domingo, 3 de julio de 2011

Crónicas de NY IX

Día 09 (sábado): HARLEM (Metropolitan / Guggeneheim)

Para la visita a Harlem contamos con el inapreciable apoyo de la guía 10 Walks oportunamente adquirida en los primeros días del viaje. Bajamos del subte con la sensación de discontinuidad que siempre produce este medio de transporte, como si hubiéramos sorpresivamente aparecido en otra ciudad.


La densidad notablemente menor que la acostumbrada en estos días nos descoloca, efecto ampliado por la ancha 145 St., que luce algo desolada. La gente que circula es claramente de mayoría negra, pero no tanto como al menos yo esperaba con mi conciencia formada casi exclusivamente por el cine


El primer punto señalado para iniciar el recorrido es la Covent Avnue Baptist Church, de un extraño estilo que no alcanza al gótico. Es importante dentro del barrio y tiene resonancias históricas notables, como la de ser la última que escuchó a Martin Luther King, pocos días antes de que fuera asesinado.


De allí tomamos la Covent Avenue y caminamos largamente por el barrio denominado Hamilton Heights, que lleva su nombre en honor a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos. Covent Ave. resulta una calle de muy buen ancho y bien arbolada, que parece poco transitada, lo que le da un estricto sabor residencial.


A ambos lados se despliegan casas de dos o tres pisos como máximo, de un estilo en algunos casos bizarro, pero que mantienen entre sí una extraña unidad, que imprime al barrio un fuerte carácter.


Nos desviamos por algunas de las calles transversales, deteniéndonos en fachadas que nos llaman la atención, mientras el barrio discurre su vida tranquila propia de un sábado a la mañana.


Volviendo sobre la avenida encontramos poco más adelante otra iglesia, en este caso episcopal, que ocupa lo que antiguamente fuera el solar donde se emplazaba la casa de veraneo del citado Hamilton. Está en el punto más alto de la colina: conviene aclarar que en la época que se alzaba la residencia era una zona de extensas granjas. Hamilton, padre del capitalismo americano y acérrimo rival de nuestro querido, vía TV, John Adams, vivió aquí los últimos años de su vida. La iglesia que ahora ocupa el terreno tiene un aspecto bastante lúgubre, como me parece en general el de las iglesias episcopales. Además, está abandonada, lo que potencia la sensación sombría.


Las vistas que desde aquí se obtienen hacia al sur nos hacen suponer las que tuviera el prócer desde la terraza de su casa, la cual también podemos imaginar, ya que se está reconstruyendo unos metros más abajo en el estilo original.


Dando la vuelta a la manzana por Hamilton Terrace, paralela a Covent Ave., hay un bello grupo de casas apareadas en lotes estrechos.


Volviendo a subir hasta Covent Ave., retomamos nuestro recorrido que nos depara una sorpresa: el imponente grupo de edificios que componen el City College of New York (CCNY), una de las tantas instituciones educativas que tiene la ciudad, que parece en este aspecto ser inagotable. En su mayoría se trata de edificios realizados en un impecable estilo gótico, no desprovisto del romanticismo propio de la época en que fueron realizados, a principios del siglo XX.


Entre la gran cantidad de edificios de estilo homogéneo que crecen salpicados en el “campus”, sobre un verde inmaculado, destaca por la complejidad de sus formas el Shepard Hall. Este, como los demás edificios, está construido en una impecable sillería de piedra gris verdosa con finísimos detalles en piedra blanca.


Junto a estos edificios, y en algún sentido en contraste con los mismos, está también la gigantesca construcción realizada para ampliar la universidad y concluida en 1984, muy criticada porque su estilo y su tamaño conviven mal con las vecinas joyas neogóticas.



Superada esta poca agraciada mole y sobre la izquierda, se encuentra la recientemente inaugurada The Bernard & Anne Spitzer School of Architect, diseñada por Rafael Viñoly.


