domingo, 3 de marzo de 2013

CHICAGO CRÓNICAS IV

Día 04 (martes) – HYDE PARK


El día de hoy lo dedicamos al sector sur de la ciudad y decidimos hacerlo en colectivo para poder disfrutar del trayecto. Tomamos una línea que atraviesa sin desvíos todo el recorrido de la Michigan Av. por el centro de la ciudad hasta la altura del gran centro de convenciones, Mc Cormick Place.


La parte inicial del recorrido a esta altura nos parecía curiosamente habitual. Primero, la Magnificent Mile, y luego, el pasaje entre el borde del Loop y la línea de parques que conforman el Millenuim Park y el Grant Park. De todos modos, el colectivo, ligeramente elevado sobre el nivel del suelo, ofrece siempre una perspectiva distinta.

Dejados atrás los parques y después de atravesar Roosvelt Road, vemos a nuestra izquierda la enorme torre One Museum Park, que ya habíamos observado desde el Grant Park. La torre actúa como remate sur del parque y es, junto a algunas ya construidas y otras por realizarse, el futuro polo de desarrollo de la zona del Near South. El proyecto de esta, terminada en 2010, es de Pappageorge Haymes y muestra una rica volumetría que me hace recordar –salvando las distancias– a las Renoir de Puerto Madero. Por desgracia nos tuvimos que contentar con una vista al paso.



Al llegar a Cemark Road, el colectivo dobló hacia a la izquierda para tomar luego la gran avenida Martin Luther King Drive, que luego de una curva retoma la dirección hacia el sur pasando en el medio del ya mencionado Mc Cormick Place, el centro de convenciones más grande de los Estadios Unidos. Se trata de un conjunto de cuatro edificios, donde cada uno responde a algún punto cardinal, realizados en distintas etapas. Esta que atravesamos es la parte más moderna, el North Building, de 1986, pertenece a SOM, mientras que el South y el West son de los especialistas de Atlanta tvsdesign, de 1997 y 2007, respectivamente. Estos últimos, que son los que quedan más a la vista en nuestro recorrido, están revestidos en una piedra clara que se combina con amplias zonas vidriadas. El aspecto es muy convincente y se esfuerzan por escapar a la forma de anodino galpón que muchas veces adquieren estos inmensos predios feriales. De todos modos, estos espacios pensados para las multitudes tienen un aspecto desolador cuando están vacíos, como ocurre a esta hora de la mañana. El complejo se completa con la torre del Hyatt Regency Hotel, que entona bien con sus vecinos, manteniendo un estilo similar.

El recorrido sigue ahora por la amplia Martin Luther King Drive. Toda esta zona fue objeto de un plan urbanístico, The Near South Side Urban Renewal, que intentó en la década del ’40 mejorar un área degradada e integrar a la comunidad negra que masivamente ocupaba, y ocupa también hoy, el barrio. El plan aplicó los recientes criterios del urbanismo moderno que tendían a la eliminación del tejido continuo en favor de los edificios aislados, y su aplicación tuvo suerte diversa. Se aplicó a ambos lados del Martin Luther King Drive, utilizándolo como eje, entre la 26th St. y la 35th St. En dirección del lago aparecen, fruto de estos criterios, cinco idénticos bloques de vivienda de excelente factura, que se suceden perpendiculares a nuestro recorrido. Son los Prairie Shores de inicios de los años ‘60, de Loebl Schlossman & Bennett, que fueron seguidores de los principios de Mies o de lo que se llamó la Segunda Escuela de Chicago, tendencia que nucleaba a los seguidores del maestro alemán. Sobre la derecha, en cambio, el paisaje se disgrega en un suburbio totalmente anónimo.

Pasados un par de kilómetros de Mc Cormick Place, bajamos como estaba planeado al llegar a la 35th St. Caminamos unas diez cuadras, con cierta inquietud, por Douglas, un barrio sin ningún interés, para alcanzar nuestro primer destino de la mañana que aparece al llegar a State St. una vez pasado por debajo del tren elevado. Al fondo sobre la izquierda y más allá de la autopista vemos la mole del Cellular Field, la casa de los Chicago White Sox, uno de los dos equipos de beisbol de la ciudad (el otro son los Cubs, que tiene su estadio en el norte de la ciudad). Fue inaugurado en 1991, construido en la playa de estacionamiento del antiguo estadio que luego fue demolido para hacer lugar a la nueva playa de estacionamiento. Los responsables de la obra fueron la firma más importante a nivel mundial en instalaciones deportivas, HOK Sports, hoy en día devenido Populous.

