lunes, 5 de noviembre de 2007

Habitar: protección y expresión

INTRODUCCIÓN

En primer lugar me gustaría proponerles desde “dónde” (desde qué lugar), pienso abordar el tema del habitar.
Para ello me serviré de una anécdota conocida, que involucra a un colega de ustedes, Karl Jaspers. Cuando llegó a su primer trabajo en la clínica psiquiátrica de Heidelberg, el director de la misma en atención de sus excelentes recomendaciones le preguntó: ”¿en qué quiere trabajar usted?”, lo cual era toda una deferencia para el joven profesional. A lo que este respondió: quisiera empezar por la biblioteca”.
Hablar sobre el habitar, exige al que lo hace siendo arquitecto, tener una actitud similar a la de Jaspers.

Al habitar llegamos por medio del construirdice Heidegger, y la construcción del habitar constituye lo esencial en la arquitectura. Ahora bien, sabemos que para entrar en lo esencial de un quehacer humano debemos salir de él para mirarlo desde afuera, o mejor desde arriba, desde ese lugar inseguro que se llama filosofía. De alguna manera, como “pequeños” Jaspers, retirarnos a la biblioteca.

Esta es una experiencia que seguramente todos hemos hecho alguna vez, cada uno dentro de nuestras mínimas posibilidades filosofías, confiados en que de todas maneras, ninguno, por más hábil que sea, llegará ciertamente a destino. Y esto es precisamente lo que hace grande a la filosofía, como dice Ortega, ese terco recomenzar con la seguridad de que no se llegará a destino.

Me interesa entonces proponerles algunas preguntas sobre el habitar, no mucho más que eso, confiando en que la generalidad de las mismas preguntas hará posible que podamos pensar algunas cosas en común.

Es necesario señalar, antes de entrar de lleno en el tema, el carácter plenamente humano que reviste el habitar. Solo el hombre habita, los animales ciertamente no lo hacen. Pero más aún, el habitar constituye algo propio de la naturaleza humana, un modo que define su ser, un “existencial”. Este carácter tan propiamente humano es el que en definitiva nos acerca a ustedes y a mí, ya que en definitiva nos ocupamos finalmente del hombre. Preguntarse por el habitar es preguntarse por el hombre, por el “ser-ahí” como diría Heidegger. Ser Hombre significa: estar en la tierra como mortal; significa habitar”.
Intentaré compartir con ustedes algunos aspectos de la problemática del habitar, tomados desde dos lados opuestos y complementarios. Son estos el habitar como “protección” (aspecto defensivo) y el habitar como “expresión” (aspecto ofensivo). Un camino que desde fuera llega al hombre y otro que partiendo del hombre sale al mundo.


EL HABITAR COMO PROTECCIÓN

Lo primero que se me ocurre al acercarme al problema del habitar es su carácter primario de protección. Es al mismo tiempo lo primero que le “ocurre” al hombre, que en un primer momento se protege de la naturaleza, en una ríspida caverna. La naturaleza, hoy la gran agredida, fue en un primer momento y hasta no hace mucho la Gran Agresión. Fue la naturaleza la que constituyó el habitar como “necesidad”, cuya respuesta se articula por medio del construir.

Pero no solo de la naturaleza se protege el hombre, claro está. El hombre muy tempranamente encuentra en su interior la necesidad de entrar en relación con los dioses por medio de la construcción de un habitar: el templo. Se podría decir que a la construcción física le sigue una protección “metafísica”.

El templo pagano era un lugar para el habitar de los dioses, y al mismo tiempo un espacio que protegía al mismo hombre de los dioses y su ira. Toda 'teogonía' pagana es también una 'teomaquia'" (Descalzo). La historia de los dioses es una historia violenta y, como anuncia el viejo proverbio, el miedo es lo primero que crea dioses sobre la tierra” (Petronio). El aula vacía que contenía la estatua del dios era también un afán de aprisionarlo, de rebajarlo, de domesticarlo, en definitiva. Pensemos que en esos templos solo entraba el sacerdote, no era un lugar de encuentro. No era, según la osada expresión de Bruno Zevi, en sí mismo, arquitectura.

De la realidad pagana pasamos a la semítica, y aquí la historia del habitar de Dios adquiere en este caso un espesor y una profundidad inusitada. Dios, Yavé, en primer lugar es el que entra en contacto con el hombre, en el desierto. Necesita la des-trucción de toda construcción para llegar al corazón del hombre. Necesita al hombre des-protegido.

Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré” (Gn. 12, 1), le dice Yavé a Abraham. Yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Ex. 3, 10) le ordena a Moisés y lo tiene 40 años vagando en el desierto. Se niega a que David, la máxima figura de la realeza judía, le construya un Templo en Jerusalén: ¿Eres tu el que me va a construir una casa para que yo la habite?” (2 Sam 7, 5). Es más, la construcción del Templo, será finalmente llevada a cabo por su hijo Salomón. Un templo pequeño, en realidad, a pesar de su ampulosa descripción, que tenía 30 metros de largo, diez metros de ancho y quince de alto” (1Rey 6, 2) marcará el paulatino declinar del pueblo judío, hasta su deportación a Babilonia. La contienda por el habitar de Dios entre los hombres, que relata el Antiguo Testamento, es la historia de un Dios que de alguna manera se niega a ser domesticado por su pueblo.

Qué decir de la era cristiana. La relación de Jesús con el “Templo” de su tiempo es también problemática. Un Jesús que se retiraba al desierto para rezar, que no tenía dónde apoyar la cabeza y que en definitiva proclama a la Samaritana en Sicar que llegará la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al padre” (Jn 5, 21). El problema específico del templo, destruid este templo y yo mismo lo reedificaré en tres días” (Jn 2, 19), es en definitiva el que llevará a Jesús a la muerte.
Fíjense que es significativo que las primeras comunidades cristianas tomaran como ejemplo para construir sus templos, luego de tres siglos de persecución, la basílica romana y no el templo. La basílica era un edificio público sin ninguna connotación religiosa. En definitiva, en esta opción se prioriza el sentido de reunión de los fieles más que la presencia de Dios, que paradójicamente es real a través de la Eucaristía.

Por último, cabría preguntarnos de qué se protege el hombre moderno, luego de la constatación nietszscheana de la “muerte de Dios” y de haber sometido a la naturaleza (al menos en apariencia).

Parecería que el hombre, eliminadas las relaciones verticales (Naturaleza-Dios) y dejando solamente en pie las horizontales, se construye siempre más un habitar que protege de sus semejantes.

Se podrá decir que esto siempre existió, y están las murallas antiguas y medievales para atestiguarlo, pero en realidad estas muestran un sentido de la protección vuelta hacia fuera, una incapacidad de reconocer al extranjero como un semejante y temerle como un “otro” del que hay que protegerse. Dentro de los límites de la muralla, los niveles de protección bajan.

Hoy, sin embargo, se expanden los ejemplos de una protección que se vuelca hacia lo más cercano, y las distintas tipologías propias de la posmodernidad (shopping, barrio cerrado, edificio con seguridad) apuntan siempre más a una protección que restringe siempre más su ámbito hacia lo más próximo, hacia el prójimo.

También se observa en el modo del habitar el crecimiento del individualismo. El habitar era desde su origen un habitar–con, hoy es cada vez más el refugio de la soledad. Cada vez más gente vive sola y por ejemplo eso produce el aumento de la edificación en Buenos Aires, tan comentado en estos días, a pesar de que la población se mantiene estable hace años.

Volvamos a Heidegger: Sólo si somos capaces de habitar (es decir de ser hombres) podremos construir”, y más adelante, la auténtica penuria del habitar descansa en el hecho de que los mortales, primero tienen que volver a buscar la esencia del habitar(es decir de ser hombres).


HABITAR COMO EXPRESIÓN

Ciertamente el habitar no se agota en una simple protección, por más sutilmente que este aspecto se considere. El habitar humano es también un vehículo formidable y contundente de expresión. La función expresiva (lingüística) del habitar ha sido desde tempranísima edad manifiesta en la humanidad. Con sus construcciones el hombre ha siempre querido decir algo, a sus contemporáneos y a la posteridad.

Hegel, en su Estética, plantea la inferioridad de la arquitectura con respecto a todas las demás formas de expresión, ubicándola en el escalón más bajo de una pirámide a través de la cual el espíritu opera sobre la materia y va recorriendo los distintos pasos de su progresiva libertad: arquitectura, escultura, pintura, música, poesía.

