domingo, 28 de agosto de 2011

La arquitectura de la creatividad

Modos de creación

Siempre llamó mi atención que en el relato de la creación del Génesis conviven dos modos de crear. En el primer versículo, el que abre la Biblia, la creación aparece como un acto instantáneo: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gn. 1:1). Un hecho que se presenta acabado y completo en sí mismo. El resultado de este primer acto creativo, sin duda espectacular, pareciera ser todavía algo confuso y en cierto sentido desolador. El texto continúa con una descripción algo decepcionante: “la tierra era algo informe y vacío” (Gn. 1:2), y tampoco se priva de dar a la escena un tinte aterrador: “las tinieblas cubrían el abismo” (Gn. 1:2). Sin embargo, en seguida se hace lugar a la esperanza, pues “el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gn. 1:2). Una imagen de una suavidad conmovedora, que atenúa el abrupto inicio.

A partir de aquí surge un segundo momento en el cual la creación, que parecía terminada, comienza a desplegarse. La acción creadora pierde su estilo instantáneo, para comenzar una trabajosa tarea que consiste en transformar ese primer caos en un universo ordenado. Así comienza la sucesión de los días en los cuales Dios se dedica a perfilar su obra siguiendo un metódico plan que va desde lo simple y etéreo hacia lo sólido y complejo. La secuencia es bien conocida: luz, cielo, aguas, tierra con sus plantas, astros del cielo, peces y aves, y, para la última jornada, los animales, coronada por el hombre. Que esto fue una gran fatiga lo prueba el hecho de que al séptimo día Dios, satisfecho, pero agotado, descansó.

El relato del Génesis se acerca al misterio de la creación manteniendo vivos dos estilos distintos, pero complementarios. Nutrido de la inspiración divina, el autor sagrado mantiene en los modos de Dios características bien humanas, pero conservando la diferencia esencial entre Creador y creatura. En primer lugar, porque solo Dios es capaz de sacar algo de la nada y en el segundo, porque su proceso avanza sin retrocesos ni desviaciones. En comparación con el Creador, el hombre se limita a ser solamente creativo, es decir, a modificar la realidad que lo precede y a hacerlo mediante un andar errático.


Entre la creatividad divina y la humana resuena la pregunta de San Agustín: “pero ¿cómo hiciste el cielo y la tierra y cuál fue la máquina de tan gran obra tuya?, porque no lo hiciste como el hombre artífice, que forma un cuerpo de otro cuerpo al arbitrio del alma” (Conf. 11,5,7). La creatividad en el plano humano es, entonces, una actividad relativa y como tal conoce grados con respecto a su absoluto. En este sentido podríamos decir que registra distintas intensidades, según la distancia que se encuentre de la fuente de donde emana. Su valor en las cercanías de su origen se acerca al infinito, aunque sin llegar nunca a alcanzarlo, y a medida que se aleja se diluye hasta cero. El cero de la creatividad se llama repetición y el infinito, Dios.

Más allá de las diferencias apenas señaladas, es también útil, para comprender nuestro propio quehacer creativo, apuntar algunas semejanzas, que se basan en la misma Semejanza que el relato bíblico concede al hombre con respecto a su Creador. Dicha similitud abarca ambas formas expuestas en el relato, ya que la creación humana es también un fenómeno dual que se aplica a la realidad, ya sea en súbitas intervenciones o bien mediante pacientes elaboraciones de lo por él mismo ya creado. Este doble movimiento responde a las distintas solicitudes que presenta la realidad a punto de ser modificada o recreada, y también al carácter del individuo encargado de llevar adelante tales modificaciones. En definitiva, y parafraseando a Ortega: el Yo (creativo) y sus circunstancias.

De todos modos, parece oportuno señalar que ambos modos forman parte necesaria del proceso creativo. Y advertir que propender en exceso por uno de los dos modos de la creatividad termina en general empobreciendo la realidad. El aire romántico, que todavía sopla en nuestros días, lleva la delantera en el sentir común, que identifica la creatividad con el rapto genial e intempestivo. En la vertiente opuesta suena el canto de sirenas de una razón que, en busca de certidumbres, intenta someter la creatividad a su severo control.

