martes, 10 de diciembre de 2013

WASHINGTON DC CRÓNICAS I

Día 01 (viernes) – THE MALL


Al contrario de otros destinos, el de Washington tuvo un origen azaroso y una preparación no tan esmerada.
La maratón de Chicago nos expulsó de la ciudad, ya que cuando hicimos nuestras reservas, varios meses antes de partir, su capacidad hotelera se encontraba completa por el aeróbico evento. Fue entonces que decidimos hacer un salto a la capital para dedicarle un fin de semana que Chicago nos negaba.

Partimos en un vuelo tempranísimo y breve que aterrizó a media mañana en el Ronald Reagan National Airport. Este fue largamente remodelado con la incorporación de dos nuevas terminales proyectadas por César Pelli en 1997. Recorrimos el aeropuerto con la extraña sensación que a uno lo acompaña al estar dentro de un edificio que conoce demasiado a través de fotos y publicaciones. El imponente hall que une las terminales, con su sucesión de cúpulas, tiene un aspecto casi religioso. No en vano el proyecto fue realizado casi en simultáneo con el de las Petronas, y quizás de allí provenga un cierto aire de mezquita que para mí tiene, aunque en realidad la referencia declarada sea la arquitectura beaux-arts de Washington. Pelli es siempre creativo –y nada literal– a la hora de citar otros estilos. Una nota especial merece el finísimo trabajo de los solados, que componen cuadros maravillosos, así como otros elementos decorativos de gran calidad.


Nos alejamos un poco de la estación para alcanzar la estación del Metro que nos llevaría al hotel. Desde allí podemos ver el aeropuerto a lo lejos con la torre de control, también diseñada por Pelli, que hace un perfecto contrapunto con la horizontalidad de la terminal. 


El tren, de la línea azul, comienza su recorrido en la superficie para luego de un par de estaciones empezar su existencia subterránea. Esta línea, como las cuatro restantes (menos la verde de 1991), fue construida entre fines de los años 70 y el principio de la década siguiente. Nos bajamos en Foggy Bottom, donde pudimos apreciar el magnífico diseño de las estaciones, cerradas con un sólido casetonado como cubierta que describe una larga curva. Ya desde el subsuelo la ciudad comienza a mostrar dos de sus atributos más notorios: el gusto por el estilo brutalista y la amplitud que gobierna todos sus espacios. Tanto el tren propiamente dicho como los andenes y hasta el mismo túnel parecen pensados para el doble del tamaño de sus necesidades. Y ese es un sello que pronto observaremos en la superficie. Esta ciudad da la sensación de estar vestida con ropas demasiado holgadas, mucho más grandes de las que su propio cuerpo necesita.


La moderna estación asoma con unas anchas escaleras en la también ancha 23rd  St., que recorremos en dirección sur. La avenida de tráfico tranquilo no tiene un carácter demasiado definido y combina algunos edificios universitarios con residencias (también universitarias) y una iglesia, la St Mary Episcopal Church. En muchos de los edificios, que en ningún caso superan los ocho pisos de altura, predomina el ladrillo y todos tienen un diseño cuidado y variado al mismo tiempo. El barrio de Foggy Buttom, así llamado por estar originalmente cubierto de niebla proveniente de los pantanos donde se asentó la ciudad, es la sede de la George Washington University. Esta característica lo hace especialmente vital, en una ciudad que adolece de una vitalidad escasa, y aquí se encuentra nuestro hotel, lo cual constituyó una agradable sorpresa.


Después de una breve parada de reconocimiento y reabastecimiento de fuerzas, volvimos a salir con ánimo de  hacer nuestra primera recorrida. Atravesamos el parque delante del hotel, donde se encuentra una estatua de San Martín a caballo, y tomamos por la E St que a ambos lados cuenta con anónimos edificios de la US General Service Administration.


Un poco más adelante desembocamos en el eje menor, que en dirección norte organiza la ciudad, al menos en su propósito memorial y monumental, según lo dispusiera quien fuera el urbanista que realizó el plan, el francés Pierre Charles L´Enfant. Antes de ingresar a este, dejamos a la izquierda el edificio de la Corcoran Gallery of Art, uno de los museos más importantes de la ciudad, dedicado al arte americano. Fue diseñado en un poderoso estilo neoclásico francés por Ernest Flagg a finales del siglo XIX. Este museo fue teatro del legendario escándalo Mapplethorpe, cuando las autoridades se vieron obligadas a suspender la muestra del fotógrafo por su contenido, considerado obsceno.

