KAZIMIR MALEVICH. Retrospectiva colección State Russian Museum (San Petersburgo).
Fundación Proa (Buenos Aires), 11 de septiembre al 11 de diciembre 2016.
Si se
recorriera la muestra de Malevich en PROA en sentido inverso al propuesto por
la curadora, nos encontraríamos ante una muestra excelente. Sin embargo, lo que
resulta sorprendente, y transforma la muestra en algo extraordinario, es
hacerlo tal como se nos propone. Es
decir, según una estricta cronología.
Las
historias, sean de artistas o de santos, parecen recorrer siempre un camino de
desprendimiento, que progresivamente va de lo material hacia lo espiritual. El
artista y el santo avanzan despojándose, en ruta hacia un encuentro con lo
esencial. Por poner un ejemplo de los primeros basta pensar en Kandinsky o en
Mondriaan, para los segundos sobran los casos, pero con nombrar a Francisco de
Asís es suficiente como muestra. Este camino, por otra parte, no es otro que el
del arte como Historia, recorrido desde el realismo figurativo, conquistado
esforzadamente en el Renacimiento, hacia la moderna abstracción.
Cruz negra, ca. 1923, óleo s/tela.
Lo
curioso y extremadamente valioso de Malevich es que precisamente es de los
pocos, sino el único, que ha recorrido el camino inverso. Visitar su obra es
una experiencia propia de un tiempo invertido, donde el futuro nos aparece
tempranamente y el pasado nos despide al final del recorrido.
Kazimir Malevich (Kiev, 1878 - Leningrado, 1935), creador del suprematismo,
uno de los movimientos de la vanguardia rusa del siglo XX.
Su obra
emblemática, el famoso cuadrado negro y sus poderosos escuderos adláteres, se
nos presentan súbitamente, luego de algunos ensayos que se muestran en la primera
sala, que en nada hacían prever la imponente aparición de este tríptico
arrasador. Ellos son, como siempre se ha reconocido, una revolución abismal en
la historia de la pintura. Poder observarlos directamente regala la sorpresa
que encierran las obras maestras, que siempre son más que su fama.
Su obra abstracta más emblemática (la cruz, el cuadrado y el círculo negros).
La textura de la superficie negra del cuadrado y el fondo blanco donde se descubre la pincelada sutil alejan la obra de toda significación mecánica. Es notable cómo es capaz de emocionar, un efecto que supongo excede, e incluso contradice, las intenciones del artista.
Cuadrado negro, ca. 1923, óleo s/tela.
Sin
embargo, la dificultad mayor no fue sin duda para Malevich llegar hasta allí, cosa
que parece haber alcanzado fruto de una inspiración súbita, sino, por el
contrario, seguir adelante. Continuar implicaba el esfuerzo supremo de hacer
girar el tiempo en sentido inverso. Me recuerda a aquel viejo Superman
ciclópeo, empujando la tierra al contrario, para recuperar a su amada Luisa
Lane. Algo así de prodigioso es el andar de Malevich, que vuelve sus pasos a la
figuración radicalmente negada. Continuar después de alcanzar esa cumbre
sublime, que en definitiva se le reveló estéril.
La sala
siguiente repleta de campesinos multicolores, sin rostros, da cuenta de este
regreso, hecho pausadamente. Los nuevos motivos, sin embargo, no olvidan la
memoria de las geometrías certeras del suprematismo heroico, prontamente abandonado.
De todos modos, es un regreso sin olvido, un homenaje que no esconde sus raíces
ni sabe de remordimientos.
Cabeza de campesino, 1928-1929, óleo s/tela (detalle).
La caballería bolchevique, que galopa roja a lo lejos
en una tela de coloridas líneas abstractas superpuestas, es una síntesis
perfecta y emocionante, en la mitad del trayecto.
Ejército rojo, ca. 1932, óleo s/tela (detalle).
Luego de los maravillosos trajes de la planta superior, la muestra cierra con un autorretrato singular.
Tres de los veinte trajes que Malevich confeccionó
para la obra de teatro La victoria sobre el sol,
realizada en 1913 junto a Maiakovski y Kruchenij.
La figura que mira de frente parece pintada por un
artista del renacimiento, podría ser un Bronzino, si no fuera por algunas límpidas
geometrías, que son como un guiño cómplice. Malevich, al final de su recorrido
de temporalidad negativa, nos coloca de nuevo en el futuro, con una fina ironía
posmoderna.
Autorretrato ("Artista"), 1933, óleo s/tela.
1 comentario:
Hola Opi, realmente me encantan tus reflexiones sobre las letras del flaco. Quisiera ponerme en contacto con vos porque me gustaría comentarte sobre una idea que estamos armando con unos amigos músicos de acá en La Plata. Real mente no sé como contactarte. Gracias. Mi mail es tatogramaje@gmail.com. Saludos. Tato
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