Finalmente nos encontramos con el acceso de uno de los puntos, que para mí eran de mayor interés de todo el viaje. Las instalaciones de la IIT tienen para cualquiera que haya estudiado arquitectura la importancia de un lugar fundamental. Aquí, uno de los mayores exponentes de la arquitectura moderna, Mies van der Rohe, tuvo la posibilidad de desplegar toda su sapiencia para dar forma al plan y a algunos de los edificios del Illinois Institute of Technology. Establecido en Chicago desde 1938, y luego de haber dirigido la Bauhaus por tres años hasta 1933, Mies fue nombrado director del departamento de arquitectura del entonces pequeño Armour Institute of Technology, una modesta escuela del sur de la ciudad. En 1941 comenzó con el proyecto del campus, como registra el famoso dibujo a un trazo sobre una hoja cuadriculada que expresaba el rígido módulo que rige tanto la disposición de los edificios como su tamaño. Su realización se prolongó hasta que dejó la escuela en 1958 y posteriormente ha recibido el aporte de otros grandes arquitectos, para conformar un conjunto de una calidad extraordinaria.



Lo primero que se destaca del conjunto es la tranquilidad que aflora en el ambiente y en el parque que rodea los distintos edificios que se ubican con naturalidad, aislados y literalmente flotando en un paisaje perfecto, cuya belleza resulta además potenciada por el otoño. Como muchos otros edificios e instituciones de la ciudad –no está de más recordarlo–, el acceso tanto al campus como a los edificios que contiene, es totalmente libre, sin existir ningún tipo de barrera, ni siquiera de límite tácito que delimite su espacio. Este hecho resulta en este caso por demás notable porque el instituto no parece de ninguna manera congeniar con su entorno, como resultó manifiesto en las cuadras que caminamos para llegar hasta él.


Lo primero que marca el acceso es un edificio en torre con una cuadrícula rectangular bastante anónima, la RIT, Research Intitute Tower, terminada en 1963 y dedicada a albergar empresas relacionadas con la tecnología y el conocimiento que se produce en el vecino campus. Ingresamos por el eje del mismo, State St., que lo divide en dos: a la derecha la estrecha franja que limita con el tren elevado y a la izquierda la más ancha que llega hasta la autopista.

Empezamos por los edificios de la derecha, inaugurando nuestro recorrido con el State Street Village, SSV, edificio dedicado al alojamiento de los alumnos del Instituto.



Se trata de una barra de unos cinco pisos de altura que contiene algo más de 350 habitaciones, inaugurada en 2003 por un ilustre egresado de la escuela de arquitectura del IIT, Helmut Jahn.



Si bien particularmente no soy un admirador de su obra, confieso que quedé subyugado ante esta pieza muy sugestiva desde lo formalSe trata en realidad de tres bloques que unidos se presentan englobados por un corte de perfil curvo que tiene reminiscencias ferroviarias que responden a la proximidad del tren elevado que roza su fachada posterior. La curva está enriquecida con el rico tratamiento de su piel que se va transformando con chapas de un mismo tono plateado, pero de distintas texturas.



En esta continuidad se producen rupturas para dar lugar a los accesos a los bloques, a través de unos patios arbolados de gran diseño.



La parte posterior utiliza con enorme inteligencia la presencia del tren elevado, que actúa como una pérgola a gran escala, que protege la fachada totalmente vidriada.



El espacio resultante utiliza un principio negativo para convertirlo en positivo, en una especie de lección de judo arquitectónico.



Más adelante, del mismo lado, el edificio de Rem Koolhaas, otro arquitecto que no figura entre mis preferidos, supera todavía la calidad del anterior, ambos contemporáneos. El diálogo con el tren elevado se resuelve en este caso de manera distinta, pero no menos ingeniosa que la adoptada por Jahn. El edificio de este último entraba en contacto solamente por una tensa proximidad, el Mc Cormick Tribune Campus Center de Koolhaas se deja literalmente aplastar por el tren. Lo curioso de este edificio es que el edificio reacciona a esta acción surgiendo hacia arriba a ambos lados como si un palo de amasar hubiera caído sobre una masa blanda.


Para reforzar esta imagen en primer lugar el tren esta recubierto por un túnel metálico que el edificio debajo recibe produciendo distintas inclinaciones en la cubierta.



El efecto sorprendente del exterior se ve ampliado en el interior donde los espacios, que acogen el centro de esparcimiento de los estudiantes, se suceden en formas agudas, que reciben luz desde las rajas triangulares que producen los quiebres de la cubierta. El interior, para aumentar el dramatismo, deja ver cada tanto el fondo del túnel que recubre el tren, como si fuera el dorso de una inmensa ballena ferroviaria.



