sábado, 28 de marzo de 2009

3/Cartas de Patricio: El obispo

En Tagaste, provincia de la Numidia,
a siete días de las calendas de abril,
año MCXXIV a.u.c.



Amado hijo Agustín, te saluda tu padre.

Ha llegado a mis oídos el comentario que un tal obispo de Cesarea habría impuesto la pena de excomunión al emperador Valente. A estos peligros me refería en la última carta que te envié. Considero un despropósito poner en suspenso la autoridad del Emperador. A pesar del inmenso prestigio que goza el obispo Basilio, famoso como varón justo y temeroso de Dios. Las cuestiones doctrinarias acerca de la religión no deberían llegar a estos extremos.

Como es sabido, el Emperador es seguidor de una de las sectas llamadas “arrianos”, que tiene gran predicamento en Oriente y en algunas lejanas tierras del norte. Los argumentos sostenidos por ambos contendientes son de una sutileza que escapa a mi posibilidad de entendimiento, pero no creo que en ningún caso justifique una sanción que produzca una merma en la autoridad imperial.

Observé, cuando asistía a los oficios religiosos, que la única división que existe entre los fieles cristianos es la impuesta por su relativa proximidad a los misterios. Una categoría enteramente novedosa, que no toma en cuenta ni rango, ni sangre, sino un vago criterio moral. Esa extraña construcción, tan ajena a nuestras viejas costumbres, llamada pecado. La severa mirada del obispo sobrevuela la asamblea desde lo alto del púlpito como las antiguas estatuas que rígidas presidían los antiguos templo vacíos.


Los que no son considerados dignos, por sus faltas o por no haber recibido aún el bautismo, se ubican en el fondo de la iglesia en una penumbra preñada de sentido. Se mantienen unidos, agolpados con vestimentas humildes y mal rasurados, para hacer notar su condición de penitentes ante una comunidad que los ignora.

He visto entre ellos a personas muy nobles, que se someten para mi sorpresa a esta humillación. Más aún, al llegar la parte central de la ceremonia que comienza con la presentación de ofrendas y donaciones al obispo, estos lúgubres habitantes laterales del templo se retiran al atrio. Basta sólo pensar el desconcierto que pudiera provocar ver a un emperador en esta situación. Por más que pienso que nunca se llegará a tales extremos, no cabe duda de que sólo la posibilidad resulta inquietante

Son las nuevas formas de un mundo que para mí se hace siempre más incomprensible, y que seguramente tú verás desfilar ante tus ojos. Preocupaciones de un anciano que, habiendo abrazado la nueva fe, duda todavía sobre las consecuencias de su aplicación. Por eso insisto siempre en que la profundidad de tus estudios será lo que te posibilite desbrozar el enigma que encierra un futuro que aparece desarraigado de lo viejo, pero donde lo nuevo no termina de nacer todavía. Cómo esta primavera que parece retardar su llegada, frente al invierno al que le pesa batirse en retirada. Una vez más Perséfone se resiste a abandonar la morada de Hades.

Que sigas bien.

2 comentarios:

Estrella dijo...

http://elpezvolador.wordpress.com/2009/03/30/iliada-apuntes-del-canto-viii/

No sé si lo conocés, pero te va a gustar.
Saludos!

La herida de Paris dijo...

No lo conocía, excelente recomendación, gracias.
Saludos