martes, 29 de mayo de 2012

SAN AGUSTÍN AQUÍ Y AHORA

00 – INTRO
Sandro Botticelli, San Agustín escribiendo en su celda.

00-1. San Agustín y yo
Mi primer contacto con San Agustín se debe seguramente a un libro de tapa dura color crudo que se llamaba Cuando los grandes santos eran niños.
No me acuerdo mucho de lo que decía la historia, pero sí me acuerdo perfectamente de la ilustración que acompañaba el capítulo dedicado a San Agustín, que es uno de esos santos con niñez, es decir con niñez cierta, porque él mismo se encarga de contarla. En esa ilustración se veía a un chico de unos diez años, con flequillo negro, robando unas frutas de un puesto del mercado. Una especie de versión urbana del famoso robo de las peras a la que el mismo Agustín hará referencia en las Confesiones. La memoria es más eficaz con las imágenes que con el texto. Lo cierto es que esa imagen hizo que sintiera una espontánea simpatía por ese santo que no era ejemplar desde el nacimiento, que incluso se portaba bastante peor que yo. Esa imagen era al menos esperanzadora.
Después, cuando iba al colegio primario, unos días antes del 28 de agosto, día de San Agustín, ocurría un hecho que guardo en mi memoria como algo cercano a lo fantástico. En un momento indeterminado de la mañana se escuchaba una música y, a continuación, un sacerdote, obviamente agustino, relataba alguno de los pasajes de la vida de Agustín. La música y la voz salían de un pequeño cuadrado gris que estaba sobre el pizarrón y que tenía delante un crucifijo, lo que le daba al evento un sentido muy especial. Un especie de Gran Hermano cristológico. Había también algo singular, desde el punto de vista semántico, o semiótico mejor dicho, en esta situación de los sagrado (el crucifijo) puesto delante de un elemento puramente funcional (el parlante).
Algunos años más tarde volví a tomar contacto con los agustinos, cuando de novios hicimos el curso de preparación mediata en San Martín de Tours, iglesia donde finalmente nos casamos antes de partir por cinco años a Roma. Fue al regreso cuando me empecé a interesar por temas conectados con la filosofía, convirtiéndome en un lector voraz y desordenado. Mi entrada a la filosofía fue por el lado de la estética, pero rápidamente se fue ampliando a otros intereses. Durante esas lecturas me llamó la atención las constantes referencias a San Agustín que encontraba. Este aparecía insistentemente y, cada vez que lo encontraba, sentía un placer similar al de reencontrar un viejo amigo. Como si, caminando en una ciudad extraña –y la filosofía lo era (y lo es todavía) para mí–, apareciera inesperadamente un compañero de la infancia.
Fue a partir de esos sucesivos encuentros esporádicos, pero recurrentes, que un día me decidí a comprar esta edición de las Confesiones, que se instaló en mi mesa de luz, para nunca más abandonarla. Desde ese entonces, hace unos veinte años, creo no haber pasado un año sin haber leído algo de o sobre Agustín, hasta formarme una vaga idea de su pensamiento. Una idea muy vaga, insisto, ya que las dimensiones de la obra son tan enormes, (40 tomos en la edición de la BAC) que es imposible siquiera acercarse a su totalidad. De todos modos, aunque salteado, algo me fui asomando, teniendo siempre como soporte las Confesiones, texto inagotable, a las que vuelvo siempre.
Un último encuentro que no quiero dejar de mencionar, antes de llegar hasta hoy, fue el encuentro con el padre Fernando, un sacerdote agustino al que muchos conocieron y que guió nuestra vida espiritual por algo más de diez años. El encuentro con él, uno de los más cruciales de mi vida, fue también decisivo en cuanto a mi aproximación a la figura de Agustín. No es que él hablara mucho de San Agustín, si no más bien que lo ponía en práctica. Su espiritualidad era toda agustina, en el sentido más profundo del término. Y eso es algo que yo fui descubriendo sobre todo una vez que el murió hace un par de años.
No les cuento esta larga historia de mi relación con San Agustín porque considere mi vida de especial interés, sino por un motivo diferente. Este es intentar dar un tono a estos encuentros que los alejen lo más posible de todo lo que tenga que ver con lo erudito o con lo “difícil”. Este temor, expresado por alguno de ustedes, en realidad se deshace solo, ya que declaro desde el primer momento mi incapacidad de realizar una lectura de este tipo. Sería un terrible error pretenderlo porque está clara y absolutamente fuera de mi alcance. Mi aspiración con respecto a estos encuentros que empezamos hoy es mucho más modesta, pero al mismo tiempo y en otro sentido más ambiciosa. Mi intención es solamente tratar de aproximarlos, con la mayor sencillez posible, a la figura de este gigante de la cristiandad. Pero también es más ambicioso ya que pretendo que ese acercamiento ayude, aunque sea mínimamente, a la conversión de todos, empezando por la mía. Estoy convencido de que si nos acercamos a San Agustín él nos llevará a Dios, y eso inexorablemente nos hará mejores, cumpliendo lo que el padre Fernando llamaba la “ley de mejoría”.