Ya sobre la amplísima extensión verde y vacía, que produce un abrupto cambio de escala y que tiene un ancho de aproximadamente unos quinientos metros, vemos a la izquierda la reja que cierra los jardines de la White House, una de las vistas más típicas de la ciudad.



El edificio reconocible con su redondeado y esbelto pórtico de seis columnas jónicas de doble altura, se ve muy alejado, precedido de una interminable llanura verde, solo interrumpida por la fuente redonda. Hay bastante gente que se acomoda en las rejas para la foto obligada, en su mayoría americanos que peregrinan devotos hacia sus símbolos patrios. No cabe duda de que la casa Blanca, independientemente de quien sea su ocasional ocupante, es uno de ellos. 


El proyecto de la White House fue realizado por el arquitecto irlandés James Hoban, quien ganó un concurso para su realización, que comenzó en 1792. Bautizada “Casa Blanca” por Theodore Roosevelt, tiene un estilo cercano al palladianismo largamente practicado en Inglaterra en el siglo XVIII.



A lo largo de los años, sufrió diversas ampliaciones, e incluso destrucciones parciales, pero se puede decir que el proyecto original permaneció en líneas generales incólume, constituyendo el cuerpo central de la actual estructura. Su emplazamiento fue decidido por el propio George Washington y su presencia cierra el lado norte del eje menor del diseño de L’Enfant.

Este eje se desdibuja hacia el sur, ya que luego de atravesar el obelisco, que marca el cruce con el eje mayor, the Mall, termina en el Tidal Basin, pequeño lago que es en realidad una derivación del vecino Potomac. Atravesando esta laguna, refuerza nuevamente el eje el Thomas Jefferson Memorial, que se divisaba a lo lejos desde nuestra posición. Este edificio, o más bien monumento, retoma la arquitectura de severo carácter clásico que el propio Jefferson difundiera en su Virginia natal. A pesar de su aspecto antiguo, el edificio, obra de John Russell Pope, fue realizado en 1940, y recibió críticas por su anacronismo. Se trata en realidad de un recinto vacío que contiene la estatua del gran virginiano, y que lleva inscriptos en sus paredes textos pertenecientes a sus discursos.


Después de este primer contacto con la Washington monumental, nos dirigimos hacia el norte, custodiados por el enorme bloque clásico del US Department Commerce, también conocido como Hoover Building, tan gigantesco como anodino. Una muestra de que el lenguaje clásico no resuelve todos los problemas de escala.



Retomamos nuevamente la E St. y caminamos en dirección Este, tomando nota de que las distancias en esta ciudad son siempre mayores de lo que el mapa parece reflejar. El gigantismo querido por L’Enfant se hace sentir rápidamente en los pies del caminante. 



Entramos en un gran local de la librería Barnes & Noble, en la esquina de la 12th St y dejamos a nuestra derecha la imponente sede central del FBI, uno de esos edificios que amedrentan. El edificio es conocido también como Hoover Building, pero en realidad hace referencia a otro. El anterior es Herbert Hoover, presidente de los Estados Unidos durante la Gran Depresión, mientras que este John Edgar fue el fundador del FBI, en 1924, y no tienen ningún parentesco entre ellos. El edificio en estilo brutalista, el preferido de la ciudad cuando se aparta de lo clásico, es un proyecto de Charles F. Murphy y fue inaugurado en 1975. La pesada cuadrícula, que se repite mecánicamente en sus cuatro fachadas, es sobrevolada sobre la E St. por un enorme volumen ciego que le agrega dramatismo al conjunto, que ocupa toda una manzana.


Luego de una parada técnica para almorzar en nuestro fiel Subway, fuimos un poco más adelante, hasta la 8th St, desde donde ya a la izquierda se ve la fachada del Smithsonian American Art Museum, con un impecable pórtico de ocho columnas, que se levanta desde un alto basamento.



El proyecto de este edificio, inicialmente US Patent Building, fue realizado a mediados del siglo XIX y desde siempre fue celebrado por su purísimo estilo griego. En el edificio tiene sede, además de la importantísima colección de arte americano, The National Portrait Gallery.



Sin embargo mi interés no se dirigía ni a las colecciones ni al edificio original, sino que se concentraba en la intervención que sobre este realizó Norman Foster, quien cubrió su patio central, en 2007, con una magnífica estructura. Una poderosa ola de vidrio conforma el techo que literalmente vuela sobre la antigua arquitectura del patio, apoyado sobre ocho muy esbeltas columnas.



