domingo, 2 de diciembre de 2012

CHICAGO CRÓNICAS 0

Día 00 (viernes) – MAGNIFICENT MILE



Aterrizamos en Chicago a una hora incierta de la tarde, después de un viaje largo. 

Al llegar nos dimos cuenta de que las horas de vuelo habían correspondido exactamente a las pasadas en tierra haciendo colas de todo tipo. Checkines, declaraciones juradas de efectos personales, migraciones, retiro de valijas se repitieron con celo creciente en Ezeiza, Miami y Chicago. El viaje preparado con esmero durante tres años, cuyas impresiones me dispongo a relatar, comenzaba.

Lo primero que nos recibe es el O’Hare Airport, edificio de autor, en este caso Helmutt Jahn, con uno de sus detalles clásicos, las vigas metálicas perforadas con círculos. Un aeropuerto es un edificio muy difícil de ser apreciado en su totalidad, pero la parte que se ve se parece más a un shopping que a un aeropuerto. La gente, a pesar de ser bastante tarde, almuerza con avidez a los costados de un mall decorado de banderas, en donde como buenos argentos reconocemos la nuestra con una mirada cómplice. Misma actitud provoca la de Corea, por razones que sería largo explicar.


Los movimientos en el aeropuerto se hacen bastante fáciles gracias a una buena señalización y también a algo que será una constante en toda la estadía, la proverbial amabilidad de los habitantes de Chicago, cuyo gentilicio desconozco. Esta misma mezcla de señalética eficaz y amabilidad nos conduce   hasta el subte y también nos permite superar las herméticas máquinas que venden los pases semanales del CTA (Chicago Transit Authority), nuestros inseparables aliados, junto a nuestros pies, para desplazarnos durante toda la estadía.

El viaje ferroviario comienza al aire libre por el medio de una autopista de anchura panamericana. Atravesamos suburbios que aumentan su densidad para luego sepultarnos bajo tierra. Después de alguna combinación superada con éxito, de la Blue a la Red Line, salimos a la superficie en la que será nuestra estación de cabecera, Chicago St. 


Luego de algunos titubeos caminamos hacia Michigan Ave. que nos espera con las primeras imágenes reconocibles, la antigua Chicago Water Station y, cruzando la avenida, la Pumping Station.  Esta última funciona, además, como centro de información al turista, lo cual sería de gran utilidad durante la estadía Ambos edificios, de 1866, son sobrevivientes del Gran Incendio de 1871, y tienen un poder simbólico importante, aunque parecen miniaturas en comparación con las altísimas torres que los rodean. Entre ellas destaca el imponente perfil de la que sería una especie de faro de referencia durante toda la semana, los casi 100 pisos del John Hancock Center.

Superada Michigan Ave. en dirección del lago homónimo, el carácter del barrio cambia drásticamente de atmósfera, abandonando el perfil comercial para convertirse en un tranquilo barrio residencial, donde está emplazado nuestro departamento. 


Subidos al mismo nos encontramos con una grata sorpresa, la habitación tiene una franca vista al lago y lo que es mejor, queda encuadrada por las míticas 860 / 880 North Lake Shore Drive de Mies Van der Rohe. Luego de mi exhaustivo estudio del mapa de la ciudad que se prolongó por casi tres años, estaba al tanto de la vecindad, pero nunca imaginé que la proximidad fuera tanta. También frente al hotel se encuentran otras dos torres muy similares a las anteriores, proyectadas posteriormente por Mies y sus discípulos, en el 900 / 910 North Lake Shore Drive


Surge inmediato el recuerdo de mis épocas de estudiante, cuando vi por primera vez la foto en blanco y negro que traía el libro de Leonardo Benévolo. Las torres de Lake Shore Drive fueron uno de los primeros intentos de adaptar la estética minimalista, propia del pensamiento de Mies, a la tipología de residencia. Parece evidente que este es un lenguaje apto para las oficinas, pero el desafío de Mies es hacerlo válido independientemente de la función. 



El edificio, proyectado a inicios de la década del 50, es de una simpleza extrema. Dos torres gemelas rectangulares que se ubican giradas en forma perpendicular y que obtienen variedad desde la posición diagonal de la avenida. Mies consigue, una vez más, ser simple sin nunca caer en la monotonía.



Lo primero que hacemos entonces es bajar para recorrerlas desde cerca. Las torres nacen directamente del piso sin ninguna mediación, apoyadas en un basamento de travertino  que se presenta sin espesor, al mismo filo del prolijo y verdísimo césped. 




