domingo, 6 de febrero de 2011

A-Dios Fernando

Conocí a Fernando un Viernes Santo, de hará unos quince años. Él venía de estar un largo tiempo, dos décadas, en los valles calchaquíes, en la diócesis de Cafayate. Predicó sobre la necesidad de hacer silencio, lo cual constituía de por sí una fina contradicción, que sorteó con la maestría que después todos reconoceríamos como habitual. La salud le impidió quedarse en Molinos y, cuando sus superiores agustinos le ofrecieron que eligiera adónde quería ir, pidió que fuera un lugar donde pudiera dedicarse especialmente a confesar. “Y me han mandado aquí”, remató con su humor característico.

Al poco tiempo lo fui a ver para pedirle que fuera mi director espiritual. Desde allí empezamos a recorrer un camino, bajo el estricto programa de no tener ninguno. La vida espiritual, según su criterio, no debía ser domesticada. Sus muchas enseñanzas las podría resumir en una sola frase: “Dios va siempre adelante”, y con ella mi modo de vivir la fe cambió para siempre. La vida del cristiano, me hizo comprender, se reduce a no impedir la acción de la gracia, que ya está ganada, aun a pesar nuestro, por los méritos de Cristo. Pero este no-hacer constituye quizás la tarea más ardua que se pueda imponer al espíritu humano, siempre deseoso de tomar la delantera. La serpiente aún silba incesante en nuestros oídos ofreciéndonos el lugar de Dios.


A pesar de esta impronta general, cada encuentro tenía el sello de lo nuevo. La repetición era algo que temía particularmente, porque le parecía la cosa más distinta de la acción de Dios que uno pudiera imaginar. Siempre tenía un nueva perspectiva para mirar mi vida, de por sí rutinaria, y transformarla en algo novedoso ante mis propios ojos. Los encuentros o “entrevistas”, como a él le gustaba llamarlos, duraban cerca de una hora y los últimos minutos los dedicábamos a la filosofía. Iluminaba mis erráticas lecturas aumentando mis dudas, pero para conducirme siempre a aguas más profundas. Sabía muchísima filosofía y sobre todo sabía lo más importante: que la filosofía no tiene las respuestas últimas.

Después, estaba la misa de diez del domingo. Se había formado con el tiempo una pequeña comunidad que tenía la riqueza de lo dispar. No había entre nosotros otra actividad más que la de celebrar la Eucaristía en esas mañanas donde el padre Fernando nos explicaba las escrituras y partía para nosotros el pan. Era tal lo que allí se vivía que muchas veces he llegado a pensar en el cielo como en algo similar, una eterna mañana de domingo.

Cuando la larga enfermedad le impidió dar misa y posteriormente recibirnos no he dejado de sentir un vacío intenso. Cuando me he cruzado ocasionalmente con aquellos que compartíamos aquellas mañanas, encontré el mismo desconcierto. “Míralos, van como ovejas sin pastor”, pensaba. A pesar de que nos enseñó con ahínco que solo uno es el Pastor, la mirada nos traicionaba, el otro día, cuando nos encontramos despidiéndolo definitivamente. No llorábamos por él, finalmente liberado de su cruz, sino por nosotros que tendríamos que aprender a seguir este camino sin su guía.

Una vez me dijo que no le preocupaba la muerte y que esperaba encontrarse después de ese trance con tantas personas que quería y con su padre (san) Agustín. Su seguridad no provenía de examinar su vida, sino de una inclaudicable confianza en la misericordia de Dios. Si cuando llegue mi hora también a mí me beneficia, veré de participar en silencio en esa conversación, que imagino durará por toda la eternidad.

8 comentarios:

Mari Pops dijo...

lamento la perdida Opi.

ahora me quede reflexionando sobre el silencio ...

María dijo...

Lo despido en silencio. Gracias, padre Fernando (nuestro querido "Crista" de los primeros tiempos).

La condesa sangrienta dijo...

Es un consuelo poder decir A-Dios así, de esta manera.
Un abrazo silencioso.

Rob K dijo...

Ser faro para otros, qué raro don. Un abrazo.

Carlos G. dijo...

Pienso que cuando alguien a quien amamos, nos deja definitivamente, siempre lloramos por nosotros, por lo que perdemos.
Lamento tu pérdida y tu dolor y creo que independientemente de la fe religiosa que podamos, o no, tener, cuando un buen ser humano deja este mundo todos hemos perdido algo valioso.

Saludos

La herida de Paris dijo...

Gracias a todos por compartir esta despedida con nosotros.

Seguramente el dolor va ir dejando paso con el tiempo a la gratitud a Dios, por estos años compartidos.

Saludos.

Anónimo dijo...

Hace poco ante una situacion me puse a desglosar el A Dios y pense cosas parecidas a las que expresas pero no pude volcarlas a la letra tan bien, asi que me quedo con la lectura de tu texto y me lo apropio, con tu permiso, para cuando quiera recordar que Dios va siempre adelante.
Me gusta mucho esa idea y me alivia.
Vaya entonces mi agradecimiento a Fernando, sin haberlo conocido.

La herida de Paris dijo...

my, que alegría tenerte de nuevo por acá y además, con tan lindas palabras.

Saludos.