Resumiendo y para terminar esta introducción de la introducción, podría remitirme a la imagen del escudo del colegio. En él se representaba un libro y detrás un corazón con una llama de fuego. Esta sería un poco la idea: leer  con la cabeza, pero sobre todo con el corazón, y ojalá con el corazón encendido. Hacerlo con la simpleza del lema que rezaba debajo del libro abierto: “Toma y lee”, abiertos a lo que ese texto nos quiera decir.
00-2. ¿Por qué San Agustín?
Dicho esto, en el tiempo que me queda trataré de responder del mejor modo que pueda a una sencilla pregunta: ¿por qué San Agustín?, visto que son muchos los caminos para intentar acercarnos a Dios. Trataré de convencerlos en estos minutos de por qué tiene sentido esforzarnos para acercarnos a esta figura. Por qué hacerlo, y por qué “aquí y ahora” como reza el título que quise ponerle a estos encuentros. Trataré de desarrollar cuatro argumentos:
00-2.1. La importancia
Empiezo por lo más fácil, que es responder desde la importancia. Fácil porque probar la importancia de San Agustín es de las cosas más sencillas, la prueba cae por su propio peso, su inmenso peso. No es necesario demostrarlo, sino simplemente mostrarlo. Empezando porque la influencia del pensamiento de Agustín durante toda la Edad Media es absoluta, es decir podemos hablar prácticamente de un pensamiento único. San Agustín construye la estructura gracias a la cual el pensamiento occidental atraviesa los siglos oscuros. Y esto es así por más o menos ocho siglos hasta la escolástica. Mucho se ha dicho sobre las diferencias entre Agustín y Santo Tomás, pero estas diferencias que existen son sólo posibles a partir de un acuerdo profundo. Como ocurre muchas veces las diferencias sólo pueden ser notadas en lo que se parece. San Agustín y Santo Tomás son dos maneras, dos formas de abordar la misma verdad. Como por ejemplo ocurre entre uruguayos y argentinos, entre ellos hay diferencias, incluso rivalidades, pero a ambos los baña el mismo río. Agustín y Tomás están regados por idéntica Fe.
De todos modos el pensamiento de Agustín no se apaga en la escolástica, sino que será fuente de una vía alternativa a esta. Esta estará conformada por el pensamiento de aquellos franciscanos que no acaso constituyeron la corriente que se conoce como “agustinismo”, una especie de “underground” del pensamiento oficial. Unos franciscanos medio locos, como por ejemplo, Guillermo de Occam, que abrieron líneas osadas de pensamiento que se opusieron, enriqueciendo el panorama de las ideas de la Edad Media. Es interesante tenerlos en cuenta por que de algún modo esa corriente tiene hoy en día mayor vigencia que la propia escolástica.
Pero el pensamiento de Agustín no se agota aquí si no que es punto de referencia ineludible de todo el pensamiento moderno, mas allá de que el destino de este pensamiento poco tenga que ver con las ideas de Agustín. El valor de la consciencia  de Descartes, la idea de participación en Spinoza, y el idealismo kantiano y la dialéctica hegeliana toman impulso explícito de las elaboraciones del pensamiento de Agustín. Más clara aun es esta presencia en las vertientes del pensamiento existencial, desde sus inicios con Kierkegaard hasta Heidegger. Este último, para muchos el pensador más importante del siglo xx, basa la obra que lo hizo famoso, Ser y tiempo, en el libro X de las Confesiones. Antes de su publicación dio un curso sobre este libro, una lectura realizada bajo una noción que él denominó “vida fáctica”. En estos cursos, reunidos en el libro “Estudios sobre mística medieval”, Heidegger anticipa el contenido que desarrollaría más tarde en Ser y tiempo.
Más allá de estos pergaminos impresionantes a la hora de determinar la importancia de un pensador, es más importante aun la consideración de la obra de Agustín en cuanto a lo que constituye su fundamental y excluyente objetivo, que es el de la santidad. San Agustín nunca es solamente un filósofo o un pensador extraordinario, que lo es. Agustín es sobre todo hombre de Dios, capaz de dar testimonio de la Verdad y en tanto tal es santo. “El más docto entre los santos y el más santo entre los doctos” cómo nos enseñaban, en clave algo triunfalista, en el colegio.
