miércoles, 15 de enero de 2014

WASHINGTON DC CRÓNICAS III

Día 03 (domingo) – THE EMBASSY ROW


La mañana nos recibió con una lluvia persistente y, tal como lo habíamos decidido el día anterior, empezamos por la misa. Nos dirigimos, remontando la 19th St. en una ciudad más  desierta que de costumbre, hacia la sede arzobispal de las ciudad: St. Matthew the Apostle.
Antes de llegar a destino, a la altura de la omnipresente Pennsylvania Av., nos cruzamos con la serie de edificios dedicados a la economía mundial. El más antiguo de ellos, y para nosotros el más célebre, es el International Monetary Fund, más conocido como FMI. Su imagen familiar responde a un proyecto de la década del ’70 de Vincent Kling, en impecable estilo brutalista, como ya señalamos, uno de los más usados en la ciudad.

Frente a este, la sede del World Bank Headquarters, también más conocido por nosotros como Banco Mundial, que retoma algunos elementos de su vecino. Está resuelto en un estilo más internacional y menos adusto. Las amplias superficies vidriadas apelan a señalar el deseo de transparencia de esta institución, muchas veces discutida. El proyecto tiene la firma de KPF, modelo de eficiencia técnica, y fue terminado en los 90. Por último, para completar la trilogía de edificios dedicados a la banca mundial, sobre Pennsylvania St. se encuentra la segunda sede del FMI, esta vez recientemente realizada por I. M. Pei.

Apretamos el paso para llegar a tiempo, remontando la 19th St. hasta la intersección con la M St. Allí, luego de un breve giro a la derecha, ya aparece el perfil de la iglesia, ubicada sobre la diagonal Rhode Island Ave. El exterior es bastante austero, realizado mayormente en ladrillo visto, que deja su lugar a la piedra solamente en el plano inferior. Por el contrario, el interior resplandece en mosaicos y en mármoles vivamente coloreados. El edificio tiene un estilo híbrido que se acerca al bizantino y se desarrolla a partir de una planta de cruz latina con cúpula central. El proyecto es de los expertos en arquitectura eclesiástica Heins & LaFarge y la obra culminó a principios del siglo XX.

Terminada la misa, rezada en riguroso latín, retomamos el camino desde la esquina de la Catedral por Connecticut Ave, en dirección del Dupont Circle. Este, uno de los tantos nodos circulares planteados en el plano de L’Enfant, nombra toda la zona que lo rodea. El área tuvo un desarrollo tardío y se fue consolidando como zona residencial a principios del siglo XX, combinando casas de estilo en hilera con importantes mansiones. Hoy en día es reconocido por albergar la comunidad gay, convirtiéndose en un barrio de culto y de movida cultural. En el ángulo noreste, en el número 15, sobresale la Patterson House, única en pie de las que originalmente rodeaban el círculo. Proyectada por los prestigiosos McKim Mead & White, en un vivaz estilo italiano, fue el centro de la vida cultural y mundana de la ciudad  por más de 30 años, desde los años 20.


Desde el Dupont Circle hacia el noroeste seguimos por Massachusetts Ave, más conocida por Embassy Row, porque a ambos lados se disponen las embajadas de la mayoría de los países del globo. Muchas de ellas, sobre todo en la primer parte del trayecto, se ubican dentro de mansiones, mientras que más alejadas del Dupont Center hay construcciones nuevas,  levantadas especialmente para ese fin.

Una cosa curiosa es que la relación entre el tamaño de los inmuebles y la importancia de los países que albergan no es al menos la que uno espera. Apoyando este comentario, ya en la primera cuadra sobre mano izquierda tenemos a Portugal alojado en un humilde edificio y al lado la espléndida Embajada de Indonesia. Este tiene un particular estilo francés que se entona con sugerentes curvas que lo acercan al barroco, dando como resultado un edificio tan impactante como personal. Fue construido entre 1901 y 1903 por el magnate de la minería Thomas Walsh para su hija Evalyn, quien posteriormente se casó con el dueño del Washington Post.



