miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cisne

("Para los árboles", Luis Alberto Spinetta)

Hoy el viento se abrió,
quedó vacío el aire una vez más
y el manantial brotó
y nadie está aquí
y puedo ver que sólo estallan las hojas al brillar...
y se produce en eso tanta luz
que ni las piedras
ocultan su vida para mí
y parecen dormir
y puedo ver que sólo estallan las hojas al brillar...
y ya no hay nada que decir...

así refleja el cisne
así, el agua en sus alas
no hay nada que decir
así refleja el cisne
así, el agua en sus alas, por fin...

En el valle y en el sol
hay una mancha que responde por tí...
Todo es uno y mil a la vez,
la condición de sentir casi todo sin decir...
Y ya no hay luna
ni dolor en mí...
Y la arboleda
susurra su canto desigual
y parece callar
y sin embargo
una visión atraviesa mi cuerpo...

Y ya no hay nada que decir,
así refleja el cisne
así, el agua en sus alas...
no hay nada que decir
así refleja el cisne
así, el agua en sus alas, por fin...



Un cisne me recuerda invariablemente una anécdota: el caballero Lohengrin llega a impartir su severa justicia en una nave que, curiosamente, utiliza como plumífero motor fuera de borda un cisne. El héroe atraviesa en su ligera embarcación algún río del “interland” germano. Luego de haber llevado adelante su objetivo con impecable perfección, él mismo es obligado a revelar su origen por la indomable curiosidad de su reciente conquistada esposa, Elsa de Brabant. Roto el secreto, cual moderno espía de la KGB, no le queda otro camino que emprender la ruta del regreso entre los Caballeros del Sacro Grial, para lo cual se dispone a utilizar el mismo medio que en su triunfal aparición. Quiso el destino que una noche, hace ya muchos años, al llegar este crucial momento, en una representación del drama wagneriano en el Colón, el encargado de accionar el mecanismo anticipó el movimiento, dejando al Caballero literalmente “de a pie”. Sin poder refrenar un violento impulso humorístico, el tenor que aquella noche hacía la parte de Lohengrin miró divertido a la platea del teatro colmado y preguntó sonriente: ¿A qué hora sale el próximo cisne?

El joven Nietzsche descubrió que en la belleza conviven dos principios antagónicos, que con maestría llamó “apolíneo” y “dionisíaco”, de acuerdo a las distintas divinidades griegas, de donde mana su concepto. Simplificando brutalmente, a lo dionisíaco pertenece el componente sensual y vital que toda belleza lleva, mientras que la parte de Apolo se refiere al costado intelectivo, en cierto sentido más espiritual. Es a esta última que creo se refiere este poema, que tiene en la imagen del cisne la más perfecta trascripción al mundo animal de esta idea de lo apolíneo.

Un cisne, con largo cuello interrogante, deslizándose calmo en las aguas de un lago, también él, perfectamente calmo, arrullado por el canto de los árboles e iluminado con algo de luz sobrenatural, representa el paradigma de una sensación estética que invita a la callada contemplación. Frente a un espectáculo similar, suficiente e intencionadamente edulcorado como para ser real, parece inevitable el terminarse de las palabras. El silencio del humano decir, sin embargo, parece ser más bien el estado necesario para escuchar el mensaje que toda belleza trae. Este, recordemos, no es un cisne reflejado, sino reflejante. Si el agua es la Vida y el cisne la Belleza, la belleza no es otra cosa que el reflejo amplificado de la vida. Un reflejo ciertamente potente, que hace que, mirándolas bien, hasta las piedras parezcan animadas con la pesada respiración del durmiente.

El cisne aparece repentino, brota desde una manantial inesperado, en un claro del viento, en un vacío del aire, en un estallido de luz. El cisne es una visión. El espíritu no se nutre solo de frías teologías, también está el abrupto camino de los místicos. Puede ser que quizás no necesitemos alejarnos demasiado, quién sabe los cisnes estén expectantes a la vuelta de la esquina. Quizás seamos incapaces de verlos, de descubrirlos detrás de ese aspecto ordinario con que a veces la realidad nos engaña. O tal vez el que sea necesario descubrir es el cisne que habita olvidado en la intimidad de nuestro espíritu. Un cisne potencial. ¿Acaso el “patito feo” no escondía detrás de su vulgar apariencia un espléndido ejemplar de cisne?

A propósito: ¿a qué hora sale el próximo?

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