sábado, 13 de julio de 2013

CHICAGO CRÓNICAS VI

Día 06 (jueves) – OAK PARK


La mañana la dedicamos al Gallery District de Chicago, que además nos quedaba de paso hacia nuestro destino final del día, Oak Park. Caminamos unas diez cuadras por Chicago Av. hacia el oeste y superada North La Salle, doblamos a la izquierda por Wells St., donde empezaron a aparecer las primeras galerías. 

Estas se encuentran una al lado de otra en casas más bien modestas, que nada tienen que ver con los grandes espacios de las galerías del Soho neoyorquino. El recorrido que hicimos fue totalmente casual y lo reconstruyo a partir de los apuntes tomados en el lugar.


La primera galería que entramos fue la Roy Boyd Gallery, en el 739 de Wells St. y allí nos gustó mucho un cuadro, de formato cuadrado, de exquisitos tonos entre el naranja y el ocre titulado Fox River. La artista es Brigitte Riesebrodt, de origen alemán, que vive hace más de veinte años en Chicago. Sus cuadros son una interesante mezcla de abstracción con una conexión con la realidad que proviene de los colores y texturas, cercanos a una idea o memoria de Italia, más precisamente la Toscana y sus tonos.


Sobre Superior St, entramos en Zygman Voss Gallery, donde vimos pinturas y algunas maravillosas esculturas pequeñas del artista israelí Rosenthalis Moshe recientemente desaparecido. Sus pinturas son muy alegres y me recuerdan al primer Kandisky, y también un poco a Presas, aunque resulte difícil establecer un contacto entre esos dos artistas. Sobre la misma Superior St. nos cruzamos a la Ann Nathan Gallery, que está en la planta baja de un lindo edificio de ladrillo visto. Vemos la obra de Jim Rose, unas exquisitas mesas, y también cajoneras, que más que muebles son esculturas que combinan distintos materiales, con amplias zonas intensamente coloreadas.


En la Maya Polsky Gallery, también sobre Superior St., y en otro buen edificio de ladrillo nos encontramos con las grandes telas de la rusa Valery Koshlyakov que representan paisajes urbanos de ciudades europeas, por ejemplo una gran Piazza Navona. En ella se destaca una singular destreza para el dibujo que se combina con una paleta muy corta, algo de collage y  vivaces chorreaduras que le imprimen a la obra mucho carácter. Más adelante, en la Vale Craft Gallery, descubrimos los animales de Jody DeLind a los que encontramos increíblemente parecidos a los de nuestro Mariano Cornejo. En este caso, esta joven artista de Chicago, que proviene de una familia de artistas y además es médica, trabaja en cerámica esmaltada y las figuras de sus simpáticos animales conservan un aire indígena.


Dos sorpresas nos tenía preparada la Judy Saslow Gallery, una de las más grandes que visitamos, siempre sobre la misma calle. En primer lugar, las pinturas de una artista nacida en Virginia, que trabaja actualmente en el sur de Colorado: Krista Harris. Sin dudarlo su obra es la que más me gustó de todas las que vimos durante la mañana. Mantenidas dentro de la más rigurosa abstracción, las pinturas sobresalen por un, a mi gusto, inmejorable manejo del color, que aparece repleto de transparencias y vibraciones de timbres inesperados y de gran sonoridad. Estuvimos largo rato viéndolas y jugando a elegir cual compraríamos para poner en casa, cosa que nunca estuvimos ni siquiera cerca de hacer, aunque los precios eran bastante accesibles.


El segundo hallazgo que hicimos fue el de  Marc Bourlier, artista nacido en Saigón que pasó gran parte de su vida viajando por los cinco continentes. Sus fantásticos Bois Flotté, (maderas flotantes), especies de cantorías del renacimiento, pero realizadas en pequeñas maderas de desecho que parecen recién levantadas de una orilla. La increíble expresividad de estos personajes que aparecen revestidos de una conmovedora humanidad, se alcanza con solamente unos pocos rasgos esbozados en la madera. En esa economía de medios radica, a mi juicio, gran parte del valor de esta obra que emociona y mueve a la ternura.