También se puede descender por St. Nicholas Terrace y llegar hasta el complejo de edificios residenciales de la Universidad, llamado “The Towers”, obra del estudio especialista en temas educativos, Goshow Architects, pero nosotros no nos animamos y optamos por emprender el regreso.


Nos dirigimos hacia el oeste, hacia la interminable Broadway, para tomar el subterráneo, pero antes almorzamos en plena calle ya que la idea es separarnos. Solo el tiempo necesario para comer los consabidos sándwiches en una de los lugares más inhóspitos que recuerde, entre ancianos portorriqueños vociferantes en estado de marcada ebriedad.

El programa para la tarde en mi caso es el de revisitar tanto el Metropolitan como el Guggenheim, mientras que María iría a Penn Station a ultimar compras y cumplir con encargos.

Bajé en la estación a la altura de la 72 St. para hacer mis primeros pasos en el West Side. Salí a la superficie en Verdi Square, un simpático espacio urbano triangular que contiene una escultura del prolífico y querido músico de Bussetto. En uno de los extremos está el edificio en severo estilo renacentista del Apple Saving Bank, de 1926, obra de York and Sawyer, estudio especialista en edificios públicos, bancos especialmente. Son arquitectos formados en esa cantera de estilo que fue McKim, Mead, and White.

Tomé por la 72 St. pasando por el lateral del famoso Dakota Building. Construido en 1884, fue una verdadera apuesta inmobiliaria ya que la zona en aquel entonces estaba prácticamente desierta. Hoy constituye una de las propiedades más valuadas de la ciudad. El proyecto, de un raro estilo romántico, estuvo a cargo de Henry Janeway Hardenbergh, autor también del Plaza Hotel en el ángulo sur este del Central Park. La fama del edificio es aumentada por la gran lista de personajes de la cultura que allí vivieron y aún viven, por sobre todos ellos John Lennon, que allí tenía su residencia cuando sufrió el atentado que puso fin a sus días, como ya oportunamente recordamos.

Dejando atrás el inmenso Dakota, me dispuse a atravesar, por tercera vez desde mi llegada, el Central Park, esta vez hacia el este, ingresando por el siempre concurrido Strawberry Fields. Hice un alto en Bethesda Terrace, para ultimar el resto de mi almuerzo, mientras disfruté tranquilo de algunos números vivos de improvisados bailarines de breakdance. Terminado el sándwich y con algún pesar de tener que abandonar la espléndida tarde, me dirigí a realizar mi segunda visita al vasto Metropolitan.

Empecé esta vez el recorrido por el área dedicada al Antiguo Egipto, cultura que desconozco de un modo perfecto. Atravieso baterías interminables de momias y de objetos increíbles pertenecientes a distintas dinastías que a mis ignorantes ojos resultan idénticas. De todos modos su cantidad y antigüedad no deja de ser un valor que impone respeto. Pero las sorpresas están solo por empezar, ya que esta sucesión termina en la gigantesca sala que contiene nada menos que un templo egipcio entero, el Temple of Dendur, de la época de Augusto. Se encuentra precedido de un estanque de agua que recuerda su original ubicación en las orillas del Nilo.

Las colosales dimensiones del espacio diseñado para alojarlo, la Sackler Wing, lo hacen aparecer pequeño. La múltiple altura se encuentra cerrada sobre la derecha por una también gigantesca carpintería que da directamente sobre el Central Park y a través de la cual el espacio resulta inundado de luz. La cerrada retícula que compone el paño vidriado habla a las claras de las posibilidades que ha adquirido el vidrio en los últimos años. El contraste de este espacio con las anteriores salas que lo preceden, bajas y oscuras, tiene un efecto notable. La construcción de dicho lugar pertenece al proyecto de ampliación del museo que realizara Kevin Roche, que fuera inaugurado en 1978, y muy estudiado en mis épocas de facultad.