00-2.2 La estructura
Sin embargo, hay algo que me parece aun más interesante que la importancia, que es referirme a la estructura del pensamiento de Agustín. Un tipo de estructura que lo hace, a mi juicio, singularmente actual. Queramos o no, nuestra forma de pensar está determinada, más de lo que estamos dispuestos a admitir, por el entorno, por las circunstancias, por el “tono” –como diría Ortega– de nuestra época. Y la nuestra, y por ende nosotros, tenemos un primordial rechazo a lo dogmático. Independientemente de que esto sea positivo o no, es un rasgo ineludible de nuestro tiempo. Los argumentos cerrados, que no admiten discusión, los resistimos.
Es por esta cuestión, digamos táctica, que me parece que el pensamiento de San Agustín se presenta especialmente eficaz para ayudar a pensar en nuestros días. Porque el pensamiento de Agustín es un pensamiento que siempre se formula abierto, que parece no cerrarse sobre las cosas que piensa, sino más bien rodearlas, envolverlas, pero dejándolas vivas en su interior, sin ahogarlas.
Es como la caza. Si yo me propongo, por ejemplo, saber lo que es una liebre, tengo dos caminos. El primero es cazarla, matarla y después, puesta sobre una mesa, analizarla. El segundo camino sería el de la observación: perseguir la liebre, acorralarla, tomar notas pero dejarla viva. El pensamiento que se mueve por conceptos corresponde a la caza. Los conceptos “cazan” a las cosas que definen, se apropian de ellas, pero ya muertas. El método de San Agustín, en cambio, corresponde al segundo procedimiento. Como esos pescadores que devuelven el pescado al río.
En eso radica el excepcional valor de su pensamiento y también, es justo reconocerlo, su dificultad. Él no se expresa en definiciones, sino comúnmente en analogías y en particularísimas construcciones idiomáticas que dejan siempre a salvo la potencialidad del sentido. El pensamiento en San Agustín se desarrolla en una búsqueda permanente, que no se detiene aun sabiendo que jamás alcanzará su objeto en forma definitiva. Este valor es el que lo hace permanecer siempre vivo a través del tiempo y también el que lo ha hecho posible de interpretación, aun con los riesgos que esto comporta.
Este esquema, y esto es lo interesante, es el que lo hace especialmente apto para una realidad como la nuestra, esencialmente dinámica, difícil de convertir en presa, de “apresar”. En esta estructura se fundamenta su actualidad. Esta “modernidad líquida” como la define Bauman, tiene una consistencia que se resiste, como el agua, a ser aferrada, pero puede ser contemplada y San Agustín nos provee herramientas eficaces para este ejercicio.
00-2.3 La geografía
Un segundo argumento que me parece significativo a la hora de acercarnos a Agustín es el de la geografía o, como diría Ortega, el de su razón geográfica. Agustín es un africano, que vive casi toda su vida, salvo algunos pocos años, en África. Dentro de una cultura centralizada (una cultura, un idioma) y muy globalizada como la de aquel entonces, un hecho que la acerca a nuestro tiempo significativamente. Dentro de ese esquema Agustín es un periférico. Además, dentro de la provincia romana de África, Agustín era de un pequeño pueblo, Tagaste. Es decir, que era doblemente periférico.  
Me parece interesante detenerme en este dato, en el valor de la periferia y de su relación con el centro. Pienso en esta condición revolucionaria que muchas veces adquiere un pensar desde la periferia. Este es singularmente capaz de modificar el centro, siendo a veces el único capaz de modificarlo. La fuerza revolucionaria de la periferia. Pienso en figuras de la historia, en Napoleón nacido en Córcega, en Kant de Königsberg, en nuestro Sarmiento de San Juan. Y sobre todo pienso, en Jesús de la Galilea, “Galilea de los gentiles” y en esa pregunta lapidaria que Bartolomé le dirige a Andrés cuando este le anuncia que han encontrado al Mesías, Jesús de Nazaret: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” La vida de San Agustín es un rodeo desde la periferia, por la periferia, un periplo periférico. Desde la periférica África, desde la periférica Iglesia de Cristo, construye un pensamiento capaz de garantizar el paso de la Antigüedad a la Edad Media, del mundo clásico pagano al mundo cristiano. Porque esa es su tarea y desde allí es realizada.
