Día 04 (lunes): MIDTOWN EAST / (Towers)
Empezamos la mañana yendo a visitar el complejo de las Naciones Unidas, ubicado muy próximo a nuestro departamento. Uno de los proyectos de mayor importancia tanto real como simbólica en la historia de la arquitectura moderna. Su ubicación no es de las mejores para admirar los edificios, ya que estos se encuentran detrás del intenso tránsito de la 1st Ave. y resultan inexpugnables por obvias razones de seguridad.
De todos modos, no es inconveniente para poder apreciar la calidad del proyecto, que adoptó el partido propuesto por Le Corbusier y concitó a los grandes arquitectos de la época, entre quienes sobresalió el joven Oscar Niemeyer. El juego de los volúmenes entre la torre de cristal de la Secretaría y el volumen bajo del edificio de la Asamblea General es de un gran efecto. Sobre todo se destacan en este último la magnífica resolución de rampas y escaleras que sirven para su acceso y la cúpula semiesférica del salón.
En el centro de la plaza que vincula ambos edificios hay una fuente con una sugestiva escultura de la artista inglesa Barbara Hepworth titulada Single Form y una espléndida mujer reclinada de Henry Moore. El complejo merece una visita guiada, por la calidad de su arquitectura y por la presencia de obras de arte, pero quedará para una próxima oportunidad
Hacia el norte hay dos pequeñas torres gemelas que enmarcan el horizonte y tienen una linda proporción, de autor para mí ignoto y alrededor hay varios edificios que sirven de asistentes a la UN, entre los que se destacan por su tamaño los UN Plaza de Kevin Roche. Su volumetría hace alarde de cortes a 45º, solución muy típica de los años ’80, y tiene un courtin wall que en su momento habrá parecido de última tecnología, pero que hoy aparece vetusto.
Este es un día que decidimos dedicar en mayor parte a las torres que pueblan esta parte de la ciudad. Para eso y siguiendo un programa bastante estricto comenzamos por uno de sus íconos, el edificio Met Life, antiguamente conocido como “Pan Am”, cambio de nombre que daría para una reflexión sobre el avance del sector terciario en la economía.
El edificio destaca en primer lugar por su ubicación, ya que está plantado en el eje de Park Avenue y se alza por sobre la remozada Grand Terminal, por donde ingresamos. Se nota el enorme esfuerzo que se ha hecho para recuperar todo este complejo de edificios, un trabajo que parece haber dado buenos resultados.
Hay negocios de grandes marcas, lugares para comer y espacios culturales que conviven entrelazados con uno de los centros de transferencia más importantes de la ciudad.
La apuesta fue alta ya que en general estos grandes nodos de transporte, y sobre todo los que involucran a los trenes, suelen generar zonas deprimidas a su alrededor. En este caso parece que la situación se logró revertir.
Volviendo al edificio Met Life, es de esos que nacieron para ser vistos de lejos, y actúa como un poderoso telón de fondo en la perspectiva de Park Avenue. Su forma convexa, que me recuerda al Bernini de Montecitorio, suaviza su impacto en el paisaje. El edificio, diseñado por uno de los estudios con mayor presencia en la ciudad, Emery Roth & Sons, lleva para la posteridad la firma de un colaborador de excepción, Walter Gropius, aunque en realidad no se sabe muy bien en qué consistió su aporte.
Desde cerca, en cambio, parece que el edificio se esfumara en la planta baja y desaparece en el complejo de la estación. El sobrio hall de entrada no guarda ninguna relación con el edificio que está arriba y allí se pierden todas las coordenadas de referencia. Se trata de un inmenso espacio en triple altura, revestido en un travertino casi sin veta, que entona bien con el espacio de la Estación Central. En las paredes cuelgan enormes telas, obras del discutido Julian Schnabel, algunas de ellas realmente muy sugestivas que se relacionan acertadamente con el lugar.
También visitamos el hall lateral al que se accede desde Vanderbilt Ave, donde se encuentra la escultura Flight de Richard Lippold, realizada con sutiles hilos de alambre que viajan en diagonales por el espacio, un recuerdo de los sueños de este edificio nacido como Pan Am.
Vemos luego desde afuera el muy clásico edificio J. P. Morgan, de 1962, de Skidmore, Owens & Merril (SOM). Un clásico producto de la época, modelo repetido innumerables veces: verticalidad a través de los “mullons”, columnas en impecable granito negro y vidrio.
