domingo, 13 de marzo de 2011

Crónicas de NYC

Introducción

Estos son los apuntes de un sueño cumplido después de muchísimos años. Finalmente llegó el esperado día y después de múltiples aprestos e interminables recomendaciones a nuestros hijos subimos al remís con destino a Ezeiza. Arrancamos aproximadamente a las tres de la tarde del jueves 1° de octubre de 2009.

No es mi intención hacer una guía ordenada, sino simplemente dejar constancia de mis impresiones, que fueron tomadas y anotadas en tres blocks de hojas blancas para ser después volcadas con el mayor orden que siempre aporta lo digital. Mi poca memoria se apoyó en esas notas, en las incontables fotos que sacó mi mujer y por supuesto en los prodigiosos medios técnicos que hoy nos asisten para intentar recuperar, y muchas veces ampliar, lo vivido.

Dudo de que este esfuerzo de reconstrucción, que no sé cuánto llevará, tenga alguna utilidad, pero lo considero una buena manera de dilatar y hacer más profunda la experiencia. También espero que produzca sus frutos en cuanto a fijar y precisar los recuerdos de manera que estos se conviertan para mí en un material para el aprendizaje. Si después a alguien le sirve, en general o en algún aspecto puntual, sea bienvenido, pero aclaro que no constituye esto el fin de estas crónicas. Esto no es una guía.

Después de un viaje sin sobresaltos y alguno atrasos llegamos al aeropuerto J. F. Kennedy bien temprano y atravesamos la temida ventanilla de migraciones sin ningún tipo de problemas. Después de una breve investigación, nos decidimos por tomar un ómnibus que nos dejó en la Grand Station, muy cerca de Diplomat 210, en la 47th St. entre 3rd y 2nd Ave., lo que sería nuestro hogar durante los próximos once días.


Nos tomamos unos pocos minutos para acomodarnos y presos de una ansiedad mayúscula salimos a nuestra primera recorrida. Mapa, máquina de fotos, guías, bloc de notas, billetera, gorra, abrigo por las dudas. Ahí vamos.



Dia 01 (viernes): GREENWICH VILLAGE /Morgan Library

La primera parada obligada fue el Chrysler Building, en la 42th St., lo cual me pareció un inicio consistente. Entramos al hall de forma triangular, repleto de detalles art decó, en especial las excelentes lámparas de pared. También el detalle de las paredes con recortes a 45º, iluminados indirectamente. El hall es un ambiente oscuro donde predomina el color rojo muy opaco del rico mármol que lo reviste. El art decó es siempre severo.

El hall del Chrysler es el de un edificio que se celebra a sí mismo. Sus techos afrescados y las paredes cuentan su propia historia. En el cielorraso se dibuja la fachada, cuyo épico mástil coincide con el eje del hall y termina justo en coincidencia con la puerta de acceso. Los ejes son siempre evocación del poder. El vano de acceso tiene una forma característica, que es como la de un gótico simplificado. El art decó es como una voluntad que se impone a los demás estilos, una especie de rigor que somete al romanticismo, del cual el gótico es aquí un trasnochado representante.

El exterior del edificio, al menos en los pisos del basamento, está revestido en algo que parece ladrillos grises. Están dispuestos sin acusar la trabazón como una piel tras la que se pierde todo vestigio de estructura. En el medio de los paños hay dibujos de revoque a filo. El ladrillo es, al menos para mí, un invitado inesperado.

También están las míticas gárgolas donde se emula un gótico hecho de plata y que tienen reminiscencias más automovilísticas que arquitectónicas. Las gárgolas no parecen combinar demasiado bien con el cuerpo del edificio. En realidad, establecen una lejana y algo débil conexión con el portentoso remate, sin duda, uno de los más famosos del mundo.

La fuerza del remate consiste en estar siempre presente en la ciudad, en la que aparece en forma inesperada cada tanto, su fuerza icónica se “come” al resto del edificio. Eso produce el efecto que el edificio tenga en nuestra memoria una imagen más metálica de lo que en realidad es. O al menos de lo que yo había imaginado.