La elección de uno de los dos caminos en desmedro del otro termina por cerrar el horizonte creativo. El primero porque hace cundir el desaliento en quien no se siente asistido por el genio, y el segundo porque concluye, tarde o temprano, en la sequedad de lo uniforme, que no conoce la vitalidad que siempre aporta lo inesperado. Lo verdaderamente creativo se alimenta de ambas fuentes, que deben esperar cada una su momento para ser puesta en juego. El genio y la paciencia deben entrelazarse con sabiduría, y su trama debe ser tejida con la suficiente apertura para permitir el aporte de cada uno de los dos motores que integran el proceso creativo.


Primer modo creativo

La arquitectura es una actividad que se encuentra en una posición privilegiada para abordar, en la doble modalidad antes descripta, el problema de la creatividad. Ella participa, con singular equilibrio, tanto del momento creativo en su fase genial y repentina como en el lento sucederse de decisiones que ajustan y llevan a término aquella primera idea bosquejada en forma más o menos instantánea. Además, porque la arquitectura es una disciplina que, a diferencia de la puramente artística, es imposible de llevar adelante en soledad. Esta particular característica hace que el proceso creativo adquiera un especial valor, ya que no se limita a la acción de una sola persona, sino que convoca en su desarrollo la presencia de múltiples actores, que encarnan, además, disciplinas distintas. La creatividad se transforma, entonces y siempre, en suma de creatividades.

Esta primera etapa del proceso, que podríamos llamar instantánea o genial, si este término no tuviera implicancias hacia el valor de lo creado, es primera no en importancia, pero sí necesariamente en el tiempo. Se refiere a las primeras decisiones a partir de las cuales se comenzará a desandar el camino y tiene una relación más fuerte con lo intuitivo. Se asemeja a lo que Deleuze define en sus cursos sobre pintura como “diagrama”: un núcleo inicial que en un primer momento se parece a aquella realidad “informe y vacía” que describe el Génesis, pero que misteriosamente guarda en su caótico interior las simientes del futuro proyecto.

Se habla a menudo de la tensión del pintor ante la tela blanca o del músico que pone sus manos sobre el teclado antes de empezar a crear una melodía. Si bien es cierto que no existe la creación humana en el vacío, hay actividades creativas que por su propia naturaleza se ven necesitadas de irrumpir en la realidad en forma intempestiva. No es este el caso de la arquitectura, donde las condicionantes que preceden a la acción tienen un grado de consistencia mayor que en las otras artes. Estas condicionantes podrán ser indefinidas, pero, aun en los casos más extremos, estarán presentes y serán ineludibles. Siempre habrá un programa, por más abierto que sea, al que la arquitectura tiene que servir, y siempre, aun en el desierto más extenso, habrá coordenadas a partir de donde emplazarse. El recorrido del sol, los vientos predominantes y el clima son siempre datos insoslayables. El papel nunca es blanco, a la manera de la tela del pintor, en él hay siempre una realidad que lo precede.

Esta preexistencia se multiplica cuando la arquitectura se realiza en el medio urbano, donde lo que precede al proyecto no es solo la naturaleza, sino además la cultura, en la forma de su creación más compleja: la ciudad. Esta se expresa como realidad física en el entorno construido y también a través de las reglamentaciones que modelan la forma urbana. La creatividad pareciera estrechar su margen de acción, aunque no necesariamente los límites empobrecen. En muchos de los casos las condicionantes son una fuente para su despliegue. Tan acostumbrado a lidiar con ellas, se podría decir que el arquitecto teme más su ausencia que su exceso.

El sistema de decisiones que constituye ese primer núcleo de ideas, que se expresan en ese diagrama o croquis, se convierte, una vez definido, en el principal condicionante del proyecto. Este diagrama es como una segunda naturaleza surgida del encuentro de aquella primera antes descripta y nuestra propia acción creativa. Dicha acción, una vez constituida en “partido”, reclama una coherencia que el proyecto debe seguir, si no quiere correr el riesgo de traicionarse y naufragar. Se abre, así, un camino arduo, ya que las leyes que se desprenden de nuestras propias decisiones no tienen muchas veces la inapelable autoridad de lo que se impone desde fuera. Entramos en la fragilidad que todo idealismo conlleva.

