olvidé. Trabajaba conmigo en Roma como dibujante y era algo mayor que yo, muy joven en ese entonces. Era un personaje extraño, que hablaba muy poco y dibujaba con extremo detalle los planos, que en esa época se hacían a mano.
Tenía la cabeza con forma de pera invertida, con una frente muy amplia que ocupaba más de la mitad de la extensión de su cara y reía con una risa contenida, que apenas mostraba unos dientes demasiados pequeños para el tamaño de su boca. Era una persona culta y en algunos aspectos hasta refinada que, al contrario de muchos de mis suburbanos compañeros de trabajo, vivía en el centro de la Roma histórica, creo que con su madre. Venía con una fuerte recomendación, pero jamás hizo alarde de ella y se contentaba con realizar su trabajo sin manifestar ningún ansia de progreso.
La confesión que me hizo, algo atribulado, fue que jamás había sido capaz de terminar un libro. Pero esto no era debido a la pereza ni nada que se le parezca, ya que era un lector profuso, sino simplemente una especie de defecto psíquico. Realizaba detenciones abruptas muy cerca del final de sus lecturas, pero no siempre en el mismo punto. Alguna señal le daba la indicación de detenerse, siempre a escasos pasos de la meta. Su método era aplicado en cualquier género: ensayo, novela e incluso el policial, que figuraba entre sus preferidos.
Siempre me acuerdo de él cuando estoy leyendo, sobre todo porque sobre el final de mis lecturas me asalta una urgencia maléfica por terminar. Nunca sentí el pesar de acabar un libro, por más que me hubiese gustado mucho. Paso por las últimas páginas con una velocidad que cambia totalmente con respecto a la anterior, una aceleración que se produce de manera casi inconsciente. A veces pienso que ese sería el punto preciso donde mi amigo cortaba abruptamente su lectura.
Pienso que la elección de este romano, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, estaba dictada por un exceso de perfeccionismo que le hacía preferir no terminar a hacerlo en modo desprolijo. Quizás mi urgencia responda a mi condición de lector culposo de todo lo que aún no leí, que se combina con la ansiedad de pasar al próximo libro. Siempre me gustaron mucho los principios y los disfruto especialmente, mientras que irremediablemente sufro los finales.
Terminar es, de todos modos, uno de los hondos problemas del arte, que por lo visto no escapa al lector. Hay muchos artistas que, como mi citado amigo, decidieron no acudir a esa cita difícil con su obra. Dice Ortega: “A sus contemporáneos les parecía que sus obras no estaban ‘acabadas’ de pintar, y a ello se debe que Velázquez no fuese en su tiempo popular. Había hecho el descubrimiento más impopular: que la realidad se diferencia del mito en que no está nunca acabada”. Pero el más adelantado en ese estilo fue Miguel Ángel. Sus esclavos esbozados en la piedra y aquella piedad en donde el dolor parece no terminar hicieron de su renuncia un estilo y le dieron nombre: non finito.
El deseo de no terminar es también el de dejar las cosas abiertas a una posible interpretación y asumir la conciencia de que nada en realidad puede ser del todo terminado, ya que, como el comenzar radical, finalizar compete solo a Dios.
11 comentarios:
Original tu amigo romano. Tu último párrafo indicaría que, al menos en obras escritas, nos seduce más la promesa de las infinitas posibilidades que su cristalización en una sola. Yo casi nunca dejo de llegar al final de un libro, a veces sólo por tozudo afán de completar lo iniciado, lo que tampoco es demasiado defendible.
Sin embargo, con el arte musical quizá suceda algo diferente: el conocimiento previo de una obra maestra invita a repetir la experiencia, el placer siempre se renueva y el descubrimiento de nuevas posibilidades no cesa. O me parece a mí.
Te parece bien. Será que la lectura implica siempre un esfuerzo, que de alguna forma desalienta a repetir la experiencia.
Es decir me gustó mucho "los hermanos Karamozaov", pero no estoy tentado de releerlo, en vez la 5a de Mahler la podría escuchar sin cansarme.
Saludos.
No puedo dejar de leer los libros hasta el final, aun aquellos que me resultan un plomo.
Tu conocido, no probó comenzar a leer de atrás para adelante?
qué extraña manía!
Como dice la condesa y como diría mi madre: "es una manía".
Pero.
Pero, pienso, algo de lo que decís debe de haber. Es ansiedad, ganas de volver a sentir eso que solo se logra "antes"; nunca "durante" ni "después": la promesa de que tal vez ese libro (y no otro), el que está esperándonos, redoble el placer de el que estamos terminando.
Cuando leía la descripción del hombre romano, pensé: qué buen personaje para un novela. Con su cara de pera invertida y todo.
Buenísimo el post. Escribís MUY bien!
Condesa, yo también voy hasta el final. Trato de hacer memoria y no recuerdo haber dejado un libro, y muchos de verdad lo merecían.
Estrella, en realidad me acordé de mi amigo romano por que estoy estudiando sobre pintura, para un curso que pienso dar el año que viene. Fue el "non finito" el que me llevó al romano "maniático" y no al revés.
Igual te lo presto para tu novela.
Saludos.
Sólo he abandonado aquellos libros que, al correr de las páginas, no han logrado interesarme.
No son muchos; el último fue uno que me regalaron de un escritor y periodista argentino, contemporáneo y de ampulosos bigotes.
En cambio sí he releido total y parcialmente algunos libros que no dejan de ofrecerme la posibilidad de nuevas lecturas, porque el que lee es hoy distinto que ayer.
Carlos, yo peor, me regalaron un libro del periodista de ampulosos bigotes y lo cambié sin sacarle el celofán.
Abrazo.
ahhh los esclavos de Miguel Angel, lo infinito, que maravilla
me recuerdan a las espaldas de Matisse
El llegar es una muerte y pocos quieren morir.
A veces no termino un libro, otras sí, sin culpa
Mary: No había pensado en el paralelo que planteás entre "infinito" y "non finito".
Pareciera ser que en el "non finito" hay una búsqueda de infinito, lo que no acaba sigue con vida y "mientras hay vida hay esperanza", al menos de una nueva innterpretación.
Saludos.
"La petite mort"
Sensación de finitud luego de un período de trascendencia, como resultado del gasto de la pulsión de vida.
Nunca había pensado que podía ocurrir al leer, pero si que al terminar una obra sobreviene el duelo.
Janfi
"He muerto muchas veces
acribillado en la ciudad,
pero es mejor ser muerto que un número que viene y va."
Charly Garcia
Fatasma de Canterville.
Yo prefiero terminar los libros.
Abrazo Janfi.
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