Dejando atrás a los egipcios, voy en busca de la sección de Arte Medieval ubicada en el centro mismo del edificio, en un espacio ambientado con un aire conventual que es contradicho por una escala gigantesca puesta en evidencia por una altísima reja. En el medio del espacio se destaca por su tamaño y belleza la Virgin and child, escultura en piedra pintada atribuida al holandés Claus de Werve, de inicios del 1400 y originaria de Poligny. También señalo por su dulzura la Virgin of the Annunciation, proveniente de París, de los albores del 1300.

Junto a estas obras se despliega una vastísima colección de todo tipo de obras y objetos magníficos, donde me atraen sobre todo los pertenecientes al Alto Medievo, que conservan la tensión que se produce entre la rusticidad técnica y el vuelo del espíritu. Esas obras, en donde todavía la materia parece resistir a plegarse a la voluntad del artista, conservan una particular fuerza expresiva. Las piezas de edad posterior también sirven para advertir el atraso del resto de Europa con respecto a Italia por aquellos años que precedieron al Renacimiento.

Atravesando innumerables salas que evocan la decoración de un palacio francés, voy sin detenerme hacia la Robert Lehman Collection, cuyo extenso contenido, alrededor de 3000 obras, podría ser el de todo un museo en sí mismo. El banquero que condujo los destinos de Lehman Brothers, cuyo quiebre en septiembre de 2008 fue el inicio de la crisis financiera, murió en 1969 y donó su impresionante colección de obras de arte al museo. Para albergarla se construyó
un ala aparte, diseñada también por Kevin Roche, que fue abierta al público en 1975. Consta de un gran patio central que recibe luz del techo a través de una pirámide de vidrio. Alrededor se exhiben las obras, donde, dentro de una variedad sin demasiado orden, sobresalen los primitivos italianos, principalmente de la escuela de Siena.

La Madonna de Simone Martini, fechada en 1326, es sin duda una de las piezas principales, que muestra la clara tendencia a la estilización de este artista, uno de los mayores de la escuela senesa. Las manos de la Virgen, que recuerdan las de la Anunciación de los Ufizzi, son elocuentes al respecto. De la misma escuela hay también obras de un pintor para mí hasta ese momento desconocido, Giovanni di Paolo, que muestra la evolución que tuvo la pintura de Siena un siglo después. En él se pueden ver la tendencia a la abstracción, e incluso al surrealismo, que difiere del triunfante modelo realista florentino. Notable en este sentido, The Creation and Expulsión from Paradise con su formidable disco azul del que parece desplegarse la creación, como si estuviera, expectante, enrollada en una alfombra. Una concepción de profundas implicancias metafísicas.

La colección tiene también otras obras importantes: una pequeña Anunciación de Botticelli de cerrada perspectiva, con un saludo casi oriental entre la Virgen y el Ángel; un Cristo del Greco que lleva la cruz con una gracia mística, y también impecables retratos de Rembrandt (Gerard de Lairesse), del siempre impecable Ingres (Princesse de Broglie) y una vaporosa Condesa de Altamira de Goya.

La próxima parada la hago en el Carroll and Milton Petrie European Sculpture Court, espacio diseñado por el infaltable Kevin Roche y abierto, o mejor dicho cerrado, para el público en 1990. El espacio resultante, cubierto con una generosa estructura vidriada, es estrecho y enfrenta dos fachadas de estilo y materialidad distintos. La de ladrillos era una de las fachadas del museo, las arcadas restantes se realizaron en un estilo clásico francés. En el medio se encuentra una vasta colección de esculturas, principalmente del siglo XIX, todas de altísima calidad. Canova con un prolijo Perseo y un pensativo y afeminado Paris, nuestro querido Bourdelle y su Hércules arquero, Rodin y dos bronces importantes, el modelo final para el monumento a Balzac y The Burghers of Calais. De quien fuera el maestro de Rodin, Jean Baptiste Carpeaux, aquí se encuentra su dramático grupo Ugolino and his sons, que recuerda al personaje del Infierno dantesco.