Después de una larga recorrida, en la que atravesamos el barrio de “Little India” donde predominan los turbantes, llegamos al íntimo Gramercy Park. Es un extraño parque privado, un hecho urbano verdaderamente contradictorio en una ciudad donde lo que predomina es precisamente lo público. Un parque cercado como tantos otros pero cerrado con llaves que solamente poseen los propietarios de los inmuebles que lo rodean. Un experimento que a mi parecer tiene el encanto de lo extraño, pero que no se me ocurriría proponer como un modelo.

La vegetación es cuidada y de estilo más bien natural. Está prácticamente vacío, solo unas pocas personas transitan tranquilas por sus senderos. Acá vemos con simpatía las primeras ardillas, que luego terminarán por convertirse en una plaga. El espacio es claramente una plaza rodeada por calles públicas. Las calles se llaman todas Gramercy con el agregado del punto cardinal en el que se ubican. Nada, salvo los candados, da la noticia de se privacidad.

Los edificios que rodean el parque son de una diversidad que de todas maneras no hacen perder la homogeneidad del conjunto. Hay sobre el lado este un edificio de un neogótico muy recargado que llama la atención. También en la esquina de Lexington Ave. y el costado norte hay un hotel, más famoso por sus huéspedes ilustres que por su arquitectura. Todo el ambiente destaca la gran tranquilidad, como si la ciudad se hubiera tomado una pausa. Oasis, que le dicen.

Algo más adelante nos encontramos en cambio con un verdadero nodo vital de la ciudad, Union Square. Está muy poblado y tiene sobre el borde sur una plaza seca que da de frente a una importante zona comercial. El clausurado edificio de la “Virgin” exhibe el fin de los tiempos de la industria discográfica. Es como ver las ruinas de un templo antiguo de las que pronto olvidaremos su propósito.


Hago un alto mientras María va a investigar el inmenso local de “Forever 21”. Me acompaña una simpática orquesta de jazz (piano, bajo, saxo, batería) que me parece excelente y me da valor para hacer mis primeras anotaciones. Es para mí imposible saber si alguien toca bien jazz o no, porque desconozco totalmente las líneas básicas de este estilo, esquivo a mis oídos. En el lado este de la plaza hay unos edificios de ladrillo que me hacen acordar vagamente a Quartier Demaria (mis “primeras torres”, a las que de algún modo debo el estar hoy aquí). Tienen unos remates en pirámide, pero puramente formales. Modestamente, prefiero los nuestros.

Luego del breve reposo seguimos por la 4th Ave., hasta Astor Place, espacio algo desabrido, pero memorial de algunos suceso bastante insignificantes como protestas de hippies y homosexuales en los ’60. Sobre el lado sur está la Cooper House, el edificio histórico donde Lincoln pronunció su famoso discurso antiesclavista que dio origen a la Guerra de Secesión. El edificio revestido en una linda piedra rojiza pálida es severo y de formas clásicas pero planas. En el medio de la plaza hay una escultura llamada “El álamo”, un cubo que apoyado en uno de los vértices es posible hacer girar con mucho esfuerzo.

Sobre la plaza coincidimos con la salida de un colegio seguramente correspondiente a la alta sociedad. El caos que la situación genera es idéntico al que ocurre en nuestras latitudes. El colegio se llama Grace Church y corresponde al mismo complejo de la homónima e importante iglesia ubicada en la misma manzana hacia el oeste. Esto lo descubrimos más tarde desde lejos y la iglesia nos quedó por visitar.

La salida del colegio muestra un rasgo que no por sabido deja de sorprender. Me refiero a la diversidad racial que impera particularmente en esta zona. Sobre todo se manifiesta entre los más chicos que conviven con la sana naturalidad que es propia de su edad. No está mal como evolución de una sociedad que tuvo con el racismo problemas hasta hace relativamente poco.

Una primera impresión que no hará sino confirmarse con el correr de los días es que esta es una ciudad que si bien no es de mayoría asiática, parece estar destinada a serlo en breve. Un destino que quizás toque al mundo entero. No solo prevalecen por la cantidad, para cuya apreciación juega a favor el hecho de que nosotros ponemos en la misma categoría a todos los asiáticos de diversa proveniencia, Corea, Japón, China, Vietnam, etc. También resaltan por su natural elegancia que enuncia un nivel cultural que sobresale. Esta mayoría se hace más evidente entre la gente joven y en las zonas próximas a las universidades como esta en la que estamos.