El hall resuelto en “U” tiene una buena escala, reducida con un entrepiso en la entrada que aminora el impacto, La pared del fondo está revestida en una especie de “peine” grueso, en madera pintada de blanco. No era época de despilfarros. A pocos metros, sobre la 47th St. están las nuevas oficinas de la empresa, también diseñadas por SOM en el 2001, con su característica forma octogonal, que se transforma en un remate de vidrio, muy efectivo, sobre todo de noche.
Siguiendo por Park Avenue, y dejando atrás otros edificios de interés, llegamos finalmente al encuentro con el Seagram Builiding, uno de los más esperados por mí. El rascacielos perfecto diseñado por Mies Van der Rohe, donde puso en práctica los sueños de vidrio y acero tantas veces postergados A pesar de las enormes expectativas, no quedé en absoluto desilusionado.
Se destaca la perfecta simetría, llevada hasta las últimas consecuencias y detalles, y también la sobriedad del conjunto. El edificio está muy retirado de la línea de la avenida y lo precede una seca plaza de armas decorada con dos fuentes cuadradas, cavadas en el piso de granito. Lo único que rompe la severa simetría es el mástil con la bandera, volcado a la derecha, que demuestra que, en ciertos ambientes, el centro no es siempre la posición más destacada.
Los materiales utilizados son muy limitados: el piso de piedra continúa sin variaciones en el interior del edificio, un travertino desprovisto de detalles de colocación reviste las paredes de los núcleos, y el cielorraso es, sorprendentemente, de venecita gris. La carpintería del hall es tan sutil que tiende a desaparecer, eliminando el límite entre interior y exterior, como si fuera una necesidad que se hubiera evitado de haber podido. Solo hay un cambio en las columnas, que son revestidas de bronce en el interior, mientras que afuera se mantienen negras como el resto del edificio.
Hay sobre ambos laterales de la plaza una especie de banco en verde alpes que marca los límites del espacio y sirve como elemento para salvar la diferencia de nivel con las calles laterales que bajan. El mismo verde alpes es utilizado en los paños ciegos de la fachada. Sobre los laterales, al final de la barranca que baja como unos dos metros, hay dos acceso al edifico, que tienen una marquesina sencilla de vidrio y la consecuente escalera. Ambos accesos, ya que hay uno por lado, se utilizan como entrada de servicio, a pesar de que luego todos concurren democráticamente al mismo hall.
El edificio en planta tiene forma de “T”, cosa que yo no esperaba, ya que en las fotos siempre aparece tomado de frente, como si fuera un prisma prefecto. Esto es quizás lo único que le agrega un poco de imperfección, pero sabiamente ocultada. Para aparentar perfección hay que también ser inteligente. El edificio, íntegramente en acero negro y vidrio, llega al piso con una extrema naturalidad, sin que nada anuncie su final. Solamente hay una marquesina totalmente desprovista de detalles, una sencilla placa también de aluminio negro que parece esforzarse por pasar desapercibida.
El edificio adquiere mucha relevancia por su destacada posición retirada, antes mencionada, que le otorga un aire monumental, ya que fácilmente es apreciado como hecho urbano singular. El vacío es también lo que hace a la inoxidable fama de esta obra, a la que concurre también la parquedad en los medios utilizados para darle forma. Parecería que nada puede ser quitado y, menos aún, agregado en ella.
En diagonal con el Seagram, aparece lo que en algún sentido puede considerarse una respuesta americana al rascacielos de Mies. La Lever House, que diseñó Gordon Bunshaft para el Estudio SOM. Un edificio que se destaca por su “amabilidad” frente a la ciudad, en contraste con el severo disponerse de su vecino alemán.
En este caso se trata de una placa que se sitúa perpendicularmente a la calle y que luego se conecta con un volumen bajo, paralelo a la misma. Ambos están resueltos en idéntico courtin wall de acero y vidrio tonalizado, en un vivo color verde. Detrás del cuerpo bajo, que dobla tomando la esquina, se abre un patio urbano, al que se accede naturalmente al pasar por debajo de la columnata que lo sostiene. Espacio de gran calidad urbana y patio de esculturas donde se han realizado algunas muestras célebres.