Todo en ellas es austero, los halles vidriados, los sillones diseño del mismo Mies y de nuevo el sobrio travertino que reviste los núcleos. 




Ambas torres se conectan bajo la losa del primer piso, con una simplísima placa horizontal negra. Desde debajo de las mismas aparecen cortados los perfiles IPN que ritman las fachada, y que en algún momento pusieron en dificultad la teoría del arquitecto, ya que estos no tienen otra justificación que la pura estética. El fundamentalismo hasta con Mies encuentra sus límites.


Lo que queda de la tarde lo dedicamos a remontar hasta el río la North Michigan Ave. o, como es mejor conocida, la Magnificent Mile. Esta es la calle comercial por excelencia de la ciudad que recorre una milla, es decir unas 16 cuadras, que unen la costa del lago con el río Chicago. A lo largo de esta se suceden los locales de las mayores marcas internacionales, muchos de ellos ubicados en las plantas de múltiples alturas de altísimas torres.

Arrancamos del ya mencionado John Hancock Center, una de las más altas y significativas de la ciudad, que domina la parte norte de la misma. 



Proyecto de SOM, uno de los estudios omnipresentes en la ciudad, su forma es reconocible a partir de la estructura en forma de “X” que recorre su frente, interrumpiendo con total impasibilidad la cuadrícula de vidrio. 



La torre atenúa su impacto en la calle ya que sus aristas tienen un andar oblicuo que se retira progresivamente a medida que asciende. El apoyo de la violenta estructura se hace a través de un basamento de macizo granito que respeta la inclinación del alzado. Sobre la avenida un patio profundo la recibe para dar lugar a espacios comerciales.



Frente a la John Hancock, intentando un diálogo de opuestos,  se alza una mole de anónimo granito blanco. Sin ningún tipo de sutilezas y sobria en la insistencia de sus rectángulos se eleva sobre un altísimo basamento ciego que se extiende en un bloque de cocheras. La Water Tower Place es un proyecto de mediados del ‘70 del estudio Loebl, Schlossman, Dart & Hackl y su forma, algo desprovista de gracia, tiene una innegable contundencia: se impone en el perfil de sus casi 80 pisos.  El edificio fue fuertemente remodelado en el 2000 para hacer lugar al shopping, entre fuentes y escalera mecánicas que recorren el vértigo de los 8 pisos del basamento.


La arquitectura comercial despliega sus seducciones desde las vidrieras y también desde la arquitectura de los locales. Siempre está a la vanguardia y suele ser cuna de experimentos en cuanto al uso de materiales y de detalles constructivos. Sobresale a poco andar una de las vedettes del momento en todas las capitales del planeta, el Apple Store.


Como la totalidad de ellos, este también fue diseñado por los multifacéticos Bohlin, Cywinsky Jackson y constituye una especie de negativo del más famoso de la Quinta Avenida. El cubo vidriado de New York es en este caso reemplazado por un monolítico revestimiento de piedra caliza gris sin pulir, interrumpido solamente por la gigantesca manzana de vidrio, contrariamente al edificio neoyorquino donde el logo constituye el único elemento opaco de toda la propuesta.


El interior obedece a los presupuestos minimalistas que son propios de la filosofía Jobs, actuando como una extensión literal de los productos que la tienda ofrece. En un anfiteatro en el primer piso, totalmente abierto al público, alguien da una charla técnica supongo sobre las bondades de usar Apple. En el lado opuesto del mismo piso un puente atraviesa el lado interior de la fachada del local, pasando justo a la altura de la gran manzana vidriada. La gente hace fila para inmortalizarse con ese fondo. Arquitectura de impecable factura y marketing aparecen en este caso como aliados naturales y sin duda muy poderosos. Se podrá argumentar alguna falta de sutileza, pero a nadie parece importarle eso a la hora de las ventas.


Caminamos hasta llegar a uno de los nudos más escenográficos que ofrece la ciudad, el encuentro de la Michigan Ave. con el río Chicago.



Se trata de un espacio de singular valor que parece resistir una enorme tensión, donde se conjugan varios niveles de tránsito con arquitectura de magnífica presencia.


Nos quedamos sin atravesar el puente en el abra que lo antecede que está rodeada por edificios de estilo. 


A la izquierda sobresale la gótica Tribune Tower, sede histórica del diario ciudadano, que cuenta como curiosidad en su fachada con los fragmentos de edificios famosos de todo el mundo. Una curiosa manera de festejar la globalidad de los medios de comunicación.