Otro costado de la plaza, el este, está dominado por el gigante Kmart, que ocupa un importante edificio que se alza sobre un basamento con buenos detalles clásicos y un cornisón que recuerda los palacios del primer renacimiento italiano.

Torcemos a la derecha hacia el oeste con rumbo a Washington Square, mientras vemos la gran cantidad de edificios dedicados a albergar la New York University (NYU) y también cruzamos a oleadas de estudiantes que dan al barrio el perfil particular, de donde extrae su fama, mezcla de juventud y bohemia.


El parque al que entramos por uno de sus costados es amplio y con espacios parquizados de sombra con mesas y lugares de estar, entre los que se destacan los tableros de ajedrez. Fue recientemente reestructurado en 2007 entre muchas controversias y los trabajos aún no terminaron. El centro está ocupado por una plaza seca en donde se encuentra la generosa fuente redonda y sobre el lado norte, en eje con la 5ª Avenida, aparece el muy neoclásico arco en memoria de George Washington. Es solemne pero carece de gracia y también de un tamaño suficiente como para imponer su presencia.

Se destaca el uso intensivo que se hace de los espacios verdes. Hay unos bancos de diseño moderno alrededor de la fuente que permiten un uso amplio, más allá de sentarse, y también hay otros más clásicos al costado de los senderos. En uno de ellos nos sentamos a almorzar (hamburguesa de pollo y papas fritas) y a observar el ambiente por demás movido, sobre todo por gente joven y algunos niños en edad escolar de visita al lugar. Muchas parejas de razas bien diversas y otras que parecen ensambladas con osadía. De la famosa “movida” a base de drogas y homosexuales no vemos nada.

No resisto la tentación de entrar en un extraño edificio de la NYU ubicado en el lado S.O. frente a la plaza. Está exteriormente revestido con una piedra rojiza tratada rustica (tipo fiamatado, pero muy fino) y tiene una imponente apariencia de un bloque cerrado. El interior es un patio central cubierto de más de 12 pisos, con una muy singular resolución de escaleras. Después me entero de que se trata de la principal biblioteca de la NYU conocida como la Bobst Library, obra nada menos que de Phillip Johnson. Lamentablemente no pude pasar del hall de entrada, pero eso fue suficiente para darme una idea del lugar. El dibujo del piso es bastante barroco y me hace acordar al de Borromini en Sant’Ivo alla Sapienza (Roma).

Después de esta sorpresa nos dirigimos a nuestro próximo punto de interés, las Silver Towers de otro gigante, en este caso I. M. Pei. Antes de llegar atravesamos por una serie de edificios muy significativos. Placas de unos 8 / 10 pisos de altura, y de unos 200 metros de largo. Especies de monoblocks, revestidos en ladrillo blanco y con algunos interesantes toques de color que rompen la monotonía. Se transforman en puentes para dejar pasar las calles por debajo y debajo de los mismos se resuelven con sencillez los accesos. En el medio, unos jardines bien cuidados.


El complejo de los tres edificios que componen las Silver Towers sobresale por su contundencia. Varios elementos los caracterizan y le otorgan su aspecto monumental. En primer lugar la ubicación en el plano en donde los tres volúmenes idénticos se colocan ligeramente desplazados dando lugar a la plaza central que contiene una escultura nada menos que de Picasso. Destaca también la utilización de prácticamente un solo material y un solo color, que distingue la plaza seca con respecto a las áreas verdes que lo rodean. Un extenso banco-muro monolítico cierra la plaza por el lado norte.

La profundidad de los vanos le da a los edificios un aspecto de solidez notable y al mismo tiempo le quita peso. Excelente la proporción del vano con un antepecho de igual espesor que lo divide. No hay ningún elemento extraño fuera del mismo hormigón, ni barandas de hierro ni nada. Los paños de ventana se combinan con otros ciegos ligeramente retirados con los que el edificio tiene sus momentos de calma. Estos se ubican asimétricamente con respecto a la grilla lo que da al conjunto cierto dinamismo, sin perder su natural contundencia.