También nosotros, acá, hoy, en Buenos Aires,  somos habitantes de la periferia de este mundo globalizado. ¿Cuando seremos capaces de hacer valer nuestra condición periférica en vez de suspirar por el “centro”? Hay en San Agustín una actitud muy rica y muy ejemplificadora también en este sentido, que podríamos llamar “geopolítico”. Cómo desde su lugar piensa el mundo y piensa la Iglesia, y la Iglesia de Roma, sobre todo. Agustín reúne una vocación universalista sin renunciar a “su” lugar en el mundo. Sin lamentos, y sin resentimientos.
00-2.4. La historia
Otro aspecto que me parece interesante remarcar para acercarnos a la figura de Agustín es el que se refiere a su época. Y esto no sólo por una cuestión biográfica, sino sobre todo por el parecido que encuentro, una vez más, entre su época y la nuestra. Primeramente me gustaría hacer una precisión, ya que generalmente se lo ubica a Agustín en la Edad Media. Un error comprensible, dada la influencia del pensamiento agustino durante todo el Medioevo. Es fundamental precisar entonces que Agustín fue un hombre de la Antigüedad clásica, que vivió siempre bajo la ley del Imperio Romano, imperio en franca decadencia, es verdad, pero imperio al fin. Fue educado en las letras clásicas, y su cultura y sus costumbres pertenecen en todo a la edad clásica. Es fundamental tener presente esto al acercarnos a su obra, tanto en su contenido como en su forma: el armado de su pensamiento y sobre todo el estilo son los de una persona de la Antigüedad.
Dicho esto, vayamos a la coincidencia con nuestro tiempo. El tiempo que vive Agustín es el que precede inmediatamente al fin de la Antigüedad, a la caída del Imperio. Es un mundo en el que las certezas parecen haberse evaporado, en donde las seguridades más primarias están puestas en duda, en donde los pilares donde la cultura se había asentado por siglos parecen a punto de ceder. Y vaya si cedieron. En ese sentido, en el de la incertidumbre, es que me parece que, aun con sus diferencias, ese tiempo se relaciona con el nuestro. Se relaciona por un sentimiento de perplejidad.
Esta comparación se hace todavía más evidente si pensamos en la posición que ocupa la Iglesia, una posición también ella periférica. Ser cristiano era en aquellos años una rareza, como lo es cada vez más ahora. Veamos un poco la situación de Agustín, porque la nuestra ya la conocemos bien. Agustín nace sólo unos 40 años después del Edicto de Milán, es decir cuando a los cristianos se les permite salir de las catacumbas. Pensemos que este hecho fundamental en la historia de la Iglesia no cambió de la noche a la mañana. La situación de la Iglesia siguió siendo muy precaria y totalmente marginal. Cuando Agustín tenía unos seis años subió al trono Juliano el Apóstata que, como su nombre lo indica, intentó hacer renacer el paganismo. Solamente tres años después de su conversión, Teodosio promulgó el Edicto de Tesalónica, que convertía al cristianismo en religión oficial del Imperio.
Los cristianos, en la época de Agustín, si bien crecían en número de modo vertiginoso, no dejaban de tener una posición muy precaria. Veinte años antes de su muerte, en el 410, se produjo el saqueo de Roma por las fuerza de Alarico. Los cristianos fueron culpados de ese hecho y para defenderlos de esa acusación es que San Agustín escribió “La ciudad de Dios”. Agustín muere con su diócesis sitiada por los Vándalos. Eso por si alguna vez nos sentimos sitiados, acorralados por la incomprensión. Somos personas que hablamos una lengua que el mundo que nos rodea parece ya no comprender. Es duro pero es así, y acercarnos a  Agustín puede ser una buena terapia. Ver cómo él afrontó esa situación creo que es útil y esperanzador, además.
00-3. Contra San Agustín
San Agustín va a enfrentar unas determinadas formas culturales de su tiempo, que una vez más se parecen mucho a las nuestras. Es importante aprender de él el modo como las enfrenta, recurriendo siempre al pensamiento y a un pensamiento que se expresa con fuerza y a veces con dureza, pero que siempre es positivo. Agustín nunca se queja del tiempo que le tocó y creo que esta es también una buena lección para nosotros.
00-3.1. Académicos