El proyecto necesita, entonces, de una actitud cercana a la contemplación, es decir, de la necesidad de escuchar lo que nos va diciendo con el lenguaje que nosotros mismos le hemos provisto. A veces nuestro propio afán de alcanzar soluciones impulsa caminos errados que en definitiva conspirarán contra el resultado. Hay que dejar en esa instancia que las ideas reposen y esperar con paciencia que se manifiesten los rumbos. La creatividad no es una frenética búsqueda de prueba y error, sino un lento decantar de nuestras propias decisiones. Una modalidad que se hace difícil especialmente hoy, dado que los nuevos medios digitales permiten visualizar innumerables opciones en tiempos cada vez más breves. La multiplicidad de opciones puede ser un factor de confusión y la velocidad, la tentación de evadir la necesaria reflexión. Ciertos platos no se pueden cocinar en el horno de microondas, su sabor necesita de la maduración que solo es provista por el tiempo.

El proyecto debe avanzar, entonces, con velocidades diferenciadas, pero en forma sólida hasta poder ir concretándose en sus distintas partes. Sin embargo, puede producirse “la catástrofe”, como llamaba Cézanne a lo que arreciaba contra sus cuadros cuando no terminaban de conformarse: "Veo a través de manchas la base geológica, el trabajo preparatorio; el mundo del dibujo se hunde, se ha derrumbado como en una catástrofe". La hipótesis de la catástrofe está siempre presente y al acecho durante toda la primera fase del proyecto. Puede suceder que no avance y haya que recomenzar a urdir nuevamente la trama que sostenga un nuevo inicio, otro “partido” desde donde partir.

Unos de los peligros más comunes que acechan a la creatividad es el enamoramiento que las propias decisiones provocan, aun en detrimento del proyecto. Si bien es necesario tener confianza en las propias ideas o intuiciones, no debe ser tal que nos haga impulsarlas más allá de lo aconsejable. Por eso es siempre saludable, aun en esta primera etapa, someter a la crítica, propia y sobre todo ajena, el rumbo elegido. La creatividad debe ser humilde, rendirse ante los hechos y estar dispuesta a recomenzar.


Segundo modo creativo

Superada con éxito la primera fase, se comienza a delinear el proyecto en sus distintas fases. En esta etapa la creatividad se hace más concreta y se aplica con mayor especificidad a los distintos problemas que el proyecto va planteando a medida que avanza en su concreción. Es en este momento que se despliega lo que definimos como la segunda raíz de la creatividad, aquella que no tiene tanto del genio, sino mucho del esfuerzo concentrado y sostenido en el tiempo. Aquí se pueden aplicar a la creatividad ciertas herramientas que la convierten en un instrumento más preciso, abandonando el primer arrebato cuyo resultado se presenta muchas veces como caótico.

En esta fase una de las primeras herramientas que se ofrecen como auxilio a la creatividad son las matemáticas. El aporte del número y la posibilidad de cuantificar los distintos elementos tienen siempre una acción benéfica sobre el proyecto. Con las matemáticas se abre la posibilidad de hacer establecer dentro del proyecto relaciones que tiendan a su armonía. La utilización de cantidades enteras y la posibilidad de establecer proporciones son siempre un apoyo eficaz. Sin quedar prisioneros de los números y sin darles el carácter mágico con que algunas culturas los distinguieron, ellos, con su serena presencia, son un apoyo seguro, sobre todo cuando arrecia el desconcierto.

Sin contradecir lo antes dicho, conviene precisar que es preferible que la matemática sea una presencia invisible. Ella estructurará el proyecto proveyéndole una claridad que lo haga aparecer simple, pero, como con las restantes herramientas del artífice, conviene que desaparezca su huella una vez terminada la obra. “He visto líneas trazadas por arquitectos tan sumamente tenues como un hilo de araña”, como dice San Agustín (Conf 10,12,19). Tan tenues que, si resultan invisibles, mejor.

Otro aspecto fundamental en esta etapa es el de la materialidad, la comprensión de cuáles son precisamente los materiales que en mayor medida podrán dar concreción a la idea. Decisiones que tienen en cuenta también cuestiones de tipo práctico y que no desdeñan los aspectos económicos. La materialidad obedece también a la posibilidad de que el proyecto sea realmente realizado. La creatividad también se aplica en este aspecto y es una ayuda a la hora de decidir dónde realmente se administrarán los recursos, siempre escasos.

