jueves, 6 de diciembre de 2007

5 poderes

Proceso a Jesús de Nazareth


Jerusalén, vísperas de la Pascua judía,
año 33 de nuestra era,
entre la madrugada y el mediodía
del viernes hoy llamado Santo


1. Anás

La primera instancia es la de Anás, el saduceo. No es técnicamente una parte del juicio, ya que no pertenece a la justicia formal, si no que más bien se refiere al ámbito de lo personal. Se hace notar que el encuentro no es en una dependencia pública, es en su casa particular, antes del amanecer. Morada de un hombre que detentaba el máximo del poder, dentro de los estrechos límites que permitía la ocupación romana. No era el Sumo Sacerdote, pero lo había sido y también lo serían todos sus hijos. Actualmente lo era su yerno, Caifás. Un poder que se ejerce detrás de escena no es visible, pero es en esa ausencia que radica su fuerza. El hecho de saber que no se necesita de las investiduras, la ausencia de cargos y la falta de apariencias es precisamente lo que constituye este modo del poder. Lo oculto es, en este caso, evidencia. También su carácter hereditario le transmite una sensación de eternidad. El poder vitalicio algún día termina; el que pasa a otros miembros de la misma estirpe parece prolongarse hacia un tiempo indefinido. Con el traspaso endógeno, se produce también la vigencia de la trama en que se asienta. Los negociados, los silencios, los conocidos, las lealtades maniatadas tienen su continuidad automática con el descender de la sangre. Anás formuló unas pocas preguntas, pero sobre todo quiso verlo. Y eso no fue solo producto de la curiosidad, que seguramente tenía, fue una señal. No olvidemos que todos ellos le temían, también desde una perspectiva política, más aún después de los disturbios en el Templo, lugar de donde provenía su prestigio, además de sus cuantiosos ingresos. Anás quiso que de alguna manera se supiera quién estaba detrás de todo lo que sucedería. No le interesaban las respuestas y la única que obtuvo cerró el argumento con una sonora bofetada. El inicio de una espiral de violencia que iría en aumento con las horas. La reprimenda acorde a un estilo que utiliza la violencia como lenguaje. El estilo de las logias, de las mafias, de los grupos que abrazan el anonimato voluntario. No les gusta la figuración, pero no soportarían ser ignorados. Nutren desprecio por los que prefieren los símbolos del poder a su posesión efectiva. No ostentan la riqueza, pero son inmensamente ricos. Pocas palabras y en un tono casi imperceptible, porque es el interlocutor el que debe hacer el esfuerzo de escuchar sus susurradas sentencias. Le bastó una mirada para tranquilizarse. Seguramente haya pensado lo infundados que habían sido sus temores. Que continúen adelante los funcionarios con las formalidades del caso.


2. Sanedrín

De los silencios de donde proviene la sordidez del poder sombrío, pasamos al bullicio de lo explícito. El poder necesita ahora mostrarse y hacer la parodia de lo participado. Es la hora de los órganos colegiados, que suelen ahogar con sus discursos encendidos alguna verdad inconfesable. El Sanedrín había sido en origen la asamblea de las tribus de Israel. Pero lejos había quedado aquella edad pretérita en la cual los 70 ancianos impartían justicia junto a Moisés. Con los años se fueron incorporando miembros de la nobleza y de castas sacerdotales, y la pureza original fue sufriendo la infiltración de intereses. No mucho tiempo atrás, Herodes el Grande había hecho asesinar a gran cantidad de sus miembros poco dóciles a sus caprichos, para reemplazarlos por voluntades más afines. Su deterioro como cuerpo era visible, y por eso mismo los romanos lo dejaban subsistir. Son ese tipo de instituciones que se mantienen en los países dominados, para crear una vaga sensación de autogobierno. No se le permitía condenar a muerte, pero sí intrincarse en discusiones por cuestiones religiosas y civiles. Era uno de tantos parlamentos que mantienen las formas para asegurar su permanencia. Llega el momento de los grandes gestos, de la teatralidad, los tonos altisonantes, las barbas agitadas, los ojos al cielo y, en fin, las vestiduras rasgadas. Aparecen los testigos falsos, que se atropellan con las palabras y ayudan sin quererlo al acusado. Todo está decidido de antemano pero hay una paz pequeña que proviene de los procedimientos respetados con puntilloso celo. Seguramente había entre ellos quienes disentían, sin embargo las responsabilidades multiplicadas tranquilizan. El sueño tranquilo de las minorías, que descansan cómodas en su impotencia. Hay un exceso de palabras que ya nadie en realidad escucha. Aquí están representados los gigantescos organismos inútiles, las mesas de discusión aparente, las cámaras de la nada, las comisiones de la pereza y todos los que, amparados en lo múltiple, alumbran la mentira. De qué sirven los testimonios fraguados y llenos de vacilaciones. La paciencia de Caifás, al fin y al cabo el Sumo Sacerdote, tiene límites. Cansado de tanta parodia se pregunta por la validez de toda esa comedia. Una pregunta todo lo define, los tiempos del debate llegan a su fin. Caen entonces las máscaras y aparecen los hombres y su sed de golpes. El escupitajo del fariseo es la cifra de este desprecio manifiesto, que encubre algo del temor pasado. La burla del manto rojo y los pedidos de profecía son hijas del mismo miedo superado que al sentirse ridículo se transforma en violencia. El próximo paso incluye necesariamente pasar por el atrio romano, para hacer efectiva la condena.