El pensamiento escéptico coincide con la cultura de nuestros días. Es una especie de pensamiento liberal, respetuoso de la alteridad, donde todas las opiniones tienen un mismo valor. Hijo del escepticismo es siempre el relativismo moral. Este era el ambiente intelectual de aquellos tiempos, muy similar al nuestro. Todos lo podemos leer en las columnas del diario de los domingos.  A esta forma de cultura se refiere Benedicto XVI apenas nombrado papa. Es Benedicto un gran admirador de Agustín, a quien cita con frecuencia. En ese discurso inicial habla de la “dictadura del relativismo” que, según sus palabras, “parece ampliar el concepto de libertad aunque en realidad puede llegar a destruirla”. Sorprende la conexión de ambos planteos y cómo los problemas y las respuestas coinciden. Agustín le dedicará a esta actitud de la intelectualidad de su tiempo, y del nuestro, uno de sus primeros libros: el Contra-académicos. En él sostiene que la Verdad es una aventura posible, pero al precio de hacer algunas elecciones o, mejor, “una” elección: la de Cristo.
00-3.2. Maniqueos
El maniqueísmo, secta a la que Agustín perteneció por nueve años, es un poco complementario de lo anterior. Es la expresión religiosa de la anterior cultura laica. Ya hablaremos con más detenimiento de los maniqueos, pero por ahora diremos que se trata de lo que se llama técnicamente un “sincretismo”, es decir una religión hecha con pedazos de otras, una especie de guiso de religiones. Esta modalidad tiene también hoy una larga presencia en nuestra cultura, un amplio espectro que va desde las sectas evangélicas hasta Claudio María Domínguez. Salvando la distancias, porque los maniqueos de antes parecen más serios que los de hoy. Ellos hoy como ayer representan esa religiosidad que habla de la energía, del amor de la naturaleza y de otros conceptos que permanecen en un estado de indefinición.
Alguien me decía el otro día que el problema del cristianismo es Jesús, y tiene mucha razón. Mientras hablás de Dios Creador, pasa; si hacés mención al Espíritu, también pasa; si hablás de Jesús, Dios hecho hombre, empiezan los problemas. Y esto es un problema, porque nuestra fe es fe en el Resucitado y no otra cosa. Cualquiera prende la radio y puede ver cuánta presencia tiene esta religión vaga y cómo ocupa un lugar destacado, seguramente, es justo decirlo, porque otros, es decir nosotros, no hemos sido capaces de ocuparlo. También Agustín, luego de su conversión, escribe Contra-maniqueos, que es un poco escribir contra sí mismo, pero Agustín no teme desmentirse, reconocer sus errores. Es impiadoso sólo consigo mismo.
00-3.3. Arrianos
Una vez dentro del seno de la iglesia, Agustín deberá también enfrentar numerosas desviaciones y problemas, ya que pronto se constituyó en un referente ineludible. Por el momento, y por la relación que guardan con nuestra actualidad me gustaría referirme a dos, para completar esta primera enunciación del personaje.
Primero los arrianos que representaron una de las primeras herejías en la Iglesia primitiva y fue una de las más difíciles de extirpar (casi tres siglos). El arrianismo técnicamente niega la divinidad de Cristo, pero en esta negación radica toda una actitud frente a la fe, que sigue presente a través de los siglos hasta ahora. Con la negación de  la divinidad de Cristo, lo que se busca, de un modo consciente o inconsciente, no importa, es la de humanizar la fe. Hacerla más comprensible, más accesible, más “lógica”, apartando al hombre del misterio. Hoy, cuando muchas posiciones cristianas son muy poco “lógicas”, es bueno recordarlo y sobre todo asumirlo.
En el arrianismo, además, está comprendida una cuestión social que tiene su importancia. Es el momento marxista del día.  La herejía prendió sobre todo en las clases medias ilustradas y el ejército. Hillarie Belloc realiza una excelente descripción de este fenómeno en un texto clásico: “Las grande Herejías”. Esa clase media fue (y es también hoy) la que pugna por “racionalizar” la fe. Recordemos que el cristianismo fue mayormente, en los primeros siglos, una religión de esclavos, y pertenecer a la Iglesia era una deshonra social. Siempre pienso que los cristianos iban al circo por defender su fe, pero también por esclavos. Estoy convencido de que si el cristianismo hubiera anidado en las clases poderosas, no hubieran sido arrojados a las fieras.
Cuando el cristianismo llegó a la clase media, esta intentó de algún modo suavizar aspectos de la doctrina para hacerla más asequible. Eso fue el arrianismo, vivo también hoy en nuestros días. Muchas veces existe este riesgo de intelectualizar lo religioso, y que incluso puede llevar a un desprecio de la religiosidad popular. San Agustín es un buen ejemplo ya que nunca intentó rebajar el Misterio para hacerlo asequible a su mente, por más que esta fuera una de las mentes más poderosas de todos los tiempos.
