sábado, 2 de abril de 2011

Crónicas de NY III

Día 03 (domingo): CENTRAL PARK / (Frick Collection)

Empezamos el día con la misa de 9.00 am en la Catedral de St. Patrick que nos recibe con una celebración en honor de la nutrida comunidad polaca. Más allá de la ocasión, me pareció que toda la ceremonia tenía un tono más solemne que el que estamos acostumbrados. Estamos en una ciudad donde la Iglesia Católica, si bien ocupa un lugar importante, no es predominante, y este hecho –se me ocurre– impulsa a acentuar los aspectos propiamente católicos de la ceremonia. Entre otros detalles, notamos que por ejemplo la homilía es pronunciada desde un elevado púlpito, se permanece arrodillado desde la consagración hasta el Padrenuestro, y no hay ministros de la eucaristía. La liturgia es guiada por un sacerdote, la música proviene de un potente y afinado coro, y toda la ceremonia tiene un aire un poco distante.

Terminada la misa, con cortejo de polacos en trajes típicos y saludos del obispo, nos tomamos el bus hasta el Upper East para visitar la Frick Collection que abría a las 11. Aprovechamos el tiempo previo a la apertura para, sentados en uno de los bancos al borde del Central Park, admirar el edificio de estilo francés que se ubica frente al mismo, además de observar también la gente que concurría en masa al parque para aprovechar el magnífico día de sol.

La casa, que se abre con un importante jardín sobre la 5th Ave., fue le residencia de la familia Frick, oriunda de Pittsburg y, como manda la tradición de esa ciudad, dedicados al negocio del acero, en el que amasaron una fortuna considerable. Parte de ella la dedicaron a su mansión, proyectada en 1913 por los arquitectos del momento, Carrére & Hastings, quienes fueron además los artífices de muchas de las mansiones de estilo francés que hay en la zona. En 1935, luego de la muerte de Mr. Frick y cumpliendo su voluntad, la casa fue adaptada por el arquitecto John Russell Pope para exhibir al público la colección privada.


De esta última intervención se destaca el patio cubierto que, en el centro del edificio, sirve de remanso y de conexión entre los distintos salones que mantienen en su mayoría su aspecto original. Sobresale en la composición la grandiosa escalera, donde se demuestra el poderío de esta familia. Las escaleras son siempre significativas en este sentido. Será la verticalidad o el sentido del movimiento que una escalera posee que las transforma en simbólicas.

La colección recorre una gran parte del la historia de la pintura, desde Cimabue a los impresionistas. No tiene una grandísima cantidad de obras, pero en compensación todas son prácticamente de una calidad inmejorable. Sin pretender hacer una recorrida exhaustiva, mencionaré solo algunas que me impactaron especialmente.

Para la visita, dado que el museo tiene dimensiones acotadas, hacemos primero una recorrida sin apoyo, y después recurrimos a las excelentes audioguías. De esta manera se pude tener una primera impresión “desprejuiciada” de la obra, y después corroborar con la información de las guías telefónicas, cuya visión suele ser excelente y completa. Una manera de recorrer tan válida como cualquier otra.

Empiezo por el San Giovanni de aire algo primitivo, de Piero Della Francesca, que se destaca en un cielo azul en un tono muy típico de Piero. Resulta llamativo que haya elegido retratar al santo, en el que generalmente se destaca su juventud, en una vejez avanzada y llena de una sabiduría que se plasma en su semblante. Es el San Juan de los años del Apocalipsis, pero que en la rudeza de sus facciones descubre al antiguo pescador de Galilea. La riqueza de la túnica bordada y del rojo manto, propia de su jerarquía apostólica, contrasta con los pies desnudos del peregrino. Concentrado, lee la Palabra, empuñando el libro con firmeza y con manos fuertes, y parece esperar serenamente la muerte ya próxima.

La colección cuenta con tres obras de Vermmer, lo cual constituye un prodigio si pensamos que, en el mundo, los Vermeer reconocidos apenas pasan de 30. El de mayor tamaño, y quizás el más conocido, es el famoso Mistress and maid. Un cuadro que tiene una honda lectura psicológica. La diferencia de rango entre los dos personajes se manifiesta en infinidad de detalles, empezando por la distinta calidad de los vestidos. Sin embargo, el motivo de la carta expresa la intimidad que existe entre ambas y un cierto grado de confidencia. El dramatismo de la escena se ve acentuado por el siempre magnífico manejo de la luz que proviene de una fuente que permanece invisible. Un extraño Vermeer sin ventana.