Terminamos nuestro recorrido en Gallery KH, con otro muy agradable descubrimiento de una artista, en este caso Caroline Cole, con sus prolijas abstracciones llenas de un color intenso. Su obra parece como construida a partir de un rigor geométrico, pero que se expresa relajadamente. En algún sentido, su obra es como una versión contenida y organizada de la que apenas habíamos visto de Krista Harris. Y, por último, también nos detuvimos, en la misma galería, en los cuadros de Rick Stevens, que conservan una cierta atmósfera figurativa, aunque sin que se aclare bien su objeto. Es en realidad la representación de una atmósfera natural con fuertes connotaciones espirituales de marcado aire oriental. Su obra me hizo acordar mucho a las pinturas de Klimt, como si fueran pedazos recortados y ampliados de una pintura del artista vienés.


Con esta última galería terminamos el recorrido, que podría haberse prolongado todavía un poco más. Nos llamó la atención que, en contra de la corriente del arte contemporáneo actual, encontramos mucha pintura en formato clásico. Quizás estas galerías no expresen las tendencias del arte contemporáneo, y probablemente las dimensiones de los espacios de exposición no alcancen para las grandes instalaciones propias de la actual vanguardia.  De todos modos, para nosotros que nos gusta la pintura, fue una mañana muy productiva y llena de gratas sorpresas.


Abandonamos Superior St. a la altura donde se cruza con el tren elevado, caminamos al borde de este hasta llegar nuevamente a Chicago Av. para tomar el colectivo que nos llevaría hasta Oak Park, la línea 66, que avanzó derecho hacia el Oeste por una docena de kilómetros, en los que fuimos atravesando distintos barrios de diverso carácter. 


Entre estos, más o menos a mitad de camino, se destacó el Ukranian Village, con muchos resabios de arquitectura bizantina, menciones a comidas étnicas y hasta el brillo de algún dorado intenso. A ambos lados de la avenida, vimos a la izquierda las cúpulas doradas de  la iglesia católica de Saint Volodymyr and Olha, mientras que a la derecha se recortaban los perfiles acebollados de un intenso color verde agua de la espléndida iglesia católica de rito griego, Saint NikolasLlegados a la altura buscada, nos bajamos y tomamos un breve trayecto de metro hasta la estación de Oak Park.


Compramos unos sándwiches para almorzar y nos internamos en la zona residencial por Oak Park Av., pero no los pudimos disfrutar en el Scoville Park, porque estaba cerrado por refacciones. Ya con un hambre considerable, optamos por almorzar en una prolija vereda sentados en el pasto.


Detrás nuestro se levantaba la muy clásica estructura del Hemingway Museum, que recoge el legado del escritor, nacido aquí y por lo tanto una de las dos grandes glorias de la ciudad. 


Hemingway no solo nació aquí, como recuerda su casa natal ubicada unos 200 metros más adelante, sino que además estudió en la que es todavía hoy la principal institución educativa del lugar, el Oak Park and River Forest High School, cuyas instalaciones dejamos atrás al bajar del colectivo. Frente al museo, sirve de escenario a nuestro almuerzo la bella estructura gótica en ladrillo y piedra blanca de la First Baptist Church, realizada según el proyecto de un importante arquitecto ecléctico activo en la zona de Oak Park, E.E. Roberts en 1921.


Terminado el frugal almuerzo, nos empezamos a introducir en el barrio de Oak Park, caminado hacia el norte por la homónima avenida. A ambos lados hay algunos interesantes conjuntos de viviendas de muy baja densidad.


El ambiente está dominado por una larga presencia de espacios verdes que el otoño vuelve notables. Oak Park conserva una atmósfera especial que se conecta con sus orígenes. La urbanización fue consecuencia, como tantas otras cosas en la ciudad, del voraz incendio de 1871 que impulsó a muchos de sus habitantes a buscar una nueva forma de vida en las praderas de los suburbios.


El resultado de este movimiento fue la creación de una comunidad bastante cerrada y tradicional, marcada también por una profunda religiosidad que se manifiesta en la presencia de una gran cantidad de iglesias. De este rigorismo moral es testigo la prohibición de la venta de alcohol hasta 1973, año en que fue permitido hacerlo solo en hoteles y restoranes, para ser permitida en locales solamente en 2002. En este ambiente puritano, tendiente a crear una especie de isla paradisíaca fuera de las tendencias propias de la modernidad, se formó una de los arquitectos más revolucionarios de la historia: Frank Lloyd Wright. A él vinimos a ver.