Finalmente me queda lo que motivó la segunda visita al museo: poder ver con calma lo que la vez anterior solo pude hacer a las corridas, la Lila Acheson Wallace Wing dedicada al arte americano del siglo XX. Empiezo por destinarle un buen rato al magnífico Autumn Rhythm (Number 30) de Pollock, que en este caso opta por una paleta muy corta de negro, blanco, ocre y celeste que se vuelcan sobre un fondo de color levemente tostado. De ese tono quizás provenga, como un lejano eco, el título de la obra que tiene así una tenue reminiscencia figurativa, o quizás el nombre se refiera a la fecha en que fue compuesta: octubre de 1950. Las líneas de la tela, si bien mantienen su dibujo azaroso, parecen ceñirse a una estructura que proviene de las líneas negras, sobre las que luego los demás colores proponen un contrapunto. El resultado es sorprendentemente calmo y ciertamente otoñal.

Hay dos telas de Hans Hofmann que me llaman la atención por su calidad y también dos Rothko, uno sobre fondo amarillo, casi dorado, con dos vibrantes rectángulos uno blanco y otro rojo que flotan sobre el fondo. En el medio de ambos rectángulos aparece un tercero que apenas parece destacarse. Por lo tanto son dos y al mismo tiempo son tres y sobre este juego se realiza la tensión en la obra que lleva como título N° 13 (White, Red on Yellow). El otro es una tela lúgubre de la etapa negra. Entre ambos hay una infinidad de estados de ánimo.

También una bandera de Jasper Jones, que en este caso ha perdido totalmente el color, como indica el nombre de la obra: White Flag. Es una bandera a la que el incausto le hubiera entregado de una consistencia casi pétrea, una bandera que persiste en su significado, que resiste. Parece como si alguien hubiera querido hacerla callar y sin embargo su presencia permanece como provista de una fuerza que no claudica.

Señalo también un Motherwell de la serie española Elegy to the Spanish Republic, 70, en un severo blanco y negro, y al mismo tiempo lleno de matices y de pequeños desajustes que le quitan toda supuesta frialdad que pudiera provenir de una paleta tan reducida. Un enorme Mao de Warhol y un par del siempre sugestivo Kline, cierran entre tantos otros la visita al museo. En poco tiempo abrirá el vecino Guggenheim y tengo pensado también dedicarle una segunda visita.

Me recibe una larguísima cola durante la que me divierto en escuchar y tratar de adivinar con mi paupérrimo inglés lo que se habla a mi alrededor. La mayoría es gente muy joven, atenta, como yo, a la posibilidad de aprovechar el sistema de pagamento voluntario. Cuando se está de viaje, hasta una fila de media hora resulta una experiencia agradable. Finalmente ingreso por U$S 2, y tranquilizo mi avaricia viendo que muchos pagan solamente unas monedas. No esperarán que este “sudaca” solvente los gastos del imperio.

La anterior visita fue muy breve, pero me alcanzó para dedicar mi atención al envase, es decir al edificio. Esta vez me dedicaré al contenido, empezando por la colección permanente acorralada por la presencia de la monumental muestra de Kandinsky, que ocupa íntegramente la espiral central. La base de la colección del museo se encuentra en la colección privada de su mentor, Solomon R. Guggenheim, creador de la fundación que lleva su nombre. A ella se suman otras colecciones privadas, que nutren no solo la sede de New York, sino las otras muchas esparcidas por el mundo. Entre ellas sobresale la de su sobrina, Peggy Guggenheim, esposa de Max Ernst y principal apoyo en la carrera de Jackson Pollock. Esta colección se exhibe en su palacio de Venecia, pero muchas de sus piezas concurren a New York en caso de muestras especiales.

De las obras que veo, todas de calidad excelente, anoto algunas que especialmente me llaman la atención. Una dramática mujer planchando, Woman Ironing, de Picasso, de 1904, del final de su período azul. La mujer ejerce todo el peso de su fatigado y escuálido cuerpo sobre la plancha con ambas manos. Dicha fuerza se traslada hasta el hombro que se eleva y se contrapone con la levedad del mechón de pelo que cae verticalmente. La figura está delineada con una geometría algo rígida que ya predispone al cubismo y se destaca del fondo con sus apagados reflejos blancos.

