viernes, 26 de julio de 2013

GÓTICO PAMPEANO

Fue Aristóteles quien preguntó en su Metafísica por qué había algo en vez de nada. Esa pregunta lanzada a correr en la historia resuena aún en la metafísica, y en la física, ya que se le puede adjudicar a cualquier objeto del universo. 



Y resonó ayer cuando me encontré frente a la Basílica de Luján: por qué existe esto, este prodigio gótico, antes que la pampa indiferenciada que lo precedió. Porque el gótico es verticalidad que, como nunca, destaca en medio de este paisaje que es horizontal en sentido esencial, es decir compuesto fundamentalmente de horizonte.


El gótico es un estilo nacido en la urbanidad, en las entrañas de aquello que fue la gloria del Medioevo: la ciudad. Sus arbotantes y pináculos se alzaban en las plazas y eran el orgullo de los ciudadanos. También aquellas torres eran una declaración de principios frente a las otras torres del príncipe. Servían para recordarle a este la presencia de otro Señor al cual él también debía someterse. La catedral gótica era una empresa común y su construcción era una alabanza a Dios y también una advertencia a los poderes terrenos.


Pero qué hay de todo esto en esta gigantesca mole erguida en medio de la nada. Luján nada sabe de las discusiones y tensiones que en el Medioevo precedieron a las grandes catedrales. Ignora las intrigas de obispos y señores, y las pujas ciudadanas que acompañaban sus construcciones a lo largo de los siglos.


Luján surge por el decreto expresado en la terca voluntad de una pequeña imagen de terracota, que allí quiso quedarse, en la ausencia total de accidentes.


Solo un camino, y a lo lejos un pequeño río que corría entre sauces y matorrales. 


Aquí, en este lugar indiferenciado, sin otra razón que Su querer.



Hoy poco se ha perdido de esa original extrañeza, ya que la Basílica parece flotar en el horizonte sin tener en cuenta a sus achaparrados vecinos. Permanece incólume al final de una perspectiva barroca lograda esforzadamente con el recurso de unos pobres arcos y delante una plaza tan seca como anónima. El entorno está condenado a sucumbir inexorablemente ante este prodigio, al punto que se añora la pampa del origen.


Hasta el Cabildo colonial, de un estilo por lo menos auténtico, se anula ante la majestuosa presencia de este improbable gótico pampeano. La delicada mole consigue parecerse más a una aparición que a la esforzada construcción que es y que se prolongó por más de cuarenta años.


No cabe duda de la inteligencia de quienes la proyectaron, sobre todo una vez que se decidió por el gótico. Atentos a la realidad y al bolsillo, fue sabia la elección de un estilo arcaico, más cercano al de la parisina Notre Dame que a otras fantasías  tardías más floridas y costosas. Este camino, distinto al elegido por el otro gran portento gótico de nuestra tierra, la catedral de La Plata, mantuvo siempre el edificio en una férrea unidad.


Su aspecto severo y la cohesión del estilo en todas sus partes, desde la arquitectura a la decoración, es su mayor mérito. Una severidad que se ve felizmente suavizada por el magnífico color rosado de la piedra entrerriana, que la luz del atardecer vuelve mágica.


El interior mantiene las premisas de su aspecto externo, con sencillas bóvedas de crucería sin caer nunca en excesos. Los pilares adoptan una solución intermedia, interrumpiendo su continuidad, pero sin llegar a ser una columna como en su modelo francés y los límpidos vitrales traídos de Bourdeaux completan el paisaje gótico.


Los peregrinos se suceden y completan la escena con un fervor que quizás otras catedrales de estilo más puro seguramente envidian. Ellos nada saben de anacronismos, esta es la casa de su Madre.


Lamento solamente que la imagen de la Virgen se encuentre al costado del altar y no en su camarín. Seguramente habrá razones pastorales que no discuto, pero su desplazamiento le quita toda fuerza simbólica al edificio. La Basílica existe solo por la voluntad de esa imagen, y su posición en el centro del espacio le da sentido a eso que, sin ella, sería un absurdo. Aunque un absurdo es en verdad, este edificio, que solo en la fe sustenta su razón. 


Esta vez la pregunta de Aristóteles tiene una respuesta sencilla: ¿por qué existe esto y no en vez la ilimitada pampa? Solo por Ella.    



3 comentarios:

Magda Revetllat dijo...

Bello post, Paris.

Abel Della Costa dijo...

Gracias, estupendo post

La herida de Paris dijo...

GRacias Abel, un lujo tener el comentario, elogioso además, de un teólogo.
Saludos.