Wright vivió en el barrio dos décadas, entre los años 1889 y 1909, cuando se estableció, luego de comprar un lote en el extremo norte, en la esquina de Chicago Ave. y Forest Ave., que en ese entonces lindaba con la abierta pradera. El terreno fue  pagado gracias a un préstamo de Sullivan, arquitecto para el cual trabajaba desde hacía un año con un contrato de seis, que no llegó a cumplir. Sullivan se distanció de su discípulo en forma bastante dramática, al parecer ofendido por que tenía, a sus espaldas, sus propios clientes. En 1893 Wright se independizó y comenzó el prolífico período de las casas de la pradera, la mayoría de las cuales, algo menos de 30, se encuentran en el vecindario.


El estilo de la pradera, invención totalmente original, tenía algunos parámetros que fueron revolucionarios y que rompieron en forma definitiva con los criterios de diseño clásico. El principal de esos criterios es el que se refiere a la concepción del espacio como elemento principal de la arquitectura. Si en la arquitectura clásica el espacio se conformaba por sumatoria, en las casas de Wright la tendencia era hacia un espacio único y continuo que se articulaba mediante sutiles variaciones. En esta diferencia conceptual, que hacía del espacio interior el eje a partir del cual se desarrolla toda la arquitectura,  radica fundamentalmente el aporte de Wright a la historia de esta disciplina.


El resto del llamado “estilo de la pradera” se compone de una serie de elementos de importancia menor, pero que lo hacen reconocible. Empezando por los techos inclinados de bajo perfil, los importantes voladizos, las ventanas corridas, las poderosas chimeneas ubicadas en el centro de la planta, la definición particularizada de cada ambiente y tantos otros.


Otro punto importante, muy distintivo de la arquitectura de Wright, es su posición a favor de la inclusión de elementos decorativos, lo que lo ubica lejos de la otra vertiente de la modernidad, tendiente a las estéticas minimalistas. Estas últimas intentaban acercar la arquitectura a los procesos industriales, mientras que el arquitecto americano buscó siempre salvaguardar el artesanado. En última instancia Wright, al menos en este su primer período, buscó siempre la elaboración de un estilo propio de fuertes raíces americanas, y en esto se demostró contrario a la vertiente que pugnaba por un lenguaje internacional.


Caminamos por la muy arbolada Oak Park Ave., teniendo a ambos lados algunos conjuntos de vivienda de baja densidad, iglesias y casas particulares, entre ellas, como ya mencioné, la casa donde nació Hemingway. Esta tiene un sencillo estilo victoriano, con una romántica torre redonda en el ángulo y un generoso porche en planta baja.


Cien metros adelante doblamos a la izquierda en Chicago Ave, la misma avenida, donde comenzamos el recorrido esta mañana catorce kilómetros hacia el este en perfecta línea recta. Unas cuadras más adelante encontramos sobre la izquierda uno de los objetivos de la visita, la Frank Lloyd Wright Home and Studio.


Para visitar la casa era necesario inscribirse a un tour, que se iniciaba cada media hora. Esperé pacientemente mi turno, y cuando se convocó para el horario que yo había reservado, dio la casualidad que era el único anotado. Entonces le ofrecí a la amable guía que podía plegarme al siguiente recorrido para que no tuviera que hacerlo por una sola persona. Para mi sorpresa, la mujer, casi ofendida, me contestó que no importaba, que ella dirigiría el tour para mí solo y así lo hizo con extremada profesionalidad.


La casa es una buena muestra del pensamiento wrightiano puesto en acto en su propia vivienda. El arquitecto le fue haciendo sucesivas reformas a medida que pasaba el tiempo y la familia aumentaba, cosa que ocurría vertiginosamente.


La destreza y sobre todo la preocupación por dotar a cada espacio de una solución particular y novedosa son de verdad sorprendentes. Sobresalen el comedor con su mesa y sillas diseñadas especialmente para darle carácter y también el luminoso playroom, lo último a ser ejecutado, con su espléndida bóveda de cañón y su piano de cola, que para liberar espacio de juego, fue incrustado en el vacío de una pequeña escalera.