3. Herodes

El poder a veces mantiene sus símbolos y sus gestos, aunque detrás de ellos se esconda el vacío. De todos modos, muchas veces alcanza con el solo parecer. No importa que nada lo sustente, el disfraz es suficiente. Todo ha cambiado radicalmente, pero ellos aún están allí. Es el ámbito de la farándula encumbrada que quiere que el espectáculo continúe siempre, no importa el precio. Son los reyes de este siglo, los presidentes con primer ministro, los embajadores de complejos protocolos. Aquellos que han sido olvidados en una especie de limbo de un poder que ya no es más. Apellidos ilustres, nombres rutilantes, propiedades desiertas, cargos despojados de sentido. Es la vida dedicada a una fiesta eterna, donde todo se diluye finalmente en un tedio insoportable. El aturdimiento como única medicina para continuar distraídos y comenzar a llenar ese espacio tan grande que es el día de un inútil. Todos estuvieron a una enorme distancia de entender lo que ocurría, pero ninguno estuvo más lejos que Herodes. Aquella era una corte de utilería, con soldados de carnaval y cortesanas sin ambición. Para que no se notara demasiado su irrelevante condición vivían recluidos en la áspera Perea dentro de la fortaleza de Maqueronte. Allí, harto de bufones que repetían sus bromas y de las contorsiones de bailarinas asiáticas, el Tetrarca encontró su diversión en robarle la mujer a su hermano. En un arrebato de lujuria cedió a los velos de Salomé y a la tentación de acallar la denuncia del profeta que subía desde sus calabozos. Pero la trasgresión requiere de sus límites y la ausencia de ellos genera la desesperación del trasgresor. Se sentía despreciado por los judíos, a cuya raza no pertenecía, y olvidado de los romanos, que ni siquiera lo tomaban en cuenta. Su padre, “El Grande”, al menos era cruel. El miedo funciona como un sustituto del respeto, pero infundirlo es un trabajo que hay que estar dispuesto a emprender. Los que disfrutan de este tipo de poder son, en general, perezosos. Pasar los días entre juegos repetidos y obscenidades triviales, rodeado de un lujo pequeño era su decadente cometido. Estaba algo arruinado por vicios menores y aburrido de una obsecuencia que ni siquiera se esforzaba en el disimulo. Pilato pensó que podría divertirlo aquel hijo de carpintero que se decía rey, o quizás pensó que podría ofenderlo. A sus ojos, la realeza estaba igualmente lejana de uno y de otro. Herodes no hizo ninguna de las dos cosas, solamente optó por seguir su lógica de circo. Lo trató con gran amabilidad y olvidó que tiempo atrás lo había llamado “zorro”. Este tipo de gente se resiste a la ardua tarea que implica el rencor. Le hizo algunas preguntas, movido solamente por una frivolidad esencial y, por supuesto, le pidió que hiciera algún milagro a la altura de su fama. Algo que trajera un aire de novedad, que es siempre el desafío que tiene el que dedica su vida al pasatiempo. Quedó desilusionado y hasta rabioso. Ahora habría que inventar otra manera de pasar la tarde. Su forma de violencia fue la burla. Lo vistió con un magnífico manto y lo mandó de vuelta a Pilato. Ley del vodevil, una broma se contesta con otra.