Este edificio pasó a la historia más que por sí mismo, por el concurso que fue realizado para su construcción en 1922. Fue ganado por quienes en definitiva lo realizaron: John Mead Howells y Raymond Hood, pero resultaron más famosos algunos de los más de 200 presentados. Entre ellos el del finlandés Saarinen (padre) que fue sorprendentemente segundo y propuso una estética moderna en ese momento impensada en Estados Unidos.  También es conocido el de Gropius con sus balcones asimétricos y  la irónica columna dórica de Loos.



El proyecto ganador es un típico exponente de la arquitectura ecléctica y su adaptación a la tipología de rascacielos, cosa que logra con singular naturalidad.


De este mismo lado y antes de llegar a los pilares que anuncian el Michigan Bridge, se encuentra en el número 401 de North Michigan Ave. una sobria torre, otra vez de SOM. Realizada en 1965, la torre se encuentra muy retirada de la línea de la avenida, con el propósito de liberar las visuales del Chicago Tribune, propietario del terreno que fue vendido con ese cargo. El edificio, en el estilo de Mies, libera una amplia plaza urbana, la Pioneer Court, que prepara el acceso  al puente y libera las escaleras para descender hasta el nivel del río. El espacio cubierto por un solado con dibujos de grandes cuadrados suele ser sede de exposiciones temporarias, y unos meses atrás cobijó la gigantesca “Forever Marilyn” del escultor realista Seward Johnson.



Frente a este edificio, en una versión ecléctica que combina el clasicismo francés con la torre  de la Giralda de Sevilla, cierra el espacio el Wrigley Building, obra de otro de los grandes estudios de la ciudad, los sucesores de Daniel Burnham, Graham, Anderson, Probst & White


El edificio, de 1920, fue el primero de oficinas que se ubicó del lado norte del rio, y está dividido en dos cuerpos de unos 20 pisos, unidos por el basamento y también por un frágil puente en la parte superior. En 2011 fue comprado por una firma que inició su restauración y se encuentra lamentablemente cerrado.


Detrás de este último edificio surge otro de los grandes hitos de la ciudad, la Trump Tower. Se trata una vez más de una obra de SOM, terminada recientemente, en el 2009. En este caso, el diseño del edificio apunta a destacar la volumetría, que alcanza casi los 100 pisos con sucesivos retiros. La particularidad de la torre está dada por la sutileza con la cual el edificio realiza el pasaje entre los distintos planos, utilizando curvas que suavizan su andar. A este deslumbrante despliegue ayuda el color azulado de los vidrios que combina con detalles de acero plateado que van marcando los cambios de altura. La forma resultante es compleja pero al miso tiempo es sorprendentemente simple. El complejo se resuelve en planta baja cayendo abruptamente sobre el río, que cambia de dirección justamente en ese punto, involucrando al edificio que se muestra como una rótula donde la ciudad gira.


Nos asomamos un poco sobre el río que corre bastante abajo del nivel de la plaza y del puente y miramos ya con las primeras luces encendidas el imponente marco de los edificios que acompañan su andar hacia el oeste. 


Refrenamos el impulso de cruzar el puente y volvemos empujados por una multitud de gente que apura el paso y las últimas compras del viernes a la noche. Tomamos por alguna paralela de Michigan Ave. en busca de alguna iglesia católica, pero no tuvimos suerte. Todas a las que entramos eran protestantes y ninguna particularmente interesante, con preponderancia del estilo gótico que se interrumpía abruptamente en elaborados techos de madera.



Sobre el final y ya casi de noche, superamos la línea de la John Hancock hacia el norte para doblar hacia a la altura de Oak St. rodeando el Drake Hotel en un impecable estilo italiano de 1920.  A continuación de este y sobre la misma mano, se suceden, frente al pequeño parque que los separa del lago, los lujosos edificios de departamentos que constituyen el East Lake Shore Drive Historic District. Se trata de unos siete edificios consecutivos, todos de elaborado estilo, aunque no del mismo, que completan un conjunto impactante que aumenta su prestancia con las últimas luces del día.

1 comentario:

Mary Poppins dijo...

Primero felicitarlos por el viaje y por el entusiasmo con el que tanto vos como Maria miran la ciudad

Que ciudad!!! Me quedo muy atras en arquitectura y no conozco a muchos de los que nombras pero me gusta el Trump Tower aunque no entiendo lo q decis que cae abrupatamente al rio. Voy a ver mas fotos en la red.
Conocia lo del Chicago Tribune y la presencia de elementos de otros edificios en sus muros. Se que hay de World Trade Center de NYC y del muro de Berlin. Parece una ocurrencia interesante en este espiritu globalizador.

Me voy al segundo dia
Pd: como agotan los aeropuertos y todas esas desconfianzas, no?