sábado, 2 de agosto de 2008

Post kantiano

Creo que Goethe fue el que dijo que leer a Kant era como entrar en una habitación luminosa. Yo, por desgracia, no he tenido esa experiencia, lo cual claramente no es culpa del máximo poeta, y menos aún de Kant, sino exclusivamente mía. Ya hace tiempo que emprendí su lectura, sabiendo que era una tarea superior a mis fuerzas, pero consciente al mismo tiempo de su valor. Fui iniciado en esta, como en tantas otras aventuras, por quien fuera mi primer Virgilio en materia filosófica, Ortega (y Gasset). En él sí que todo es claro como el mediodía más soleado.

Algunos años estuve rondando la fortaleza kantiana, con aproximaciones sesgadas y rodeos preliminares. Como quien prueba, desconfiado, la temperatura del agua con la punta de sus dedos. Un verano decidí arrojarme al mar de su sistema y tardé varios días en recuperar el aire. Crítica de la razón pura. Siempre fui de la idea de que para aprender a nadar es preciso zambullirse.


Kant es como una mansión inmensa y minuciosa, llena de increíbles y fatigosos recovecos. Su recorrido es una tarea ardua, sobre todo si se hace sin guías y desprovisto de equipo, como iba yo. Pero su exploración reserva satisfacciones tan inesperadas como gratas. Uno, al poco de andar, se amiga con el titánico esfuerzo de este obcecado pensador que intenta sacar el Universo por el estrecho orificio de su mente. Impresiona la parsimonia con que discurre, sin prisas, intentando demostrar que es falso lo que a nuestros ojos parece evidente. Él quiere transformarnos en incrédulos de nuestras más seguras certidumbres.

Las armas con que intenta desmontar todo vestigio de la realidad no tienen el poder devastador de argumentos explosivos ni la contundencia de la maza que empuñara Nietzsche años más tarde. Los instrumentos kantianos son las sutiles herramientas de un relojero, que desmonta pieza a pieza lo real, para volver a construirlo unos metros más acá, en el interior de la conciencia. Una tarea que solo conoce como alimento la paciencia y que exige, a quien quiera conocerla, abandonar toda prisa.

Confieso que me asaltan, a veces, la desazón y el agotamiento, perdido en esos párrafos de extensión inusitada y de recorrido de sinuosidad rococó. Agotan, además, sus particiones infinitas, impulsadas por la idea de que los pequeños bocados mejorarán la digestión. También irrita la métrica de sus argumentos, a veces demasiado breve para cosas que aparecen decisivas, otras, desbordante para cuestiones a nuestro parecer irrelevantes Pero siempre, cuando ya parece que nos hemos perdido en el amplio palacio, una hendija luminosa aparece para confortarnos y empujarnos a continuar el camino esperanzados. La belleza de algunos párrafos y la claridad de ciertos ejemplos son como vasos de agua dejados para mitigar la sed de un caminante exhausto.

Nunca encontré la luminosa habitación que prometiera Goethe. Pero luego de algunos años, a tientas, comienzo a reconocer los estrechos pasillos, los amplios salones y los húmedos sótanos. De a poco la pupila comienza a acostumbrarse a estas exiguas claridades. También ayuda el hecho de que muchas veces Kant nos hace volver a pasar por donde ya habíamos estado, para que gradualmente las cosas nos vayan resultando familiares.

Como el minotauro, se empieza a encontrar uno a gusto en estos laberintos, aunque cada tanto se espera que una Ariadna nos saque fuera con su hilo, a ver la realidad que nos circunda.

8 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

¡qué maravillosa manera de explicar la complejidad kantiana! Debo confesar que mi recorrido fue veloz y a media luz y que no hubo tiempo de encontrar vasos de agua porque la sed sobrevino después.
Ya habrá tiempo de regresar.
Abrazo.

La herida de Paris dijo...

No te preocupés Condesa, Kant te espera.
Saludos

Anónimo dijo...

Bueno opi, no se ponga así

La herida de Paris dijo...

No entendí. ¿Así como?.

Anónimo dijo...

Reconozco que me llevo mejor con los mazasos contundentes de friederich. Yo a friederich lo encuentro alegre, vital, me reconforta.
Admiro tu habilidad para circular por esos sótanos, tomando los pocos vasos de agua que Kant te deja aquí y allá para que no lo abandones
gustazo verte

quien dijo "no se pongo así", es maría la monsh? (única persona que sé que te trata de ud)
saluti

Anónimo dijo...

sì, mirà yo hice en la facu varios cursos sobre Kant y todavia no lo entiendo, en realidad no me gusta, he leido cosas mas dificiles como husserl y me gustan.
Que temita Kant
Saludos
Medu

La herida de Paris dijo...

Silvia, yo no pretendo entender a Kant, sería demasiado de mi parte. Solamente comparto la experiencia de acercarme a su pensamiento.
En cuanto a Husserl, que siempre me está rondando, todavía no me animé. Ya me llegará la hora de emprender ese viaje. En su momento, llegado el caso, te pediré auxilio.
Saludos

Estrella dijo...

Esas lecturas tan dificultosas finalmente nos premian, de algún modo. A veces, apenas unas frases, y se produce la gran epifanía. Ahí, nos damos cuenta, entendemos. Después, vuelve la oscuridad, pero uno, feliz, se interna otra vez en el laberinto, en busca de ese gran momento mágico.