Kokoschka, que se nos negara en la Neue Gallerie, aparece acá con una obra magistral, su Knight Errant, que sobrevuela un oscuro paisaje dormido y enfundado en una pesada armadura, que sin embargo no parece estar afectada por la gravedad. Es un autorretrato lleno de misterio y de dolor, que señala el singular estado de ánimo del artista, que atravesaba una trágica relación sentimental con Alma, viuda del genial Gustav Mahler. La obra, impregnada de connotaciones freudianas, pertenece a lo mejor del expresionismo.

Una serie de obras de Chagall se suceden cronológicamente: The Soldier Drinks (1911), Paris Through the Window (1913) y Green Violinist (1923). Las tres obras son muy representativas de este artista, que navega de un modo muy personal entre distintas corrientes, a las que imprime su propio sello. Los temas evocan un nostálgico surrealismo y hacen referencia a un hombre exiliado, lo cual es propio de su condición simultánea de judío y ruso. El tipo de dibujo tiene reminiscencias cubistas, pero provisto de un color vivo y también de un aire de inocencia que lo alejan de esta corriente. Y sobre todo sus obras tienen un muy especial sentido del humor, que es de algún modo su marca registrada.

La colección, aun en formato reducido, se completa con muchas obras importantes de distintos períodos. De los impresionistas, que no son mis pintores preferidos, me detengo en Before the Mirror, un Manet que parece Renoir, donde me pareció sugestiva la concepción. La mujer se ve de espaldas frente al espejo, que no permite ver su cara. Sin embargo, de la actitud se puede adivinar una expresión. También hay varios Seurat, de tono campesino, un potente desnudo de Modigliani y varios Mondriaan de los primeros trabajos abstractos anteriores a los años de De Stijl.

Terminada esta rápida recorrida, me queda todavía poco más de una hora para recorrer la impresionante retrospectiva dedicada a Kandinsky. Fue una suerte coincidir con esta muestra, que como toda muestra temporaria, agrega al viaje la sensación de estar en un evento irrepetible. Además, en este caso se trata de un artista de una importancia decisiva, nada menos que el creador de la pintura abstracta. A la posibilidad de ver reunida una sustancial parte de su obra se suma el estar mostrada en quizás uno de los mejores espacios del mundo para encarar una retrospectiva, ya que la propia forma espiral del museo es una alegoría precisa del tiempo.

Subí en uno de los ascensores hasta el punto más alto y comencé a descender las lentas rampas circulares, adentrándome cada vez más en la obra del artista. Esta vez conté con la inapreciable ayuda de la guía en auriculares, aunque solo en inglés. El recorrido descendente empieza por el final haciendo el camino inverso al realizado por el artista, es decir desde la abstracción a lo figurativo.

Se hace difícil hacer un resumen, de todos modos lo intentaré haciendo referencia a los cuadros que están en la colección permanente, para que esta crónica pueda servir a algún ulterior visitante del museo, donde no encontrará la muestra. Diré que se pueden descubrir cuatro períodos bastante fáciles de delimitar, aunque quizás lo más interesante resulta precisamente esas zonas inciertas o de pasaje entre uno y otro, cuando el artista parece todavía no decidirse a abandonar una manera, para ingresar en otra nueva etapa. Este tipo de zonas grises, en lo personal, son de las cosas que más me interesan en el arte en general y son especialmente apreciables en la obra de Kandinsky, donde no hay tanto rupturas, sino más bien lentos devenires.

El primer período, que comprende las obras anteriores a 1910, es el que se podría llamar figurativo, aunque en él ya se puede intuir cierto gusto por la abstracción. Son obras en general con motivos alegres y muy vitales, que se plasman con una paleta muy colorida. De aquí rescato, por su particular encanto, Blue Mountain (1908) con sus maravillosos jinetes rusos y también Group in Crinolines, que por razón de su motivo me hace acordar a Figari.