Finalmente todo se conjuga con una gran libertad en las formas que se combina con un relativo bajo presupuesto dejando que los materiales se expresen con alegría y color. Ante tanta muestra de habilidad y de maestría no me queda más que pensar que Koolhaas es un genio y yo un estúpido, y si bien esto último lo sabía, dudaba de lo primero.


Si bien ya habíamos visto dos ejemplos de excelente arquitectura, todavía no habíamos siquiera empezado por lo que constituía el motivo principal de nuestra visita, la obra de Mies van der RoheLa primera de estas obras que sale a nuestro encuentro, del otro lado de las vías elevadas, es la pequeña Carr Memorial Chapel, también llamada cariñosamente “God box”. Esta pequeña construcción cuadrada de ladrillo amarillo tiene la particularidad de ser el único edificio religioso realizado por Mies, quien alguna vez dijo que su sueño era hacer una catedral. Encargado por la iglesia presbiteriana, finalmente quedó como un templo abierto a todas las creencias, y sobre todo como un lugar de recogimiento. Terminado en 1952 su objetivo fue también proponer una reflexión trascendente en un ámbito donde imperaba la ciencia y la tecnología. Su aspecto extremadamente simple, casi minimalista, donde no se destacan elementos portantes como en los demás obras del autor, muestra este anhelo de asepsia espiritual que a los que tenemos una fe concreta puede parecer algo frío. Sin embargo, en sus sencillas proporciones hay algo de monumentalidad. Desde 2008 se encuentra en restauración y lamentablemente nos tuvimos que conformar con espiar por una raja entre las cortinas detrás del único paño vidriado.

Un poco más adelante hacia el norte, también de Mies, están los edificios de residencias para alumnos del 1955, el Cunningham, Bayley and Carman Halls. Se trata de tres bloques, el primero ciertamente diseñado por Mies, que contiene alojamientos para estudiantes de unos 10 pisos de altura revestidos en ladrillo amarillo similar al de la vecina capilla. Su particularidad está en las columnas de hormigón a la vista que sobresalen del plano de la fachada, entre ellas se desarrollan los paños de ladrillo y las ventanas que ocupan todo el ancho del módulo. Un motivo que, se me ocurre, es una transposición de los detalles en acero de otros edificios. A los pies de uno de ellos un grupo de asiáticos, que damos por genios, improvisan una especie de asado de cortes orientales.

Siguiendo en la misma dirección por este lado del campus, vemos algo alejada otra gran caja revestida por una inerte cuadrícula rectangular que cubre toda la superficie del edificio. Se trata del Keating Sports Center, proyectado por SOM, quien tomó las riendas de la arquitectura del instituto cuando Mies lo abandonó. Los edificios realizados por SOM a partir de la década del ’60 respetan el espíritu y el diseño de su predecesor, lo cual conviene y refuerza la uniformidad del planteo. Las instalaciones deportivas junto a las bibliotecas son de los pocos edificios con ingreso algo restricto, pero gracias a la hermandad latinoamericana (el estudiante que oficiaba de portero era mexicano) pude ingresar a dar un rápido vistazo. El edificio de enormes luces esconde su estructura y está semienterrado para que su perfil no sobresalga y así disminuir su impacto.

Cruzamos por debajo del tren y también la State St. para dirigirnos al otro sector del campus. 



Allí encontramos una serie de edificios de aspecto similar que consisten en una estructura metálica que alterna paños de ladrillo tostado y vidrio. Los primeros dos son obra de SOM y los restantes tres, ubicados frente al edificio de Koolhaas, son de Mies, pero solo un ojo muy avezado es capaz de distinguir a quien pertenece cada uno.



Los edificios de Mies, realizados al final de la década del ’40, Alumni Memorial Hall, Wishnick Hall y Perlstein Hall, quizás se distingan por una mayor delicadeza en los detalles, que se pueden observar en el elaborado tratamiento de los ángulos. Los restantes fueron proyectados veinte años más tarde por quien fuera alumno de Mies, Myron Goldmith para SOM. Todos están dedicados en su mayor parte a albergar aulas que se resuelven en el módulo previsto para todo el campus.


Detrás del grupo de edificios de Mies, en dirección de la autopista, aparece el Hermann Hall, y más al sur, de aspecto muy similar, la Galvin Library. Ambos de principio de los ’60, son obra de Walter Netsch para SOM. El primero es un centro de conferencias, mientras que el segundo es biblioteca, como su nombre lo indica. Los dos se presentan, como tantos otros edificios del campus, elevados sobre el terreno, lo que hace que desde el interior se tenga una particular relación con el paisaje que invita a la contemplación.



La Galvin Library se distingue por su acceso, que en vez de realizarse por el plano elevado, se resuelva desde el nivel inferior a través de un basamento de hormigón armado, una concesión a la estética brutalista, que contrasta levemente con los rígidos parámetros miesianos.