00-3.4. Donatistas
La última de estas posiciones que enfrenta Agustín tiene un carácter más local y al mismo tiempo es la que más excede el campo meramente teórico. El enfrentamiento con los donatistas tiene características de violencia real, ya que estos eran fanáticos y acudían a métodos, llamémoslos así, de acción directa. La disputa fundamentalmente se refería a la cuestión de los ministros, de quienes los donatistas hacían depender la eficacia sacramental. Es decir, la acción de Dios estaba limitada por la santidad del sacerdote que la ponía en acto. En esta actitud, además, se escondía un cierto “campanilismo” ya que el donatismo era un movimiento africano que quería prevalecer sobre la Iglesia de Roma. Su acción tocaba directamente a Agustín, que era africano, un obispo africano.
Atrás de esto se escondía, como en los otros casos, algo más profundo. Un deseo, tantas veces presente en la historia de la Iglesia, de concretar una Iglesia santa “aquí y ahora”, perfecta, al precio de reducir la potestad divina. El sueño de una iglesia dentro de la Iglesia, que sea “ya” la Iglesia triunfante. Un problema muy actual en nuestra Iglesia, Iglesia de movimientos y de grupos que pueden caer en esta tentación donatista. Y también existe el peligro contrario, la depresión donatista, que puede sucedernos cuando, como en estos días, hay evidentes problemas de ministerio. Sin minimizar estos gravísimos problemas, conviene siempre recordar que la Iglesia es siempre más que sus ministros, “es” a pesar de sus ministros. Y esta posición de Agustín puede ser puntualmente consoladora.
00-4 San Agustín en las Confesiones
Una vez presentado el personaje y sus circunstancias, podemos, para terminar, trazar de algún modo un itinerario metodológico. La idea es muy sencilla, como ya dije: leer las Confesiones. “Tolle et lege”.  Esta, la obra más conocida de Agustín, es un libro que presenta algunas particularidades y también algunas dificultades. Está dividido claramente en dos partes: la primera de contenido biográfico y la segunda más filosófica. Nos vamos a dedicar a leer solamente los primero nueve libros (equivalentes a capítulos), que comprenden desde el nacimiento hasta la muerte de Santa Mónica, haciendo uno por cada reunión. Este es el programa.
Hay muchas maneras de abordar las Confesiones, la más sencilla es la de hacerlo como una historia. La trama del libro guarda un perfecto orden cronológico continuo, en ese sentido es muy sencillo. Las Confesiones son la historia de una conversión, ni más mi menos. La dificultad resulta del hecho de que este relato tiene varios planos que están presentados todos juntos, sin una clara diferenciación. Así, el relato simple y llano se mezcla con digresiones de tipo filosófico a lo que se suma las invocaciones, generalmente salmos. Esta forma de multiestratos puede hacer dificultosa la lectura, pero lo curioso es que si uno intenta separar los distintos planos (cosa que yo hice), el texto pierde su fuerza. Como si uno comiera el queso, el tomate y la masa de una pizza por separado. 
Otra dificultad la proporciona el idioma, o mejor dicho la forma de la escritura de Agustín. No hay que olvidarse de que estamos leyendo a un retórico de finales del siglo iv. San Agustín utiliza un fraseo largo y de estructura a veces espiralada, que puede hacer que uno se pierda en la mitad de la oración. Para entrar en sintonía con el texto, es necesario entrar en su ritmo, como si uno tuviera que adecuar la respiración. Es algo que cuesta un poco de trabajo y que necesita algo de entrenamiento, una gimnasia.
Por otro lado, el texto tiene una buena cantidad de referencias, dichas a veces como al pasar, pero que resultan muy sustanciosas. Son referencias históricas y de costumbres que nos van a permitir acercarnos a un mundo que Agustín describe con descuido, porque considera que son cosas sabidas y porque el fin del libro no es histórico sino establecer una forma de catequesis para la conversión. Además, está poblado de maravillosos personajes, que trataremos de ir descubriendo. Estos no sólo aportan color a la historia, sino que resultan fundamentales, ya que le conversión de Agustín no es un camino asilado, sino que tiene un sentido comunitario, me animaría a decir eclesial.
En definitiva, y como ya fue dicho, no es mi intención hacer una lectura erudita, sino intentar hacer una lectura viva y sencilla, tratando de conservar como un buen cocinero los sabores lo más intactos posible. Confío en no arruinar este plato tan exquisito.