El techo repite el concepto ya utilizado por Foster para la National Gallery londinense y consigue un efecto de extraordinaria calma sobre el espacio del patio.



Dicho efecto se debería reforzado por la fuente, constituida por una finísima lámina de agua sobre parte del piso que refleja el techo. Su diseño, junto a otros elementos paisajísticos, es obra de Gustafson, Guthrie Nichol, el renombrado estudio de Seattle, que ya conocimos en Chicago. Lamentablemente, no pudimos ver el resultado de la intervención porque la fuente se encontraba vacía, culpa de un evento que se realizaría en el patio, esa misma noche.


Salidos de este museo, vimos en la siguiente cuadra, siempre sobre F St., la Verizon Arena, el complejo deportivo de la ciudad, sede de los equipos de básquet y hockey, además de importantes eventos. El edificio fue inaugurado a fines de los 90 y su aspecto exterior es más parecido a un shopping que a un estadio. Los responsables del proyecto fueron varios estudios entre los que se destaca la firma especialista en este tipo de edificios, AECOM. El emplazamiento del edificio produjo un cambio notable en el cercano barrio chino de la ciudad, que se vio afectado por la presencia del gigante deportivo.



De seguir por la F St., siempre en la misma dirección, hubiéramos encontrado el National Building Museum, que tiene sede en lo que fue originalmente el Pension Bureau. Hubiera valido el esfuerzo de caminar algo más aunque más no fuera para ver desde el exterior el magnífico volumen de ladrillo en estilo renacentista y también el muy elaborado Hall Center, realizado en 1887.

En vez de seguir adelante, doblamos en la 6th St. hacia el Mall para ir en busca de nuestro próximo objetivo, el Newseum, el nuevo museo dedicado a la historia de los medios de comunicación.



El edificio, inaugurado en 2008, está ubicado en una manzana triangular, entre la 6th St. y Pennsylvania Av., y es obra del estudio neoyorquino Ennead.



En realidad, el proyecto comprende mucho más que un museo, ya que se trata de un centro cultural, con auditorios y salas de exposición, que además tiene en la parte posterior un amplio desarrollo de viviendas, Newseum Residence.



El edificio correspondiente al museo se compone de un espacio de múltiple altura destinado a muestras y eventos, y tiene una fachada transparente sobre Pennsylvania Av.



Esta fachada se presenta como un gran pórtico y combina con gran eficacia distintos niveles de transparencia en obvia alusión a la transparencia mediática. 



Hace contrapunto con esta una parte ciega que ocupa todo el alto de la fachada, que registra impresa el texto de la primera enmienda constitucional referida a la libertad de prensa. Con este elemento, el edificio reafirma y renueva la permanente vocación docente que tienen los edificios públicos de esta ciudad, que actúan literalmente como textos.


El edificio comparte la manzana con la Embajada de Canadá, un edificio tan importante como malogrado, que intenta mezclar el brutalismo con algunas citaciones clásicas, consiguiendo un resultado desafortunado.



Cruzamos la diagonal Pennsylvania Av., que tiene como remate hacia el Este la cúpula del US National Capitol, que domina la perspectiva desde la tenue colina homónima.



Sin distraernos por su presencia, rodeamos la National Gallery, nuestro destino de mañana, y desembocamos directamente en The National Mall. Este es el eje fundamental del planteo de L’Enfant para la ciudad, y corre de Este a Oeste por algo más de tres kilómetros y medio, uniendo el Capitolio con el Mausoleo de Lincoln y pasando por el emblemático obelisco, donde se cruza con el eje menor, descripto anteriormente.


El ancho del espacio, casi en su totalidad un jardín verde, no tiene otra decoración que el pasto que, a decir verdad, está lejos de ser impecable, como yo esperaba. Quizás este descuido se deba a que el Mall está sufriendo amplias tareas de refacción. 


El ancho de la explanada, de aproximadamente unos quinientos metros, se encuentra arbolado solamente en las márgenes y está enmarcado por una espectacular serie de museos que se ubican a ambos lados. Sin duda la grandiosa concepción de L’Enfant, eficaz desde el punto de vista de la monumentalidad, tiene su contrapartida en la pérdida de escala humana, produciendo un espacio que resulta algo desolador. La amplitud y la falta de referencias produce, además, la pérdida de la capacidad de captar las dimensiones de un espacio donde  lo cerca, lo lejos, lo grande y lo pequeño, se ven trastocados de manera irremediable, produciéndose una sensación de extrañamiento. Pero esta es la idiosincrasia de esta ciudad y, en esto, cabe reconocer, reside también su singular atractivo.