Los otros dos del mismo autor son de menor tamaño, pero igualmente sugestivos. Ambos, esta vez sí con las típicas ventanas altas, representan, también como es común, sencillas escenas de la vida diaria de su tiempo. El que más me gustó de los dos es el de la joven que sonríe suavemente ante su pretendiente (Officer and Laughing girl), que aparece en una postura seductora y que transmite seguridad, aunque en las sombras. Uno puede imaginar el tono osado del oficial, que relata a la joven sus aventuras por lejanas tierras, sugeridas por el espléndido mapa colgado en la pared. Sin embargo, una segunda lectura puede hacer pensar lo contrario, la mujer es la que domina la situación y el oficial en las sombras es el que está en aprietos.

El último Vermeer es un prodigio de espontaneidad. Narración de una interrupción, abrupta, la música parece haberse detenido en ese mismo instante (Girl interrupted at her music). El profesor todavía permanece atrapado por la lección, pero la joven alumna, más dada a la distracción como es propio de su joven edad, mira sorprendida directamente hacia nosotros. Parece haber alguien justo donde estamos parados, un tercer personaje invisible en el cuadro. Las obras de Vermeer son un pequeño, pero siempre sugestivo, relato de la vida cotidiana.

El San Francisco, de Giovanni Bellini, es un cuadro impactante, de un generoso tamaño, pero al mismo tiempo trabajado con la precisión de una miniatura. Como es común en la obra del autor, hay una gran cantidad de detalles alegóricos, un bellísimo paisaje y un gran manejo del color, que sobresale en la roca azulada de la caverna que parece de hielo. De todos modos, lo que más me impactó fue el clima general que envuelve la pintura, la tranquila espera del santo, que parece confiado en recibir el milagro de los estigmas y la total indiferencia del ambiente que lo circunda. El mundo sigue su curso ignorando la acción de Dios, y si bien el título de la obra hace referencia al desierto, este parece más psicológico que geográfico. El lugar donde se desarrolla la acción tiene más de suburbio que de desierto.

Según me entero por mi teléfono, La fragua de Goya, parece haber sido adquirida por Frick por su condición de empresario de los metales y como un homenaje a los orígenes de su fortuna. Quizás también haya visto una síntesis del trabajo que se realizaba en su fábrica, ya que hay en la pintura una celebración del movimiento coordinado, necesario a toda producción. Los tres hombres que aparecen en la tela dependen unos de otros: la fuerza del joven de poderosa espalda que golpea, la firmeza concentrada del que sostiene el hierro candente y el anciano que insufla con su fuelle una dimensión espiritual al trabajo.

Otra alegoría del trabajo, en este caso más del costado comercial que del de la producción industrial, es la señalada con particular eficacia por las dos grandes telas enfrentadas de Turner, que representan el trajinar de dos importantes puertos europeos, el fluvial y muy comercial de Colonia en Alemania, y el marítimo y pesquero de Dieppe, sobre el Canal de la Mancha, en la margen francesa. Ambos tienen una luz dorada y ese aspecto brumoso tan típico de la obra de Turner.

También de Turner, me gustó la Mortlake Terrace y su irresistible aire de mañana de verano que se presiente en una atmósfera donde el día tranquilamente se prepara. Un día que tarda en empezar, como siempre sucede en el verano, y que se puede imaginar en su apacible desarrollo. Otro paisaje que también me resultó sugestivo, y que tiene un aire similar al anterior, es el de la Salisbury Cathedral, de su compatriota John Constable. Una de las tantas versiones de este tema que ejecutara el gran paisajista inglés, contemporáneo de Turner.

La colección también cuenta con una gran serie de retratos de distintos autores, a los que sería demasiado largo referirme en particular. Los hay de Rembrandt (uno de los más famosos de sus múltiples autorretratos), de Velázquez, Goya, el San Jerónimo de El Greco, vestido como un cardenal del Renacimiento, el joven y enigmático caballero del Bronzino, la misteriosa Condesa de Haussonville pintada por Ingres, y el clásico Washington de Stuart.