Estos dos edificios tomaron de modelo a quien es la pieza más emblemática de todo el complejo, el vecino Crown Hall de Mies van der Rohe, de 1956, ubicado a continuación de la Galvin Library. Dedicado a la escuela de arquitectura, el edificio presenta las máximas aspiraciones de la arquitectura de su autor. Una extrema simplicidad, una lógica estructural que sea evidente y, por último, un sentido de la monumentalidad que no tiene que ver con el tamaño, sino con su ser único. Un lenguaje sencillo que sin traicionar la funcionalidad, no renuncia a la poesía es el gran desafío de Mies. Quizás en ningún otro edificio haya logrado su objetivo de un modo tan contundente y concluyente como en este.



Su búsqueda comienza con el objetivo de liberar totalmente el espacio de apoyos intermedios. Para lograrlo utiliza una estructura de 4 vigas de enormes perfiles doble “T”, que ubica sobre la cubierta, lo cual los hace invisibles desde el interior, y apoya en otros sencillos elementos verticales de acero. Cómo transformar esta sencilla estructura en algo extremadamente poético es el lo que hace de Mies uno de los mayores arquitectos de la historia. Sin duda la pulcritud de la idea y la idéntica limpieza con que es llevada a cabo es una parte importante del éxito. Ceñido al módulo que insiste en las cuatro caras del edificio, el volumen parece levitar suspendido sobre el prado. No es menor el simple hecho de que el edificio no termina en uno de los pórticos, sino que luego del último lateralmente se agregan otros dos módulos, haciendo que el edificio no se cierre. La sección central que incluye, como las restantes, seis módulos contiene el acceso que es enmarcado por los dos pórticos centrales, sin otro gesto que su natural centralidad. La conexión a tierra de este acceso se produce a través de la elegantísima escalinata del acceso, en la fachada sur, que otorga a la sencilla caja el espesor significativo de un templo. Los escalones que vuelan rasantes sin descubrir sus apoyos, se interrumpen en un descanso, especie de podio, que permite detenerse y convertir la subida en algo solemne. Si bien era de día, no es difícil maginar el efecto poderoso de ese volumen de luz sobrevolando rasante el impecable jardín.


Entramos sin poder dejar de percibir ese sentimiento cercano a lo religioso, para disfrutar de la pureza del espacio que, libre de interrupciones, se mantiene elevado sobre el tranquilo paisaje del otoño. Hay pocos estudiantes, pero muchos materiales, maquetas a medio realizar y planos desplegados sobre los tableros.



No puedo dejar de pensar cómo será estudiar arquitectura en un espacio que tiene un significado tan enorme, si eso será liberador o al contrario se podrá morir aplastado por el peso de la historia. Por supuesto son cosas que solo al visitante ocasional preocupan ya que como es sabido lo cotidiano termina por matar hasta lo más sublime. Recorremos un poco el edificio y hasta me quedo escuchando un rato la corrección de un alumno que muestra su proyecto pegado en la pared de un taller. La enseñanza de la arquitectura no parece renunciar, ni siquiera aquí, a sus modos tradicionales.


Repletos de alegría, como suele producir el encuentro con una obra de la envergadura del Crown Hall, abandonamos el campus del IIT. Luego de algunas consultas en nuestro precario inglés, subimos a un colectivo para ir al encuentro de nuestro próximo destino: la University of Chicago, una de las universidades más importantes y prestigiosas de los Estados Unidos y del mundo. El colectivo atraviesa el inmenso Washington Park, que luce bastante desolado, y nos deja a la altura de la 55th St. Caminamos bordeando algunos campos deportivos de consumado verdor y doblamos a la derecha para ingresar en el ámbito de la universidad, por Ellis Av.


Precisamente en la esquina de la 55th St., antes de cruzar Ellis Av., nos recibe el primero de los puntos de interés, el Gerald Ratner Athletics Center, obra, según me entero ahora, de César Pelli, concluida a fines de 2003. 



El edificio ciertamente llamó nuestra atención, ya que se presenta con una llamativa estructura, cables que se sostienen en unos pilares de acero oblicuos, más propia de un puente que de un edificio.



Sin duda la poderosa, pero al mismo tiempo liviana solución, es la que permite las grandes luces necesarias a las múltiples actividades deportivas que se realizan en el interior.



El edificio se compone principalmente de dos volúmenes, el primero –según nuestro recorrido– dedicado a la pileta y el restante al estadio deportivo, ambos conectados por un volumen curvo rojo que oficia de acceso.



Los materiales, que subsisten debajo del techo metálico en forma de ola, son mayormente ladrillo natural y vidrio satinado que impiden ver el interior, al que lamentablemente no pudimos ingresar.