Llegados a la esquina de la 21th St., abandonamos la avenida para tomar a la derecha hasta la Phillps Collection, cuyo edificio asoma en la esquina. Es una casa importante, pero no ostentosa, y de una sobria belleza. Está íntegramente revestido en ladrillo, y tiene una singular volumetría con elementos redondeados que rematan con una mansarda. La casa, construida en 1897, fue la residencia de Duncan Phillips, dueño de la colección que aquí se exhibe. En 1930, la familia se mudó, dejando la casa exclusivamente para albergar la colección, a la que posteriormente se fueron agregando otras construcciones vecinas. Finalmente, en 2006 se realizó una gran remodelación que la convirtió en un museo, aumentando la superficie, pero sin perder su carácter residencial.


La Phillips Collection resultó ser el perfecto contrapunto de la experiencia de ayer, la National Gallery. En este caso, se trata de una colección de un tamaño más manejable, aunque de una calidad difícil de superar. El museo en sí mismo resulta algo laberíntico, pero eso no es demasiado inconveniente para el disfrute. Hay una gran cantidad de artistas, de entre fines del siglo XIX y mediados del XX, pero de cada uno de ellos hay pocas obras, aunque todas de gran valor. Solo es posible hacer una breve reseña, eligiendo algunas obras de las que más nos impactaron.


Una primera mención merece sin duda las obra más preciada del museo, Luncheon of the Boating Party, un clásico de Renoir. La tela de importantes proporciones tiene la particularidad de retratar con enorme eficacia el ambiente festivo que rodea una típica sobremesa de amigos. Esta se sugiere súbitamente en el visible desarreglo en que se encuentra la mesa, que muestra que sobre ella ya se ha comido y en abundancia. Alrededor de ella se ubican con extraordinaria naturalidad los personajes, todos amigos reconocibles del pintor, que mantienen una animada conversación y entrecruzan miradas que cargan de intensidad el espacio de la pintura. Renoir me parece el más eficaz de los impresionistas a la hora de representar escenas de la vida cotidiana con personajes en primer plano. El cuadro resulta una versión relajada y simpática del aún más famoso Mouline de la Gallete.

 

En la planta baja, nos quedamos un rato en una sala en doble altura espaciosa que reúne algunos cuadros de la escuela de New York, en su versión tardía. Entre ellos, una de mis debilidades, otra fantástica obra de la serie Ocean Park de Diebenkorn, para ser exactos, el número 38. A su lado, también del mismo autor, Berkley nº 1, similar al anterior aunque sin la misma rigidez compositiva que caracteriza a la serie. La sala también contaba con dos telas de Nicolas de Staël, que tiene en común con Diebenkorn la búsqueda de una síntesis entre paisaje y abstracción, aunque ambos utilicen para ese fin técnicas disimiles. Las obras de de Staël en cuestión están puestas una al lado de otra y hacen un interesante contrapunto también con el color. Los tonos fríos del vertical Le Parc de Sceaux  de 1952 y el horizontal y cálido de Nocturno de 1950.


En las restantes salas de la planta baja se encuentran representados muchos de los grandes pintores del siglo XIX y principios del XX. De cada uno de ellos difícilmente hay más de un par de cuadros, pero todos ellos son de calidad excelente. Evidentemente en este nivel se revela el exquisito gusto  y la sapiencia del propio Duncan Phillips, que fue quien armó con elevado criterio su colección. Realistas como Courbet y Corot, con sendos espléndidos paisajes, dos Van Gogh de árboles retorcidos a los que se suman CezánneMatissePicasso y tantos otros.


También está el famoso  retrato de Elena Povolozky, donde Modigliani suaviza su tendencia a la estilización de la figura para darnos una imagen sólida y enigmática de su amiga, que tantas veces lo sostuvo en la necesidad. Bellísima la composición donde destaca en el centro la pequeña boca roja, sobre el fondo de tonos en oscuros de marrones y azules. Y bello también el detalle del nombre de la modelo escrito con rasgos infantiles.  


No faltan tampoco los surrealistas con Miró con The Red Sun (en la escalera) y The Dream de Chagall con su ángel diagonal que parece alentar el sueño de los enamorados. 


Termino esta serie de pintores europeos con el recuerdo de un Mondriaan que está frente mismo al ingreso, dominado por un cuadrado amarillo y una serie de líneas negras que me recuerdan a una vidriera de Frank Lloyd Wright.