Además, a Mr. Frick le gustaba la idea de reunir personajes de a pares, se ve que le interesaban los contrastes. En esta línea son magníficos los dos caballeros de Tiziano y también la pareja retratada por Frans Hals.

Para terminar, dejamos la habitación de Fragonard y su muy famosas Etapas del amor, en donde se nos cuenta en una serie de seis paneles las distintas vicisitudes de dos enamorados en la corte de Luis XV, en un vaporoso estilo rococó, todo en el marco de una naturaleza generosa, adornada con retazos de estatuas y jarrones clásicos.

Todo el resto de la jornada la dedicaríamos a recorrer el Central Park, empezando por el almuerzo en una de sus características colinas, en donde nos repusimos luego de la intensa mañana pasada en la Frick.

La primera reflexión que me surge es en referencia a su uso intensivo, lo que lo constituye en un ejemplo en cuanto al espacio público. Es enorme la cantidad de gente que concurre a este lugar donde mágicamente desaparecen todo tipo de diferencias. El parque es un espacio que unifica y coloca en pie de igualdad a quienes lo utilizan con amplia libertad y al mismo tiempo con enorme respeto por el vecino. Son esos lugares en donde parece que la convivencia entre los hombres puede dejar de ser un sueño.


Las enormes dimensiones y la variedad del parque ofrecen muchas posibilidades, que van desde la contemplación hasta el deporte más activo, en donde se destaca por sobre todos una intensísima actividad aeróbica.

El diseño tiene como mérito sobresaliente su larguísima extensión. Parece increíble que se haya decidido en tiempos en que la ciudad era poco más que una aldea. La voluntad de reservar un área de 340 hectáreas en el medio de la nada habla de una visión urbanística que raya con lo profético. El urbanismo es una disciplina que brilla cuando es capaz de imaginar con acierto un futuro, y por eso es tan rara hoy en día, cuando predominan las visiones apocalípticas. Pareciera que la enorme energía (necesaria, por otro lado) que el hombre gasta en preservar lo existente clausura las posibilidades de imaginar un mañana que no sea el de la catástrofe.

Otro gran acierto del proyecto, a cargo de Calvert Vaux y Frederick Law Olmsted, es la fuerte elección que hace a favor del peatón. Acierto que es aún mayor en una sociedad anterior al automóvil. Un complejo sistema de puentes y de niveles cambiantes hace que el parque se pueda recorrer prácticamente sin interrupciones. Todo el conjunto está condimentado con una rica altimetría. En seguida de ingresar se pierde relación con los bordes y con la cota de las calles circundantes y uno se encuentra en un ambiente totalmente distinto al dejado solo unos metros atrás. Seguramente se aprovechan al máximo las diferencias de un terreno accidentado que contrasta con lo experimentado en otros lados de la ciudad, donde es mayormente plano.


Paisajísticamente es muy variado y combina con mucho acierto amplias planicies descampadas con zonas sorprendentemente boscosas y agrestes. Naturalmente se entrelazan los recorridos de senderos aptos para el paseo con las zonas de velocidad intermedia (bicicletas, jogging y otros) y con los autos que generalmente circulan en otro nivel. Varias veces en nuestra caminata perdemos la orientación, pero finalmente con un mapa que nos proveen en Castle Rock, comenzamos a movernos con mayor seguridad.
Hay algunos puntos aislados de atracción, pero ninguno aparece como de un interés superlativo: el nombrado Castle Rock, el estanque para veleros con la estatuas alusivas a Alicia de Lewis Carrol, el Great Lawn y el Great Lake pequeño, al lado del enorme lago de la Reserva Jacqueline Kennedy en el lado norte. Sin duda, la variedad del parque y sobre todo de la gente constituyen lo mejor del paseo.

En principio la relación del parque con respecto a la ciudad parece problemática, visto que se ubican en paralelo, partiendo la estrecha isla longitudinalmente en dos. De todos modos, esta incomodidad que evidentemente se siente en el funcionamiento de la ciudad, le otorga mucho de su carácter. Entre otras cosas la mítica “rivalidad” cultural que existe entre los dos márgenes en que queda dividida es un aderezo que le agrega sustancia.