La bajada a tierra es simple ya que todos sus elementos verticales bajan hasta el piso, formando un pórtico, sin marquesina, ni ningún otro elemento que destaque el acceso. Solamente las columnas están suavemente perfiladas en punta, para dar mayor elegancia al apoyo, evitando que sea mecánico. Los halles son de una simpleza absoluta, resueltos con la misma sencillez del edificio. Hay mucho que aprender de este gigante chino que no le teme a la monotonía y que confía en el efecto medido y preciso de sus recursos.

El resto del día nos queda para recorrer el Greenwich Village, uno de los barrios más típicos de la ciudad. Quisimos intencionalmente no empezar por la ciudad de la escala gigante y del vértigo. Así que nos propusimos degustar este barrio famoso por su controlado estilo residencial y su reconocido aire bohemio. Para hacerlo arrancamos desde la importante zona comercial que se da en el cruce de Houston Ave. y West Broadway. Lamentablemente se nos pasó sin ver el famoso local de Prada de Rem Koolhas, pero al menos vimos el de Adidas, prodigio del diseño comercial de Studios. El exterior se resuelve en una suave curva con un elegante plano retirado que se desprende de la misma.

Desde allí comenzamos la caminata por la Bleecker St., una de las calles emblemáticas del barrio, y fuimos entrando en algunas laterales con mucho carácter. El ambiente cambia muy abruptamente de lo comercial de alta densidad a la de baja y a cuadras puramente residenciales de una tranquilidad y calidad sobresalientes.


Se destaca la importancia del patio inglés como solución urbana que otorga un valor adicional al nivel peatonal, que por otro lado se repite a lo largo de toda la ciudad pero que en esta parte resulta particularmente efectiva. Es una solución que da prestancia y un “aterrizaje” suave al edificio en su relación con la calle. Prestancia en el acceso elevado, de reminiscencias “palladianas” con sabor a “piano nobile”, y suavidad en la baranda el patio. Un juego de niveles que también permite que el pasaje de lo público a lo privado sea complejo y por lo tanto tenga mayor riqueza. Un presagio de uno de los temas más importantes que propone esta ciudad, que quizás encuentra acá su formulación primera.

Hay una presencia insistente de los tanques de agua con formas de pequeños silos, tan típicos de los cuadros de Hooper, que parecen de un material incierto y son notablemente poéticos.


El barrio mantiene un carácter homogéneo y conserva un clima que lo turístico no llega a llevarse por delante del todo. Hay variaciones sutiles en la arquitectura que le aportan diversidad, lo mismo que la gente, generalmente joven y de proveniencias dispares, que conforman el clima característico del que proviene su fama.

La caminata se prolonga hasta que nos sorprendemos en un barrio totalmente distinto, que prontamente descubrimos como el muy publicitado Meatpacking District. Todavía se leen los rastros de la presión inmobiliaria por crear un nuevo polo de atracción que, no caben dudas, va por el buen camino.

Su característica, en contraposición con el barrio anteriormente visitado, es que los locales son enormes. Estos aprovechan los viejos galpones de los frigoríficos que funcionaban hasta hace poco y mantienen las altas banquinas sobre la calle, lo que da a todo un aspecto singular. Hay gran profusión de restoranes de muchos cubiertos y precios que se alejan de nuestras posibilidades. Hay cuidado en las fachadas con revestimientos de materiales inciertos y espacios exteriores bien trabajados pero algo fríos, en donde el diseño no logra esconder su voluntad de producir un cambio.


El corte con el Village también se siente en las calles anchas y empedradas, y con la lejana presencia del Hudson, que brilla con una última luz en el fondo. El ambiente se desdibuja sobre los bordes, como si el clima se escapara, sin poder quedar del todo encerrado, sobre todo al aproximarse a la 9th Ave. y la 14 st. Allí se ve una muy interesante edificio remodelado con acierto por el estudio Cook + Fox. Un volumen negro, con rajas verticales desfasadas (lo que parece ser el “motivo” del momento) surge retirado sobre un antiguo volumen de ladrillo amarillo, pero reaparece osadamente a filo en una de las fachadas laterales.