No puedo terminar este sucinto listado sin  también una larga lista de pintores americanos que hay en esta colección. A los ya mencionado pintores abstractos podemos agregar a Hopper, y también a Milton Avery, con su particular realismo, ya muy cerca de la abstracción, como en el caso de Black Sea. Menciono también la presencia femenina de la escuela de New York, Joan Mitchell con August, Rue Daguerre y la siempre maravillosa y fluida Helen Frankenthaler con su Canyon de 1965, y también las rojas montañas de Georgia O’Keefe.



Además de los artistas nombrados, en la colección hay tres a los cuales esta les dedica una atención especial. El primero de ellos es Jacob Lawrence, del que se exponen las 60 obras que componen su serie de 1940: The Migration Series. Lawrence fue uno de los primeros artistas negros en recibir amplio reconocimiento por su obra. Cuando solo tenía 22 años, pintó esta serie sobre la historia de las migraciones de los afroamericanos desde el sur agrícola hacia el norte industrial. El estilo colorido y plano de sus figuras compone un relato que conmueve a partir de su inocencia que no esconde, sino que, por el contrario, revela el drama y el desamparo de sus antepasados. Un relato que fue también denuncia, ya que la obra fue expuesta cuando el racismo, si bien con otras modalidades, estaba aún lejos de haberse mitigado.

El segundo de los artistas destacados por la colección es Paul Klee, que tiene una de las habitaciones del primer piso dedicadas exclusivamente a una decena de sus obras. Las pequeñas telas colgadas en las sencillas paredes crean un clima perfecto para apreciar la sutileza de la pintura de Klee, tan ajena a los rimbombantes museos. Los colores suaves que apenas cubren el fondo son el preludio de esas delicadas asociaciones a que siempre remite la obra del suizo. En este sentido, sobresale el maravilloso Arab Song, metáfora eficacísima del vasto desierto encerrado en un pequeño rectángulo, sin necesidad de recurrir a ningún elemento figurativo. Otros dos Klee de gran belleza –y en cierto sentido complementarios– son Tree Nursery, evocación de la naturaleza domesticada del vivero, y Cathedral, donde el edificio es descompuesto y citado en una intrincada escritura.


 Para el final dejo uno de los puntos más notables de toda esta extraordinaria colección: el Rothko Room. Pocos artistas como Rothko se han preocupado por el modo en que su obra debía ser exhibida. Para él, el espacio circundante era tan importante como la obra misma. En este sentido, es conocida su satisfacción cuando la visitó, en 1961, por el modo en que se presentan en este pequeño espacio reservado las cuatro telas reunidas aquí. Las estrechas dimensiones del cuarto, sumadas a la tenue iluminación, permiten que los colores vibren de manera intensa, comunicando al ambiente un espesor  religioso, que es el que siempre Rothko le asignó a su pintura.


Colocadas cada una en una pared, las pinturas establecen un poderoso diálogo entre ellas. La apagada Green and Maroon de 1953, la primera en ser adquirida, se enfrenta a la dual Green and Tangerine on Red de 1956. En las dos restantes paredes compiten cara a cara, en intensidad, Orange and Red on Red con Ochre and Red on Red, la última en llegar a la colección. Probablemente la visita al Rothko Room es una de las experiencias más gratificantes a las que un amante de la pintura se pueda someter. Seguro que lo fue para mí.


Bajamos la escalera curva del museo para ya retirarnos, pero antes vimos con alegría la solitaria Only, Only Bird de Alexander Calder


Quizás la fama de Calder se deba más a sus estructuras de gran porte, pero es en estas piezas donde, a mi juicio, resulta definitivamente excelso. Realizada con pedazos de finas latas de productos variados, el pequeño pájaro de Calder, con sus finísimas patas de alambre, parece imbuido de una contagiosa alegría, que se transmite inmediatamente a quien lo mire. Con ese espíritu volvimos a la calle.



Con una confianza desmedida en nuestras fuerzas, retomamos el rumbo de la Embassy Row con la intención de remontarla completa hasta la National Cathedral. Sin lugar a dudas esta estaba más lejos (y mucho más alto) de lo que habíamos previsto. De todos modos, comenzamos a remontar la cuesta, dejando de entrada a nuestro paso la estatua de Ghandi, ubicada en la plazoleta triangular frente a la Phillips Collection. 