Siguiendo adelante por Ellis Av., encontramos primero, sobre la izquierda, un edificio de ladrillos con una volumetría contundente. Se trata, también lo supe después, de una obra del recientemente desaparecido Ricardo Legorreta. Terminado en el 2001, el edificio está resuelto con el lenguaje típico del arquitecto mexicano.



El color vivo y cambiante de las carpinterías, los interiores también coloridos, la insistencia en el cuadrado, las cajas salientes de hormigón y, sobre todo, la exaltación del muro y de sus posibilidades expresivas. El edificio, que se extiende hacia el este a lo largo de la 56 th St., es una residencia para más de 700 alumnos, la Max Palevsky Residential CommonsA continuación de este edificio, siempre sobre Ellis Av., una cuadrada plaza seca recibe en el medio una escultura en bronce de Henry Moore que conmemora la primera reacción en cadena, lograda en este lugar por el físico italiano Enrico Fermi y su equipo.



Denominada Nuclear Energy, la pieza, de 1967, presenta los clásicos agujeros pasantes que distinguen las piezas de Moore. Su forma, si bien abstracta, parece remitir tanto a la nube de una explosión nuclear como a una calavera, y esta en cuanto símbolo de la muerte puede ser una advertencia que una ambos significados.


Detrás de la escultura se ve la enorme cúpula vidriada de base elíptica que surge desde el nivel del terreno, bajo la cual se encuentra la Joe and Rika Mansueto Library, de Helmut Jahn.



Terminada hace poco menos de una año, en 2011, la sorprendente cúpula cobija la gran sala de lectura que podemos ver desde fuera, y que es como la punta de un iceberg, ya que su emergencia esconde un depósito para libros de unos veinte metros de profundidad.



Este depósito está totalmente computarizado de manera que los libros, más de tres millones y medio de ejemplares, son traídos a la superficie por un complejo sistema de elevadores, que cumplen la función en menos de cinco minutos por cada requerimiento. Un prodigio técnico que permite un servicio óptimo, además de un máximo aprovechamiento del espacio de almacenamiento.




La Mansueto Library se encuentra unida por un puente vidriado, especie de cordón umbilical, a la principal biblioteca de la universidad, la Regenstein Library.



Este inmenso edificio, verdadero corazón de la universidad, impacta con su aspecto decididamente brutalista. Está realizado con inmensos bloques de piedra caliza, tratados de una manera que resaltan su rusticidad y al mismo tiempo se asemejan al papel, con lo cual parecen livianos. 



Las placas de piedra se superponen en distintos filos y están separadas por estrechos planos vidriados. El aspecto de fortaleza de alguna manera entra en diálogo por semejanza con las estructuras neogóticas que enfrenta y al mismo tiempo se opone con gran efecto a la delicada estructura de la nueva Mansueto.



La materialidad es extraña ya que asemeja a paneles de hormigón armado, cuando es de un material mucho más costoso, la piedra, pero parecer menos de lo que se es, es una forma de las más elevadas del lujo. Inaugurada a finales de los ’70, fue proyectada por Walter Netsch para SOM, en un estilo que poco se asemeja a la tendencia general del estudio.



Como ya señalamos, frente a la “Reg”, cruzando la 57th St. aparece lo que es el núcleo antiguo de toda la Universidad, los llamados Quadrangles, serie de espacios de forma rectangular rodeado de impecables edificios de estilo neogótico.



El plan general de estos espacios, como algunos de los edificios que lo componen, fue ideado por Henry Ives Cobb alrededor del 1900.



Entramos por el eje norte-sur y observamos la sucesión de situaciones que plantean los edificios, que lucen con una sorprendente unidad, que nunca es monótona, ya que el estilo gótico se ofrece con una enorme riqueza de recursos y con un importante grado de libertad. 



No tiene demasiado sentido detenerse en los distintos edificios porque aquí lo que sin duda prevalece es la poderosa solidez del conjunto.



La elección del gótico por sobre el estilo clásico remite de un modo más certero al origen de la Universidad, y expresa de manera ejemplar el aire comunitario que parece emanar de lo medieval.



Los edificios, además, se encuentran diseminados alrededor de un parque de una calidad asombrosa.



Nos quedamos un buen rato en el jardín mirando el intenso tráfico de estudiantes que cruzaban los caminos en busca de las aulas.



El clima que expresa el gótico, que aunque “falso” es efectivo, se funde con la actitud despreocupada de los alumnos que parecen perfectamente integrados en el paisaje de este improbable Medioevo americano.



Luego de esta contemplación, nos dirigimos hacia el este por el otro eje principal de los Quadrangles, perpendicular al que habíamos utilizado para entrar, y que se continúa en la 58th St.