Wright se mudó a la casa apenas casado con su primera mujer Kitty Tobin, y el matrimonio fue bendecido con la llegada de seis hijos que pusieron a prueba el ingenio del genial arquitecto. Sin embargo, ese espíritu idílico que parece transmitir la misma arquitectura de la casa poco parece tener que ver la realidad, ya que Wright abandonó a su familia después de una escandalosa relación con una vecina de Oak Park, esposa de uno de sus clientes. Con ella finalmente escapó a Europa en 1909, donde dio a conocer su obra para perfilarse en la cultura europea, dando por terminada su relación con el vecindario que lo condenó con ejemplar severidad puritana.


Adosado a la casa, surge el Studio, realizado por necesidad cuando su habitual lugar de trabajo en la casa  tuvo que finalmente dejar espacio para los hijos. El nuevo estudio es la muestra de un arquitecto que era ya consagrado en su comunidad, y era muy consciente de ello. Tiene un estilo más solemne que la casa y también más recargado de detalles y esculturas decorativas, alusivas al nuevo estilo que proponía su propietario. Consta de pocos ambientes en donde una vez más se pone en juego la voluntad de hacer de cada uno de ellos algo especial. Sobresale la sala de dibujo, de forma octogonal con un balconeo corrido que remite a una experiencia religiosa y al mismo tiempo propone un  preciso modo de entender la profesión. Un modo que posteriormente se llevará a cabo en la singular y dramática experiencia de Taliesin.


Terminada la visita nos dedicamos a desandar el camino, pero esta vez recorriendo la Forest Ave. donde se encuentran algunas de las muchas casas de Wright. Como se trata de viviendas particulares, nos tuvimos que conformar con mirarlas desde afuera. Hay, en líneas generales, dos tipos diferentes de casas, que corresponden a distintas etapas. Las primeras, anteriores a 1900, corresponden a la época en que Wright trabajaba todavía para Sullivan, y realizaba estos proyectos a escondidas de su jefe. En ellas se le concede al cliente el uso de algún estilo según la tendencia del momento, es decir Queen Ann. Son ejemplo de este período las mellizas Robert Parker House (1892) y Walter Gale House (1893), y también sobre Forest Ave la Nathan Moore House (1895) en estilo Tudor. Es interesante ver en estas casas cómo las ideas de Wright pugnan por superar a los condicionamientos que impone el estilo


A partir de 1900, aparecen ya maduros los lineamientos de lo que serían las Prarie Houses. Una gran cantidad de casas de este período se encuentran a lo largo de Forest Ave, y al recorrerlas podemos experimentar la riqueza de un lenguaje que parece inagotable. Nombro por orden de aparición sobre la Forest Ave: Arthur Heurtley House (1902), Edward Hills House (1902), Peter Beachy House (1906), una de las mas bellas con un riquísimo tratamiento del ladrillo y, por último, la serena y gris Frank Thomas House (1901).


Por supuesto que en los alrededores hay otras, ya que son más de veinte casas las que Wright diseñó en esos años y se encuentran en un radio de unas pocas manzanas, pero para muestra alcanza con señalar estas cuatro. Para todas ellas basta lo dicho en ocasión de la Robbie House, ya que en todos los casos se trata de variantes del mismo esquema de principios.


Es impresionante el cambio y el corte abrupto que se produce entre las casas del primer grupo y las del segundo. Es la oportunidad de ver el nacimiento de un estilo totalmente nuevo que se va afirmando con una convicción notable. El estilo de las casas de la pradera, que se funda en pocos postulados, es aplicado con gran libertad en la elección de los materiales y en los detalles. Representa una modernidad de tono muy particular, ya que no implica una total ruptura con la tendencia decorativa del pasado, sino más bien una continuidad, aunque renovada. Las casas de la pradera nada tienen que ver con la estética de la máquina, sino que apuntan a conformar un estilo nuevo y de matriz americana. No hay negación de la decoración, sino un modo distinto de afrontarla, con un lenguaje personal que no abreva en lo clásico, sino en otras fuentes como la naturaleza, la Secesión vienesa (fuente siempre negada por  Wright) y otras más exóticas, como el Japón. Pero sobre todo lo que rige esta concepción es una idea revolucionaria sobre el espacio, que no es más generado a partir de una sumatoria sucesiva, sino que se desarrolla más bien en un movimiento continuo.