Apenas más adelante, sobre la misma mano, la soberbia mansión del Cosmos Club, realizada en un brillante estilo francés por Carrére y Hastings. Fue construida como vivienda particular y terminada en 1901, para luego ser adquirida en 1950 por el exclusivo club.

 

 Frente al Cosmos Club, otra gran mansión compite con este en importancia, aunque no en la calidad de la arquitectura. Realizada contemporáneamente a su vecina, la Anderson House tiene un estilo menos convincente, más austero pero que no deja de ser impactante, sobre todo en su emplazamiento. Desde los años 30 es sede de la prestigiosa Society of Cincinnati, fundada a fines del siglo XVIII para alentar los valores de la Revolución Americana. Esta sociedad de rígida composición hereditaria recibió críticas desde el inicio por su marcado corte feudal, distinto a los ideales republicanos que animaban a la naciente sociedad americana. Ligada fuertemente a la masonería, la sociedad proveyó gran parte de la elite de la clase política de los años posteriores a la Revolución.


En la cuadra siguiente, antes de llegar al Sheridan Circle, se suceden otra serie de espléndidas sedes diplomáticas, pero ubicadas en lotes más estrechos. Formando una serie compacta a ambos lados de la avenida, aportan dinamismo con una gran variación de estilos y colores. 

 

Sobresale entre todas la pequeña pero impecable sede de la Embassy of Georgia, en refinadas formas francesas. 


 Más adelante y en el mismo estilo de la anterior, la Embassy of Greece conforma un importante volumen exento que llega hasta la esquina. Fue concluida en 1907 para Hennen Jennings, importante empresario minero que extendió su negocio en Sudáfrica. En el diseño de la fachada se destaca el módulo central resuelto con proverbial fineza.



El Sheridan Circle, uno de los tantos nodos circulares típicos de esta ciudad, tiene una importante estatua ecuestre que recuerda a este héroe de la Guerra Civil. La estatua tiene la particularidad de estar emplazada sobre un basamento bajo, lo que permite tener una visión muy próxima de la misma.


El tramos siguiente de la Embassy Row se compone de otra natural seguidilla de mansiones, esta vez ubicadas sobre lotes más generosos, lo que da lugar a edificios que se presentan aislados unos de otros. Detrás del costado derecho de la avenida, se despliega Kalorama Heighs, uno de los barrios residenciales emblemáticos  de la ciudad. La margen izquierda en cambio tiene la particularidad de ser continua ya que los fondos de los edificios terminan contra una fuerte pendiente. Detrás de esta se extiende el amplio parque que contiene al Oak Hill Cemetery.

El primer edificio que surge, sobre la mano derecha de Massachusett Ave., es la Joseph Beale House, actualmente residencia del embajador de Egipto. La casa, obra de Glenn Brown, uno de los arquitectos más activos de la zona, destaca por la presencia de una importante “serliana” en la fachada. Más adelante advertimos la poderosa estatua en bronce de San Jerónimo y detrás de ella la prolija fachada de la Croatia Embassy, tierra de donde era originario el autor de la vulgata.


Dos edificios llaman nuestra atención: la Japan Embassy, que se compone de dos construcciones bien distintas, ubicadas sobre la mano izquierda. La primera es una mansión de estilo georgiano proyectada por Delano & Aldrich, con sutiles citaciones de arquitectura japonesa. La segunda construcción, de 1986, es de estilo moderno, pero también tiene algunas referencias que me hicieron pensar en Tadao Ando. El otro edificio singular, ubicado en la verdea de enfrente del anterior, es el Islamic Center, uno de los más grandes de occidente. Contiene una mezquita y fue inaugurado en 1957, y respeta en su aspecto las clásicas formas de la arquitectura islámica.



Dejada atrás la línea de este último edificio, la Massachusetts Ave se convierte en un puente que pasa sobre el Rock Creek Park, que pasa varios metros por debajo. El paisaje se vuelve abruptamente agreste y cambia totalmente la atmósfera una vez que se atraviesa el puente. Sin embargo, lo que no varía es el sucederse de sedes diplomáticas, aunque estas ahora aparecen dispuestas en un enclave del todo natural. Lo que también cambiará es el estilo de las embajadas, quedando atrás los lineamientos clásicos para dar lugar a los dictados de la arquitectura contemporánea.



