sábado, 13 de noviembre de 2010

Strawberry fields

Esta es la historia de un periplo que algunos podrán interpretar como una decadencia. Pero el camino que desciende de lo exclusivo hasta lo masivo puede también ser leído como un ascenso. Abandonar la comprensión de unos pocos para sumergirse en los cálidos mares del favor popular es una opción vital. De las soledades que coronan un postre a la promiscuidad de una ensalada de frutas. Un destino que se vive agolpado entre naranjas pedestres y duraznos recortados de una lata de almíbar. Dicen que fueron las consecuencias de las leyes del mercado y de osadas modificaciones genéticas, pero yo prefiero pensar que se trató de la libre elección de una estirpe.

La frutilla fue un tiempo la hija mimada entre las frutas. Sobre todo en estas tierras donde el castizo fresa fue cambiado por el cariñoso diminutivo que ostenta. Fruta pequeña que parece destinada a no crecer jamás, como esos adolescentes que se resisten a la adultez. Pero como ocurre a veces con esos niños que, a pesar de ser mal educados, milagrosamente no resultan malcriados, sospecho que la frutilla ha olvidado su pasado de reina y vive feliz una existencia plebeya.

Cuando yo era chico todo lo que rodeaba a la frutilla tenía un halo de exclusividad. Empezando por esas pequeñas cajas de laterales de madera clara que eran su envase. Especies de cunas donde dormían un sueño apacible en las banquinas de las rutas. Allí se vendían a un precio elevado, garabateado con tiza sobre un cartón violeta.

En mi infancia las frutillas entraban en casa solamente cuando había visitas. Eran distintas de las de ahora, de menor tamaño y de un color intenso y más oscuro. Las actuales parecen haber desarrollado su actual físico a base de gimnasia y anabólicos. Su musculatura es más redondeada, pero su sabor muchas veces esconde una insipidez acuática. La frutilla se hizo grande y se volvió pálida con algunos trazos amarillos, como si el color no tuviera la fuerza de cubrir su ahora extensa superficie.


Su origen tiene la nobleza de los aristocráticos Alpes y un pasado romano que pervive en el nombre de su planta: fragaria. Fue así bautizada en honor del intenso olor que emanaba de los valles silvestres donde crecía ilimitada. Después llegó a nuestras tierras y se adaptó sin problemas a nuestra pampa rastrera, encontrando particular fortuna en Coronda, a orillas del Paraná. Allí abandonó para siempre el altanero nombre de fresa, para vestirse del más humilde frutilla.

No es una fruta para comer sola, pero es una compañera eficaz de muchos dulces. Su llave es su acotada acidez, fundamental a la hora de contener el dulzor excesivo de los postres que sin su ayuda resbalarían hacia el empalago. La combinación con crema es un ejemplo de matrimonio perfecto y con champagne, los resabios de una vida de lujo. De allí también proviene su fama afrodisíaca y el sueño de una noche de glamour impecable. Pero su nombre también evoca el dolor de una caída y las huellas de raspones hechos en las desiguales veredas de la vida. Una conexión que nos recuerda la efímera consistencia del lujo.

Sin embargo la frutilla por sobre todas las cosas encarna la idea de un final perfecto. La posibilidad de coronar la empresa de vivir con ese detalle último que la complete. Si la vida fuera una torta en donde se suceden capas crocantes de dolor con otras cargadas de la promesa de un dulce porvenir. Si a toda nuestra historia se la pudiera cubrir con la misericordiosa blancura del merengue. Aun así será una historia incompleta.

Solo el sueño de la frutilla sobre la torta será la señal de que la vida puede ser consumada.

11 comentarios:

Rob K dijo...

En base a tu obeservación, podría decirse que el prestigio de la frutilla surge recién cuando se la combina, por sí sola es ácida y poco dice al gusto, su esplendor se manifiesta en el adecuado maridaje.

Sucede con algunas personas también, y no está mal que así sea.

Saludos.

La herida de Paris dijo...

Muy cierta apreciación, de un certero humanismo. Los otros suelen aumentar nuestra potencia de ser o "conatus" como diría Spinoza.

Saludos.

Estrella dijo...

Me sorprendés siempre, opi. Tanto para decir sobre la frutilla, y todas verdades o hallazgos. Tu forma de mirar, otra vez.
Agrego otra maravilla: las frutillas (las de antes) se llevan muy pero muy bien con el merengue, el dulce de leche y la crema, ¡qué rico!
También con el chocolate, ojo, y por supuesto, con el jugo de naranja.

Ya hablaste de la banana, ¿del kiwi?, de la manzana. ¿Será la hora del maracuyá?
Saludos!

María dijo...

Cuando era chica pocas veces ví de cerca una frutilla, en casa no había ni siquiera para los invitados.
Ahora tengo 3 kilos de la especie "puanesca" en la heladera, que coronan todos los postres desde hace una semana.
Es la famosa pérdida del aura de la frutilla, gracias a la técnica (y a la época del año), que permite su disfrute por parte de las masas!!

PD: Agrupé los posteos sobre frutas bajo la etiqueta con ese nombre, encontré 7, fijate si falta alguno.

La herida de Paris dijo...

Gracias Estrella, no se me ocurre nada con el maracuyá, me parece que le ando con gansa a la uva.

Amor, la frutillas de Puán son un canto al socialismo. Beso y gracias por la nueva etiqueta.

Gabriel dijo...

Existe una variedad silvestre andina, propia del sur chileno pero que también se encuentra en los bosques patagónicos de Argentina. la frutilla silvestre (Fragaria chiloensis)es más pequeña de intenso aroma y sabor, pero no suele ser ácida como algunas variantes de cultivo.
Si se está por El Bolsón, Bariloche o las regiones chilenas de los lagos hasta Aysén, durante el verano vale la pena probarlas y disfrutar de una frutilla diferente a cualquier otra.

La herida de Paris dijo...

Gabriel, gracias por el dato. No se cuando andaré por esas australes tierras,pero si alguno va que traiga, así ampliamos el hrizonte del "mundo frutilla".

Saludos

Carlos G. dijo...

No sé cómo será por su barrio, pero en el mío, al mometo adecuado se consiguen dulces frutillas de un rojo profundo.
Sólo hay que tener en cuenta una condición:
El buen sabor y el color definido son inversamente proporcionales al precio ofertado y directamente proporcionales al tiempo trascurrido desde el inicio de la estación
Aunque esta condición suele ser aplicable a casi todos los productos estacionales. :)

La herida de Paris dijo...

Carlos las frutillas llegan a mi casa desde el (para mí) lejano barrio de Flores. Las compra mi mujer en una frutería cercana a la facultad donde ella estudia, en un local que curiosamente aún no ha sido tomado por los estudiantes. Seguramente tendrá en cuenta tus certeras recomendaciones para la próxima partida.

Saludos.

Mari Pops dijo...

siempre me encuentro con una sorpresa aca. Me fascina como de los mas cotidianos elementos podes construir una linea nueva de pensamiento.
La frutilla como desenlace, como broche, como detalle necesario que embellece y al que hay que estar atento.

saludos

La herida de Paris dijo...

Gracias Mary, tenés razón sólo se trata de estar atento para disfrutar de las frutillas (o fresas depende en que hemisferio estés) que la vida cada tanto nos ofrece.

Saludos