Recorrimos toda la Forest Ave, para llegar nuevamente a la principal Lake St.. donde fuimos en busca de otra de las obras míticas de Wright, la única en Oak Park no destinada a vivienda, el Unity Temple. Desgraciadamente ya estaba cerrado y no pudimos entrar, con lo cual tuvimos que conformarnos con la visión exterior, que de todas maneras no es poco. El edificio, realizado a partir de 1905, se presenta enérgico en su volumetría de recios cubos grises, conformados utilizando un único material, el hormigón. Se compone de dos bloques: el templo propiamente dicho sobre Lake St. y la posterior casa parroquial, que están claramente divididos por el acceso, que se realiza entre ambos por intermedio de una terraza a media altura. La voluntaria cerrazón del proyecto, que no ofrece ventanas al nivel de la calle y que recibe su luz fundamentalmente de una claraboya, nos impidió espiar el soberbio interior de la sala, famoso por la insistencia en la forma cuadrada y por sus detalles. Lamentablemente tendré que conformarme todavía con las fotos.

Un poco decepcionados emprendimos el regreso, bajo una leve llovizna, hacia la estación del tren que nos llevaría de regreso. Antes dejamos atrás, a la altura del Scoville Park y frente al Unity Temple, un curioso edificio que es uno de los orgullos de la ciudad, la Oak Park Public Library, realizada en 2004 por Nagle Hartray, estudio especialista en programas educativos y culturales. Sobre la plaza, el edificio presenta un curioso perfil quebrado que parece una cadena montañosa, detrás del cual se despliegan las salas de lectura. La fachada sobre el parque combina amplias zonas vidriadas con un revestimiento que parece ser de cobre, color naranja, lo que le da al edificio un aspecto natural, lo cual se condice con su voluntad ecológica que se reafirma también con su cubierta verde, que no alcanzamos a ver.

Para terminar un día de muchos traslados, incluimos la visita al Museum of Contemporary Art (MCA), ubicado a escasos metros de nuestro departamento.


Durante nuestra estadía pasamos una gran cantidad de veces por la puerta del museo que está retirado de la línea municipal, generando una plaza seca. En esta se encontraba temporariamente una importante obra del artista inglés Martin Creed, titulada Work Nº1357, Mothers. Se trata de una gran escultura cinética que consiste en un enorme cartel de neón con la inscripción “Mothers”, que gira lentamente trescientos sesenta grados. La obra, que me remite a las inscripciones de neón de Bruce Neuman o Joseph Kosuth, pero de escala monumental, tiene un efecto tranquilizador y remite al juego entre la palabra escrita y su significado. Un homenaje a las madres, “que siempre son más grandes que uno mismo” según las palabras del propio artista.


Esta obra del exterior resultó ser la más interesante de todo el museo, ya que poco de lo que encontramos en sus salas, bastante despojadas, consiguió interesarnos demasiado. Si bien el museo cuenta con obras de artistas consagrados, no tuvimos la suerte de encontrarlas en exposición.


En compensación a eso, el edificio del recientemente desaparecido Joseph Kleiheus, es de excelente factura, al punto de que justifica la visita. Realizado en 1994, el edificio es una prolija caja que toma en cuenta su particular emplazamiento entre dos pequeños parques, y que formalmente insiste en el cuadrado, una marca registrada del estudio alemán.


En el acceso enfrenta el pequeño Seneca Playlot Park, cruzando la Mies Van der Rohe Way y en él se destaca la alta escalera que le da un aire monumental al edificio. En el interior se disponen las distintas salas con sencillez y se destacan las áreas comunes, y sobre todo la brillante resolución de la escalera oval.


El día lo terminamos en la parte de atrás del edificio, donde se encuentra la confitería que se asoma generosamente sobre el pequeño jardín de esculturas que se continúa en el Lake Shore Park. El edificio elevado aprovecha las vistas hacia el lago, donde se apagaban las últimas luces de la tarde.
  

  

1 comentario:

María dijo...

Viste que ahora en el MCA hay una muestra de una artista argentina: MCAChicago: exhibition Amalia Pica