Caminamos nuevamente por la 15 St. hasta Union Square para tomar el metro. Allí realizamos la complicada operación de sacar la MTA (tarjeta única para transportes de buses y metro) en una máquina que por suerte “habla” español. Con miedo a que se devore nuestros dólares, finalmente obtenemos los pases, que de tanta utilidad serían a lo largo de nuestra estadía y emprendemos el camino hacia el último destino del día, la Morgan Library.

Llegamos ya entrada la noche al ingreso por Madison Ave. y 35th st. Más que lo que estos edificios contienen, una de las más importantes colección de libros antiguos en el mundo, nuestro interés está en la remodelación emprendida por Renzo Piano e inaugurada en el 2005. La calidad de la intervención es sin duda magnífica, como por otro lado era de esperarse de quien es a mi humilde parecer el más grande arquitecto de la actualidad.

La intervención de Piano consistió en insertar su edificio, una lujosa caja de vidrio y aluminio blanco, entre las dos construcciones antiguas, originales obras de McKim, Mead, & White. Lo que sobresale es el modo en que esta operación está llevada a cabo con una precisión exquisita, que no se toma ningún tipo de tolerancia entre lo nuevo y lo viejo. Es decir, el edificio nuevo está calzado de manera exacta entre los existentes volúmenes, sin mediar entre ellos ningún tipo de buña, ni repliegue, encastrado como si se tratara de una precisa pieza de una maquinaria. Lo increíble de todo esto es que, a pesar de esta decisión que podría parecer agresiva, es tal la sutileza de la pieza elaborada por el arquitecto genovés que el respeto por lo existente continúa siendo máximo.

La composición de la obra está basada en un rigor extremo en los detalles que se repiten y se reflejan en las distintas partes, y en una economía en la utilización del material y del color también, siempre rigurosamente blanco, salvo las cálidas apariciones de paños de madera natural de gran belleza. El edificio utiliza asimismo el recurso de las pieles superpuestas de materiales distintos, pero formalmente unificados por el color y por las resoluciones de elaborados detalles de simpleza ejemplar.

Dentro de la gran pieza hay otras menores en donde se pone de manifiesto una sensibilidad acabada, como ser el ascensor que parece ser parte del mismo edificio y no un elemento agregado, como suele suceder; la suspendida escalera con reminiscencias “laurenzianas”, por el modo como irrumpe en el espacio; las osadas y etéreas barandas y parapetos de vidrio, y tantas otras soluciones.

El espacio principal, al que se accede después de un rico hall en madera, conjuga varias alturas distintas que le dan una gracia que nada tiene de mecánica y que van articulando las distintas situaciones y estableciendo relaciones con lo existente y con el jardín del fondo que se pone en evidencia. Un capítulo aparte merece el pequeño auditorio, con placas de madera de espesores inéditos pero ligeramente curvados, a la manera de los célebres caparazones de los auditorios de Roma diseñados por el mismo Piano, cuyo motivo parece retomar pero en miniatura.

Es interesante, en una reseña del proyecto que se hace en el mismo edificio, conocer cómo la intervención de Piano cambió el acceso al histórico edificio, desplazándolo sobre Madison Ave., donde ahora se encuentra, y la primera resistencia que tuvo que vencer este partido, que iba contra lo que era ya un uso consagrado. Viendo la obra realizada, creo que ya nadie puede dudar de su acierto.

En el medio del espacio central, un trío toca obras clásicas. Creo reconocer con alegría alguna melodía de Mozart. Paseamos por los edificios antiguos y sus espacios, que son muestra de un poder y una riqueza de solidez aplastante. Bibliotecas tapizadas de volúmenes y cuadros que celebran a la familia Morgan, creadora de uno de los imperios financieros, que no sé si ahora se pueden calificar como indestructibles, pero al menos esa fue su fama por más de un siglo.

