domingo, 17 de agosto de 2008

Post Spinoza

Leí Spinoza antes de conocer su historia. Fui directo a la Ética, por recomendación de un amigo, que por esas cosas de la vida, ya no lo es más. De todos modos esa recomendación basta para perdonarlo. En aquel entonces, por alguna razón que no puedo explicar, era inhallable. A veces sucede que ciertos libros desaparecen por un tiempo. Me pasó también con La guerra y la paz, que tuve que leer de prestado, y recién pude conseguirla cuando ya la había terminado. Finalmente, alguien me trajo de Italia una hermosa edición: Etica, dimostrata con metodo geometrico y arranqué en la lengua del Dante.

Pocas cosas parecen, a primera vista, acoplarse con tanta dificultad como la ética y la matemática. Se trata de un claro ejemplo de algo inapropiado, algo así como llamar a un gato con silbidos, como magistralmente ejemplifican “Los redondos”. Esa dificultad impregna todas las páginas, sobre todo por que aparece como una ascesis impuesta con un rigor desmedido por lo inútil. Sin embargo, ese esfuerzo tiene un sentido oculto y profundo. Sueña el sueño de Descartes, el de la precisión, clara y distinta. La desorbitada utopía de poder reducir la vida a una seca exactitud numérica, a la que como en un altar todo se sacrifica.


Lo que de aquí surge es una ética, pero es también mucho más, es un Universo entero, una metafísica, en definitiva. El título es de aquellos que enuncian menos de lo que entregan, por humildad o por mera estrategia contra la censura, o probablemente por ambas cosas a la vez. Cualquiera sea el motivo, reconforta lo que da más de lo que promete.

Lo que da a luz Spinoza, recubierto de sus vericuetos de lenguaje euclidiano, es un organismo de proporciones gigantescas al que se puede llamar tanto Sustancia como Dios, da lo mismo. Así como el hombre es una unidad compuesta de infinitas partes de diversa jerarquía, la Sustancia-Dios es un organismo que comprende todo el Universo. Para intentar comprender su sistema es por lo tanto necesario realizar un abrupto cambio de escala, e imaginar este cuerpo tal como una célula podría imaginar el nuestro. Vive en Spinoza un Agustín desquiciado, ya que la participación entre Creador y criatura que propone el africano se anula para fundirse en la Sustancia única.

Sin embargo, este panteísmo adormilado presentado con rigor geométrico, si bien impresiona, no constituye lo que despertó en mí la pasión por Baruch. Lo que realmente es inaudito es que dentro de ese organismo haya un lugar para la ética. Una vez reducido el hombre a una célula, de haberle quitado la libertad y de haberlo condenado a ser organismo secundario, irrumpen, inesperados, los afectos y a partir de ellos reaparece el entusiasmo. El hombre se transforma en una potencia expansiva capaz de establecer relaciones y cadenas que aumentan su capacidad de ser, lo que bellamente se llama “conatus”. La teoría de los afectos es, como toda buena ética, una práctica de aplicación sencilla y cotidiana, que ciertamente ayuda a vivir mejor. Al menos conmigo funciona así.

Leer a Spinoza es, de alguna manera, hacer experiencia de esa expansión de nuestro propia persona, para lo cual es ineludible relacionarnos con los otros. Es una perdida de hostilidad y una ganancia en confianza en el hombre. Un ejercicio saludable en tiempo de desconfianza. Una verdadera enseñanza, porque además nos es regalada por alguien que fue perseguido y maldito. Que alguien así conservara la fe en las posibilidades de sus semejantes es lo más grandioso de su obra. Una filosofía tejida a contramano de su vida, y hecha posible gracias al sabio lema tallado en el reverso de su anillo: “caute”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

NO MAS DISCRIMINACIÓN:

www.nodiscriminacion.tk

La condesa sangrienta dijo...

No he leído a Spinoza pero me quedo con su confianza en el hombre y con el entusiasmo, que es Dios en medio de las cosas.

Estrella dijo...

Tampoco leí a Spinoza, supongo que son lecturas para las que hay que tener cierta formación. Quizás con ayuda, algún día...

Lo que sé de Spinoza: lo leído en los post de Tomás Abraham.

Y las manso traslúcidas, de las que habla Borges en su poema (ese del maravilloso verso: "las tardes a las tardes son iguales...").

¿Qué viende después? Espero, espero, sin aapuro.
Saludos!

La herida de Paris dijo...

Lo que viene, lo que viene (en fútbol de primera). La verdad que ni yo lo se, veremos como me despierto el sábado.
Mientras tanto gracias a vos por traer acá a Borges y a La Condesa nada menos que a Dios.
Saludos.