No cabe duda del valor del plano de L’Enfant, ni de su visión y decisión para implementarlo, aunque su resultado sea a veces desconcertante. No es posible saber con exactitud cuánto de este resultado es achacable al talentoso ingeniero francés y cuánto corresponde a las sucesivas “traiciones” que el plan sufrió, sobre todo en los primeros años de su ejecución. Lo cierto es que la idea de L’Enfant hubiera necesitado para ser llevada a la práctica de un poder absoluto, como el del Luis XIV, y en cambio tuvo que vérselas con una endeble democracia, pobre y envuelta en guerras sucesivas, externas e internas. Sin embargo, las ideas que el plano expresa, muchas de ellas enunciadas por la propia pluma de su autor, demuestran largamente su capacidad, su notable sensibilidad estética y, más que nada, su calidad ética.

Cruzamos el ancho del Mall a la altura de la 7th St. para ir al encuentro de lo que sería una de las grandes sorpresas del día, el Hirshhorn Museum.



Antes de referirme al edificio, me quiero detener en lo primero que nos salió al encuentro, que fueron las notables piezas de su jardín de esculturas, en el cual se podría decir que están representados prácticamente los más grandes escultores modernos.



El jardín se encuentra algo más de un metro por debajo del nivel de la calle, antes de cruzar la Jefferson Dr. que bordea el Mall, y está exquisitamente diseñado como si se tratara de un tranquilo laberinto.




Está poblado de esculturas que agrupo por procedencia, empezando por los italianos, el querido Marino Marini (Horse and Rider - 1953), Manzu (Young Girl on Chair - 1955), Pomodoro (Sphere n° 6 - 1963) y terminando con Giacometti (Monumental Head – 1960), aunque no es italiano. Hay también representantes más clásicos como “nuestro” Bourdelle (The Great Warrior – 1900) y Rodin (The Burgers of Calais - 1884). Por supuesto que hay americanos, muchos Henry Moore (Draped Reclining Figure – 1953 / King and Queen – 1953, entre otros) y un plateado y figurativo Jeff Koons (Kiepenkerl – 1987). Por último, otros aportes de Europa como el sinuoso Jean Arp (Human, Lunar, Spectral – 1950) y un clásico Miró (Lunar Bird – 1945).

Cruzando la avenida, aparece el potentísimo edificio, espléndidamente diseñado por Gordon Bunshaft de SOM en 1974. Se trata de un puro anillo de hormigón armado ciego que permanece elevado sobre el terreno sobre cuatro poderosas patas que lo sostienen.



En el interior de este asombroso anillo, por el cual se ingresa libremente sin ninguna indicación de la arquitectura, se encuentra un patio con una fuente también redonda al que se vuelcan los tres niveles del museo, ahora sí, generosamente aventanado con una férrea cuadrícula.



La sensación que produce el patio es particularmente sugestiva, ya que por debajo del edificio, se pueden gozar de las vistas de los jardines que lo rodean salpicados nuevamente de esculturas: Claes Oldenburg (Geometric Mouse – 1970), Tony Smith (Throwback – 1976), Calder (Two Disks - 1965) y las inquietantes figuras del español Juan Muñoz (Last Conversation Piece – 1994), por citar algunas.



Esta relación entre una interioridad muy fuerte, dada por la pesada estructura, pero que al mismo tiempo se libera y se fuga a nivel de la planta baja, es un efecto de una tensión muy lograda, acentuada además por una fuente muy activa, que agrega movimiento a la estática escena.


El interior del museo mantiene las expectativas de su exterior, con piezas de un nivel similar  a las vistas afuera. Además, agregando otra sorpresa, tuvimos la suerte de coincidir con una muestra de Ai Wei Wei, el muy célebre artista chino, que por supuesto no conocíamos. 



También fue conocida la colaboración del artista con Herzog en el diseño del estadio de los Juegos Olímpicos de Beijing. La muestra comenzaba ya en el patio con las cabezas de animales, Circle of Animals / Zodiac Heads, que rodeaban en un círculo la fuente con un aire de viejo ritual.  



Como su nombre lo indica, la obra representa los 12 animales del zodíaco chino, solo con sus cabezas, y se exponen alrededor del mundo adoptando distintas posiciones de acuerdo al lugar donde se instalan. En este caso el círculo caía de maduro.


En el interior, la muestra llamada “According to What?” desplegaba la versatilidad del artista chino que se expresa en distintas disciplinas: el video, la escultura, la instalación (Cube Light – 2008 / Snake Celling - 2009), la escritura mural y otros caminos intermedios. 



