Hay personas de presencia cíclica, diferentes de los que están siempre y también de los que alguna vez estuvieron. Comparten con nosotros un trayecto del camino, pero por circunstancias disímiles desaparecen, para sorpresivamente asomar más tarde y acompañarnos por otro tramo de existencia, como si nunca se hubieran ido. Presencias sincopadas que hacen de su inconstancia un vínculo. Este es el caso de mi antigua, y también nueva, relación con el 10. Una línea además signada por la discontinuidad de su fluir, que obliga a largas ausencias para ahogar luego la desesperanza en un tumulto de coches verdes.
Tengo de mi infancia el recuerdo de algunos viajes a Avellaneda, en domingos de mediodía desierto y con destino de “Doble visera”. El viaje que empezaba vacío en la plaza Las Heras se iba poblando de banderas rojas con el correr de las paradas, hasta convertir el colectivo en una inesperada sucursal del infierno. Un Hades de lata, que cruzaba sobre el perfume inconfundible de un Riachuelo que el puente demasiado ancho hacía invisible.
Más tarde, en mis últimos años de colegio, una mudanza repentina cambió mis hábitos. Abandoné el recorrido de plazas de ida y vuelta, que fue mi ruta empecinada por más de una década, y allí estaba el 10 esperándome para iniciar un nuevo trajinar en dirección opuesta. Al descenso me encontraba en una ciudad atestada de oficinistas presurosos de maletín apretado. Una ciudad febril que yo sabía que existía, pero que, me di cuenta, apenas conocía. Durante los años posteriores, el 10 fue la balsa con la que cruzaba la 9 de julio, ese río desmesurado que separa la ciudad en márgenes distantes.
También en esos años me aproveché de los servicios de un pariente cercano suyo, el 17. Lo esperaba enamorado y de noche, para cubrir la corta distancia que separaba la casa de mi ahora mujer, de la mía, mientras miraba la eterna vidriera de una librería, cuyos libros nunca se cambiaban. La hermandad de estos colectivos se remonta hasta un lejano ancestro tranvía y su actualidad se desarrolla en recorridos prácticamente paralelos, dignos de ser relatados por Plutarco. Sin embargo, algunas diferencias lo separan más allá de su aspecto idéntico. Cómo esos gemelos que se van distinguiendo con los años, ambas líneas expresan sus diferencias en detalles, al principio imperceptibles.
El aparente mayor prestigio del 17 se lo otorga ese inicio repleto de futuros abogados, que se certifica además con el nombre que figura presuntuoso sobre el parabrisas: Recoleta. El 10, en cambio, arranca con la denominación vaga de Palermo, pero me parece que hace años su frente rezaba “Jardín Zoológico”, lo que le daba un perfil exótico a su vida. Allí paraban los coches sobre la avenida Sarmiento, mientras detrás de la verja las jirafas indiscretas escuchaban las conversaciones de los choferes. Se podía soñar entonces que sobre el verde de su costado alguna vez quedaba prendida la brizna de una melena de león o el oscuro pelo de un alegre chimpancé. Un minúsculo recuerdo de África entonces echaba a rodar por Buenos Aires. Sin embargo, ambas líneas, la del 10 y la del 17, tienen un final en el salvaje sur de Wilde. Metáfora de la vida implacable que guarda para todos un idéntico destino, que poco tiene en cuenta el origen.
Hoy otras mudanzas y los erráticos cambios de circulación de nuestras vías me han nuevamente acercado a las orillas donde pasa el 10. Vuelvo a tomarlo como quien retoma una relación que ya olvidó por qué razón fue suspendida. Lo espero largo como siempre y su número que aparece bordado gigante sobre un costado parece declamar irónico la perfección. Pero a esta altura del recorrido ya ambos sabemos que esta es inalcanzable.
10 comentarios:
Y cuando vienen vacios?, o cuando no vienen y estas debatiendo si tomar un taxi o no y alla a lo lejos aparece triunfante el numero de tu suerte.
Por Flores pasan infinidad de lineas, a mí me gustaba el 5, pero creo yo le era un tanto indiferente
Saludos Opi
Mary: Podríamos decir que el "5" es un tanto distraído,o bien se hacía el interesante. En fin, cada línea tiene su temepramento.
Saludos.
Entre tantas duras dedicatorias que colectivos y choferes reciben a diario, reconforta leer su visión poética y agradecida. ("Mis" líneas fueron 96, 26, 132, 55.)
Saludos.
Rob, el 132 es una de las grandes, algún día le dedicaremos algo.
Saludos.
Tus dibujos cada dìa me gustan màs.
Yo recuerdo siempre el 168, colectivo salvador que me llevaba allà lejos, de vuelta a las casas, al silencio, al hogar.
Estrella gracias y que alegría tenerte por acá de nuevo. Espero que retomes pronto tu blog, por que es un lugar que nos falta a muchos.
No se por donde pasa el 168, pero me gusta adonde lleva.
Saludos.
Tus dibujos completan la narración, te hacen entrar directamente.
Un abrazo.
Gracias Magda, nunca se si escribo para tener una excusa para dibujar, o es al revés.
Saludos.
Salí muy chica de Bs.As. así es que no tengo recuerdos relacionados con este tema pero es muy acertado el paralelismo que marcás entre la vida de las personas, el perfil de las diferentes líneas, el trayecto y el inevitable final del recorrido.
Como siempre... ¡de 10!
un beso, Opi y qué lindo encontrar a Estrella por aquí.
Gracias, Buenos Aires permite trazar ese tipo de historias paralelas, uno de los privilegios de la gran ciudad.
Saludos y yo también me alegré con la visita de esta Estrella, cada vez mas fugaz.
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