Recostándonos sobre el lado oeste, visitamos el curioso Strawberry Fields, que recuerda el lugar donde fue asesinado John Lennon el 8 de diciembre de 1980. Un simple mosaico en el piso con la leyenda “Imagine” en el centro, parcialmente cubierto de flores que se dejan en el piso a modo de homenaje. Hay en el ambiente un aire de tranquilo reposo y una atmosfera que tiene algo de religioso, incluso un recogimiento que querríamos a veces en nuestras iglesias. Luego emprendemos el regreso hacia el sur, siempre sin abandonar la margen oeste que ofrece vistas magníficas del lago, iluminadas por un atardecer impecable.

Hacemos algunos altos dedicados a reponer fuerzas y a mirar la multiplicidad de la vasta población aeróbica, que incluye casi la totalidad de los tipos existentes en la raza humana. Salimos del parque por el ángulo sudoeste, en el Columbus Circle, gobernado por la pequeña estatua del genovés que da la espalda al parque y dejamos para más adelante el ángulo opuesto. El día termina con una furiosa puesta de sol que se refleja en los vidrios de las gemelas del Time Warner Center, las que también visitaremos otro día.

14 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Tu preciosa crónica me ha mostrado nuevas escaleras y ventanas por donde asomarme a NY desde otros ángulos.

beso grande y buen domingo!

La herida de Paris dijo...

Condesa: abra la ventaná, asómese y mire lo quiera.

Saludos y buena semana.

Mari Pops dijo...

interesante analisis sobre el Central Park

Te gusto el libro de Zatonyi??

La herida de Paris dijo...

Y eso que no soy un amante del "verde".

Si, claro que me gustó Zatonyi. Tiene excelentes ideas, y una mirada muy abierta, aunque este libro en particular, no parecía del todo bien ensamblado.

Saludos.

María dijo...

Me dieron ganas de recorrer de nuevo la colección de la Frick, magari con tu voz en lugar de la de la audioguía…
Y después ir a tirarnos al pasto del Central Park, a comer uno de nuestros super sándwiches de “salami”.

La herida de Paris dijo...

Podrán cambiar las geografías pero el salame (el del sandwich y el de tu marido) permanecen inalterados.

Beso.

Rob K dijo...

Admirables me parecen los tantos casos de hombres de gran fortuna que dedicaban buena parte de ella a obras de arte.

Seguramente habrá en ello motivaciones de orgullo personal, lustre social, exenciones impositivas, etc., pero me gusta pensar que también revela la importancia que asignaban al arte, a su difusión en la comunidad y a la función social de la riqueza acumulada.

Saludos.

La herida de Paris dijo...

Es exacto lo que decís Rob, no sólo son los millonarios que donan y el Estado que alienta las donaciones, sino también el ciudadano que las recibe.

Acá cuando Constantini quizo ageragarle unos metros al MALBA, necesarios para hacer que el museo funcione, los vecinos de Barrio Parque hicieron de todo para impedírselo. La máquina de la desconfianza no se detiene nunca, aún en lo que beneficia a todos.

Saludos.

Lánguida crónica dijo...

ope, ¿cuándo empiezan las clases de pintura para la flia? ahora el turno para NY es para las nenas, qué envidia!!

La herida de Paris dijo...

Las clases de pintura empiezan el primer viernes después de Pascua (29/04). Ya mi agente de prensa (Ale) informará oportunamente.

Las nenas ya están preparándose. Ambas se lo merecen y creo que lo van disfrutar mucho.

Saludos.

janfi dijo...

Opi, ecelente crónica, pero no pude evitar reirme en toda su lectura porque dentro de la extrema cultura de su autor, se escapa el tano futblista en esta frase : "No tiene una grandísima cantidad de obras...". Ese "grandísima" es una muletilla de los argentos que juegan al futbol en Italia y les parece un término muy itálico.

La herida de Paris dijo...

Janfi, son los resabios de los cinco años pasados en Italia.

Un grandissimo saluto e un piacere averti da queste parti ancora.

Estrella dijo...

Como si hubiera vuelto a NY, con una mirada mucho más rica. Ay, todo lo que me perdí aquellas veces!

La herida de Paris dijo...

Estrella: Será le momento de ir planeando otra visita, para seguir perdiéndote cosas, ya que mas uno conoce mas se pierde.

Un placer tenerte por acá y seguimos esperando que reabras tu "casa", donde se estaba tan cómodo y se extraña.

Saludos.