Ya en esta, observamos a nuestra izquierda el edificio de ladrillo de la Chicago Thelogical Seminary, con su esbelta torre que luce un aéreo remate de mármol blanquísimo. Realizado a fines de los años ’20, en breve será reformado por Ann Beha Architects para que sea ocupado por una escuela de economía de la universidad. La teología no parece estar de moda.


Del otro lado de la calle, otro edificio religioso se ubica algo retrasado, aunque domina el paisaje circundante con su ancho campanario.



Totalmente revestido en piedra caliza y construida a la usanza gótica, la Rockefeller Memorial Chapel, fue culminada en 1928.



Donada por el fundador de la universidad John D. Rockefeller, tiene hoy una función más cultural que estrictamente religiosa. Aunque en realidad es la religión la que parece, en general, transformada en parte de la cultura secular.



Cuando ingresamos en el espacioso interior de una sola nave, tuvimos la suerte de escuchar el poderoso órgano, ya que se ensayaba un concierto para esa misma noche.


Después de esta pausa pseudo-religiosa, cruzamos la calle para ver otro edificio que llamó nuestra atención, el Charles Harper Center de la Booth School of Business.



Compuesto por una serie de volúmenes en voladizo, un claro homenaje a Frank Lloyd Wright,.



Revestido en fajas horizontales de piedra caliza como la vecina capilla, el edificio crece hacia atrás en sucesivas cajas de vidrio que se superponen.


Este riquísimo juego volumétrico encuentra su justificación al entrar al edificio cuando se percibe el fantástico patio central que constituye el corazón del proyecto.



En una brillante citación del gótico, el espacio se encuentra cubierto por cuatro bóvedas vidriadas que, como si fueran embudos gigantes, apoyan en sendas columnas en el centro del espacio.



Estas bóvedas, al ser de mayor altura que el resto del edificio, sobresalen del mismo y se pueden ver desde el exterior, haciendo realidad el sueño gótico de la total transparencia. Con este espacio central se relacionan los demás, todos de una calidad excelente, empezando por el hall de acceso que, totalmente revestido en madera y de baja altura, prepara con dramatismo la aparición del gran espacio central.



Descubrimos posteriormente, ya en Buenos Aires, que el autor de este prodigio era nada menos que Rafael Viñoly. Entonces todo quedó explicado.


Las citaciones a Frank Lloyd Wright hechas por Viñoly parecen obligadas cuando tomamos conciencia de que frente al Harper Center, cruzando la 58th St,, está nada menos que la Robie House, una de sus obras más emblemáticas. Es extraño lo que sucede cuando uno se encuentra con algo tan conocido y al mismo tiempo jamás visto. La comparación entre lo tantas veces imaginado y su realidad efectiva puede muchas veces traer desilusión, pero este no fue el caso. Lo primero que se destaca en la Robbie House es su amabilidad, propia de una casa: aquí todo parece haber sido pensado para responder del modo más consistente a esa necesidad de ser, ante todo, una casa. Terminada en 1910, la casa pone fin a la serie de las “Prairie Houses”, y resume de algún modo todas las características de ese estilo, que tiene como motivo explotar todas las posibilidades expresivas de la horizontalidad.



La primera cosa que me llamó la atención de la Robie House fue su emplazamiento en un terreno que no imaginaba tan estrecho, donde la casa entra justa, aprovechando el espacio al máximo. Como es sabido, el proyecto plantea dos volúmenes desplazados que liberan dos espacios abiertos, uno sobre el frente largo que da a la calle 57th St. utilizado para el acceso a los garajes, y el restante sobre el lado corto de Woodlawn Av., un estrecho patio que sirve de acceso principal.



Lo segundo es la riquísima volumetría donde las distintas partes parecen correr como si tuvieran rieles, sensación que se manifiestan en los detalles que refuerzan la horizontalidad de la fachada. Subimos a la terraza del primer piso y pudimos estar bajo el imponente alero que tiene una altura sorprendentemente escasa. La sensación de estar como sumergido en el entorno, pero al mismo tiempo en un lugar protegido, es notable y muestra la excluyente concepción espacial de la arquitectura de Wright.


Y después están los detalles, los techos de pendiente asombrosamente baja, las exquisitas vidrieras de incomparable estilo, los maceteros con su inconfundible forma de copa apaisada, las líneas de piedra que recorren toda la arquitectura imprimiendo velocidad al volumen y también el tratamiento del ladrillo que busca eliminar las huellas de las líneas verticales de su trabazón.