Así, la arquitectura, siempre en el esquema hegeliano, es donde el espíritu se encuentra más ligado a la necesidad y al propio peso físico de la materia, y por lo tanto es donde la expresión se hace más dificultosa.

De todos modos, a esta realidad, que tiene la limitación de todo esquema, se le opone otra realidad que convierte la limitación en contundencia. Las palabras dichas por la arquitectura perduran con la fuerza que solo la materia otorga al espíritu. Permanecen parlantes a través de la historia y sobre todo nos hablan siempre del “hombre” más que de alguno en particular, ya que llevan siempre el sello de una comunidad. El habitar que se construye es siempre una obra de múltiples actores.

También es necesario señalar que lo primero en la lucha del espíritu es lo último que en la realidad se expresa. La arquitectura desde la expresión va siempre a la cola de las demás artes que la preceden, pero quizás por eso expresa la madurez que solo el tiempo da a las palabras. La arquitectura, a pesar de su contundencia, no es un lenguaje definitivo. Existe lo que una sociedad construye y también su relación con lo ya construido.

La obra –vuelvo otra vez a Heideggerhace ver claramente, revela lo otro, es alegoría”. La obra nos pone de alguna manera siempre en contacto con la “verdad”. En un doble sentido, la que nos rodea y la que en definitiva somos. Revela y “nos” revela.

En un sentido amplio, cultural: cómo tratan, o maltratan los habitantes de una ciudad sus edificios públicos, es una expresión de lo que son como sociedad. ¿Hay algo más elocuente del estado de nuestra instituciones que el estado de los edificios que las albergan? Y los edificios que una sociedad prefieren para habitar (torres, por ejemplo) ¿no es un ejemplo de lo que desean?

En este sentido y conectado con la búsqueda de una habitar cada vez más individual, se produce el retiro del espacio público. El habitar conectado con el ser del hombre es el que define este retroceso. El espacio público, lo público en general que se repliega expresa una voluntad, un modo de vivir.

Yendo ahora a un plano más personal, ¿hay algo que revele más a una persona (o a una relación) que hacerse una casa? ¿Existe un modo más eficaz de conocer a alguien que el de conocer su casa, cómo habita? ¿La relación que existe entre su habitar y sus hábitos, no son más elocuentes que cualquier discurso?

Recuerdo el personaje de Nanni Moretti en “Caro diario” que con cualquier excusa buscaba ingresar en las casa de personas desconocidas, solo para vencer la curiosidad que sentía por conocer a esos desconocidos. Entrar en la casa de los otros es en algún modo una experiencia apasionante, porque los otros se nos revelan en su habitar.

El habitar nos habla a nosotros sobre nosotros mismos, es un espejo ahora vuelto hacia la interioridad de nuestra conciencia y que extrae de nosotros algo quizás insospechado.

En este sentido recuerdo la obra de teatro “Art”, cuyo planteo era precisamente este. El personaje que compra el cuadro íntegramente blanco, alrededor y en presencia del cual cada uno va revelando su carácter, en algunos casos de una oscuridad sorprendente.

Termino nuevamente con Heidegger. Así él resuelve la relación entre el aspecto material y lo formal presente en toda obra: La obra se vincula a lo material (tierra), pero su forma es signo de una realidad diferente (mundo)”.


CONCLUSIÓN

Nos construimos un hábitat para protegernos, para expresarnos y, en definitiva, para saber quiénes somos.

Ustedes conocerán mejor que yo que hay diversos tipos de construcciones y que estas no se limitan al campo de las construcciones físicas. El hombre habita también gracias a otro tipo más fino de construcciones, que realiza en su propia mente. Hasta el mismo inconsciente esta estructurado (construido) como un lenguaje.

El lenguaje es también la mayor construcción humana; como sostenía Hegel, la más prefecta de las artes es la poesía. Y Heidegger retomaría esta idea afirmando que todas las artes son poesía”.

El lenguaje también es un elemento que sirve de expresión y también de protección.

La protección del habitar es como la cáscara que protege al fruto. Su sentido es precisamente el de proteger y está en relación con el valor de lo protegido. El fruto (el hombre).

Repito, el habitar es humano y está insoslayablemente en función del hombre. Eso, en definitiva, es lo que nos vincula.


(Apuntes para la charla en el Hospital Alvear, abril 2006)

1 comentario:

flavia dijo...

impresionante texto!