La primera de las embajadas que aparece, a mano izquierda y algo retirada de la Massachusetts Ave, es la Italian Embassy. Una enorme estructura cuadrada de ladrillo blanco, interrumpida por una diagonal vidriada. El proyecto de 1996, de Sartogo Architetti, en realidad responde más a una estética de los 80.  Me recordó a las arquitecturas de Aldo Rossi, por su insistencia en el cuadrado y también por la citación renacentista presente en el poderoso cornisón. En definitiva, se trata de un posmodernismo que luce algo trasnochado.

Mucho más acertada es la presencia de la Brazilian Embassy, que se compone de dos edificios. El primero de ellos es una fantástica villa italiana conocida como Mc Cormick Villa, y diseñada en 1908 por el siempre impecable John Rusell Pope


Detrás del edificio está la Cancillería del maestro Olavo Redig de Campos, realizado en 1971 en la mejor tradición del modernismo brasileño. Un elegante prisma vidriado de vidrio espejado, que parece flotar serenamente sobre el jardín.



Un poco más adelante, siempre del mismo lado, hace su aparición la United Kingdom Embassy, que tiene la singularidad de ser la primera en emplazarse en la zona y de ser también una de las que mayor espacio ocupa. Se compone de tres edificios, donde sobresale la Residence Building, proyectada nada menos que por Sir Edwin Lutyens, uno de los arquitectos ingleses más grandes de todos los tiempos. Fue construida en los años veinte y tiene la prestancia del particular estilo de su creador, con su proverbial libertad para el tratamiento del lenguaje clásico. El complejo se completa con un sobrio y bien logrado edificio en ladrillo de la década del 60, que absorbe la Cancillería.

Superado el complejo de edificios británicos, la avenida toma la forma del amplísimo círculo que encierra el Naval Observatory, del que, lejano en el centro, nada se observa. La vereda opuesta está ganada por un espeso bosque. 



Justo cuando el largo trayecto, y una fina lluvia, comenzaron a poner en duda nuestro recorrido una última embajada lo justificó. Se trata de la Finland Embassy, que aparece en un abra del espeso bosque, en un paisaje que uno puede sin esfuerzo imaginar como finlandés. También mi imaginación me hace creer firmemente la imposibilidad de que en Finlandia exista un edificio que no responda a la perfección. Difícilmente alguna vez podré verificarlo y, hasta tanto lo compruebe, seguiré creyéndolo.



En este caso, la finísima pieza de arquitectura nórdica, que alimenta mi fe, es obra de Markku Komonen y Mikko Heikkinen y fue terminada en 1994. Ambos arquitectos totalmente desconocidos para mí, reafirman posteriormente su valor en su página web. El edificio es un prodigio de diseño moderno, donde se suceden planos que repiten una cuadrícula que se materializa en distintas formas. 


A pesar del rigor geométrico es tal su liviandad que termina por fundirse con naturalidad con el bosque. Nos acercamos a la fachada justo lo necesario para espiar algo del interior, dominado por una mágica escalera curva.



Antes de terminar de rodear el arco de círculo, quedan dos embajadas más, que se alojan en sendos palazzos de estilo renacentista romano. El primero de ellos, de formas algo heterodoxas, corresponde a la Nunciatura Apostólica o bien Vatican Embassy; el segundo, de correcto estilo clásico, es la Norway Embassy. Ya a esta altura empezamos a tener atisbos de nuestro destino final, la Catedral Nacional. Sin embargo, antes de llegar a sus pies, nos quedaba todavía la empinada subida.


Este tramo final, donde se recuperó algo de urbanidad, estuvo acompañado, siempre a nuestra derecha, por la presencia de Saint Sophie, la Catedral de rito griego. Construida en los años 50, tiene importantes dimensiones y está coronada por una cúpula bizantina que remite a su homónima de Constantinopla. 



