jueves, 8 de noviembre de 2007

Caro nome

Sé que muchos, y suculentos, han sido los frutos que la feliz unión con María, a horas de plantearse definitivamente, han producido. Sé que referirme a este, realmente mínimo, es casi una ofensa ante la magnitud de los eventos que nos encontramos próximos a festejar. Pero visto que fui un directo beneficiado, no puedo menos que hacerlo, para no ser tildado de ingrato. Me enteré que una "oportuna" reunión de amigos destinada a celebrarlos fue la que en definitiva me franqueó, inesperadamente, el ingreso a los salones del palacio de Mantova, a su vez entreabiertas para vos por la ausencia de Titel, retenida en alguna posesión de la llanura pampeana (y después hay gente que habla mal del campo...). Un verdadero milagro de casualidades me puso allí el viernes por la noche, dispuesto a gozar, por primera vez en mi vida, del doloroso drama de Rigoletto, injustamente condenado por nuestro padre al ostracismo. Pude asistir con renovada sorpresa al hecho que, a pesar de la mencionada censura, su música permanecía intacta en algún casillero de mi mente (según la sabia descripción materna de la memoria), dispuesta a desenrollarse sin esfuerzo y sin pausa durante las dos horas que duró la representación. Allí estaban impresos intactos todos los surcos de aquel disco azul francia que con letras solemnes decía "Teatro alla Scala de Milan". Y estaban, a pesar de no haber escuchado una sola nota de la partitura al menos en los últimos 25 años, lo que coincide con la fecha que abandonaste la coqueta Ocampo, rumbo al solar de Canning y Soler. Y qué me calienta si el barítono estaba más cerca de Tito Lectoure que de Tito Gobbi, y si Cristina me recuerda, nostálgica, en el entreacto, que escuchó en este papel a Mc Neil y a Sherill Milnes, en no sé qué lejanas fechas. Nada importa, si cuando suena límpido el "Caro nome" una lágrima me resbala y cae en el ajado terciopelo de nuestro primer coliseo, si a cada instante me tengo que contener de no gritar, como un héroe del Risorgimento: ¡Viva Verdi!. En fin, el empeño de nuestras fuerzas locales, que nos recuerdan nuestro duhaldista presente, hacen un Rigoletto más que digno, a mi criterio que, ya fue dicho, se encuentra empañado de emoción. Y vuelvo a casa feliz, silbando las melodías, como lo hiciera antaño un Adolfo mucho más digno que yo, recorriendo el mismo, exacto camino. Me imagino que, gracias a la calidad de tu espíritu, el saber que alguien gozó con tu "desgracia", lejos de producirte envidia te producirá alegría, y por eso la comparto, dejando para mañana las felicitaciones por tus argentinas bodas.


(Bodas de Plata de Gabriel y María, diciembre de 2002)

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