viernes, 9 de noviembre de 2007

Recuerdo de casa

A Lu



Recordar no es para mí una acción automática. Un recuerdo se construye desde lo que fuimos, y también desde lo que somos hoy. Pienso y repito a menudo una frase, ya lema del estudio: “los edificios son seres humanos”. Y dentro de los edificios, obviamente, también las casas.

Esto que puede parecer una humorada, o simplemente una estupidez, es para mí un método. Un modo de proyectar, o al menos “mi” modo de hacerlo. Significa reconocer una entidad previa a las cosas, ponerse delante de ellas en actitud de escucha, preguntarse de dónde vienen y qué quieren ser. Una forma contemplativa de actuar y de vivir que se extiende también a otros ámbitos de la vida. “Se juega (al fútbol) como se vive”, decía el gran César Luis Menotti, y también se proyecta (quizás arquitectura) como se vive.

Una casa tiene una historia previa, un barrio, un terreno propio, con una forma propia. ¿Acaso seríamos nosotros los mismos si hubiéramos nacido en China, Dublín o Berazategui? ¿Si midiéramos 2 metros o 1.40? Seguramente no.
Después las casas tienen también un código genético (que se llama “planta”), una forma exterior, un cuerpo y también un alma que la habita. Así pienso yo los edificios, y así también los recuerdo y recuerdo “tu”casa de Luis María Campos.


Estaba en una calle de tierra desigual, resabio de otros tiempos, donde ese barrio era otra cosa, como también lo era Gaspar, el vecino. Mucho tenían ambos, Gaspar y Luis María, de “Buloin” y poco de “La Horqueta”. Una calle y un vecino que se resistían a ser domesticados.

Lo primero que me viene a la memoria, organizada como recorrido, es el cerco. Este es el primer elemento que separa y generalmente tiene un gesto adusto, un límite severo, hasta a veces un cartel que anuncia alguna furia canina. Los cercos son como los dientes. Sin embargo en este caso tenía la inusual calidez que le otorgaba la madera, preferida al más común y frío hierro. La madera siempre es madre. Dientes de madre.

Después el patio, de simple ladrillo trabado sin guarda, preparaba la entrada y actuaba como el carácter de esas personas que no se revelan enseguida, sino que para conocerlas requieren un tiempo. No por que oculten alguna complejidad, que no es el caso de esta casa, sino como una muestra de pudor. Un patio para un perro y decorado con manchas de aceite que se cuelan entre las bielas de la rural Falcon.

El volumen de la casa era entre medianeras, lo que revela una disposición a la urbanidad, al contacto sin traumas con los ocasionales vecinos y muestra una falta de presunción. No como esas personas que se separan de sus semejantes para ser mejor observadas, para resaltar del contexto. Casas y gentes de country. La medianera es una voluntad de convivir.

Su piel aparecía humilde. Evidentemente su carácter se negaba a la riqueza del ladrillo visto, y prefirió un pobre ladrillo común que, por decoro, fue bolseado. No buscó hacer desaparecer sus imperfecciones bajo la homogeneidad de un revoque, sino que aceptó ese maquillaje de espesor efímero, dado con la rispidez de la arpillera y pintado de un blanco con sabor a cal.

Después estaban las ventanas del frente dispuestas sin el orden, siempre algo autoritario, de la simetría. Sin embargo un equilibrio sutil, se resistía al caos. Un simple balcón, con baranda de flores y madera señalaba debajo, con naturalidad, la entrada. Había pequeñas fisuras alargadas cerradas con un feo y grumoso vidrio amarillo. También un desmesurado e inquietante paño fijo a media altura, que elevaba desmesuradamente la categoría de un lugar insignificante como el descanso de la escalera. Lugar de paso veloz, que se enfrenta al reposo del nombre con que se lo nombra. Algunos otros orificios dispuestos con oficio terminaban de definir ese rostro amable y franco que era toda una promesa. Por último, la frente blanca ocultaba un techo inclinado con su cabellera de tejas o de chapa, no recuerdo.

El interior era idéntico al exterior, como esas personas cuya cara es la expresión de su alma. No había allí dobleces de carácter, no había una imagen para los demás, realmente una fachada que oculta, sino una fisonomía que revela. Había la austeridad de un espacio aprovechado con inteligencia y la simpleza de alguien que convoca a compartir la vida. Tampoco, superada la casa, estaba la galería para preparar el jardín. Simplemente la sombra que daba la pasarela que formaba en el piso superior la salida de los dormitorios. No había espacio para falsas reminiscencias campestres. Un toldo algo oxidado, verde y blanco, protegía del sol y la escalera exterior escondía una escueta parrilla urbana. Me queda el jardín, ralo de plantas, pero con un árbol, creo un limonero de limones agrios. Al fondo una pileta riñón se retorcía esforzándose por copiar alguna irregularidad del terreno, con lo que concluye la descripción.

Pero si las casas son personas, estas no agotan su ser en su materialidad. Más bien ella denota un espíritu que es el de quien la habita. Una especie de reencarnación de signo contrario es el que padecen las casas, ya que no son los espíritus los que migran a distintos cuerpos, sino que el mismo cuerpo es el que recibe a lo largo de su historia distintas almas. “Ningún lugar de hecho es bueno cuando nadie está” dice Spinetta.

Yo conocí ese cuerpo, habitado por esa alma entrañable que eran ustedes. Almuerzos de sábado soleado de tartas, ruido de refrescantes chapuzones, coloradito agitado, un chamamé que llega desde el cuarto de Carmen, un perro despreciado, eso también son las personas y las casas. Yo estoy seguro que esas paredes lloraron con la imprevista partida de tu madre y la de ustedes que huyeron de tanto dolor. Y sé que también extraña todavía su sonrisa y también que entre sus muros resuenen, dulces, los cantos de misa que ella cantaba.

(Buenos Aires, julio de 2006)

3 comentarios:

Lucia Mazzinghi dijo...

leerlo, cada vez, conmueve. Lo tengo grabado en mi lactoc.

y vos todavía no te le animaste a "ruido de vacío", así se llama ahora. Cuando quieras, está lista.

Estrella dijo...

Perfecto. Pocas cosas son más inquietantes que los recuerdos recreándose una y otra vez. ¿Dónde queda la verdad?
¿A quién le importa?

Anónimo dijo...

Esta bueno pensar en la verdad como un lugar, un espacio para compartir. Bienvenida a nuestra casa Estrella.