Cruzando la calle, comienza el St Albans School, una de las instituciones educativas más prestigiosas de la ciudad, fundada en 1909. El grupo de edificios, en estricto estilo gótico, prepara de alguna forma la llegada de la imponente Catedral a sus espaldas. Sin embargo, lo más impactante lo constituye la brillante y muy reciente intervención llevada a cabo por SOM, conocida como Marriott Hall. Un puro prisma rectangular y horizontal que enhebra con consumada elegancia distintos volúmenes góticos. La convivencia entre ambos estilos está resuelta de manera magistral y se suaviza con elementos de piedra que amalgaman a la perfección el conjunto. Una lección más de este estudio que parece contar con recursos inagotables.


Finalmente, luego de la larga travesía, llegamos frente a la Washington National Cathedral, que realmente impresiona por su tamaño y también por la severa corrección de su gótico, bastante simplificado pero efectivo. 



El templo perteneciente a la Iglesia Episcopal, es decir a la iglesia nacional americana, fue pensado como centro religioso para toda la Nación, aunque su ubicación tan geográficamente alejada del poder político, manifiesta claramente la intención de mantener separadas ambas esferas. Su ubicación actual no fue la que originalmente pensara L’Enfant, que la situaba donde actualmente está el Smithsonian American Art  Museum.


Su construcción fue iniciada en 1907 y se prolongó durante casi un siglo, como las célebres catedrales góticas del pasado. Lamentablemente, el interior estaba siendo reparado, con lo cual una red a la manera de cielorraso impedía observar la altura de la nave, que es el alma del gótico. 



De todos modos, pudimos observar los detalles del interior, resueltos con justeza y calidad, aunque sin poder evitar transmitir una cierta impresión mecánica. Evidentemente, hacer gótico en el siglo XX plantea algunos límites. 



Nos quedamos un rato en el exterior de la iglesia, donde se realizaba una curiosa celebración que consistía en una bendición de mascotas. La visible emoción de los dueños nos dejó algo perplejos.


Luego de un breve descanso, emprendimos el regreso a paso vivo, ya que el tiempo disponible antes de tomar el vuelo de regreso no era demasiado. Comenzamos entonces a descender por Wisconsin Ave, atravesando un algo desaliñado barrio residencial conocido como Mount Alto. Antes de que la avenida cambiara de dirección, dejamos a la derecha las oficinas de la Russian Embassy. El edificio, que recuerda por su apariencia los años de la guerra fría, fue diseñado por el célebre arquitecto soviético Mikhail Posokhin, autor de muchos edificios emblemáticos de la Moscú estalinista. Su construcción se realizó durante gran parte de la década del 70 y se concluyó totalmente poco antes de que la URSS desapareciera.

Más adelante, siempre sobre la derecha, aparece el claro del Holly Rood Cemetery, un pequeño cementerio católico, que en su abandonado conserva un aire romántico. 



Detrás de este, hacia el sur, se encuentra la Georgetown University, una de las más grandes y prestigiosas universidades católicas del país, a la que lamentablemente no nos pudimos asomar siquiera ya que el tiempo nos apremiaba. Fundada por los jesuitas a fines del siglo XVIII, es también la más antigua de  la Orden en Estados Unidos. El campus, como el de muchas otros universidades americanas, combina con acierto una original base de edificios de estilo neogótico con construcciones modernas, algunas muy recientes.


Muy a pesar nuestro tuvimos que seguir a paso firme, ya que el tiempo en esta ciudad se había terminado para nosotros. Atravesamos por última vez el barrio de Gerogetown por M St. que se veía muy distinto que en la noche anterior. 


Solo quedó recoger el equipaje en el hotel, caminar hasta el Metro y desde ahí al aeropuerto, para poner fin a nuestra breve, pero muy intensa, visita a Washington.





3 comentarios:

Mari Pops dijo...

Interesante y cierto lo de Rothko sobre que le era muy imporrtante quedar satisfecho respecto a cómo y en qué entorno quedaban colgadas sus obras . Así, su descontento cuando visitó el Restaurant Four Seasons de NY donde se esperaban sus famosos Seagram murales. El lugar le parecio pretencioso y por eso rechazó cumplir con la entrega

Mari Pops dijo...

Amo su pintura y lo que en mí provoca

Saludos Opi y un placer leer y viajar desde mi escritorio con un te

La herida de Paris dijo...

mary gracias por acompañarnos con tu lectura en este viaje, y por tus comentarios siempre estimulantes.
Saludos.