Famoso por su posición crítica frente al régimen de Pekín, lo que le valió varios meses en prisión, el artista está presente en persona en la obra. Su intención parece ser la de no querer esconderse detrás de la obra, sino por el contrario utilizarla como vehículo de su crítica. Con métodos extremadamente simples, y más allá de lo político, Ai Wei Wei provoca una necesaria reflexión sobre el arte y sus límites.



El resto del museo contiene excelentes esculturas de muchos de los artistas exhibidos en el exterior y también de otros como el siempre excelente David Smith, del que se exhiben una buena cantidad.



Además, en el tercer nivel, hay de una no muy grande, pero consistente colección de pintura de artistas modernos, sobre todos americanos. Entre ellos, hay varios de Kooning, un buen número de obras de Clyfford Still y unas bellísimas acuarelas de William Baziotes. Del primero, el fantástico Queen of Hearts, una obra de 1943 que precede su famosa serie de mujeres y es una de las piezas más valiosas del museo. Por último, en el segundo piso no puedo dejar de señalar una obra de un artista que me gusta mucho, el californiano de origen afroamericano Mark Bradford con High Roller Kats Gonna Pay for That, del 2003.


Salimos con la decisión de recorrer el Mall completo en dirección Oeste, lo que empezamos a hacer caminado por el borde izquierdo que está arbolado, lo cual le da una escala aceptable. A nuestra izquierda, superamos distintos museos, en primer lugar el Arts and Industries Building, decano de la ciudad, provisto de una arquitectura victoriana, un estilo poco transitado en la ciudad. Más adelante dejamos el curioso “castillo” de ladrillo rojo, sede del Smithsonian Institute, la institución que nuclea toda esta impresionante serie de museos. Concluyendo este trío, pero esta vez en un fino estilo renacentista, nos queda la Freer Gallerie, dedicada al arte oriental.



Superada la 12th St. y dejado a la izquierda el anodino clasicismo del Department of Agriculture (DOA), pusimos proa a campo traviesa hacia lo que se supone es el clímax del planteo de L’Enfant, el Washington Monument, o bien el obelisco.



Está emplazado en el cruce de ambos ejes, aunque corrido ligeramente hacia el Este y se encuentra rodeado por un anillo de banderas americanas, siguiendo la tendencia de reafirmación nacionalista típica del país y especialmente presente en esta ciudad. De todos modos, si pensamos que el proyecto original preveía un pórtico clásico, las banderas son bienvenidas.




Su altura resulta difícil de calcular vista la ausencia de referencias, y me sorprendió averiguar más tarde que alcanza los 160 metros, 100 más que nuestro propio obelisco porteño.



Una curiosidad del monumento es el visible cambio en el color de la piedra que se produce aproximadamente a la altura del tercio inferior, y que es testigo de la detención que tuvo la obra por más de veinte años por falta de fondos. En fin, a pesar de las mayores dimensiones, debo confesar que prefiero nuestro obelisco, de formas más amables, sobre todo en el remate, diseñado por el gran Alberto Prebisch.


Nuestra visita al obelisco tuvo un agregado especial, cuando en un vuelo rasante vimos pasar el imponente helicóptero presidencial con su custodia. Un momento cien por ciento americano.



Seguimos hacia adelante hasta llegar al poco agraciado National Word War II Memorial. El monumento, en realidad una fuente elíptica de importantes dimensiones, tiene una solemnidad trasnochada, sensación que aumenta al conocer que fue inaugurado en 2004. Una serie de pilones de granito dispuestos alrededor de la fuente representan, con su nombre inscripto, a cada estados de la Unión, una idea tan banal como triste.



Después de este monumento, inicia la muy famosa Reflecting Pool, que prepara con sus más de 600 metros de recorrido, el gran final del Mall. Lamentablemente, no hubo reflejos para nosotros, ya que la pileta estaba vacía por trabajos de mantenimiento y rediseño.


Desviándonos del eje principal hacia la derecha, nos fuimos a conocer el Vietnam Veterans Memorial, un momento muy esperado y que resultó todavía superior a las expectativas, que eran en mi caso muchas. El sencillo monumento, diseñado por la magnífica artista y arquitecta americana, de origen chino, Maya Lin, es la perfecta contracara del dedicado a la Segunda Guerra, recién visitado.