En este momento hay una que muestra esculturas gigantes de personajes de dibujo animado, a la manera de Murakami.
El hall, bajo y alargado, un poco al contrario de los típicos halles de torres, está íntegramente forrado con palabras en tipografía gigante.
El multipremiado Lever House es en algunos aspectos, un proyecto que se opone críticamente a la clásica tipología de la torre que emerge aislada en el espacio. Desde la estética, pone en juego la horizontalidad como motivo y, desde lo urbanístico, se muestra efectivamente comprometida con el espacio circundante, ofreciendo una aproximación mediada al edificio. Hasta su alegre color verde es de algún modo un manifiesto de una propuesta menos grave. En definitiva, lo valioso es su crítica hecha desde adentro, porque no caben dudas de que es una torre, pero que reformula algunos de los tópicos de esa tipología.
Abandonamos por un momento Park Avenue, hacia Lexington, para ver un gigante de los ochenta, muy estudiado en mis años de facultad, el Citycorp. Para llevar a cabo su proyecto se reunieron varios estudios importantes, liderados por Emery Roth & Sons, con quienes colaboraron Hugh Stubbins y Edward Larrabee Barnes.
Es uno de los primeros edificios donde desaparecen los “mullions” de la fachada para que se presente totalmente lisa. En su remate con forma triangular aloja un gigantesco peso, que se mueve para balancear la estructura cuando es solicitada a esfuerzos laterales de viento. Una verdadera excentricidad estructural, que era relatada en aquellos años de estudiante con aire mitológico.
Sin embargo, los mayores méritos del edificio no están tanto en su desarrollo en altura y en su elaborada estructura concentrada en los enormes pilones, sino en el trabajo realizado cuando llega a tomar contacto con el piso.
Allí se genera una especie de pozo que desciende varios niveles por debajo de la vereda, como si el edificio hubiera caído desde el cielo como un aerolito, dejando su huella. Con eficacia se resuelve allí un espacio público que sorprendentemente logra una escala amable, con una fuente que desciende con bastante ímpetu.
En el interior también hay espacios de múltiples alturas, sobre los cuales se vuelcan las oficinas, hay un bar y alguien que toca el piano completa el contraste. También hay un buen acceso de vidrio, que parece resuelto en una época reciente.
Frente a este edificio se encuentra otro también muy interesante, conocido por su dirección, 599 Lexington. El mismo se desarrolla a partir de la figura del triángulo, que gira sobre imponentes bisagras que se ubican en las aristas del volumen. La presencia del triángulo insiste a lo largo de todo el edificio, y despliega una idea tan simple como contundente, que se muestra sobre todo efectiva en la resolución del acceso y del hall de entrada. El arquitecto es el prolífico Edward Larrabee Barnes, originario de Chicago, pero establecido en Manhattan desde 1949, que murió recientemente.
Retomamos nuestra ruta por Park Avenue para encontrarnos con una de las joyas de la arquitectura de oficinas en pequeña escala.
El elegante y sumamente equilibrado Pepsi Cola Building de SOM que, a pesar de su tamaño, apenas una decena de pisos, si se lo compara con sus colosos vecinos tiene la grandeza que solamente una proporción ajustada puede otorgar.
La clave de este edificio parece venirle de la elegancia del cuadrado, figura preponderante en la fachada, que se manifiesta en grandes y serenos paños vidriados.
Realizado en 1959, es uno de los edificios en donde el estilo internacional parece con mayor maestría haberse acercado al estilo del más puro renacimiento. Alguien lo llamó la “Capella Pazzi” del estilo internacional y me parece una denominación muy acertada.
Ya llegando al mediodía, decidimos parar para almorzar y con ese objetivo volvemos al Central Park, para recorrer la parte que no habíamos podido ver el domingo, es decir el ángulo sur este, quizás el más transitado. Pasamos por el costado del pequeño zoológico y por debajo de su famoso reloj con animales.
Luego del alto gastronómico, caminamos bajo las bóvedas del Mall, protagonista de tantas películas, para terminar después en la pintoresca terraza de Bethesda, dominada por la romántica Fuente del Ángel. El verdadero corazón del parque.
