sábado, 8 de noviembre de 2008

Recorrido litúrgico

El colectivo nunca tarda más que unos pocos minutos. Hay que aguzar la vista para verlo llegar en el horizonte, por detrás del tráfico intenso de la avenida. Últimamente, algunos llevan coloridos números luminosos, que se divisan ya desde Corrientes. Confieso que me subyuga su puntillosa belleza y también agradezco su eficacia, que viene en ayuda de los que, como yo, son miopes.

Subo con las monedas previamente separadas en el bolsillo y saludo al colectivero, que generalmente responde entre sorprendido y agradecido de que alguien reconozca que la máquina tiene un humano conductor. La ocupación de los asientos es errática, y de acuerdo a la densidad decido si esperar para encontrar un lugar o comenzar con la oración de parado. Si así lo decido, lo más probable es que permanezca de pie hasta el final del viaje.


Lo primero es abrir el libro, ajado por el uso propio y ajeno (ya lo recibí así de mi madre) y buscar en “La palabra al día” si este corresponde a alguna festividad o señala alguna memoria obligatoria. Si quiero llegar a tiempo, debo comenzar antes de cruzar Santa Fe, y al llegar a la curva del Village tendré que haber concluido con la Salmodia. La antífona del cántico evangélico será frente al gótico de ingeniería, las preces frente al otro, minúsculo, de San Agustín. En el Caballito Blanco lo más probable es que ya haya terminado, pero siempre hay que dejar un margen para imprevistos. Todo consume de 15 a 20 minutos.

Se establece una particular sincronía entre el ritmo de la oración y el espacio recorrido, que resulta por demás sugestivo. Es de tipo casi inconsciente, ya que esta se elabora no tanto a partir del sentido de la vista, sino a partir de la simple transmisión del movimiento. El bamboleo a derecha e izquierda, las bruscas paradas, la luz que ilumina más fuerte al atravesar una plaza o la obligada detención en un insobornable semáforo son las marcas que entregan su cadencia al rezo.

Si el tráfico detiene su marcha, produce que un salmo sea saboreado con más intensidad, ya que mi sentido interno me anuncia que aún queda tiempo hasta la próxima curva. Si en cambio una onda verde irrumpe como una ráfaga, las estrofas se sucederán veloces. Se mezclan, con armonía inesperada, las añejas palabras escritas en los antiguos desiertos de la Tierra Prometida con el férreo damero de la geografía porteña. Me sorprende cómo la realidad de aquellos judíos es a menudo tan cercana a la nuestra.

Sucedió hace pocos días que, por alguna razón desconocida, el colectivo debió cambiar su recorrido. Fija la mirada en mi libro, los versos comenzaron a fluir con torpeza. Molesto por esa sensación, levanté la vista y sorprendido me encontré en una ciudad desconocida, como si de repente hubiera despertado en La Plata o en Madrid. La imprevista desconexión entre la lectura y el diario paisaje conocido que constituye el fondo donde la primera se despliega, me produjo una violenta sensación de extrañeza.

Ahora entiendo más aquello que una vez leí en el más oscuro de los libros: “el espacio es algo constituyente del mundo, ya caracterizado a su vez como un elemento estructural del ‘ser en el mundo’ es decir yo mismo”. Y, más adelante, en esas mismas páginas: “todos los ‘dondes’ son descubiertos e interpretados por el ‘ver en torno’, a través de las vías y caminos del cotidiano ‘andar en torno’, no señalados ni fijados midiendo ‘teoréticamente’ el espacio”. Heidegger irrumpe entre mis salmos, lo cual quizás redima su pasado nazi.

Es la última curva muy cerrada, que desde Las Heras dobla en Ocampo. Me apuro a guardar el libro en la mochila y manoteo el timbre mientras pronuncio el final, que ya conozco de memoria: “El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna”.

Amén.

4 comentarios:

Estrella dijo...

Además del dibujo que tanto me gusta, disfruté de este viaje y comparto con vos esa extrañeza que de golpe golpea, en cualquqier punto de la ciudad conocida. Hay, entonces, que reordenar las cordenadas y así, seguir en el mundo propio... hasta el próximo desencuentro.
Saludos!
Muy bueno, seguiría leyendo...

Lagarto dijo...

Me pasaba lo mismo.
Aunque debe haber pasado un mes desde que recé la última hora. Fundamentalmente por dos cosas. Primero porque nunca logré hacerlo de pié (me parece que los colectiveros del 111 son más torpes que los del elegante 102). Segundo porque estoy andando bastante en la línea D del subte donde ni siquiera hay lugar para mi por esas horas...
Tal vez sean vagas excusas; nunca será demasiado tarde para decir "señor abre mis labios y mi boca prclamará tu alabanza" y arrancar de nuevo.

La condesa sangrienta dijo...

Hace rato que no viajo en colectivo y ahora me doy cuenta de que he perdido un tiempo de oración que sí hacía, aunque no fuera la liturgia de las horas.
Beso grande

Anónimo dijo...

Amen, que así sea.