4. Pilatos

La instancia de la desnudez. El poder muestra su rostro duro, desprovisto de los maquillajes que mitigan la dureza de sus rasgos. La Historia sucumbe siempre al elogio de tan perfecta creación del orden y el derecho. Qué Estado, embriagado en algún momento de su vida, no soñó con ser Roma. Lo militar despierta siempre esa sensación de justeza y la precisión es una calma segura. La belleza austera que se esconde en un arma Ya no hay lugar para escenificaciones, ni para discursos, a partir de este momento hace su aparición la violencia con su inequívoca manifestación, la sangre. Es el poder que se ejerce con la fuerza de los látigos. Al silenciarse de las palabras, corresponde simétrica, la sordera de los golpes. Una contundencia que se siente en la carne. Los poderosos ya no dan razones, sencillamente castigan. Violencia pura, simple como la vara que se descarga recta sobre el cuerpo inerme. Este es el ámbito del soldado, donde la broma olvida la sutileza. Así se expresan los imperios, esta es su voz de hierro. No importa entender el fondo de las cosas, importa jamás mostrarse débil, no mostrar fisuras, golpear primero, golpear dos veces, infinitas veces. El análisis es un lujo que no está permitido en esta vida áspera. El orden es la meta suprema y se impone a cualquier costo, ahogándolo todo aún antes que sea un intento. Rápido, hay urgencias que este tipo de ejercicio requiere. La velocidad de respuesta es una virtud apreciada, los problemas se resuelven expeditivamente, eso muestra la fibra del comandante. Hay también un malhumor que es el propio del hombre de acción, que detesta la política. La discusión es una pérdida de tiempo que se suma al temor a ser enredado en sofismas, en disputas de sacerdotes, en los vericuetos de una religión incomprensible. Un hombre acostumbrado a soportar los más duros días de la legión no puede afrontar esas refriegas del espíritu. Qué era todo ese entrevero sobre realezas hipotéticas y reinos de otros mundos. Acaso no estaba claro de qué lado estaba el poder, qué importancia podía tener todo eso y qué ridícula obstinación en matar a ese hombre. Verdad que este, con su silencio, era irritante y ni siquiera se molestaba en solicitar clemencia. El diálogo breve se corta con una pregunta que se pretende filosófica, pero que no es más que la afirmación de un escéptico a la moda. El relativismo es un atajo al que siempre puede acudir la conciencia. Unos buenos azotes harían entrar en razón a todos. Tampoco hay tiempo para las visiones de las mujeres de mal sueño y sus premoniciones. Este es el mundo real, hay que actuar despierto. La flagelación debe ser calculada. No se trata de sadismo, hay que aplicar la cuota necesaria de sangre, la suficiente para calmar la sed y evitar el desborde. Se deben presentar las marcas de esta justicia sumaria: “Ecce homo”. Pero no es suficiente, al contrario, el clamor parece encenderse. No hay caso, se pasará a la fase siguiente. “Ibis ad crucem”.


5. El pueblo

El poder finalmente adopta su forma más compleja. Se hace amorfo. Abandona su rostro para diluirse en todos los rostros. Lo que se constituye como la potestad máxima, paradójicamente, se vuelve inasible. Se puede someter a alguien, incluso por largo tiempo, pero aun así se sabe que esta no es una conquista real. Sólo conquista quien consigue el amor de lo conquistado. El poder que proviene del pueblo debe ser así seducido, con palabras y también con esas promesas de cumplimiento imposible, que se llaman mentiras. También existe un sueño que le agrega complejidad a este primer carácter afectivo de este tipo de poder, que es su pretensión de verdad. Esa creencia difundida de que la voz de las muchedumbres es una voz de una veracidad irrevocable y de una fuerza incontrastable. Se olvida quizás que esa vos antes de ser emitida fue necesariamente condicionada. Es evidente que no surge de la nada, sino luego de que es el resultado de un intrincado proceso denominado cultura. Aquí también radica esa otra utopía que significa la posibilidad de control que permita el manejo de esta energía poderosa. Las ingenierías más sutiles se han puesto al servicio de esta alquimia imposible, encuestas de humores, curvas del deseo, sociologías refinadas pretenden conocer científicamente. Anticiparse es la llave del dominio. Con estas fórmulas, o por el más puro azar, algunos alcanzan la ansiada meta, pero una y otra vez el hombre se ha encontrado, antes o después, huérfano de lo que creía tener seguro entre sus manos. La volatilidad es otra de las características insoslayables de esta forma atomizada del poder. Las adhesiones populares tienen como estilo los cambios abruptos, los encumbramientos meteóricos y los descensos igualmente rápidos a noches de olvidos sin amanecer. A este díscolo juez se le pone la responsabilidad de decidir como instancia definitiva. En este gran mar se lavarán finalmente las conciencias que no quieren sobre sí ninguna responsabilidad. Como tantas otras veces, que sea el pueblo el que decida. Una multitud algo escasa, pero suficiente, es serpenteada por instigadores, que intentan inclinar la balanza de este nuevo magistrado hacia su favor. Son las pequeñas fuentes que susurran rumores con descuido cómplice. Hay una primera compulsa, que disfrazada de clemencia, pone en competencia lo incomparable. Plebiscito insólito que arroja un resultado esperado en favor de aquellos héroes efímeros que suelen concitar la ferviente adhesión de una masa sometida. Barrabás, el zelota, representa el atajo de la impotencia, la seducción de una aventura imposible que ciertamente llevaría a la destrucción de aquellos hombres algunas décadas después de estos sucesos. No fue complicado para aquellos agentes de opinión dirigir la elección, demostrando la efectividad que un movimiento coordinado tiene sobre la masa. Superado este escollo, quedaba decidir el destino del otro contendiente, para el que se pide a gritos el más indigno de los castigos. El pueblo se ha pronunciado, no quedan entonces más instancias. Que traigan la jofaina.

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