Repuestas las fuerzas, iniciamos el recorrido de la tarde por la 57St., iniciando por la muy famosa tienda Apple, prodigio de lo que parece ser el material del momento: el vidrio. Fue realizado por los muy versátiles Bohlin, Cywinsky & Jackson, y se puede decir que es uno de los nuevos íconos de la ciudad. El edificio tiene una muy clara intención significativa y busca referenciar con su arquitectura el producto que se comercializa en su interior. Su estética es de un minimalismo extremo, ya que su figura parece tener intenciones de desaparecer. Todo enéel es transparente, todo salvo, claro está, el logo que misteriosamente flota iluminado en el interior de la caja.
El vidrio busca su máximo nivel expresivo y pone de manifiesto su capacidad que le permite ser un material al mismo tiempo formal y estructural. Todo está resuelto con vidrio, desde la sorprendente escalera de caracol, suavemente estampada para evitar resbalones, hasta el etéreo ascensor. El edificio está siempre atestado de gente y se presenta elocuentemente como un templo de las nuevas tecnologías en lo que se refiere a la comunicación. Su interior tiene más de museo que de tienda comercial y es un buen ejemplo también de que lo monumental no siempre está ligado a la escala.
Como telón de fondo a esta pequeña caja de cristal está el edificio de otro gigante de la economía americana, la General Motors. La comparación entre uno y otro daría lugar a reflexiones sobre la economía, a las que no me atrevo. Una nueva pieza de Emery Roth & Sons, esta vez basada en la verticalidad. El edificio, terminado en 1968, alterna en su fachada estrechas líneas iguales de vidrio y un riquísimo mármol blanco, sin agregarse otro motivo en todo su parco desarrollo.
Dicho motivo se refuerza con insistencia en el hall de acceso, constituido también por un sinnúmero de rajas verticales de mármol blanco, piezas en apariencia monolíticas, que conforman sus paredes laterales. Comparte la planta baja con la muy reconocida juguetería FAO Schwarz, a la que también visitamos.
Seguimos el recorrido por la 57th St. hacia el este, donde en primer lugar encontramos el edificio que Christian Portzamparc realizó para Dior. Da la sensación de ser un proyecto demasiado ambicioso, en el cual quiso desplegar más recursos de lenguaje que lo que el tamaño del proyecto permitía. Se trata, una vez más, de un volumen vidriado cortado en ángulos imposibles, llevando al extremo las posibilidades, en este caso geométricas, de este material.
En la vereda de enfrente y en la esquina con la Madison Ave., aparece una nueva obra de Edward, Larrabee & Barnes, el edificio de IBM, que retoma la geometría del triángulo, pero en una vertiente más contundente de la aplicada en el de 599 Lexington. En este caso es la masa, de un granito marrón oscuro, la que domina la propuesta, que se hace especialmente dramática en la esquina, donde el volumen vuela en ángulo recto sobre el corte diagonal que produce el ingreso. Debajo de este espacio hay una escultura de Calder, en acero rojo, que precede el acceso al hall también de forma triangular. Quizás la posición de la estructura no es del todo feliz porque se dispone con incomodidad en un lugar estrecho.
El triángulo que completa el resto del terreno, que es cuadrado, está ocupado por una plaza cubierta de varios niveles de altura, techada con una importante estructura de acero y paneles de vidrio. El espacio contiene además árboles de gran tamaño y una fuente, que ameniza una serie de mesas de un bar. En realidad, el espacio resulta impactante, aunque algo desolado.
Desde este mismo interior existe una vinculación con el Nike Store, que contiene varios pisos dedicados a la marca, y a través de él se accede también al hall de la Trump Tower, sobre la 5th Ave. Este es sin duda uno de los espacios interiores más feos de la ciudad. De todos modos, la posibilidad de pasar de un edificio al otro sin salir al exterior es siempre una de las bondades a destacar de esta ciudad, donde siempre se trata con inteligencia la convivencia entre privados y también su relación con lo público.
Frente al edificio del IBM Building, cruzando la 56th St., nos encontramos con uno de los edificios más emblemáticos del posmodernismo, verdadero ícono de esa época, en la cual se intentó un difícil maridaje entre el rascacielos y el lenguaje clásico. Escandaloso no solo por sus formas, sino también porque el arquitecto que lo firmó fue una de las grandes figuras del movimiento moderno, Philipp Johnson, quien fuera colaborador de Mies nada menos que en el Seagram Building. El edificio en cuestión fue originalmente propiedad de la empresa AT&T y hoy se conoce como Sony Building.
