viernes, 18 de abril de 2008

Yo miento

La mentira es muchas veces un lugar inevitable. Cuando se dice que algo se terminará en un lapso de tiempo, se sabe que se hará en más. Pero la única manera de que se cumpla el plazo real es declarar uno virtual. Además, visto que todos mienten, el que dice la verdad queda afuera del mercado. Es una convención y un hecho consumado. La novia dice que entrará a la iglesia a la 20.00 horas, y todos sabemos que, con suerte, lo hará 20.30.

El político, sabe que de las promesas que hace, solo es posible cumplir una mínima parte. Todos lo sabemos y reducimos su discurso promisorio aplicándole un riguroso índice de veracidad que diezma sus ofertas. Si promete lo que puede cumplir, es arrasado antes de empezar. La inviabilidad de la verdad en la política es además forzada por lo medios. Paradójicamente, lo que debía aportar transparencia, finalmente ha terminado por opacar la realidad. La mentira es en este caso, además, urdida con esmero, estudiada con técnicas refinadas y monitoreadas con encuestas, a su vez, poco creíbles.


Todo arte tiene su manifestación suprema y en el caso de la mentira se llama publicidad. Este es el reino de la perfecta falacia, donde se estimulan y se conceden todo tipo de desbordes. Un auto y una modelo de piernas larguísimas; un celular y la libertad; una galleta al desayuno y una familia feliz. La mentira no es más que una coincidencia que se da por segura, cuando en realidad tiene una probabilidad próxima a lo imposible. Lo increíble es que estas afinidades, tan burdamente planteadas, funcionan. Terminamos por creerlo todo, en una señal de inocencia acabada. Queremos ser engañados.

La mentira se ha esparcido y es, a mi juicio, el azote imparable de nuestros días. Un general romano no mentía, ejercía su poder desnudo de encanto. Al noble medieval le bastaba su sangre y su tierra. Al humanista, la superioridad de su nueva ciencia. La mentira es el precio que pagamos hoy por tener una sociedad más igualitaria. Esta crece como la soja, es un yuyo resistente y rentable. Habrá que aplicarle retenciones.

Nietzsche con su martillo implacable definió la verdad como “esa clase de error”, es decir un tipo muy especial de mentira, en un mundo que carece de un fundamento. La verdad era, en su concepción, un acto de voluntad: “tener por verdadero”. Una mentira escogida. Lo cierto parece ser que la verdad necesita como aliada a la voluntad, ya sea para ser inventada o descubierta. No hay verdad sin pasión por la misma. Hay que poner en funcionamiento un detector de verdades, que busque las cosas desprovistas de toda apariencia intencionada.

Un ejemplo: viernes 9 p.m. concurrimos a la parrilla de siempre con mi mujer. Colita de cuadril, chorizo, papas fritas, ensalada, y un vino discreto sobre un sincero mantel de papel. Silencio sin incomodidades, diálogo si algo nos aqueja o si queremos compartir una alegría. No hay nada que esconder. La calma de aceptarnos como somos. Un momento de verdad, pequeño pero reconfortante.

La suprema verdad del bife.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y eso que no te gustan ni el campo ni las vacas!
Un buen bife de chorizo dice mmás que mil palabras eh?