8 comentarios:

Haizea Urkiola dijo...

Llevo unos cuantos días intentando seguirte públicamente por blogger, pero por alguna extraña razón no encuentro el botón (Quizás es que te escondes demasiado bien).
Ya que te he guardado en favoritos, creo que te mereces un comentario: Tu blog es impresionante, de verdad. Sigue escribiendo posts tan interesantes!

La herida de Paris dijo...

H. prometo que no me escondo para nada, y la verdad es que no entiendo demasiado de "botones" y otras cuestiones. Me alegro que te guste mi blog, al que tengo un poco descuidado, pero ya volveremos a ocuparnos cuando mi "editora" se libere un poco.
Saludos.

esteban dijo...

GRANDE ALICIA CON LA DESGRABACION DE LAS CHARLAS. VALE LA PENA EL ESFUERZO. BESO ESTEBAN

La herida de Paris dijo...

La verdad es que el esfuerzo de Alicia es fantástico. De todos modos esto que está publicado acá no es la desgrabación,(que si fue lo que le mandamos a los asistentes) sino que es el apunte que preparé antes de la charla, corregido por la editora.
Abrazo y gracias de nuevo a Alicia.

Rob K dijo...

Felicidades en su cumpleaños (y en el día del padre).

Saludos, Opi.

La herida de Paris dijo...

Rob, gracias, este año además son 50, cifras que asustan pero también sirven para dar gracias a Dios por lo mucho recibido.
Abrazo.

La condesa sangrienta dijo...

Feliz día Opi (de cumple atrasado y del amigo); hoy tuve la alegría de encontrarme con el saludo de María en el barrio de los pajaritos azules ¡no sabía que era ella!
Te mando un beso grandote con el placer de pasar por aquí, siempre.

La herida de Paris dijo...

Condesa ya me contó María, también con alegría, el encuentro en tweeter. Ella anda un poco por todos lados, pero gracias a Dios, nunca abandona el nido.

Saludos y gracias por los saludos.