La segunda época, la que va entre 1910 y 1920, es la de una abstracción sin rigor geométrico, donde predomina sobre todo el color. Aquí quedan todavía resabios de realidad, que en algunos casos proviene solamente del título de las obras. Es una abstracción desbordante, se podría decir “fauve” y en cierto modo agresiva contra la figuración. De aquí señalo Landscape with Red Spots, de 1913.

Entre los años 1920 y 1930 aparece la geometría para apagar el fuego de la etapa anterior. Las obras aquí expresan calma y tienen referencias de tipo cosmológico. Universos de círculos, figuras geométricas y líneas trazadas sin un orden evidente, pero que tienden a un sereno equilibrio que emana de la tela. Sin embargo y a pesar del rigor geométrico, de algunas de las formas dibujadas con precisión emanan sorprendentes halos de energía en forma de color, lo que otorga a la obra señales vitales que la alejan de la frialdad. Maravilloso, Composition 8 (1923) y también uno de mis preferidos, el negro Several Circles (1926).

Por último, en la última etapa la geometría se libera, pero sin perder precisión, hacia formas más complejas o incompletas. Las obras comienzan a tener una mayor relación entre sí y las figuras se hacen más expresivas. También gana en ironía y la expresión se hace más alegre, como si la danza se hubiera incorporado a la tela. Es una etapa que me remite a Klee y también a Miró. De aquí Upward (1929), con su sugestivo fondo verde, y el simpático Various Actions (1941) son buenos exponentes.

Como hago generalmente, luego de un primer recorrido extensivo, hice un segundo intensivo, es decir, deteniéndome en las obras que más me habían gustado. Este último fue hecho ya sobre el cierre del museo. Salgo y espero el colectivo en la vereda del Central Park. Encuentro un asiento del lado de la ventanilla y me divierto mirando los fantásticos departamento de la Quinta Avenida que con las lucen encendidas permiten descubrir los suntuosos interiores. Por suerte hay tráfico y el tiempo es bastante para poder ver algunos detalles. Creo que en algunos de ellos podría vivir con bastante comodidad.

6 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Opi, si alguna vez vuelvo a NY, me llevaré tus crónicas para 'verla' otra vez.
Un beso y buena semana!

L.A. Woman dijo...

Dos findes y dós crónicas más.
Dale que llegamossss!!!

La herida de Paris dijo...

Condesa, ojalá puedas volver pronto, aunque no creo que tanto com L.A. que ya está a punto de zarpar junto a K.T. mis adoradas niñas grandes.

Saludos.

Rob K dijo...

Sigo mirando, remirando y admirando sus crónicas.

Saludos.

Cocorastuti dijo...

Opi: he vuelto y quería saludarlo a Ud, y me encuentro con estos rasgos de NY, o

Harlem, viaje que Ud. merece. Hermosas fotos. Pero los negros en abundancia (90%)

están en Whashington.
Y la contra del capitalista Hamilton yo diría que fue Jefferson antes que Adams, pero

quién sabe...
Debió llevarse 100 ojos o 100 argos para ver todo ese muestrario de la vanidad y

necesidad humanas....Lo envidio sanamente. No soy culto sino curioso, pero es

agradable sentir que alguien es culto. ¡Mire hablar de figari y kokoscha...! Y Manet jamas

quiso pintar al aire libre, táchelo como impresionista.

¡Qué pequeños somos ante lo absurdo y extrahumano del mundo...! Pero la cultura da

eso que el mundo ignora.
¡Digame que conoce a Olli Lytikainen y me voy a vivir a Timbuktú...!

Saludos y seguiré leyendo su enciclopedia.

Cocor.

La herida de Paris dijo...

Rob, mientras no se pueda viajar habrá que contentarse con "mirar" crónicas ajenas.

Coco, la menor idea quien es Olli Lytikainen (lo tendré que googlear), asi que cancelá los pasajes a Tombuktú.

Saludos.