Parece mentira viéndolo hoy en día que la arquitectura haya alguna vez intentado esta vía, que hoy parece totalmente agotada. Y sin embargo, los años ’80, cuando arreciaba con fuerza la crítica despiadada al movimiento moderno, dieron lugar a una propuesta de este tipo, que hoy parece no solo antigua, sino vieja. Quizás haya sido la reacción natural a los años de dominio absoluto, y en cierto modo dictatorial, que el movimiento moderno impuso a la arquitectura. La reacción fue materializada, como tantas veces en la historia, con una acabada traición.
No se puede negar que la apuesta fue hecha a fondo, no solamente en el famoso remate del frontispicio partido, emblema del postmodernismo y del movimiento que iba al rescate de las formas clásicas. Quizás la mayor decisión a favor del lenguaje clásico está en el hall de entrada, que imita una especie de cortile del renacimiento italiano, pero en una clave lúgubre que queda lejísimos de sus alegres antecesores florentinos. Aquí, unas pequeñas columnas de un orden simplificado sostienen unos arcos endebles y por sobre ellos las paredes de granito solamente caladas con gigantescos óculos. Cerrando el espacion una especie de bóveda de crucería dorada. El efecto no puede reprimir un cierto aire funerario.
La utilización de un solo material, un frío granito gris con tintes rosados y sin lustrar, salva la obra, que de otro modo se hubiera descarrilado del todo. La piedra cubre toda la superficie y se repite en su interior. Está colocada en bloques grandes y uniformes, a junta trabada, lo que de lejos le da a la superficie un cierto aspecto de estar fuera escala. Constructivamente presenta algún problema en los detalles y la fachada, en su afán monolítico, luce chorreaduras que la desmejoran. En la parte posterior hay un patio cubierto con una media bóveda, que se ensambla mal con el edificio al punto que parece ser un agregado posterior. Un gigantesco hombre araña que trepa por las paredes completa el cuadro posmoderno.
Retomamos nuevamente la 57th St. en sentido contrario hacia el oeste. Superada 5th Ave., a mano izquierda aparece en la vereda el gigantesco número 9, que indica el acceso al Solow Building, torre de cincuenta pisos, del incansable Gordon Bunshaft. Celebrado por haber mantenido los principios del estilo internacional, cuando este estaba ya declinando, revela a mi juicio sus defectos, sobre todo en lo que se refiere a su inserción urbana. Parece mentira que se trate del mismo arquitecto que en la década anterior daba una lección de urbanismo con la Lever House.
El plano curvo en vertical de la fachada, materializado en cristal negro a mediados de los ’70, es un gesto técnico que no aporta demasiado, más allá del efecto que produce. Lo mismo que las inmensas cruces de San Andrés de sus laterales, que también aparecen como un gesto estructural ostentoso y, como tal, innecesario. Se destaca el señalado número del acceso que, separado del edificio, es en realidad una escultura y es obra del diseñador gráfico Iván Chermayeff.
Siguiendo adelante por la misma 57th St., pero en la vereda de enfrente, nos encontramos con otro ícono de las torres que de alguna manera tratan de elaborar un lenguaje que se separe de los mandatos del estilo internacional. El intento esta vez estuvo a cago de César Pelli, que debió realizar un proyecto que armonizara con el vecino Carneggie Hall, construido en piedra y ladrillo en un estilo próximo al renacimiento, a fines del siglo XIX.
La nueva Carnegie Hall Tower crece prácticamente adosada a la vieja estructura de la sala de conciertos y se eleva en su extremada delgadez, esforzándose por convivir con su prestigioso vecino. El resultado es bastante incierto y propone la reflexión sobre este tipo de operaciones que privilegian fuertemente el contexto, pero no logran resultados en la práctica. De todos modos, el rico trabajo del ladrillo y la moldura desmaterializada en elementos lineales muestran una calidad fuera de duda.
Siguiendo con las “piezas” arquitectónicas a lo largo de esta avenida, llegamos a la más nueva de todas y una de las más sorprendentes, ubicada en el cruce con la 8th Ave. Se trata del multipremiado edificio Hearst, del inglés Norman Foster, una de las máximas figuras de la arquitectura actual. Este, a diferencia del anteriormente nombrado, busca la convivencia con lo existente, no a través de la mímesis, sino todo lo contrario, buscando la oposición.
