lunes, 10 de octubre de 2016

Malevich y Superman

KAZIMIR MALEVICH. Retrospectiva colección State Russian Museum (San Petersburgo).
Fundación Proa (Buenos Aires), 11 de septiembre al 11 de diciembre 2016.

Si se recorriera la muestra de Malevich en PROA en sentido inverso al propuesto por la curadora, nos encontraríamos ante una muestra excelente. Sin embargo, lo que resulta sorprendente, y transforma la muestra en algo extraordinario, es hacerlo tal como se nos propone.  Es decir, según una estricta cronología.

Las historias, sean de artistas o de santos, parecen recorrer siempre un camino de desprendimiento, que progresivamente va de lo material hacia lo espiritual. El artista y el santo avanzan despojándose, en ruta hacia un encuentro con lo esencial. Por poner un ejemplo de los primeros basta pensar en Kandinsky o en Mondriaan, para los segundos sobran los casos, pero con nombrar a Francisco de Asís es suficiente como muestra. Este camino, por otra parte, no es otro que el del arte como Historia, recorrido desde el realismo figurativo, conquistado esforzadamente en el Renacimiento, hacia la moderna abstracción.


Cruz negra, ca. 1923, óleo s/tela.

Lo curioso y extremadamente valioso de Malevich es que precisamente es de los pocos, sino el único, que ha recorrido el camino inverso. Visitar su obra es una experiencia propia de un tiempo invertido, donde el futuro nos aparece tempranamente y el pasado nos despide al final del recorrido.

Kazimir Malevich (Kiev, 1878 - Leningrado, 1935), creador del suprematismo,
uno de los movimientos de la vanguardia rusa del siglo XX.

Su obra emblemática, el famoso cuadrado negro y sus poderosos escuderos adláteres, se nos presentan súbitamente, luego de algunos ensayos que se muestran en la primera sala, que en nada hacían prever la imponente aparición de este tríptico arrasador. Ellos son, como siempre se ha reconocido, una revolución abismal en la historia de la pintura. Poder observarlos directamente regala la sorpresa que encierran las obras maestras, que siempre son más que su fama.

Su obra abstracta más emblemática (la cruz, el cuadrado y el círculo negros).

La textura de la superficie negra del cuadrado y el fondo blanco donde se descubre la pincelada sutil alejan la obra de toda significación mecánica. Es notable cómo es capaz de emocionar, un efecto que supongo excede, e incluso contradice, las intenciones del artista.

Cuadrado negro, ca. 1923, óleo s/tela.

Sin embargo, la dificultad mayor no fue sin duda para Malevich llegar hasta allí, cosa que parece haber alcanzado fruto de una inspiración súbita, sino, por el contrario, seguir adelante. Continuar implicaba el esfuerzo supremo de hacer girar el tiempo en sentido inverso. Me recuerda a aquel viejo Superman ciclópeo, empujando la tierra al contrario, para recuperar a su amada Luisa Lane. Algo así de prodigioso es el andar de Malevich, que vuelve sus pasos a la figuración radicalmente negada. Continuar después de alcanzar esa cumbre sublime, que en definitiva se le reveló estéril.

La sala siguiente repleta de campesinos multicolores, sin rostros, da cuenta de este regreso, hecho pausadamente. Los nuevos motivos, sin embargo, no olvidan la memoria de las geometrías certeras del suprematismo heroico, prontamente abandonado. De todos modos, es un regreso sin olvido, un homenaje que no esconde sus raíces ni sabe de remordimientos.

Cabeza de campesino, 1928-1929, óleo s/tela (detalle).

La caballería bolchevique, que galopa roja a lo lejos en una tela de coloridas líneas abstractas superpuestas, es una síntesis perfecta y emocionante, en la mitad del trayecto.

Ejército rojo, ca. 1932, óleo s/tela (detalle).


Luego de los maravillosos trajes de la planta superior, la muestra cierra con un autorretrato singular.

Tres de los veinte trajes que Malevich confeccionó 
para la obra de teatro La victoria sobre el sol,
realizada en 1913 junto a Maiakovski y Kruchenij.

La figura que mira de frente parece pintada por un artista del renacimiento, podría ser un Bronzino, si no fuera por algunas límpidas geometrías, que son como un guiño cómplice. Malevich, al final de su recorrido de temporalidad negativa, nos coloca de nuevo en el futuro, con una fina ironía posmoderna. 

 Autorretrato ("Artista"), 1933, óleo s/tela.

1 comentario:

Tg dijo...

Hola Opi, realmente me encantan tus reflexiones sobre las letras del flaco. Quisiera ponerme en contacto con vos porque me gustaría comentarte sobre una idea que estamos armando con unos amigos músicos de acá en La Plata. Real mente no sé como contactarte. Gracias. Mi mail es tatogramaje@gmail.com. Saludos. Tato