Estuvimos un buen rato dándole la vuelta, porque cada ángulo renueva la experiencia y hace aparecer con más fuerza las ideas que rigen el edificio. Asociamos, con nuestro básico inglés, nuestra alegría a una pareja de maduros arquitectos daneses, porque las grandes obras producen efectos comunicativos asombrosos. Lamentablemente, ni ellos ni nosotros pudimos ingresar, ya que por ser martes la casa no estaba abierta a las visitas, fracaso que se repetiría unos días más adelante por otros motivos.


Seguimos caminando hacia el este por la 58th St. en un barrio rodeado de casas con destino universitario y magníficamente arbolado.



Nos desplazamos después hacia la 57th St. donde hay algunos negocios, una linda librería y también un local de Subway donde pudimos comprar algo para almorzar. Con nuestras provisiones en mano, cruzamos por un túnel debajo del tren elevado, a cuya salida ya se perfilaba la mole del Museum of Science and Industry.



Almorzamos delante del edificio construido en ocasión de la Exposición Internacional de 1893, según un proyecto coordinado por Daniel Burnham.



El museo fue realizado en última instancia por Charles Atwood, especialista en estilo clásico y que apostó por una académica versión del mismo, quizás con algunos excesos, como los pórticos gemelos de cariátides.


Frente a nosotros, más allá de la amplia extensión de pasto, algunas torres que marcan el final de la zona residencial del East Hyde Park. Este barrio alrededor de los años ’20 conoció un gran auge, como testimonian los numerosos hoteles construidos en ese tiempo, que aprovechaban las vistas sobre el lago. De esa época se destaca frente a nosotros la Windermere House de Rapp & Rapp de 1923, una torre en estilo francés, originalmente hotel y ahora, como tantos otros de la zona, reconvertida en condominio.


A su lado, en dirección al lago, la torre 1700 Building de Loewenberg Architects señala la renovación del barrio que se dio a partir de los años ’60, luego de un largo período de decadencia. A la derecha nuestra se extendía el lago apacible que nos recuerda el pasado balneario de esta parte de la ciudad.


Después de acabar con nuestro frugal almuerzo, nos decidimos a rodear el edificio del museo por el lado del lago, para acceder desde allí al Jackson Park. El parque fue diseñado nada menos que por Olmsted y Vaux en 1870, los mismos paisajistas del Central Park de New York.



Escenario de la Exposición de 1893, fue cubierto para aquella ocasión de numerosos edificios, de los cuales el único que queda en pie es el Museo. Este, visto desde este lado, adquiere un aspecto decididamente romántico, como si se hubiera liberado repentinamente de sus rígidas vestiduras clásicas.



A esta visión colabora sin duda la presencia del lago que lo antecede, hacia donde baja solemne una ancha escalinata, que se sumerge en el agua. El sentido que emana de una gran escalera, que permanece efectivamente inalcanzable por una multitud, resulta emocionante, como todo lo bello cuando además es inútil.


A nuestras espaldas se extiende el parque, en el cual se distingue una gran presencia de agua.



Junto al gran espejo de agua ubicado delante del Museo, se suman otras lagunas menores y arroyos que se sortean con puentes.




Incluso una isla, la Wooded Island, sobreviviente de la Exposición, que contenía los tres pabellones del Japón Esta conserva su aire oriental, convertida hoy en jardín, el Osaka Garden, es también lugar de meditación de estilo oriental. Su original aspecto maravilló al joven Wright, y quizás aquí haya nacido en él su pasión por la cultura japonesa, referencia decisiva de toda su obra. Pasamos frente al delicado puente que introduce en la isla, pero no nos dejamos tentar por el llamado del Oriente y seguimos adelante.


Para llegar a nuestro siguiente punto de interés tuvimos que rehacer parte del camino ya hecho.




Desde la 57th St. tomamos a la derecha por Harper Av., que tiene una plazoleta en el medio, rodeada por viviendas idénticas de dos pisos de altura en ladrillo. Toda esta zona responde al Hyde Park Redevelopment Project, una urbanización realizada bajo la conducción de I. M. Pei. a fines de los años ’50, con el fin de retener a la gente en un barrio que había decaído. El plan en este caso, a diferencia de otros, se concentró en actuaciones puntuales, como estas viviendas que vimos, pero no tuvo la intención de cambiar radicalmente la zona. Un excelente ejemplo de urbanística de bajo perfil.


Cuando Harper Av. se corta, continuamos en la misma dirección, más al oeste, por Blackstone Av. Esta también ve su curso interrumpido por la aparición transversal del bloque de los University Appartments, firmados también por I. M. Pei, en el 1961, con la colaboración de Loewenberg architects.



Este edificio, el destino de nuestra caminata, constituye una muestra más de la maestría de este arquitecto incansable. Los dos edificios idénticos, que no superan los diez pisos de altura, se encuentran como en una isla, ya que la 55th St. (la calle por donde más temprano habíamos entrado a la Chicago University) se bifurca para pasar a ambos lados del terreno. 