La torre, que se expresa con una estética fuertemente tecnológica, surge del medio de la estructura del antiguo edificio Hearst, construido en 1928. La violencia que se da en la oposición de ambos estilos es enorme, ya que la nueva estructura parece surgir sin la menor consideración hacia el precedente edificio, que ahora hace las veces de basamento. La torre crece con su forma facetada, pero regular, poniendo en valor la potencia de su nueva musculatura diagonal.
Esta primera impresión, que confieso fue negativa, cambia totalmente al entrar al hall, en donde nos encontramos con un ambiente totalmente desconcertante con respecto a lo que podía prometer el exterior. En un alarde de soluciones técnicas y formales, se resuelve el espacio y la armónica convivencia de ambas estructuras, a través del gobierno de ciertas diagonales que se hacen eco de la estructura de la torre. El interior es luminoso y muy claro en su concepción, y permite de alguna forma rescatar la lógica de la operación efectuada.
El edificio fue especialmente premiado por sus bondades ecológicas y así lo proclama la profusa información de la que se provee al visitante. El uso de materiales reciclados, las fuentes que procesan el agua de lluvia, el mural hecho con tierra titulado “Riverlines” del prestigioso artista de Bristol Richard Long y las virtudes de una estructura que redujo costos, están entre los más publicitados. De todos modos, algo me hace desconfiar de tan difundidos méritos, que parecen alcanzados con una intención publicitaria más que con una verdadera preocupación por el destino de los recursos disponibles en el planeta. Después de todo, conviene no olvidar que el propietario del edificio, la firma Hearst, es un gigante de los medios de comunicación.
El día termina exactamente igual que el anterior, en el Columbus Circle, donde esta vez sí visitamos el complejo Time Warner Center, que aúna un shopping con dos inmensas torres de oficinas. El mismo fue diseñado por SOM e inaugurado en el 2003. En el espacio del shopping lo primero que sobresale es la carpintería muy sutil del frente, que parece desprovista de estructura y simula prácticamente desaparecer. Hay en el ingreso dos enormes y decorativas estatuas de Botero y una llamativa sobriedad en la resolución de los detalles y materiales. Sobriedad que se destaca en particular tratándose de un shopping.
Las torres gemelas, enteramente en vidrio azul, tienen una atractiva forma y sobresale la solución de los remates idénticos, realizados con sutiles giros en los planos de vidrio, que resultan muy efectivos. Entre el basamento y el volumen de las torres propiamente dichas hay un pasaje algo confuso, pero de todos modos bien resuelto, sin abandonar el vidrio como material único de la propuesta.
El día termina y, ya de noche, emprendemos el regreso. Tomamos un colectivo que desanda la 57th St., hasta la 3rd Ave. y caminamos por esta hacia el sur. En el camino pasamos por el famoso Lipstick Building de (una vez más) Phillip Johnson. Siendo ya de noche solo alcanzamos ver el hall y esperamos poder verlo con luz en los próximos días.
5 comentarios:
me genera tal respeto tus valoraciones que no me imagino escuchar o leer apreciaciones diferentes sobre los lugares que recorriste.
Dan ganas de volver con las fotocopias
Mary gracias. Mi intención, de todos modos, está muy lejos de querer generar "respeto". Simplemente se reducen a la alegría de compartir una experiencia que fue para nosotros muy rica.
Saludos.
Yo tuve el lujo de tenerte en vivo y en directo como guía en el recorrido de esos increíbles edificios. Me impresiona que algunos parece que hubieran sido construidos hace un par de años, pero en realidad están ahí desde hace décadas sin que se les note el paso del tiempo.
Ese día ya había empezado a tomar confianza con la cámara de fotos, a veces demasiada, como me di cuenta por el grito del guardia de seguridad cuando saqué la foto del cuadro de JS. Después me copé con la serie de zapatos de la gente que subía y bajaba por la escalera del Apple Store (no daba para incluirlas acá). Y por supuesto, con cosas como ¡un Hombre Araña gigante trepando por una pared de vidrio! ¿Cómo se le puede haber ocurrido a alguien algo así?
¿arquitecto el hombre?
:)
Janfi, a veces pienso que si los que aparecen en esta crónica son arquitectos, yo debería devolver el título.
Saludos.
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