Cerramos con una muestra de manuscritos, telegramas de felicitación, dibujos y bocetos originales relacionados con la obra de Puccini, una buena manera de terminar nuestro primer día. Cuando uno encuentra a Puccini, siempre se siente un poco como en casa.

8 comentarios:

Mari Pops dijo...

Opi, cómo disfrute este articulo!! Que buena mirada!
A pesar de haber estado algunas veces en NYC se me escapan cosas que quisiera ver. Para la próxima prometo imprimir esto y que me lo estampen en Aduana en Kennedy.

La Morgan Library, por ej., seria un buen motivo para querer volver.

De todo rescato esa mirada tuya sobre los tanques de agua a lo Hooper y una frase que me llamo la atención: "Los ejes son siempre evocación del poder"

Marta Zatonyi tiene esta mirada, no creo te vaya a defraudar. Me recordó muchísimo su manera de "mirar"

Saludos

PD: segui dia a dia por favor

La herida de Paris dijo...

Gracias Mary. especialmente por que la lectura es extensa (y preparate por que quedan 10 entradas mas, en proceso de edición que lleva adelante María). Estoy leyendo a Marta estos días y claro que no me defrauda. Me halaga que compares mi miope mirada con la suya.

Saludos.

Lánguida crónica dijo...

por finnn!!!con qué ganas voy a leerlas. Y voy a tener que volver a la morgan library porque fui por última vez en el 2000. Besos, ope.

La herida de Paris dijo...

Flor, vos tuviste mucho que ver en ese viaje. La envidia que sentía cuando estabas allá fue un motor. Así que vayan estas crónicas como agradecimiento.

Saludos.

María dijo...

Hay muchas experiencias que se dicen inolvidables y al poco tiempo ya casi nada nos queda de ellas. En el caso de nuestro viaje, gracias a tus crónicas, me va a bastar leerlas para revivirlas tan intensamente como si volviera a estar mágicamente en esos lugares que recorrimos, yo con la enorme mochila provista de todo lo necesario para pasar el día fuera de “casa”, y vos con el mapa, tu block de notas y tu gorra, que allá quedó, en alguno de los tantos bancos en que nos sentamos a almorzar o simplemente a descansar, sin cansarnos de mirar todo lo que pasaba a nuestro alrededor.

De los primeros días no hay muchas fotos, porque estaba intimidada, era como que no caía que estaba finalmente “ahí”. Pensé que nunca iba a animarme a dejar a los chicos… si, ya sé, ya eran grandes y ellos mismos nos insistieron para que nos fuéramos. Todas las dificultades se fueron solucionando: el cambio de los pasajes, el alojamiento que no conseguíamos hasta que a último momento nos salvó Gerardo, quién se iba a hacer cargo de Vero los viernes, el trámite de los pasaportes, la visa (gracias por los consejos, Lánguida!), todo se iba resolviendo para mejor, hasta que me encontré sentada en ese destartalado remís rumbo a Ezeiza, después en el avión, escala en Santiago y, finalmente, el ómnibus que desde JFK nos depositó en la Gran Station.

La herida de Paris dijo...

Amor, esperé un poco para subir esto para que te olvides de que es un poquito insoportable viajar conmigo.

Voy encarando el tema Chicago entonces...

Beso.

La condesa sangrienta dijo...

¡Maravillosa esta crónica de NY! una ciudad intimidante al principio pero subyugante y llena de contrastes.
Viví un mes en Brooklyn, en una casa casi igual a la 5ta. foto, hace bastante tiempo de eso pero tu post me ha llevado de vuelta a un tiempo muy feliz.
Tu mirada, claro, me descubrió NY desde otro perfil ¡y es que tiene tantos!
'Los ejes son siempre evocación del poder', me quedo pensando en eso y en NY como eje de las economías mundiales.
Un beso para vos y otro más grande para María que nos regaló su mirada amorosa sobre la ciudad y sobre vos. Siempre.
Buen fin de semana!

La herida de Paris dijo...

Gracias Condesa, ignoraba tu pasado neoyorquino (y por qué habría de saberlo) y te juzgaba desde siempre anclada feliz en la Feliz.

En breve viene el segundo día en cuanto la prolija editora ultime los detalles.

Saludos.