Ambos volúmenes se encuentran elevados sobre sus columnas y repiten con una insistencia ejemplar el mismo módulo para las cuatro caras de cada uno de ellos.



Así, la misma ventana, con un dintel exquisitamente rebajado, es el único elemento formal que recorre todo el proyecto sin descanso ni claudicaciones.



Unos sencillos halles, que entrevemos detrás de las rejas, y un impecable jardín, acompañan la composición de estas piezas de sencillez y modestia ejemplar.

 

El barrio, más hacia el norte a la altura de la 53th St., será objeto de un gran desarrollo que ya está siendo construido, que contempla un polo comercial, de esparcimiento y de oficinas. La guía de este proyecto, llamado Harbour Court, está a cargo del estudio de Chicago HPA, Hartshorne Plunkard Architecture, y recibe el apoyo de la University of Chicago. Es uno de los grandes emprendimientos de la ciudad, pero se deberá esperar todavía algunos años para poder verlo.

Con este final, decidimos ya emprender el retorno, atravesando nuevamente por debajo de las vías del tren elevado para ingresar algunas cuadras en el elegante East Hyde Park, donde tomamos el colectivo de regreso.



Este fue de todos modos un viaje ilustrativo, ya que a poco andar pasamos bordeando y pudimos atisbar algo del elegante barrio residencial de Kenwood.



 Superado este, el recorrido tomó decididamente hacia la costa para completar el trayecto por South Lake Shore Drive, que –por suerte para nosotros– estaba bastante cargado de tráfico. 



Volvimos a encontrarnos con el gigantesco Mc Cormick Place, y pudimos ver esta vez su edificio original, ahora llamado East Building. Construido en 1971, en reemplazo de su predecesor incendiado, fue proyectado por C. F. Murphy, siguiendo los lineamientos planteados por Mies van de Rohe. Se trata en realidad de un Mies en gran escala, como si se hubieran multiplicado las dimensiones del Crown Hall, para producir la mayor superficie libre para las exposiciones. La sobriedad del modelo salva la estructura, ya que las operaciones de abrupto cambio de escala suelen ser catastróficas. Hoy en día, el edificio parece perimido para su uso al punto que se ha llamado a un concurso para discutir sobre su destino. El proyecto ganador propuso convertirlo en una ruina a cielo abierto.

Apenas superado el complejo de Mc Cormick Place, sobre la izquierda nos llama la atención un complejo de dos torres, sobre todo por una especie de sobre cuadrícula muy colorida que se sobrepone a la caja de vidrio. El llamativo efecto tiene a mi juicio un resultado dudoso, ya que luce demasiado artificial, imponiendo una regla que la totalidad del edificio soporta con dificultad. Averiguamos más tarde que el proyecto pertenece a los muy activos Pappageorge & Haymes, que parecen haberse apropiado de todos los proyectos de la zona de la ciudad. Estos edificios responden al nombre de Museum Park Place, y si bien terminados hace relativamente poco, parecen pertenecer a la década del ’80, donde el cuadrado dictaba la moda.

Una sorpresa más iba a tener nuestro regreso por el South Lake Shore Drive, la aparición en dirección del lago del muy extraño Soldier Field, el estadio de los Chicago Bears, una de las pasiones ciudadanas. Construido a principio de los años ’20 en un estilo clásico no del todo feliz en sus proporciones por Holabird y Roche, fue totalmente remodelado en 2003. El nuevo proyecto fue encomendado a dos estudios, Lohan Caprile Goettsch se encargó del master plan, mientras que el estudio de Boston Wood +Zapata fue el que lo diseñó.



El proyecto se decidió por mantener parte de la estructura original, sobre todo el pórtico greco-romano, agregándole sobre este una nueva y gigantesca estructura de acero color plata. El resultado, que intentó el diálogo por oposición de ambas estructuras, recibió muchísimas críticas.



La tensión entre ambas estructuras puede resultar demasiado, como si un ovni hubiera descendido en una improbable Atenas de Pericles. Uno de los arquitectos responsables llamo a la calma a sus críticos más acérrimos argumentando que el original Soldier Field tampoco era el Partenón.


El colectivo abandonó finalmente la costa del lago para tomar el trayecto conocido por la Michigan Ave. Antes pudimos ver el Field Museum of Natural History, otra enorme estructura diseñada en formas clásicas por Daniel Burnham, en 1921, que, junto con el Shedd Aquarium y el Adler Planetarium, conforman el Museum Campus, una de las estructuras más grandes del mundo dedicada a las ciencias naturales. Pero también esta vez, como nos ocurrió en New York, tuvimos que dejar  la ciencia para una siguiente ocasión.

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