Una vez más en este aspecto es necesaria una mirada que se dirija al entorno. En algunos casos este es definitivo a la hora de la materialidad, ya que el más elemental sentido común entiende buscar en la naturaleza circundante los materiales con que construir. Su elaboración, además, permite un diálogo siempre rico con el paisaje. En la ciudad, en cambio, el problema de la materialidad, sin el referente de la geografía, se concentra en la tecnología. Su utilización abre también la posibilidad de una búsqueda estética a partir de ella, aunque en contextos como el nuestro es imposible dejar librada a la técnica todo el peso de la estética. La creatividad es también moderadora a la hora de no pedir a las cosas más de lo que ellas pueden entregar. Pocas cosas son más tristes en el campo estético que pretender una imagen tecnológica sin tener los medios para alcanzarla.

Una vez definida una estructura formal y una material, queda el problema del ensamblaje de las partes. Es conocida la frase del famoso arquitecto, “Dios está en los detalles”, que puso de manifiesto su importancia en el campo de la creatividad. Que Dios esté en los detalles es una garantía de que la creatividad los habita. Y también una señal de que esta no se detiene en alguna escala o dimensión específica de los problemas, sino que penetra hasta los más ínfimos rincones. Los detalles son así señalados como un lugar en donde la creatividad también se pone en juego y especialmente en este terreno, donde lo técnico parecería querer dominar por sobre la búsqueda de la belleza. Sin creer que un buen detalle constructivo garantiza la poesía, no es menos cierto que la justeza constructiva es un buen inicio del camino.

El último estadio de todo el proceso lo constituye la construcción. En esta fase aportan también su creatividad sus distintos artífices materiales. En este punto es bueno recordar el ejemplo del maestro veneciano Carlo Scarpa que se nutría en extensísimas reuniones con herreros, carpinteros, maestros del vidrio y simples albañiles al elaborar sus proyectos. Su obra es un ejemplo ineludible a la hora de abordar la pregunta de cómo se integra a un proyecto una rica tradición constructiva. La incorporación de los gremios en la fase de proyecto es siempre una fuente segura de enriquecimiento para la creatividad. Y lo mismo durante la ejecución de la obra, que es una inagotable cantera en donde la praxis y las reglas del arte enriquecen la creatividad ayudando tanto a mejorar lo proyectado como a almacenar información para futuros proyectos. Siempre me gustó que los italianos llamaran a la obra precisamente “cantiere”.

La integridad creativa

Si bien por una mera cuestión didáctica separamos en dos momentos la creatividad, es bueno recordar, a la hora de finalizar estas líneas, que la creatividad no es solo un proceso integrado, sino, y sobre todo, un proceso integrador.

Es integrado en el sentido de que ambos modos señalados nunca se dan totalmente separados uno del otro. Aun cuando la creatividad se manifieste en su faz más genial, siempre es precedida de algún modo por aquella otra forjada en el esfuerzo dilatado en el tiempo. El tiempo que se refiere al estudio y a la experiencia sin los cuales nuestra creatividad se hace imposible. Y también en los aspectos más arduos, cuando el trabajo parece más mecánico, siempre está presente una dosis, por más ínfima que sea, de creatividad, que nos abre una dimensión verdaderamente humana y que nos aleja del espectro de la máquina que nos acecha sobre todo en nuestra civilización. Esta participación de ambos modos nos asegura en nuestra condición humana y nos enseña que, así como la innovación nunca es total, tampoco es la repetición un horizonte absoluto.

Es integradora, cualidad que se pone de manifiesto sobre todo en el campo de la arquitectura, en el sentido de que la creatividad debe ser capaz de integrar aportes disímiles. Empezando por el de los otros profesionales, siguiendo por los clientes, que no siempre tienen razón, y por último, el de todas las personas que acompañan el proceso creativo, asesorando tanto durante la etapa del proyecto como durante su ejecución.

Por último, y retomando el hilo de los primeros párrafos, es integradora también en un sentido trascendente, ya que nuestra creatividad es siempre don y reflejo de la creatividad divina. Ejercerla es reconocer nuestras limitaciones, propias de toda creatura, pero es al mismo tiempo atisbar el reflejo de la semejanza en donde nuestro ser se funda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

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Eliana Villarreal

flavia dijo...

Es genial leer estos escritos! Felicitaciones!

flavia dijo...

Permissssooooo
se lo voy a linkear a varios arquitectos queridos.
Es un texto más que interesante y valorizador!
Gracias!

La herida de Paris dijo...

Soy yo el que te agradece la difusión, Flavia. Y también tus palabras.
Saludos.