La magia de esta obra, realizada en 1981 cuando la artista tenía solo 21 años, reside en su sencillez extrema, que es capaz de conmover al visitante, y esto es un logro raro, ya que el arte de tendencia minimalista difícilmente emociona. Un sencillo tajo en el jardín permite la aparición del muro triangular que arranca con veinte centímetros de altura y termina con más de tres metros.  Está construida con un mármol oscuro especialmente traído de la India por sus particulares capacidades reflectivas.



En el mármol espejado se inscriben los nombres y el imperceptible descenso de la rampa, termina por dejar al visitante inundado de nombres. Este es la manera efectiva y contundente de hacer tomar conciencia del horror de la guerra, que se mide sobre todo por las vidas humanas perdidas. Una denuncia que tiene en su sencillez una contundencia poderosa. Unos libros ubicados en el acceso permiten ubicar los nombres en la pared, y se ve bastante gente que con lápiz y papel frotan el muro para llevarse el nombre impreso como un recuerdo. Un sistema simple que permite interactuar con el monumento de una manera concreta y al mismo tiempo solemne. Hay un silencio sostenido y algunas flores esparcidas al pie de la pared. Incluso vemos algunos veteranos, que se distinguen por la indumentaria, intercambiando saludos e información sobre aquellos días aciagos.


Nos queda el final del Mall, así que retomamos el centro del eje y nos dispusimos a subir la altísima escalinata donde se sustenta el Lincoln Memorial. Se trata de una columnata de poderoso dórico que sostiene un entablamento recto de sólidas proporciones clásicas.



El paso entre el interior y el exterior es totalmente libre y no esta obstaculizado por ningún elemento, lo cual me llamó poderosamente  la atención.



Una nueva sorpresa se tiene una vez adentro y es la proporción de la inmensa estatua de Lincoln, que hace parecer pequeña la caja que lo contiene. La figura del presidente sentado pensativo en su sillón es sugestiva, y coincide con las dimensiones del personaje, quizás el más grande de la historia de los Estados Unidos. En las paredes, como ya resulta habitual, están tramos de sus discursos.



No hay duda de que no solo en las formas, sino también desde el punto de vista del uso del espacio, este responde exactamente a lo que era un templo griego. Y seguramente la intención de quien lo construyó, al inicio de la década del 20, era la de elevar a Abraham Lincoln a la categoría de un dios. La gente que puebla la escalera de acceso espera sentada la puesta del sol sobre la lejana cúpula del Capitolio.


Con las últimas luces, rodeamos el Lincoln Memorial para emprender el regreso a hotel, por la 23rd St. y en el recorrido dos sorpresas fuera de programa. La primera, a mano izquierda, sobresale por su enrevesada forma y se trata del U. S. Institute of Peace. Recientemente inaugurado, en el 2011, es obra del israelí-canadiense siempre llamativo desde lo formal, Moshe Safdie, que saltó a la fama mundial con el controvertido conjunto residencial Habitat ’67 de Montreal.



En este caso, la complejidad formal no parece demasiado bien resuelta, por la difícil relación que se entabla entre el techo, que parece sacado de la ópera de Sydney, y los volúmenes que están debajo. También nace la pregunta sobre la utilidad de semejantes estructuras políticas, y en este sentido la grandilocuente arquitectura del edificio parece hacerse eco de esas dudas.


Mucho más agradable es la segunda aparición, una cuadra después sobre la E St., donde nos impacta por su sobria resolución la sede del PAHO, Panamerican Health Organization. Un volumen cilíndrico, cubierto por una trama continua de rombos, precede a una placa levemente curva que lo recibe por detrás.



Todo aquí es sencillo y el natural juego de los volúmenes funciona como contrapunto perfecto del anterior edificio. Nuestra admiración se transforma en una especie de alegría cuando nos enteramos que el autor de esta obra es el gran arquitecto uruguayo Román Fresnedo Siri, quien también realizó la fantástica sede de la Facultad de Arquitectura de Montevideo.


Ya sin luz, no queda más que caminar cien metros hasta nuestro hotel, para poner fin a este día, que empezó muy temprano en Chicago. 

1 comentario:

Mari Pops dijo...

Hola Opi
Lei esta primer entrada. Varias veces estuve en Washigton y todavia no se si me gusta o no. Una ciudad que definitivamente no me emociona pero que cumple su funcion a la perfeccion. Grandes museos, tributo a sus heroes, memorial a sus muertos, todo recubierto de impotuto blanco.

No conozco el Hirchhorn Museum pero me gustaron las fotos que colgaste. Intesesantisima arquitectura
Saludos